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Maciek Wisniewski
01 de noviembre de 2025 00:02
En sus campañas presidenciales (tres), Donald Trump se ha empeñado en presentar como opositor al intervencionismo militar sintiendo −correctamente− que muchos estadunidenses estaban cansados de las “guerras eternas” del cambio de régimen (Irak et al.). En su primer mandato no sólo no ha empezado ninguna guerra nueva, sino que su postura, calificada −en buena parte erróneamente (t.ly/uDcLl)− de “aislacionista”, le valió duras críticas tanto de parte de los viejos neoconservadores halcones como de los liberales, por su negativa a seguir con la “habitual” −atlantista, imperial e intervencionista− agenda exterior estadunidense de la posguerra fría.
De allí, la paradoja del inicio de su segunda presidencia es que mientras su agenda exterior, hasta ahora, ha sido mucho más mainstream y guerrerista −Trump se ha pasado su primer año cometiendo el genocidio en Gaza, bombardeando Yemen e Irán y ahora, aparentemente, preparándose para la guerra con Venezuela−, él mismo, junto con sus seguidores, se ha empeñado en presentarse esta vez −como si todos estos afanes fuesen calculados a oscurecer dicha marca− como “un presidente de paz”, “pacificador global digno del Premio Nobel” y a proclamar a diestra y siniestra sus “victorias de paz” totalmente ficticias.
En su larguísimo discurso ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (septiembre) aseguró, por ejemplo, “haber acabado con siete guerras inacabables” en “un periodo de sólo siete meses”, la cifra que el Departamento de Estado pronto elevó a ocho (t.ly/rCyyX). Según esto, sus “mediaciones” pusieron fin a las guerras entre Camboya y Tailandia, Kosovo y Serbia, Congo y Ruanda, Pakistán e India, Israel e Irán, Egipto y Etiopía y Armenia y Azerbaiyán, así como −el octavo “éxito”− “entre Israel y Hamas”.
Incluso una vista rápida permite constatar que ninguna de estas afirmaciones corresponde con la realidad: en caso de Camboya y Tailandia fue un conflicto fronterizo resuelto con mediación de Malasia (lo único que hizo Trump fue amenazar a ambos países con aranceles); entre Kosovo y Serbia no hubo ahora ninguna guerra, así que nada con qué “acabar”; entre Congo y Ruanda la violencia continúa. En caso del conflicto por Cachemira entre India y Pakistán, la afirmación de Trump de “haberlo solucionado” provocó una grave crisis diplomática con Nueva Delhi (sic). En la guerra entre Israel e Irán, Estados Unidos fue, literalmente, un beligerante después de que Trump, siguiendo a los israelíes, bombardeara las instalaciones nucleares de Teherán (ganándose, de paso, el aplauso de neoconservadores y liberales, anteriormente críticos, por, finalmente, “hacer las cosas bien”); entre Egipto y Etiopía tampoco hubo ninguna guerra.
Y en caso de Gaza, el alto el fuego −no “paz”−, después de haber sido violado múltiples veces, está a punto de desmoronarse, con Israel ansioso de continuar con el genocidio, del que Estados Unidos, de hecho, ha sido el principal facilitador.
El último caso sin mencionar −de la supuesta “paz” entre Armenia y Azerbaiyán− es emblemático para la hondura de la ficción detrás de los “éxitos” del autoproclamado “presidente de paz” y para el tamaño de su ignorancia.
A pesar de proclamar que ambos países, bajo sus auspicios, firmaron en agosto un “tratado de paz”, el sdocumento −que estipula, entre otros, la concesión de derechos a Estados Unidos para construir un corredor a través del territorio armenio para conectar a Azerbaiyán con su enclave extraterritorial de Najicheván, la llamada, of course, Ruta Trump para la Paz y la Prosperidad Internacionales (TRIPP, t.ly/nG7NN)− apenas fue rubricado por los presidentes de ambos países en espera de resolver aún algunos asuntos espinosos (algo que, a sugerencia de Washington, no les impidió, sin embargo, prometer ya nominar a Trump al Premio Nobel de la Paz).
