Muy grave, que la cumbre climática de Belém, Brasil, en plena selva amazónica, la COP30, haya concluido el 21 de noviembre sin acuerdos sustantivos. A diferencia de otros encuentros precedentes en la materia, nada que celebrar: ningún compromiso concreto, con medidas viables de los países que más contaminan. Más grave aún es la indiferencia letal que la comunidad internacional muestra ante el fracaso de uno de los esfuerzos globales para revertir, o cuando menos atemperar, el ritmo de aumento de la temperatura del planeta.
Pese a la hospitalidad y calidez del gobierno anfitrión, que encabeza el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, en contraste con la hostilidad de su antecesor ante políticas ambientalistas, el fracaso de la cumbre climática estaba anunciado desde el principio: no asistió la primera economía mundial y el principal foco de contaminación del orbe, Estados Unidos.
También extraña que de parte de México no haya asistido, además del gobierno –que sí lo hizo–, un representante del partido político que tiene como principal postulado de doctrina la defensa del medio ambiente, los equilibrios de la naturaleza. Fue un encuentro mundial, precisamente para hacer el diagnóstico del estado del planeta, el balance de las políticas aplicadas hasta el momento y consensuar nuevas medidas con el fin de alcanzar los objetivos trazados.
Por lo pronto, el principal objetivo de la Cumbre de París de 2015, ratificado por 195 países, que es evitar que la temperatura del planeta se incremente más allá de 1.5 por ciento respecto a los parámetros preindustriales, está rebasado, lo cual debiera concitar la preocupación y la acción mundial, no la autocomplacencia de los líderes mundiales, locales y la población en general. Ese límite de aumento se definió con asesoría científica para reducir los impactos más severos del cambio climático, como olas de calor más intensas, aumento del nivel del mar y pérdida de biodiversidad. Para lograrlo, la comunidad de naciones se comprometió a reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, alcanzando emisiones netas cero para mediados del siglo XXI. Esto implicaba, e implica, una transición hacia fuentes de energía renovables, mayor eficiencia energética y cambios en el transporte y la agricultura.
Este límite, algo que deberíamos deplorar todos y poner manos al asunto, se rompió precisamnte el año pasado. En 2024, la temperatura media global en superficie superó en 1.55 °C la media del periodo 1850-1900, según el análisis consolidado de los seis conjuntos de datos realizado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), diagnóstico coincidente con el de la Oficina Meteorológica Británica, una de las agencias de monitoreo ambiental más acreditadas del mundo.
Otro indicador grave es el aumento inusitado del nivel del mar. Según un estudio de la NASA, en 2024 el nivel medio global creció más de lo previsto, alcanzando un alza de 0.59 centímetros en comparación con el año anterior. Esta elevación es superior a la tasa que se había augurado, de 0.43 centímetros. El incremento total registrado en los 31 años de datos satelitales del nivel del mar es ahora de 10.5 centímetros. El aumento del nivel del mar está directamente relacionado con el calentamiento global, fenómeno que provoca el deshielo de los glaciares y la expansión térmica del agua de mar.
La razón fundamental del calentamiento y sus efectos concomitantes no es geológica, sino humana: los países más industrializados no han cumplido sus metas de reducir la emisión de sustancias tóxicas, y a ello se han ido sumando las economías emergentes. En 2024, según la OMM, las concentraciones de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono y el metano, alcanzaron niveles récord, contribuyendo al calentamiento global y auspiciando el año más cálido en la historia reciente. El promedio global de dióxido de carbono atmosférico fue de 422.8 partes por millón, superando el récord del año pasado, que fue de 420.0 partes por millón.
Para reducir las emisiones, no deberían desestimarse propuestas de vanguardia, como la de Bjorn Lomborg, presidente del Copenhagen Consensus Center, de fomentar la innovación tecnológica, lo cual requiere incrementar la hoy ínfima inversión de las potencias mundiales. Este connotado defensor del medio ambiente observa que el mundo desarrollado gasta menos de 4 centavos por cada 100 dólares del PIB, unos 27 mil millones de dólares, menos de 2 por ciento del gasto ecológico total, cuando debía incrementar esta cifra, al menos hasta unos 100 mil millones de dólares al año, para ser aplicados en distintas vertientes, como innovar la energía nuclear de cuarta generación con reactores pequeños, modulares y homologados o impulsar la producción de hidrógeno verde junto con la purificación del agua o investigar la tecnología de baterías de última generación, el petróleo libre de CO₂ obtenido a partir de algas, así como la extracción de CO₂, la fusión, los biocombustibles de segunda generación y miles de otras posibilidades.
En suma, no debiera haber ninguna causa superior para los seres humanos de todas las naciones e ideologías mas que defender la viabilidad de la casa común de todos, la Tierra. Reducir el calentamiento global no es una opción, es un imperativo de vida. No lo olvidemos nunca, no hay plan alternativo, los seres humanos no tenemos un planeta b.
