Afp
18 de noviembre de 2025 15:44
Belém. La presidencia brasileña de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), publicó este martes un borrador sobre los puntos esenciales de la cita contra el cambio climático, mientras el mandatario, Luiz Inácio Lula da Silva, volverá a Belém el próximo miércoles para alentar un acuerdo.
Bautizada la COP de la Amazonía, la conferencia de Belém tiene por delante cuatro jornadas de intensas discusiones. La reacción de diversas partes al borrador de acuerdo fue ambivalente.
"Como siempre en esta fase de las negociaciones, esto es un surtido de cosas", declaró el comisario europeo de cambio climático, Wopke Hoekstra, a la Afp.
El borrador de nueve páginas aborda los puntos más controvertidos de la COP30, que Brasil resumió en cuatro apartados: cómo aumentar la ambición climática, cómo financiarla, qué hacer con las medidas comerciales unilaterales y cómo mejorar la transparencia.
La división entre países desarrollados y en desarrollo marca las negociaciones.
La Unión Europea, declaró Hoekstra, descarta revisar los compromisos financieros contra el cambio climático o "dejarse arrastrar a una conversación falsa sobre medidas comerciales".
La pretensión europea de imponer aranceles a aquellos productos o materias que no cumplan con sus criterios medioambientales irrita a la mayoría de los 200 países presentes en Belém.
Esas medidas son calificadas de unilaterales y de "barreras al comercio" por una coalición amplia de naciones, desde China, la gran potencia en términos de fabricación de paneles solares o automóviles eléctricos, hasta países pobres que venden sus materias primas.
Y al mismo tiempo, la financiación de la adaptación contra el cambio climático debe ser revisada este año, de acuerdo a pactos previos.
Los sistemas de financiamiento climático están "fallando" a los estados insulares pequeños que se encuentran entre los más vulnerables a los efectos del calentamiento global, clamó el representante de Vanuatu en la COP30, Ralph Regenvanu.
Giro cristero de los obispos mexicanos
Bernardo Barranco V.
¡Viva Cristo Rey! Así remata el documento de los obispos mexicanos titulado Iglesia en México: memoria y profecía. Texto que corresponde al mensaje de la conferencia del episcopado mexicano de la 119 Asamblea Plenaria, realizada del 10 al 14 de noviembre de 2025. El documento llama a la unidad de la Iglesia y realiza durísimas críticas al gobierno de la 4T. Reprocha con enjundia los errores y carencias del actual gobierno. Todo está mal y no reconoce ni un milímetro los logros y avances. Era como escuchar a Alito Moreno pasado por agua bendita.
Sin embargo, lo que más llama la atención es la exaltación hacia los cristeros. La Cristiada, llamada así por Jean Meyer, que recoge la expresión popular de los campesinos combatientes, también conocida como Guerra Cristera o Guerra de los Cristeros, fue una contienda civil que tuvo lugar en México entre 1926 y 1929. Recoge uno de los episodios más cruentos en la historia de México. Fue una guerra fratricida entre campesinos y clases populares católicos contra el gobierno recién emanado de la Revolución Mexicana, con la religión católica como impulso y la consigna referencial al grito de “¡Viva Cristo Rey!”
Los obispos entran así al tema: “Apenas unos meses después de la proclamación de la Solemnidad de Cristo Rey, en julio de 1926, entraba en vigor la llamada ‘Ley Calles’ en nuestro país, que desató la persecución religiosa más cruenta de nuestra historia. Es por ello que en enero de 1927 el pueblo católico, reprimido, inició el levantamiento armado conocido como la Resistencia Cristera”.
Sin decirlo abiertamente, los obispos emulan el totalitarismo del gobierno de Calles con los rasgos del movimiento actual. Miren, dicen los prelados: “Debemos hacer un examen de conciencia y un compromiso renovado. Nuestros mártires nos preguntan hoy: ¿Estamos dispuestos a defender nuestra fe con la misma radicalidad? ¿Hemos perdido el sentido de lo sagrado? ¿Nos hemos acomodado a una cultura que quiere relegar la fe al ámbito privado?” Nos empujan y luego se rajan como en la Cristiada.
Los obispos exaltan el martirio de la gesta cristera con dramatismo: “Queremos honrar hoy la memoria de los más de 200 mil mártires que entregaron sus vidas defendiendo su fe: niños, jóvenes, ancianos; campesinos, obreros, profesionistas; sacerdotes, religiosos laicos… el México heroico de los cristeros que dieron su vida por una causa sagrada, por la libertad de creer y de vivir según su fe, todos ellos escribieron una página luminosa en la historia de la Iglesia universal y de nuestra patria”.