Al ufanarse de “parar esta guerra” –el conflicto cuya fase moderna empezó en 1988 y que la última vez estalló en 2023, cuando Azerbaiyán se apoderó por fin del enclave armenio de Nagorno Karabaj/Artsaj expulsando a todos sus habitantes, o sea, cuando el hoy presidente estaba fuera del poder−, Trump ha tenido dificultades de pronunciar “Azerbaiyán” (“Aber-Bajdán”, según él) y se ha referido dos veces a Armenia como… “Albania” (t.ly/F6wm1).
Toda la esperanza de girar este lapsus al apuntar que en los territorios en cuestión efectivamente existió en la antigüedad (II a. C.-VIII d. C.) una entidad llamada “Albania caucásica” −ninguna relación con el país en los Balcanes− está condenada al fracaso por ser Trump famosamente ignorante de la historia y la figura de “Albania”, una vieja herramienta del revisionismo histórico azerí, que busca renombrar así todos los vestigios históricos de Armenia en la región (t.ly/UqQ49). Luego, pensándolo dos veces, Trump −“encuatado” mucho más con el sátrapa de Bakú Ilham Aliyev−, tal vez usó “bien” este término, aunque, dado el contexto, de modo que difícilmente se consideraría como una muestra de “paz”.
En otra ocasión, redoblando en el borramiento armenio y mejorando de paso la pronunciación de Azerbaiyán (esta vez “Azer-Baiján”), ni siquiera mencionó a Armenia (t.ly/s7xew). Congratulándose “de haber parado una guerra que mató a millones” −pero que en realidad en su fase más caliente (1991-1994) arrojó unas 30 mil víctimas−, aseguró también que Vladimir Putin, en una (supuesta) llamada, quedó maravillado por cómo él “acabó con la guerra inacabable que ellos nunca pudieron acabar”. No sólo usaba así este caso para desviar la atención de la guerra ruso-ucrania que él mismo en la campaña de 2024 prometió “resolver en 24 horas” (y no pudo), sino ignoraba igual que Rusia nunca estuvo interesada en resolver el conflicto armenio-azerí, sólo en “gestionarlo” (divide et impera).
Claramente para Trump, en cuanto a la ficción, sólo el cielo es el límite.
Maciek Wisniewski
01 de noviembre de 2025 00:02
En sus campañas presidenciales (tres), Donald Trump se ha empeñado en presentar como opositor al intervencionismo militar sintiendo −correctamente− que muchos estadunidenses estaban cansados de las “guerras eternas” del cambio de régimen (Irak et al.). En su primer mandato no sólo no ha empezado ninguna guerra nueva, sino que su postura, calificada −en buena parte erróneamente (t.ly/uDcLl)− de “aislacionista”, le valió duras críticas tanto de parte de los viejos neoconservadores halcones como de los liberales, por su negativa a seguir con la “habitual” −atlantista, imperial e intervencionista− agenda exterior estadunidense de la posguerra fría.
De allí, la paradoja del inicio de su segunda presidencia es que mientras su agenda exterior, hasta ahora, ha sido mucho más mainstream y guerrerista −Trump se ha pasado su primer año cometiendo el genocidio en Gaza, bombardeando Yemen e Irán y ahora, aparentemente, preparándose para la guerra con Venezuela−, él mismo, junto con sus seguidores, se ha empeñado en presentarse esta vez −como si todos estos afanes fuesen calculados a oscurecer dicha marca− como “un presidente de paz”, “pacificador global digno del Premio Nobel” y a proclamar a diestra y siniestra sus “victorias de paz” totalmente ficticias.
En su larguísimo discurso ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (septiembre) aseguró, por ejemplo, “haber acabado con siete guerras inacabables” en “un periodo de sólo siete meses”, la cifra que el Departamento de Estado pronto elevó a ocho (t.ly/rCyyX). Según esto, sus “mediaciones” pusieron fin a las guerras entre Camboya y Tailandia, Kosovo y Serbia, Congo y Ruanda, Pakistán e India, Israel e Irán, Egipto y Etiopía y Armenia y Azerbaiyán, así como −el octavo “éxito”− “entre Israel y Hamas”.