Innovación y financiamiento
Las siete magníficas, como se ha denominado a las empresas dominantes del sector tecnológico, que tienen una gran incidencia en el mercado de valores. Foto Europa Press Foto autor
León Bendesky
24 de noviembre de 2025 00:05
Estamos en una etapa social y económica marcada por un intenso proceso de innovación tecnológica y una creciente tensión en el entorno financiero. La situación se centra en el desarrollo acelerado de la inteligencia artificial (IA) y los grandes requerimientos financieros que exige su conformación como producto y su sustentabilidad en el mercado. Todo esto, asociado con la oferta de una gran transformación social que pretende acarrear.
Como en todo negocio, las empresas que participan en un sector dinámico como la tecnología esperan extender sus ganancias, mantener y reforzar su poder oligopólico y su creciente influencia económica, social y política también.
Las siete magníficas, como se ha denominado a las empresas dominantes del sector tecnológico, que tienen una gran incidencia en el mercado de valores, que muestran un muy rentable desempeño económico y están situadas en Estados Unidos, fueron denominadas así en 2003 por el analista del Bank of America Michael Hartnett, en referencia a la película del mismo nombre filmada en 1960 y que, a su vez, fue una versión de la cinta japonesa original de Akira Kurosawa, titulada Los siete samuráis.
Como se sabe, estas empresas son: Apple, Microsoft, Amazon, Alphabet, Meta, Nvidia y Tesla, cuyo gran poder económico se expresa en el indicador de capitalización de mercado (que corresponde al número total de las acciones, multiplicado por su precio) y de ahí su enorme influencia en el desempeño del mercado accionario. Así pues, este sector concentra buena parte del proceso de innovación, tiene una influencia global, es líder en el mercado y moldea los patrones de consumo. Esta situación exhibe su gran poder.
Uno de los asuntos que se derivan de este predominio tecnológico y económico se expresa en los mercados financieros, que han llevado la valuación de las acciones a niveles que resultan desproporcionados en relación con la actual generación del flujo de ingresos derivados de sus operaciones y en el marco de unas elevadísimas expectativas de utilidades en el futuro. La situación entraña, finalmente, un escenario de incertidumbre.
Esto pone de manifiesto un comportamiento altamente especulativo, que ha llevado a considerar la conformación de una burbuja financiera de tal magnitud que podría derivar en un nuevo episodio de crisis, del tipo de aquella de 2007-2008. Una vez echada a andar la especulación en estos términos y dimensiones, puede esperarse una corrección significativa en el precio de las acciones y los ingresos esperados por las empresas tecnológicas. Una corrección que incluso devendría en una crisis.
La situación prevaleciente en este sector fue descrita recientemente por el diario The Wall Street Journal como de escepticismo en cuanto a la sustentabilidad y los rendimientos esperados de las inversiones en la IA.
Hace apenas uno cuantos días Jensen Huang, el director ejecutivo de Nvidia, que es hoy líder en la industria de la IA, declaraba que estaba en una situación complicada debida a los temores de que se estuviera formando una burbuja financiera en el sector de la IA. Esto, a pesar de que su empresa había registrado unos ingresos récord en el tercer trimestre, del orden de 57 mil millones de dólares. Dijo: “El mercado no ha apreciado nuestro increíble trimestre”; las acciones subieron de precio brevemente y luego se ajustaron a la baja.
La paradoja, según Huang, es indicativa de la tensión financiera que hoy existe en el sector: “Si tenemos un mal trimestre se toma como evidencia de que hay una burbuja. Si tenemos un gran trimestre, estamos avivando una burbuja”. La situación parece indicar que el auge de la IA deriva en una reacción negativa. Se trata de las expectativas de ganancia en una industria que exige inversiones enormes, con una muy elevada estructura de costos y en condiciones en que la rentabilidad previsible es hoy muy incierta. He ahí el dilema que define los episodios especulativos como el que hoy predomina.
El director ejecutivo de Google (y de su empresa matriz, Alphabet), Sundar Pichai, dijo recientemente, en lo que puede haber sido un lapsus: “Mientras el crecimiento de la inversión en la IA ha constituido un momento extraordinario, ha habido alguna irracionalidad en el actual auge de la industria”. La cuestión tiene que ver con lo que define como un muy elevado gasto de las empresas tecnológicas en una industria pujante. De eso se tratan precisamente los auges especulativos y los irremediables excesos que se provocan.
¿El fin del petróleo?
Los fertilizantes y plásticos serán quienes impulsen la demanda de petróleo. Justo por esa razón, se vuelve tan importante el plan de consolidación de Pemex que la Presidenta ha impulsado.
Foto Cuartoscuro / Archivo Foto autor
Alonso Romero*
24 de noviembre de 2025 00:04
Si a inicios del siglo XX alguien hubiera predicho que el fin de la biomasa como fuente de energía estaba cerca, probablemente le hubieran creído sin mayor problema. El carbón había impulsado la revolución industrial, y el petróleo se estaba logrando utilizar de maneras mucho más eficientes. El gas natural se comenzaba a entender y se avecina toda una vorágine de tecnología que, evidentemente, dejaría totalmente obsoleto el utilizar la biomasa como fuente de combustible. Si alguien hubiera hecho esa apuesta, hubiera perdido. De hecho, el consumo de biomasa como fuente de energía aumentó de manera consistente hasta el siglo XXI. Se duplicó la cantidad de energía que se obtenía de esa fuente, aunque de manera relativa, perdió importancia en el mix energético mundial. En la década de 1900, la biomasa representaba 50.4 por ciento de los 12.1 PWh de energía que el mundo consumía. Para el año 2024, el mundo consumía 11.1 PWh de biomasa, aunque esto sólo representara 6 por ciento del total.
