lunes, 20 de octubre de 2025

Schumpeter revivido.

Joel Mokyr pronuncia un discurso tras ganar el Premio Nobel de Economía en la Universidad Northwestern, el lunes 13 de octubre de 2025. Foto Ap   Foto autor
León Bendesky
20 de octubre de 2025 00:06
Para Schumpeter, la dinámica es el fenómeno clave de la economía capitalista; un proceso constante de evolución productiva, con las consecuencias sociales y políticas que eso entraña. La idea se encapsuló en una breve y paradójica frase: la “destrucción creativa”. En 1942, describió el fenómeno como un: “proceso inherente de innovación que de modo incesante revoluciona la estructura económica desde dentro, destruyendo la antigua y creando una nueva”.
El proceso innovador que remplaza viejas tecnologías y productos por otros nuevos es el motor del cambio económico. Ciertamente, esto provoca disrupciones y presiones para las empresas que se vuelven obsoletas e, igualmente, para los trabajadores. Marx, que también reconoció la fuerza irreprimible de la tecnología, la innovación y las ideas, sacó otras conclusiones sobre la naturaleza y las repercusiones del sistema capitalista.
La destrucción creativa es un hecho esencial del capitalismo. Esta cuestión es la que ha sido puesta de relieve con el reciente premio Nobel de economía.
Joel Mokyr escribió en 2016 el libro La cultura del crecimiento, en el que cuestionó por qué surgió el crecimiento económico. No fue sino hasta el periodo comprendido entre 1760 y 1840 en el que se sitúa el proceso transformador de la economía; junto a una nueva organización laboral y empresarial y el consiguiente profundo impacto en la organización social.
La revolución industrial provocó la transición de la economía sustentada en la agricultura y la producción artesanal a otra basada en la fabricación mecánica y la industria. Este proceso gestó el impulso del crecimiento del producto que se asocia con alto valor de las ideas y el conocimiento científico.
En palabras de Mokyr, se creó un fundamento epistémico de contenido técnico aplicado a la producción, con ganancias originadas en el intercambio, la movilidad de los recursos, y un nuevo marco político e institucional. Ese nuevo entorno productivo, asociado con las ideas de Adam Smith y David Ricardo permitía contener las fuerzas que provocan los rendimientos decrecientes, sobre todo por medio del progreso técnico y la especialización, base para el incremento de la productividad.
Hay una apreciación que indica una parte significativa del nuevo entorno productivo que resalta Mokyr: La revolución industrial no creo la invención, sino el método para la invención y las nuevas formas de organización social, además de un “almacén de ideas y diseños imaginativos” que conectaban el conocimiento científico con la producción. Este último aspecto lo expuso A. N. Whitehead en un texto relevante titulado La ciencia y el mundo moderno.
Philippe Aghion y Peter Howitt fueron seleccionados también para el Nobel por sus estudios sobre cómo ocurre el crecimiento económico. Plantearon en 1992 un “Modelo de crecimiento mediante la destrucción creativa”, así integraron en la macroeconomía la teoría del crecimiento endógeno. Este proceso requiere según Aghion de la flexibilidad; los mercados deben ser liberalizados para que las innovaciones lleven a la reordenación efectiva de las fuerzas productivas y de ahí a un mayor crecimiento del producto. Pero, por otro lado, requiere de un límite a la competencia pues un exceso tiende a inhibir la innovación. He ahí la contradicción.
La cuestión es, entonces, que el proceso innovador apunta a la obtención de rentas derivadas del poder monopólico que genera, cuando menos por un cierto tiempo, aunque suele ampliarse en el caso de ciertas tecnologías. Igualmente, se vincula con la dinámica propia de las empresas: cómo funcionan, crecen, cambian y se adaptan en el curso del tiempo; las oportunidades que generan y las barreras a la entrada al mercado que imponen a otras empresas y, no menos significativa, la obsolescencia planificada de sus productos.
De la misma manera ocurre con la gestión y asignación de los recursos, especialmente el capital, el trabajo y el financiamiento y, de modo significativo, cómo integran los distintos desarrollos implícitos en la invención y la innovación. Los casos actuales de las “empresas tecnológicas” es muy ilustrativo; ejercen un amplio poder monopólico, su valuación en el mercado no es necesariamente consistente con los flujos de ingresos que reciben y, así, derivan las corrientes de ganancias y de rentas en un entorno de creciente especulación.
Según la propuesta de Schumpeter, las empresas y las industrias experimentan un proceso de destrucción creativa en el que aquellas que adaptan los nuevos conocimientos y tecnologías provocan el declive y hasta la desaparición de las que están en operación.
El impacto que esto tiene en el mercado de trabajo es muy notorio; se eliminan oficios y tareas, se modifican las pautas de la generación del conocimiento, la educación, el entrenamiento y las actividades que se ejecutan. Así, se desplazan ocupaciones que son muy difíciles de transformar. El impacto es, también, de índole espacial pues se expresa en la función productiva del territorio, de las ciudades y aun de países enteros. Este es el entorno en el que se debaten, hoy, las cuestiones de índole geopolítica.
Todos estos aspectos están presentes desde las fases iniciales de la industrialización y se han profundizado de modo acelerado en las décadas recientes con el rápido avance tecnológico que acelera la reconfiguración industrial y los servicios; modifica la base para la generación de utilidades, la acumulación de capital y las pautas del financiamiento, así como el control que se impone sobre los mercados.
El recuento de los cambios tecnológicos y el abanico de sus repercusiones son una materia crucial de la evolución de la historia económica.