Incluso una vista rápida permite constatar que ninguna de estas afirmaciones corresponde con la realidad: en caso de Camboya y Tailandia fue un conflicto fronterizo resuelto con mediación de Malasia (lo único que hizo Trump fue amenazar a ambos países con aranceles); entre Kosovo y Serbia no hubo ahora ninguna guerra, así que nada con qué “acabar”; entre Congo y Ruanda la violencia continúa. En caso del conflicto por Cachemira entre India y Pakistán, la afirmación de Trump de “haberlo solucionado” provocó una grave crisis diplomática con Nueva Delhi (sic). En la guerra entre Israel e Irán, Estados Unidos fue, literalmente, un beligerante después de que Trump, siguiendo a los israelíes, bombardeara las instalaciones nucleares de Teherán (ganándose, de paso, el aplauso de neoconservadores y liberales, anteriormente críticos, por, finalmente, “hacer las cosas bien”); entre Egipto y Etiopía tampoco hubo ninguna guerra.
Y en caso de Gaza, el alto el fuego −no “paz”−, después de haber sido violado múltiples veces, está a punto de desmoronarse, con Israel ansioso de continuar con el genocidio, del que Estados Unidos, de hecho, ha sido el principal facilitador.
El último caso sin mencionar −de la supuesta “paz” entre Armenia y Azerbaiyán− es emblemático para la hondura de la ficción detrás de los “éxitos” del autoproclamado “presidente de paz” y para el tamaño de su ignorancia.
A pesar de proclamar que ambos países, bajo sus auspicios, firmaron en agosto un “tratado de paz”, el sdocumento −que estipula, entre otros, la concesión de derechos a Estados Unidos para construir un corredor a través del territorio armenio para conectar a Azerbaiyán con su enclave extraterritorial de Najicheván, la llamada, of course, Ruta Trump para la Paz y la Prosperidad Internacionales (TRIPP, t.ly/nG7NN)− apenas fue rubricado por los presidentes de ambos países en espera de resolver aún algunos asuntos espinosos (algo que, a sugerencia de Washington, no les impidió, sin embargo, prometer ya nominar a Trump al Premio Nobel de la Paz).
Al ufanarse de “parar esta guerra” –el conflicto cuya fase moderna empezó en 1988 y que la última vez estalló en 2023, cuando Azerbaiyán se apoderó por fin del enclave armenio de Nagorno Karabaj/Artsaj expulsando a todos sus habitantes, o sea, cuando el hoy presidente estaba fuera del poder−, Trump ha tenido dificultades de pronunciar “Azerbaiyán” (“Aber-Bajdán”, según él) y se ha referido dos veces a Armenia como… “Albania” (t.ly/F6wm1).
Toda la esperanza de girar este lapsus al apuntar que en los territorios en cuestión efectivamente existió en la antigüedad (II a. C.-VIII d. C.) una entidad llamada “Albania caucásica” −ninguna relación con el país en los Balcanes− está condenada al fracaso por ser Trump famosamente ignorante de la historia y la figura de “Albania”, una vieja herramienta del revisionismo histórico azerí, que busca renombrar así todos los vestigios históricos de Armenia en la región (t.ly/UqQ49). Luego, pensándolo dos veces, Trump −“encuatado” mucho más con el sátrapa de Bakú Ilham Aliyev−, tal vez usó “bien” este término, aunque, dado el contexto, de modo que difícilmente se consideraría como una muestra de “paz”.
En otra ocasión, redoblando en el borramiento armenio y mejorando de paso la pronunciación de Azerbaiyán (esta vez “Azer-Baiján”), ni siquiera mencionó a Armenia (t.ly/s7xew). Congratulándose “de haber parado una guerra que mató a millones” −pero que en realidad en su fase más caliente (1991-1994) arrojó unas 30 mil víctimas−, aseguró también que Vladimir Putin, en una (supuesta) llamada, quedó maravillado por cómo él “acabó con la guerra inacabable que ellos nunca pudieron acabar”. No sólo usaba así este caso para desviar la atención de la guerra ruso-ucrania que él mismo en la campaña de 2024 prometió “resolver en 24 horas” (y no pudo), sino ignoraba igual que Rusia nunca estuvo interesada en resolver el conflicto armenio-azerí, sólo en “gestionarlo” (divide et impera).
