viernes, 21 de noviembre de 2025

Cuando no pasa nada, cambia todo.

José Romero*
A veces los momentos decisivos de la historia no vienen acompañados de explosiones ni invasiones ni golpes fulminantes. A veces el punto de inflexión ocurre cuando una gran potencia despliega su fuerza, amenaza, hace ruido… y finalmente no pasa nada. Ese es hoy el escenario más probable en Venezuela. Y, paradójicamente, es el que más consecuencias tiene.
Porque si Estados Unidos moviliza un portaviones, endurece el discurso, promete “opciones militares” y eleva la tensión regional, pero al final retrocede sin acción real, el mensaje para el mundo es inequívoco: la hegemonía estadunidense ya no produce resultados. Su capacidad para moldear la política hemisférica –que durante dos siglos funcionó casi por automatismo– se ha diluido. La amenaza pierde peso y se convierte en un gesto vacío.
Esa es precisamente la lógica que los realistas ofensivos han descrito durante años: las potencias pierden influencia no cuando son derrotadas militarmente, sino cuando la brecha entre su ambición y su capacidad real se vuelve visible. Cuando un Estado sobrextiende su poder –cuando se dispersa en múltiples frentes, cuando confunde propaganda con estrategia– queda expuesto. Lo que ocurre en Venezuela no es un episodio aislado: es la confirmación de que Estados Unidos ha entrado en una fase de sobrextensión estratégica que ya no puede sostener.
El primer ganador de esa inacción sería Nicolás Maduro. No por su fortaleza interna, sino por algo más elemental: sobrevivir. Si un país del tamaño de Venezuela resiste la presión del portaviones más grande del planeta y Washington termina recortando la escalada, Maduro puede presentarse ante su población y ante el mundo como el dirigente que enfrentó al imperio y no cayó. En el relato político eso vale más que cualquier reforma económica o social. El chavismo obtendría un combustible simbólico poderoso, y la oposición, una derrota emocional que tardará años en sanar.
Pero el impacto no se queda en Venezuela. América Latina entera interpretaría que Estados Unidos ya no puede imponer desenlaces en su vecindad inmediata. Ese simple hecho –que no pasa nada– abriría un margen de autonomía regional que parecía imposible hace apenas una década. Brasil fortalecería su política exterior independiente, México negociaría con mayor libertad estratégica y los países del Caribe intensificarían su acercamiento a China. La OEA se debilitaría aún más y la Celac adquiriría un peso renovado. El viejo orden hemisférico, basado en la obediencia automática, perdería su última capa de legitimidad.
Y en ese reacomodo silencioso, otro actor pierde más de lo que admite: la derecha latinoamericana. Durante años apostó a que Washington sería el disciplinador hemisférico que impediría el avance de gobiernos de izquierda o nacional-populares. Esa certeza formaba parte de su identidad política. Pero un Estados Unidos que amenaza y retrocede destruye esa premisa. Deja a la derecha sin garante externo, sin narrativa de fuerza y sin la ilusión de que el imperio puede restaurar un orden que ya se deshizo. En política, perder la esperanza estratégica suele ser más grave que perder una elección.
El segundo gran ganador sería China. No necesita disparar un tiro ni movilizar un buque. Sólo tiene que observar cómo Washington despliega fuerza y luego la retira. Para Pekín, que busca consolidar su presencia económica y logística en América Latina, una amenaza vacía de Estados Unidos vale más que 100 acuerdos diplomáticos. Confirma que la multipolaridad no es una aspiración, sino una realidad irreversible. China actúa desde la lógica de la geoeconomía: pacientemente, con inversiones, infraestructura, comercio. Estados Unidos actúa desde el impulso. Y en un mundo donde la influencia depende de la constancia, no del ruido, la geoeconomía vence al portaviones.