Desconocemos si el episcopado no cuente con asesores en historia. O quieran jugar a la desmemoria de México y principalmente de su propia feligresía. Pero los combatientes católicos de entonces calificaron de traición a sus obispos. En efecto, los guerrilleros católicos levantados en armas, las organizaciones en activo como la liga de la defensa de la libertad religiosa y los familiares de los más de 200 mil mártires caídos, calificaron a sus obispos como indignos por haber entregado la causa cristera. Hubo un profundo sentimiento de abandono. Hay múltiples testimonios históricos, como el libro de Luis Rivero del Val titulado Entre las patas de los caballos.
Los acuerdos de 1929, después llamados por los propios cristeros “Arreglos”, fueron negociados por el presidente interino de México, Emilio Portes Gil, en representación del gobierno, y la jerarquía católica a través del arzobispo Leopoldo Ruiz y Flores y el obispo Pascual Díaz. El proceso fue mediado por el embajador estadunidense Dwight Morrow y contó con el seguimiento de la Santa Sede.
En la negociación por la paz, la postura de los obispos estuvo dividida. Si bien inicialmente apoyaron la resistencia pacífica y la suspensión del culto, la mayoría del episcopado y el Vaticano se opusieron a la lucha armada a gran escala, buscando una solución negociada desde el principio.
La percepción de que los obispos traicionaron a los cristeros es el sentimiento común entre los combatientes. Se consideraron abandonados por la jerarquía eclesiástica tras los “Arreglos” de 1929. Si bien los obispos acataron la indicación del papa Pío XI, no consultaron a las bases alzadas para la firma de los protocolos de paz.
En efecto, el sentimiento de traición y abandono surge del tipo de acuerdos. El gobierno no modificó ni un ápice su postura anticlerical y la jerarquía católica entregó todo. Para empezar, pidió a sus adeptos entregar las armas. Mientras se mantiene intacta la ley Calles. Esto es, el rígido control hacia el culto católico, la restricción del número de sacerdotes, no tener celebraciones religiosas fuera del templo. El gobierno se comprometió a una “amnistía” para los combatientes y ser más flexibles en aplicar las normas legales. No quiero hacer apología de los motivos cristeros que querían hacer de Dios el centro de las decisiones de México. Hoy simpatizarían con Verástegui.
No hubo un concordato, sino un acuerdo pragmático que se llamó modus vivendi. A pesar de diferencias irreconciliables, la Iglesia y el Estado pactan de manera institucional que pueden coexistir pacíficamente y cooperar socialmente. La politóloga Soledad Loaeza señaló que este arreglo se pactó bajo la prevalencia de leyes anticlericales que en cualquier momento podían ser aplicadas como una espada de Damocles.
Los obispos, hacia el centenario de mártires cristeros, en lugar de romantizar y derrochar melancolía, deberían pedir perdón a su feligresía que generosamente se entregó. O al menos ofrecer una explicación amplia, ¿qué implicaciones políticas tiene este giro en un planetario que se inclina a la derecha?
Chile: Como el Cid, Pinochet gana elecciones después de muerto
Marcos Roitman Rosenmann
Sin proyecto, sin programa, sin alternativa, no existe esperanza. Y sin esperanza, triunfa el oscurantismo. Sin un horizonte de cambio social, las clases populares sucumben al discurso redentor. Con miedo a perder lo que no se tiene, un trabajo decente, un sueldo digno, una pensión de jubilación digna, una sanidad pública de calidad, una educación asentada en valores democráticos, se acaba por votar a los verdugos. El dolor social genera frustración, alentando opciones reaccionarias. En Chile ganó la derecha por incomparecencia de la izquierda. No se busque fuera lo que es responsabilidad de los gobiernos progresistas que han dinamitado los valores de justicia, equidad social y bien común, en pro del interés general, eufemismo para defender los beneficios de las plutocracias y sus empresas. El pueblo no ha votado derecha engañado, lo ha hecho en la desesperación de no poder votar un proyecto emancipador. En las urnas se puede escuchar el grito silencioso de quienes obligatoriamente han firmado la defunción de Chile como sociedad democrática por décadas, ¡vivan las cadenas!
