viernes, 7 de noviembre de 2025

BdeM reduce a 7.25% la tasa de referencia.

El ajuste de cuarto de punto cumple expectativas
Braulio Carbajal
Periódico La Jornada
Viernes 7 de noviembre de 2025, p. 22
“El BdeM mantuvo el periodo de convergencia de la inflación a la meta de 3 por ciento al tercer trimestre de 2026, a pesar de que las expectativas de analistas (incluidos nosotros) se ubican muy por arriba, poniendo en riesgo la credibilidad de los mismo”, apuntó el banco.
Como era esperado por la mayoría de analistas, la junta de gobierno del Banco de México (BdeM) decidió ayer por mayoría disminuir en un cuarto de punto porcentual su tasa de interés de referencia para colocarla en 7.25 por ciento, con lo que acumuló 11 recortes consecutivos desde agosto de 2024.
La decisión fue cuatro a uno, con el voto disidente del subgobernador Jonathan Heath, quien se pronunció por cuarta reunión consecutiva en favor de mantener la tasa sin cambios.
Los argumentos de la junta de gobierno para bajar la tasa –que determina el costo al que se financian empresas y familias–, según se indica en el comunicado, están relacionados con el señalamiento de la debilidad económica en México y a escala mundial, a raíz de tensiones comerciales, y a la disminución en la inflación general con expectativas de ajuste a la baja al cierre de año, así como con la normalización de la postura monetaria de la Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos.
“La junta de gobierno juzgó apropiado continuar con el ciclo de disminuciones de la tasa de referencia. Ello, en congruencia con la valoración del actual panorama inflacionario. Con la presencia de todos sus miembros, decidió por mayoría reducir en un cuarto de punto porcentual el objetivo para la tasa de interés interbancaria a un día a un nivel de 7.25 por ciento”, señaló el banco central en el comunicado.
Indicó que entre la primera quincena de septiembre y la primera de octubre, la inflación general disminuyó de 3.74 a 3.63 por ciento y la subyacente mostró un cambio acotado de 4.26 a 4.24 por ciento. Agregó que las expectativas de inflación general para el cierre de 2025 decrecieron. Las de mayor plazo permanecieron relativamente estables en niveles por encima de la meta.
El BdeM destacó que los pronósticos de la inflación general y la subyacente tuvieron cambios moderados para el corto plazo. Asimismo, continúa esperando que la inflación general converja a la meta en el tercer trimestre de 2026.
Brecha en los pronósticos
Analistas de Banamex destacaron que cada vez es más amplia la brecha entre el pronóstico de inflación del banco central y el del consenso de analistas. Por ejemplo, enfatizó en que el BdeM sigue esperando que la inflación converja al objetivo de 3 por ciento en el tercer trimestre de 2026, mientras su pronóstico para esa misma fecha es de 4.2 por ciento.
“Nos sorprende que nuevamente no hubo mención respecto a los riesgos inflacionarios relacionados al Paquete Fiscal 2026 incluso cuando la Ley de Ingresos ya fue aprobada por el Congreso”, criticaron los analistas de Banamex.
El BdeM resaltó que la junta de gobierno valorará recortar más la tasa de referencia. Banamex estima que el instituto central realizará dos ajustes finales, considerando una ligera recuperación en el crecimiento económico, las bajas de tasa en Estados Unidos, y que la tasa de política monetaria estaría en terreno neutral. “En este contexto, proyectamos que la tasa se ubicará en 7 por ciento para el cierre de este año y en 6.5 por ciento al cierre de 2026”.

Gana terreno el peso; cerró ayer en 18.56 unidades por dólar
▲ Las acciones de las empresas de tecnología arrastraron a la baja al mercado accionario de Estados Unidos.Foto Ap
Clara Zepeda
Periódico La Jornada   Viernes 7 de noviembre de 2025, p. 22
El peso recuperó terreno frente al dólar, luego de que el Banco de México (BdeM) recortó en 0.25 puntos porcentuales la tasa de referencia, así como a la espera de que el dato de inflación de octubre en México, que se publica este viernes, muestre una desaceleración de los precios, luego de que en septiembre fue de 3.76 por ciento.