Claramente para Trump, en cuanto a la ficción, sólo el cielo es el límite.
Mamdani o siete claves para encarar tiempos oscuros
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Beñat Zaldua
01 de noviembre de 2025 00:01
Si las encuestas no fallan, Zohran Mamdani será elegido el martes nuevo alcalde de Nueva York. Un migrante musulmán, socialista y propalestino al frente de una ciudad emblema del capitalismo y con la mayor cantidad de judíos del mundo, sólo por detrás de Tel Aviv. El fenómeno es lo suficientemente llamativo como para tratar de descifrar algunas de sus claves.
Van a disculpar el atrevimiento, porque uno es consciente de que Nueva York queda bastante más cerca desde México que desde esta vieja ciudad europea llamada Iruñea, pero como por cuestiones que no vienen al caso a uno le ha tocado seguir la campaña de Mamdani, es difícil resistirse a realizar un pequeño decálogo de las cosas que han funcionado para que, en plena furia trumpista, un candidato socialista esté a las puertas de la alcaldía de la Gran Manzana.
Uno: un marco propio. Todo estaba listo para que la campaña versara sobre la seguridad en una ciudad en franca decadencia durante el mandato de Eric Adams. Pero Mamdani se ha aferrado a su agenda, que es la de lograr una vida asequible para los habitantes de una ciudad que ya no pueden vivir “en lo que llamaban hogar” y ha logrado que el resto bailen al son de su marco. Delimitar el terreno de juego es ganar medio partido.
La causa profunda, por supuesto, es haber conectado con el sentir y el deseo de una amplia mayoría. Subir a un transporte público sin temor a ser asaltado es importante, pero vivir sin la angustia de que te expulsen de casa o de que te deporten de la noche a la mañana no tiene precio.
Ocurre lo mismo con Palestina. Mamdani fue arrestado en octubre de 2023 en una protesta contra los bombardeos en Gaza, recién empezados entonces.
Sus oponentes creyeron que serviría para laminar sus opciones, pero el candidato no se ha echado atrás ni ha renunciado a denunciar el genocidio. Y ha resultado que la gente está más cerca de lo que defiende el socialismo democrático que del lobby sionista.
Dos: las cosas del comer, pero no sólo.
Mamdani ha concretado su agenda en tres grandes promesas que sus seguidores corean en los mítines como si de un estribillo se tratase. Son la vivienda –con congelación de los alquileres–, el transporte público gratuito y la atención infantil garantizada. Hay más, por supuesto, pero este es el trípode que aguanta la candidatura. Son materias transversales que, en mayor o menor grado, afectan a toda la base que puede hacerlo alcalde.
Pero, ojo, centrarse en las cuestiones del comer no significa que haya descuidado a las minorías amenazadas por un trumpismo que arremete contra todo lo que cabe en un significante vacío construido con mimo y paciencia para ello: wokismo. Mamdani ha defendido abiertamente al migrante, al movimiento queer y a toda identidad amenazada por la ola reaccionaria. Las viejas consignas de la izquierda son perfectamente compatibles con las demandas emergentes de las últimas décadas.
Tres: nuevos votantes. En las primarias demócratas de 2021, 2 por ciento de los inscritos fueron nuevos registrados.
Este año ha sido 7 por ciento. Frente a dinámicas que excluyen a cada vez más gente del proceso político, con participaciones electorales irrisorias que ponen en duda aquello de la democracia representativa, Mamdani está logrando atraer a las urnas a nuevos votantes, jóvenes y abstencionistas. Hay que abrir por abajo lo que se cierra por arriba.
Cuatro: voluntarios, organización, trabajo. Esa incorporación de savia nueva al proceso político se observa también en el tamaño del cuerpo de voluntarios que se está pateando cada esquina de la ciudad. Fueron 50 mil antes de las primarias y son cerca de 80 mil ahora. Solo no se puede.