Rusia también se beneficiaría: que un aliado suyo sobreviva a la presión estadunidense en el Caribe equivale a una victoria simbólica de enorme impacto global. Y refuerza una idea que el pensamiento militar crítico lleva años señalando: Estados Unidos ya no puede sostener guerras simultáneas ni proyectar fuerza decisiva en varios frentes a la vez. Tiene un aparato militar saturado, una sociedad cansada y una élite política que confunde espectacularidad con poder real.
Dentro de Estados Unidos, la falta de acción profundizaría la crisis interna. Un país polarizado, sin consenso estratégico y con un liderazgo que alterna entre la improvisación y la reacción, necesita mostrar fuerza para sostener la narrativa del poder global. Si amenaza y retrocede, queda expuesto ante sus aliados y ridiculizado ante sus adversarios. La credibilidad, que es la moneda invisible de la hegemonía, se evapora. La erosión no es militar: es sicológica.
El punto central es éste: si no pasa nada en Venezuela, sí pasa algo fundamental en el orden internacional. Una amenaza incumplida equivale a reconocer que el poder ya no funciona como antes. La hegemonía se desgasta, no por una derrota en el campo de batalla, sino por el descubrimiento de que las advertencias ya no producen obediencia. Y cuando eso ocurre, todo cambia: lo que parecía una calma es, en realidad, el inicio de una reconfiguración profunda.
Por eso el escenario de la inacción –el del no-evento– es el más peligroso para Estados Unidos y el más transformador para el hemisferio. No habrá imágenes dramáticas, ni bombardeos, ni desembarcos. Habrá algo mucho más determinante: la comprobación de que el mundo ya no se mueve al ritmo de Washington. Que el músculo ya no garantiza resultados. Que la intimidación ya no define el orden. Y que, mientras Estados Unidos reacciona por impulso, el resto del planeta –incluyendo América Latina– empieza a organizarse desde una lógica propia, multipolar y soberana.
Es posible que en las próximas semanas simplemente no pase nada. Pero ese “nada” será la evidencia final de que Estados Unidos ha perdido la capacidad de convertir amenaza en poder y poder en obediencia. Cuando la disuasión deja de funcionar, la hegemonía se desintegra. Y en ese vacío, otros actores avanzan. América Latina lo sabe. China y Rusia lo saben. El mundo entero lo sabe. Washington, todavía no.
*Director del CIDE

Adiós, Francisco Franco
A pesar de la evidente brutalidad de ese credo, la derecha lo mantiene vivo y es su ejemplo de todo lo bueno que según ellos disfrutó el pueblo durante aquel horror. Foto Ap   Foto autor
Jorge Carrillo Olea
21 de noviembre de 2025 00:01
Cincuenta años sin Franco. En este 20 de noviembre se recapitula el quincuagésimo aniversario de la muerte del “caudillo de España por la gracia de Dios”. En igual día y mes, pero a los 89 años, se recuerda el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange. Ambos discípulos del fascismo de Benito Mussolini. 
Franco y José Antonio estuvieron sepultados juntos en la Basílica del Valle de los Caídos, hasta que los exhumaron en distintas fechas y los mandaron a su casa. La extrema derecha hace los más vehementes recuerdos de esas fechas, la izquierda ratifica lo correcto del traslado, según lo prescribió la Ley de la Memoria Histórica. 
El levantamiento franquista, también llamado Golpe de Estado del 18 de julio de 1936, fue el acto de un sector del ejército español apoyado por grupos conservadores, monárquicos y fascistas para derrocar al gobierno legítimo de la Segunda República. Ese levantamiento desencadenó la Guerra Civil Española (1936–1939). 
La dictadura encabezada por él cometió barbaridades políticas y sociales, muchas de las cuales hoy se consideran crímenes de lesa humanidad. De paso avivó el viejo complejo de inferioridad español ante países de Europa occidental como Francia e Inglaterra que vivían el fin de la Belle Époque. 