A media jornada, la divisa mexicana cedió terreno, con una cotización de 18.66 pesos por dólar en el mercado al mayoreo. A medida que se acercaba el anuncio de la autoridad monetaria, la moneda nacional fue escalando para cerrar con una apreciación diaria de 0.14 por ciento frente a su similar estadunidense, a 18.5647 pesos por dólar spot.
No sólo la debilidad del dólar jugó a favor de la moneda nacional, sino también que el BdeM recortó su tasa de interés, a 7.25 por ciento, a la espera de que hoy se publique el dato de inflación de octubre, y la apuesta de los inversionistas a un próximo recorte de tasas de la Reserva Federal (Fed) en diciembre.
En un entorno de preocupación por el crecimiento económico de Estados Unidos, donde la apuesta por un descenso en la tasa de los fondos federales estadunidense ha vuelto a subir, el índice DXY, que mide el comportamiento del dólar frente a una canasta de seis divisas internacionales, cayó este jueves 0.5 por ciento, a 99.56 unidades.
Wall Street cayó arrastrado por el sector de la tecnología, pues mientras crecen las expectativas de recortes de tasas, que animan a los inversionistas, persiste la cautela ante las elevadas valuaciones del sector tecnológico.
Tras la caída del precio de las acciones de Nvidia (3.65 por ciento), Meta (2.65 por ciento), Tesla (3.46 por ciento), Amazon (2.84 por ciento), Microsoft (1.98 por ciento) y Apple (0.14 por ciento), el Nasdaq perdió 1.9 por ciento, a 23 mil 53.99 puntos; el S&P 500 cedió 1.12 por ciento, a 6 mil 720.39 enteros y el Dow Jones retrocedió 0.84 por ciento, a 46 mil 913.65 unidades.
En tanto, la Bolsa Mexicana de Valores (BMV), que recibió a una nueva emisora, Aeroméxico, retrocedió 0.56 por ciento, luego de alcanzar el día anterior un nuevo máximo histórico, para cerrar ayer en 63 mil 93.12 puntos. Las acciones de la aerolínea mexicana ganaron más de 2 por ciento, mientras América Móvil retrocedió 1.68 por ciento; Bimbo, 1.53 por ciento, y Becle, 2.22 por ciento.
Los precios del petróleo retrocedieron ligeramente este jueves, debido a las preocupaciones del mercado sobre el nivel de la demanda mundial en los próximos meses, mientras la producción se mantiene.

El espejismo del desarrollo: sin industria y sin campo
José Romero*
El campo mexicano se viene muriendo desde hace 40 años, y el gobierno lo mira con la serenidad de quien confunde la caridad con la justicia. Se habla de soberanía alimentaria mientras se importan millones de toneladas de granos; se celebra la autosuficiencia en discursos que ni siquiera alcanzan para llenar un silo. El país que pudo ser potencia agroalimentaria se resigna a sobrevivir con paliativos, administrando su decadencia con programas asistenciales que cambian de nombre, pero no de lógica. El campo no está en crisis por falta de dinero, sino por exceso de improvisación y ausencia de rumbo.
El gobierno actual se presenta como un proyecto de transformación, pero su política agrícola conserva la estructura de siempre: subsidios dispersos, burocracia omnipresente y un desdén absoluto por la producción. Se multiplican las transferencias directas, se anuncian precios de garantía, se promete justicia al campesino, pero la tierra produce menos y el país importa más. Se subsidia la pobreza en lugar de incentivar la productividad; se reparte dinero, pero no se construyen mercados ni capacidades tecnológicas. El Estado se volvió un repartidor de cheques, no un promotor de desarrollo. Y lo más grave es que esa renuncia se vende como virtud: el asistencialismo se disfraza de ideología y la mediocridad de política social.
La desaparición de Aserca y de la agricultura por contrato fue el golpe definitivo a la certidumbre productiva. Aquellos instrumentos ofrecían cobertura de precios y estabilidad comercial. No eran perfectos, pero funcionaban. Su eliminación dejó al productor a merced del mercado internacional. Los apoyos por tonelada, los aranceles repentinos y las compras públicas de emergencia no sustituyen la planeación: sólo prolongan el desastre. México cambió la política agrícola por la política del rescate. Un país que no puede garantizar el precio de su cosecha tampoco puede garantizar su futuro.