Los diamantes de Israel
Hermann Bellinghausen
Puede sonar raro, pero de hecho Israel no debe un genocidio, sino dos, al anotarse dos victorias aplastantes, casi simultáneas: destruyó Gaza hasta un punto de no retorno y se consolidó como uno de los mayores exportadores de diamantes en el mundo. En 2022 ocupó el primer lugar. Sus competidores son India y Emiratos Árabes Unidos. Bueno, India es el país con más minas de la gema en el mundo (el primer productor es Rusia), pero Israel y los emires, ¿de dónde sacan los diamantes, si no tienen una sola mina en sus territorios?
El mayor mercado, con casi la tercera parte del consumo mundial, es Estados Unidos, y su principal proveedor (adivinó usted), Israel. Ofir Gur, director de la Administración de Diamantes, Gemas y Joyas, y supervisor de Diamantes del Ministerio de Economía israelí (tales son sus cargos públicos), definía hace cuatro años al mercado estadunidense como “el objetivo para los comerciantes de diamantes israelíes” (agencia AJN).
Para ambientarse, vean la película Uncut Gems (Josh y Benny Safdie, 2019), con un Adam Sandler nada cómico y un reparto de actores judíos que dan vida a un drama mafioso en el Distrito del Diamante de Nueva York. El protagonismo judío en ese mercado no es ningún chiste, ni un secreto. Por lo demás, para los angloestadunidenses resulta inescapable el ritual del anillo de compromiso. Algo de ello salpica las abundantes joyerías en la Riviera Maya para los cruceros gringos.
Según Edahn Golan, especialista en Diamond Research & Data, el principal proveedor es Israel, junto con India y (¡oh!) Bélgica, que tampoco tiene minas pero sí una historia atroz de genocidio a distancia en el centro de África. Antes fue el imperio leopoldino del caucho; hoy son los diamantes del Congo y Botsuana. En la capital de Europa perviven los viejos privilegios coloniales.
Reporta Golan que Estados Unidos importó más de 400 mil millones de dólares en diamantes pulidos entre enero de 1989 y agosto de 2020. Para finales de 2024 preveía que esta cifra alcanzara “el impresionante medio ‘billón’ (mil millones) de dólares”. Si el primer proveedor es Israel, ¿cómo disociar el auge diamatino y la costosa pero rentable destrucción de Gaza? Esos duros y brillantes cristales de carbón transfigurado son, con el oro, supremos fetiches de riqueza y poder. Justifican la guerra que sea.
En 2021, Israel ingresó al círculo de expositores en la feria de joyas en Bahréin, y al año siguiente ya era el mayor exportador del mundo. Shady Kheir, vicepresidente del Centro del Diamante de Israel (IDC), celebraba la primacía de su país, “conocido como la nación de los start ups” (Israel Noticias, 20/10/21). El negocio de invertir con Israel iba a la alza.
El espectro de Leopoldo II de Bélgica rencarna en Netanyahu y sus secuaces. Israel construyó un imperio de diamantes sobre la sangre africana que financia el genocidio en Gaza. La publicación Afroféminas (7/10/25) advierte: “Mientras el mundo celebra la ‘transición verde’ y compra teléfonos inteligentes con la conciencia limpia, en la República Democrática del Congo miles de personas mueren extrayendo los minerales que hacen posible nuestro estilo de vida. Detrás de esta tragedia humanitaria existe una red de explotación que conecta directamente con Tel Aviv, con la industria diamantera israelí y con un ciudadano del Estado de Israel realmente siniestro: Dan Gertler”.
La activista Quinndy Akeju lo explica en un video demoledor publicado por Spanish Revolution, sitio de divulgación muy activo estos días: “Colonos y empresarios israelíes compran derechos exclusivos sobre minas de diamantes a través de contratos opacos y corrupción política. En 2017, el magnate Dan Gertler, amigo del ex presidente congoleño Joseph Kabila, fue sancionado por Estados Unidos. El Tesoro estadunidense calculó que el Congo perdió más de mil 360 millones de dólares por esos acuerdos ilegales”. Afroféminas destaca que Gertler es nieto de Moshe Schnitzer, primer presidente y cofundador de la Bolsa de Diamantes de Israel y ganador del Premio Israel en 2004. “Su apellido es sinónimo de diamantes en el Estado hebreo”.
En 2024, “bajo presión israelí y en plena ofensiva sobre Gaza, Estados Unidos levantó las sanciones”, añade Akeju al denunciar que los beneficios del expolio congoleño se utilizan para financiar la maquinaria militar israelí. “Las minas controladas por milicias armadas, como el M23, operan con armas de fabricación israelí. El saqueo y la guerra son parte del mismo negocio”.
Los diamantes robados van a Dubái, “donde se retiquetan y blanquean”. En 2021, los Emiratos Árabes se convirtieron en el principal centro mundial de comercio de diamantes, moviendo más de 31 mil millones de dólares al año. “Dubái es la lavandería; Israel, el distribuidor a Occidente. El dinero entra limpio y termina alimentando el genocidio en Palestina. Cada joya, cada piedra brillante, esconde la sangre de dos pueblos: el congoleño y el palestino”. Concluye Akeju: “luchar por Palestina también es luchar por el Congo. El lujo y la muerte cotizan en la misma bolsa”.