Cinco: coherencia sí, efectividad también. Otra falsa dicotomía se acostumbra presentar entre el idealismo y el realismo, como si fuera incompatible aspirar a ideas utópicas mientras se adecua el mensaje al momento. “Tener razón, por sí mismo, no sirve de nada. Tenemos que ganar y tenemos que cumplir”, ha dicho el todavía candidato.
Seis: el encanto y la sonrisa. El carisma no gana elecciones por sí solo, pero sería difícil para un migrante socialista llegar a la alcaldía de Nueva York sin un encanto innato que hasta los adversarios reconocen. Es rápido, ocurrente y muy intuitivo. Si las selfis desgastaran a una persona, Mamdani no existiría. Sabe que en corto gana, por lo que no ha dejado una puerta sin llamar ni un pódcast sin visitar. No se le borra la sonrisa ni cuando le gritan “comunista de mierda” por la calle. Y esa, quizá, es otra de las claves. La furia convoca a unas gentes a las urnas y deja a otras en casa. La sonrisa puede hacer lo mismo, pero en sentido inverso.
Siete: el ahora y el mañana. Mamdani vende una visión de la ciudad que no mira con nostalgia al pasado, sino que invoca al futuro para actuar en el presente. 
Si te lamentas porque no puedes pagar la renta de tu apartamento, no te quedes mirando aquel tiempo en que llegabas más fácilmente a final de mes, muévete y vuelve a hacerlo posible. El motor no es el resentimiento, que para eso ya está Trump, sino la ilusión.
Asesinan a más de 2 mil personas en ataque de rebeldes a ciudad en Sudán
▲ Familias desplazadas se refugian en un campamento ubicado en Tawila.Foto Ap
The Independent, Xinhua y Europa Press
Periódico La Jornada   Sábado 1º de noviembre de 2025, p. 24
Yuba. Más de 2 mil personas han muerto en las últimas 48 horas en Sudán tras la toma de la ciudad de El Fasher por el grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), después de un asedio de 18 meses, según informes procedentes de la región.
La Organización de Naciones Unidas (ONU) denunció que entre las “atrocidades” cometidas por los paramilitares figuran ejecuciones sumarias, asesinatos en masa, violaciones, ataques contra trabajadores humanitarios, saqueos, secuestros y desplazamientos forzosos.
“Calculamos que el número de muertos entre civiles y otros que no participaban en combates durante el ataque de las RSF a la ciudad y sus rutas de salida, así como en los días posteriores a la toma (del control de El Fasher), podría ascender a cientos”, dijo el portavoz del organismo, Seif Magango.
La OMS, indignada
El director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, pidió que se proteja a los centros sanitarios, a los trabajadores de la salud y a los pacientes conforme al derecho internacional, luego de que el martes, durante el asalto al hospital Maternidad Saudí –donde fueron asesinadas más de 460 personas, entre pacientes y sus acompañantes–, seis trabajadores, una enfermera y un farmacéutico fueron secuestrados.
Las matanzas han suscitado una condena generalizada después de que se vieran enormes charcos de sangre y cuerpos humanos en la arena en espeluznantes imágenes satelitales, tras el análisis realizado por el Laboratorio de Investigación Humanitaria de la Escuela de Salud Pública de Yale, e incluso un video en el cual un niño soldado parece dispararle a un adulto.
El ejército busca recuperar la zona
El ejército de Sudán y sus aliados comienzan a concentrar fuerzas en Darfur Sur y la ciudad de El Obeid con la intención de recuperar el control sobre El Fasher.
La guerra civil de Sudán, que ha sumido al país en una de las mayores crisis humanitarias a nivel mundial, estalló a causa de las fuertes discrepancias en torno al proceso de integración del grupo paramilitar en el seno de las Fuerzas Armadas, situación que provocó el descarrilamiento de la transición abierta tras el derrocamiento en 2019 del régimen de Omar Hasán al Bashir, ya dañado tras la asonada que derribó en 2021 al entonces primer ministro, Abdalá Hamdok.