Tras el desmantelamiento de Conasupo en los noventa, Aserca representó un sustituto limitado del viejo Estado coordinador: una versión neoliberal que, aunque insuficiente, ofrecía estabilidad. Mientras Conasupo integraba producción, acopio y abasto bajo la lógica del desarrollo nacional, Aserca fue su remanente tecnocrático. La diferencia entre ambos resume la decadencia del Estado: de productor pasó a mediador y luego a espectador. Con la desaparición de Aserca se consumó el abandono institucional del campo mexicano.
Durante décadas, Conasupo encarnó la idea de Estado desarrollador: el que coordina, produce y distribuye para reducir desigualdades estructurales. Compraba cosechas nacionales a precios de garantía, almacenaba en miles de bodegas y aseguraba la venta de alimentos básicos en tiendas rurales. No sólo daba estabilidad al productor, también al consumidor, garantizando una red de abasto social que hoy no existe. Su desmantelamiento, bajo la doctrina del mercado, fue el inicio del desierto actual: se desmontaron silos, se privatizó el acopio y se abandonó la soberanía alimentaria en nombre de la eficiencia.
Hoy, los grandes exportadores del agro mexicano ya no son nacionales. Las cadenas más rentables –aguacate, berries, frutas y hortalizas– están controladas por corporaciones extranjeras como Driscoll’s, Mission Produce o Del Monte, que coordinan la producción y la exportación desde fuera del país. Y en los granos, las comercializadoras dominantes son Cargill, ADM, Bunge y Louis Dreyfus: todas foráneas. México exporta con capital extranjero e importa su comida con capital extranjero. El Estado ha perdido el timón y contempla cómo el valor agregado, las divisas y la tecnología fluyen hacia fuera. Es la desnacionalización silenciosa del campo, presentada como éxito comercial.
Segalmex simboliza el fracaso del intento de revivir esa función estatal sin recuperar su espíritu. Nació con la promesa de justicia para los pequeños productores y se convirtió en emblema del desorden: bodegas saturadas, maíz podrido, pérdidas millonarias y opacidad. Ninguna transformación puede sostenerse sobre la corrupción. La soberanía alimentaria no se decreta con discursos: se construye con instituciones que produzcan, almacenen y distribuyan con eficiencia. El actual gobierno heredó un campo vulnerable y lo hizo más frágil: endeudado, dividido y dependiente del presupuesto.
A esa ceguera productiva se suma otra forma de desorden: el Estado ni siquiera planifica el uso del recurso más básico, el agua. Más de 70 por ciento del líquido concesionado se destina al riego, pero no existe una estrategia nacional para administrarlo ni modernizar los distritos agrícolas. Se promete aumentar la producción sin infraestructura hidráulica ni tecnologías de riego, como si el agua fuera infinita. El problema no es sólo de escasez, sino de dirección: el país necesita planear su uso productivo y equitativo, integrando la política hídrica a la agrícola, como hacen las naciones que se toman en serio su desarrollo.
El resultado es un sistema agrícola fracturado. Un puñado de productores de exportación mantiene la competitividad gracias a su tecnología, mientras millones de campesinos dependen de apoyos que apenas alcanzan para sembrar otra vez. Entre ambos grupos, la mayoría de los productores medianos –los que deberían sostener el mercado interno– está condenada al abandono: demasiado grande para el asistencialismo y demasiado pequeña para el crédito comercial. Ese vacío destruye el tejido productivo y condena al país a la dependencia alimentaria.
La paradoja es brutal: un gobierno que se proclama de transformación ha terminado por consolidar el viejo modelo de dominación, donde el campesino agradece el subsidio en lugar de exigir un mercado justo. La justicia rural no se logra con limosnas, sino con productividad, organización y conocimiento. Ninguna sociedad se emancipa repartiendo dádivas. La soberanía no se alcanza con discursos, sino con inversión, tecnología e inteligencia pública. La autosuficiencia de la que se presume no es más que un reflejo en el desierto: un espejismo que se evapora frente a la realidad de un campo agotado y de un Estado que ha olvidado su deber más elemental: producir para vivir con dignidad.
*Director general del CIDE