La normalidad de la catástrofe
David Penchyna Grub
Las imágenes de devastación en la zona norte de Veracruz, Hidalgo y Puebla son más que la crónica de un fenómeno meteorológico; son el espejo de una época. La primera generación en México que está sintiendo en sus bolsillos y en la pérdida de su patrimonio los efectos ineludibles del cambio climático, se enfrenta a una realidad que hemos negado por demasiado tiempo. Las inundaciones en Huehuetla, los deslaves en Huauchinango, la imagen de Poza Rica bajo el lodo, no son accidentes aislados, son el síntoma de una enfermedad sistémica.
Hablamos de lluvias “atípicas” y huracanes “extraordinarios”, buscando en el lenguaje un paliativo para la incomprensión y la justificación. No obstante, en el ámbito de las políticas públicas y la gestión de riesgos, debemos desterrar los superlativos. Lo que antes era la excepción climática, hoy es la nueva normalidad. La intensificación y la celeridad con la que fenómenos como el huracán Otis, o las recientes precipitaciones en la Sierra Norte y Huasteca, rebasan la capacidad de respuesta, la infraestructura urbana y la resiliencia comunitaria, deberían obligarnos a un quiebre en nuestra estrategia de adaptación.
El debate público en México, a menudo secuestrado por la diatriba partidista y estéril, debe ascender al plano de la urgencia nacional. Los desastres naturales nos obligan a entender el riesgo multifactorial en el que el país se encuentra. En primer lugar, está la deficiente planeación urbana y territorial. En un país con una orografía tan agreste, la expansión demográfica ha ignorado sistemáticamente las zonas de riesgo, construyendo vulnerabilidad en laderas, cauces de ríos y áreas de alto riesgo sísmico.
En segundo lugar, se encuentra la fragilidad de las finanzas estatales y municipales. La recurrencia de eventos catastróficos somete a los presupuestos subnacionales a una presión insostenible. El costo de la reconstrucción post-desastre, que debería enfocarse en la prevención y la resiliencia a largo plazo, se convierte en un ciclo vicioso de gasto reactivo y paliativo. Esto merma la capacidad de inversión en servicios públicos esenciales y, a la postre, frena el desarrollo.
A esto se suma la alarmante falta de cultura cívica respecto al manejo de residuos, un factor que agrava la respuesta hídrica de nuestras ciudades. La basura en calles y drenajes no es un problema menor; es un fallo en la infraestructura de drenaje y un catalizador de inundaciones urbanas.
Finalmente, la pírrica penetración de seguros de vivienda deja a millones de familias a la intemperie económica tras un desastre. La protección del patrimonio familiar sigue dependiendo, en gran medida, de la asistencia gubernamental de emergencia, un mecanismo que, si bien necesario, es ineficiente y no fomenta la autogestión del riesgo.
La convergencia de estos factores incrementa la factibilidad estadística de que cada año tengamos un evento catastrófico con graves implicaciones humanas, de salud pública, en infraestructura y, sobre todo, en el patrimonio familiar. Lo presenciado en las últimas semanas es una advertencia.
Es imperativo que el Estado mexicano convoque a una mesa interinstitucional e incluyente de largo plazo. Este espacio debe trascender los ciclos políticos y contar con la participación obligatoria de expertos, académicos, universidades, el sector asegurador, la sociedad civil organizada y las autoridades de los tres órdenes de gobierno. El objetivo no puede ser únicamente la respuesta inmediata a la tragedia presente, sino la ingeniería de una estrategia de resiliencia de alcance nacional.
Esta mesa debe estar orientada a dimensionar el riesgo real bajo los escenarios más pesimistas del cambio climático y generar planes de acción vinculantes en cuatro ejes: 1. Ordenamiento territorial adaptativo; 2. Fortalecimiento de la resiliencia financiera; 3. Infraestructura con visión de larga duración, y 4. Fomento de una cultura del seguro y la prevención.
La inercia institucional es un lujo que México no puede permitirse. El flagelo natural que, sin lugar a dudas, nos confrontará en 2026, 2027 y los años venideros, exige que las debilidades estructurales se conviertan en pilares de una nueva política pública basada en la previsión y la adaptación. La nueva normalidad es la catástrofe; nuestra única opción es transformarla en resiliencia institucional.

Sheinbaum con damnificados
▲ En el sexto día de recorrer las zonas afectadas, la Presidenta se comprometió ante pobladores de Pantepec, Puebla, a que recuperarán todo lo perdido.Foto Presidencia
Periódico La Jornada   Lunes 20 de octubre de 2025, p. 10