Esta diferencia entre lo relativo y lo absoluto se vuelve crucial cuando se quiere hablar de si las políticas de transición energética han sido o no exitosas y, sobre todo, cuando se quiere hablar del fin del petróleo. El discurso en México durante el neoliberalismo, y en especial durante los últimos seis años, era que para qué queríamos Pemex o seguir invirtiendo en petróleo, si de todas formas en unos años ya no se iba a utilizar porque ya todos los coches serían eléctricos. El fin de su uso estaba cerca e invertir en infraestructura, así como en su mantenimiento, era absurdo. El discurso se repetía y se fortalecía cuando se hablaba de metas de generación de energías limpias (las cuales sólo contemplaban electricidad) expresadas en por ciento del total. Los discursos se copiaron y se importaron de otros lados, pero sobre todo del “Norte global”, donde siempre hubo una desconexión total entre lo que los países ricos decían que en algún momento iban a hacer y lo que en realidad hacían. “Hipocresía climática” con un claro propósito, evitar que los países en desarrollo pudieran desarrollarse, evadir cualquier responsabilidad histórica que tuvieran sobre las emisiones de gases de efecto invernadero y, sobre todo, lograr el control de la materia prima más relevante de todas, la energía. Así lo dijo la jefa de políticas de comercio de Naciones Unidas, Rebeca Grynspan, en una entrevista al Financial Times (https://bit.ly/48v1VWG).
No sorprende que se haya impulsado que los países en desarrollo dejaran su sector petrolero desde diversos organismos internacionales. Uno de estos es la Agencia Internacional de la Energía (IEA). Durante años, publicaba sus escenarios de consumo energético y siempre el discurso se centraba en un escenario llamado “políticas anunciadas”, el cual contemplaba los compromisos de los países, mas no la realidad. Dicho escenario tenía como objetivo lograr ambiciosas metas para 2050 de reducción de emisiones y su premisa central era que antes de 2030 se observaría el pico del petróleo, para después tener una agresiva reducción en su consumo. Este escenario fue modificado cada año y siempre tenía reducciones mucho más agresivas que no se veían nada realistas, porque las premisas centrales se mantenían a pesar de que la realidad las rebasaba. De hecho, la IEA mantuvo su expectativa durante el mandato de Biden, cuando Estados Unidos alcanzó su récord de producción petrolera y cuando más permisos se dieron en toda la historia. Era al final un arma de propaganda que servía para presionar a los demás países.
Pero este año, 2025, la situación cambió. La IEA por primera vez publicó un escenario que se llama “Políticas actuales”. Es decir, la realidad de lo que están haciendo los países. En este escenario, la demanda de petróleo sube más allá de 2050 y alcanza un total de 120 millones de barriles diarios (20 por ciento más que hoy). Esto podría parecer que no tiene sentido, el discurso de los “expertos internacionales” dice que el porcentaje de petróleo en el consumo energético es cada vez menor. Sin embargo, volvemos a la diferencia entre absoluto y relativo. En el año 2000, los hidrocarburos (gas y petróleo) representaban 54.8 por ciento del consumo total de energía, para 2024 representaron 51.8 por ciento, pero en cuestión absoluta, aumentaron 44 por ciento, pasando de 67 Peta Wh a 96 Peta Wh.
Esto, si bien rompe el discurso que se impulsó por el Norte global durante mucho tiempo, sólo refleja la realidad de lo que los países ricos han hecho durante todo este tiempo. Pero, sobre todo, deja claro el gran error y omisión que representaba ese discurso. Asumía que como venían los vehículos eléctricos, ya no se usarían gasolinas, ni diésel ni, por ende, el petróleo. Ese discurso ignoraba los demás usos esenciales y de mayor valor agregado que tiene el petróleo. Uno de ellos son los fertilizantes, otro toda la petroquímica y sus derivados (cauchos, fibras sintéticas, medicinas, detergentes, etcétera). La demanda de gasolinas y diésel podrá verse desacelerada e incluso reducida derivado de la masiva adopción de vehículos eléctricos, sin embargo, la demanda de petróleo no lo hará. Fertilizantes y plásticos serán quienes impulsen esa demanda. Justo por esa razón, se vuelve tan importante el plan de consolidación de Pemex que la Presidenta ha impulsado. Retomar la refinación y la producción de fertilizantes como un tema de seguridad nacional, se vuelve indispensable. La política energética mexicana se adelantó a la realidad del mundo.
*Maestro en finanzas en el sector energético por la Universidad de Edimburgo. Especialista en temas de energía X: @aloyub