Ahora, ¡que gane el mejor! Con esta frase, el presidente de Chile, Gabriel Boric, define su posición política, refiriéndose a la segunda vuelta que decidirá, el 14 de diciembre, el futuro inquilino del Palacio de la Moneda. Como si de un partido de futbol se tratase, y con el marcador a cero, Jeannette Jara, según Boric, mantendría intactas las opciones de triunfo frente al candidato del Partido Republicano, Jose Antonio Kast. En otras palabras, y siguiendo el símil, bastaría con un gol de último minuto y una estrategia de victoria para dar el triunfo a Jeannette Jara. Para fundamentar su relato plantea llegar a acuerdos con votantes de la derecha que han sido desplazados por Kast. En primer lugar, abrir conversaciones con Franco Parisi, del Partido de la Gente, con 19.7% de votos, y cuyo lema de campaña lo delata: “Chile ni facho ni comunacho”. Para Boric, allí tendría un nicho de votos para dar la vuelta a los resultados. Esa es su opción. Negociar poder, y Parisi se deja querer. Desde luego no pensará sumar votos de Johannes Kaiser, con 13.9%, defensor a ultranza del régimen pinochetista. Sin embargo, cree convencer a algún votante despistado de Evelyn Matthei, cuyo 12.5% de votos reúne a la derecha golpista nacida en los años 80 del siglo pasado. En esta afiebrada versión, da por hecho que los votantes de Marco Enrique Ominami (1.2%) y Eduardo Artés (0.7) lo harán por la candidata de Unidad por Chile. Esta caricatura de suma votos y resta obstáculos, evidencia una miopía política y descubre las vergüenzas de un gobierno que abandonó su dignidad en pro de construir alianzas contra natura, que han posibilitado, a la derecha, recuperar el Ejecutivo. Algo que a Gabriel Boric no le preocupa, ¡que gane el mejor! Si es Kast, estará bien, no importa su ideología ni convicciones totalitarias. La democracia protegida estaría garantizada (sic).
En Chile, las formaciones políticas en las cuales se ha dividido la derecha tienen en común reivindicar la constitución de 1980. Me refiero a la economía de mercado, la concepción subsidiaria del Estado, la preeminencia del capital privado en la asignación de recursos, la apertura financiera y comercial, la privatización de los bienes esenciales del Estado, junto a la flexibilidad laboral. Sin embargo, en la izquierda institucional, a pesar de las declamaciones, los gobiernos de la Concertación, Nueva Mayoría o Frente Amplio aceptan el modelo neoliberal implantado por la dictadura cívico-militar, creándose un partido transversal, cuyo lema es: el modelo no se toca. ¿Sorpresa? Ninguna. Unos con la boca grande y otros con la pequeña, se sienten cómodos con las estructuras económico-sociales que rigen el pacto social. Todos los gobiernos, desde Patricio Aylwin, pasando por Eduardo Frei Ruiz Tagle, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet, Sebastián Piñera a Gabriel Boric, han mantenido los cimientos del Estado fundado por la dictadura cívico-militar. Ni siquiera con mayoría en ambas cámaras, hecho excepcional que se repite hoy, con las elecciones parlamentarias de 2025, Michelle Bachelet hizo amago de cambiar las leyes de subsidiaridad, los planes de pensiones privadas, las políticas educativas, acabar con la represión al pueblo mapuche o modificar la ley de amnistía a los militares implicados en la violación de los derechos humanos. Si recordamos el caso Pinochet, el lavado de imagen del dictador lo llevaron a cabo unos y otros.
Sólo el “estallido social” (octubre de 2019) pudo ser un punto de inflexión. Ahí se gestó el Frente Amplio, que en 2021 llegó a La Moneda prometiendo ser la “tumba del neoliberalismo”. Pero la decepción fue cubriendo la acción de un gobierno timorato, entregado por completo a la vieja clase política, a la cual denostaba y criticaba. Nombró a sus dirigentes ministros, les dio poder y blanqueó su corrupción, al tiempo que cayó en ella. En cuatro años, presos del estallido social siguen en la cárcel. Dirigentes mapuches son juzgados con las leyes antiterroristas. La libertad de prensa no existe. El caso Clarín es una prueba de lo dicho. Boric ha dialogado con el gobierno de España para frenar el pago de la indemnización acordada por el Banco Mundial y el CIADE. Por otro lado, la desigualdad social sigue creciendo. Su cobardía lo ha llevado a transigir con los postulados de la derecha en temas de seguridad, emigración, narcotráfico y delincuencia, y a nivel internacional se pliega a Estados Unidos. Dirán que es un exceso, pero es una realidad.
En conclusión, los chilenos han decidido ser fieles a los principios pinochetistas. De un total de 13 millones 452 mil 724 votos, 9 millones 48 mil 936 ciudadanos entregan la papeleta a candidatos que avalan las acciones de la dictadura, apoyan su Constitución o se declaran sus admiradores. Hablamos de 70% de los votantes. Es para pensarlo. Pinochet, como el Cid Campeador, gana batallas después de muerto.