Hasta su muerte Franco nunca mostró arrepentimiento ni reconoció abusos. En sus discursos finales y en su famoso Mensaje a los españoles poco antes de morir, se presentó como un patriota que dejaba una España “con todo atado y bien atado”. 
El 27 de septiembre, a poco de morir, se negó a amnistiar a siete activistas vascos. Lo hizo contra manifestaciones en el exterior: el mismo papa Paulo VI lo suplicó públicamente, turbas indignadas atacaron embajadas españolas en sus capitales, varios países retiraron a sus embajadores, intelectuales extranjeros lo pidieron. Nada, los fusiló. 
En las semanas previas a su muerte había sufrido tromboflebitis, ulceras sangrantes en el estómago, peritonitis e insuficiencia cardiaca. Pocos días antes de morir se mantuvo la gravedad en secreto, las corrientes dentro del gobierno discutían la transición. 
Resumo algunas prácticas de su gobierno: represión política y ejecuciones, más de 150 mil personas fueron asesinadas o desaparecidas durante y después de la Guerra Civil, juicios sumarísimos sin garantías legales. 
La censura instauró una intervención absoluta sobre prensa, cine, literatura, teatro y música. El régimen impuso una educación nacionalcatólica, en la que se enseñaba obediencia, religión y patriotismo extremo. 
Las mujeres perdieron casi todos los derechos que habían ganado en la República: no podían trabajar sin permiso del marido, no tenían derecho al divorcio, se las educaba en la sumisión doméstica y religiosa. 
Instaló trabajo forzado, miles de presos políticos fueron usados como mano de obra esclava para construir carreteras, presas o el Valle de los Caídos. 
Hubo un aislamiento de la cultura y ciencias universales. El éxodo de las cumbres del saber empobreció al país, se acogieron principalmente a Argentina, México y EU. La niñez y juventud perdieron años de educación, los deportes desaparecieron. 
Apareció el hambre generalizada por el abandono de la producción agropecuaria, hubo las epidemias consecuentes, las instalaciones sanitarias colapsaron. 
Las migraciones al exterior e internas fracturaron familias y el trabajo organizado. Muchos de los migrantes nunca se rencontraron, todos perdieron sus bienes. 
Por su aislamiento internacional, España quedó desterrada del mundo durante los años de su afinidad con Hitler y Mussolini. 
El régimen frenó el desarrollo económico y científico, provocando décadas de atraso, hundiéndose más en su amargura y sentimientos de inferioridad y rechazo. 
Como consecuencia, a la muerte de Franco vino el destape, como se llamó a aquella eclosión de libertades en todos sentidos, resultantes de haberse impuesto por décadas de prohibiciones de todo. Hubo excesos francamente arbitrarios, principalmente en la prensa, teatro, cine y cierta literatura. 
Con la ausencia del “caudillo de España por la gracia de Dios”, se inició la vuelta a la democracia, no como la de una república, sostuvieron constitucionalmente la monarquía parlamentaria. Uno de sus paladines fue Adolfo Suárez, primer presidente de gobierno de la transición, antiguo falangista. 
La Transición Española fue el proceso político ejemplar obra de numerosos partidos que combativamente se dieron un nuevo régimen diseñado entre la muerte de Francisco Franco en 1975 y la aprobación de la Constitución de 1978. 
El proceso fue rápido y definitivo, la constitución fue lograda en un breve plazo estimable dadas las circunstancias, regresó a España al mundo actual. 
A pesar de la evidente brutalidad de ese credo, la derecha lo mantiene vivo y es su ejemplo de todo lo bueno que según ellos disfrutó el pueblo durante aquel horror. El franquismo ya no existe como sistema político, pero su sombra sigue presente en la memoria, la política y la cultura españolas, siendo aún objeto de debate y conflicto a 50 años después de su final. 
carrillooleajorge@gmail.com

Invocan la violencia los ignorantes de la historia de México: Sheinbaum
“El país no volverá a caminar hacia atrás”
Se equivoca quien llama al odio y la mano dura, apunta
▲ La Presidenta y los titulares de Defensa y Marina durante el acto por los 115 años de la Revolución Mexicana.Foto Presidencia
Alonso Urrutia y Emir Olivares
Periódico La Jornada   Viernes 21 de noviembre de 2025, p. 3
La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo equiparó a la actual oposición de derecha con el pensamiento que prevalecía antes de la Revolución Mexicana: “quienes hoy reivindican la mano dura, la fuerza por encima de la ley, los que reivindican la ultraderecha o esa libertad que sólo disfrutan los privilegiados, no conocen la historia de México ni a nuestro pueblo”. En la conmemoración del 115 aniversario del inicio de esa gesta, señaló que el porfiriato “es al mismo al que quieren convocar ahora: al del despojo, al exterminio silencioso, al de la esclavitud, al de una prensa callada”.
En este contexto, cuestionó lo que consideró campaña de calumnias en contra de su movimiento, las cuales tienen su origen en que conocen la honestidad de su gobierno. Con la polémica aún vigente por la violenta manifestación opositora del sábado, expresó que quienes la difaman saben que no habrá sometimiento a ningún interés extranjero ni será una figura decorativa o instrumento para quienes estuvieron acostumbrados a robar y a concentrar el poder político y económico.
Acompañada por su gabinete, en una nueva celebración histórica con las fuerzas armadas como protagonistas principales, Sheinbaum destacó que quien “convoca a la violencia, se equivoca. El que alienta al odio, se equivoca. El que cree que la fuerza sustituye a la justicia, se equivoca. El que convoca una intervención extranjera, se equivoca. El que convoca, el que piense que aliándose con el exterior tendrá fuerza, se equivoca. El que cree que las mujeres somos débiles, se equivoca. El que cree que la Transformación duerme, se equivoca”.
En su reivindicación de la honestidad de su gobierno, apuntó que por esa razón es que “la campaña de calumnias, mentiras”, no hace mella, porque el pueblo “sabe que no nos vamos a doblegar frente a la ilegalidad o la injusticia. El pueblo de México está más fuerte porque sabe que, juntas y juntos, defendemos la soberanía, la independencia y la justicia”.
Sheinbaum hizo una larga alusión al origen de la Revolución Mexicana y al régimen autoritario del porfirismo, sostenido con la represión. Más adelante, equiparó a la oposición ultraderechista actual con ese pensamiento porfirista, subrayando que cuando un pueblo reconoce su historia, defiende sus conquistas. Por ello, “¡México no volverá a caminar hacia atrás!”
Aseveró que la justicia se logra sólo en un entorno de paz y tranquilidad, por lo cual no tienen efecto aquellos discursos que buscan normalizar la violencia como camino o que pretenden restaurar un país de privilegios para unos cuantos. “Nada bueno puede surgir de quienes han hecho de la corrupción su modo de vida. Nada puede esperarse de algunos medios que usan su espacio para la calumnia, de algunos comentócratas que cambian de opinión según su conveniencia, ni de los poderosos cegados por la ambición”.
Tras rememorar los excesos del porfiriato, Sheinbaum también llamó a no olvidar el pasado reciente con el régimen neoliberal que generó pobreza, desigualdad y corrupción. En este contexto, dijo que con la llegada de su movimiento se acabó la era de los lujos en el poder, pues se gobierna con ética y honestidad, refiriendo que “la autoridad moral no se compra ni con todo el dinero del mundo, se construye a lo largo de la vida con coherencia y convicciones”.
Por ello, consideró que quien tiene la idea de que las campañas de calumnias y mentiras hacen mella en el pueblo, está equivocado, porque actualmente el poder se ejerce de manera distinta. No hay más imposiciones ni privilegios, afirmó, pues hay democracia; las libertades “no sólo se otorgan desde arriba; se ejercen desde abajo, desde cada barrio, desde cada comunidad”.