sábado, 25 de octubre de 2025

El reyezuelo.

Ese video difundido por Trump, en el que se exhibe como “bombardero de excrementos”, es ejemplo de su inteligencia fecal en acción. En este material audiovisual, el acto de arrojar excrementos se convierte en metáfora de su odio de clase. Foto RRSS   Foto autor
Fernando Buen Abad Domínguez
25 de octubre de 2025 00:04
Un bombardero de excrementos protagonizado por el reyezuelo Trump. Ahora la historia política contemporánea registra, con aire de estupor y alarma ética, la degradación sistemática de la esfera pública, la inversión absoluta de los valores colectivos y la manufactura deliberada del estiercol simbólico. Donald Trump se erige como un caso paradigmático de “inteligencia fecal”, modalidad de acción política y mediática que utiliza la excreción como herramienta de poder y desprecio, instaurando su lógica de la boñiga contra la protesta de masas.
Ese video difundido por Trump, en el que se exhibe como “bombardero de excrementos”, es ejemplo de su inteligencia fecal en acción. No se trata de un simple gesto cómico o provocador, sino de un dispositivo semiótico para atacar con imágenes grotescas.
En este material audiovisual, el acto de arrojar excrementos se convierte en metáfora de su odio de clase, la lógica del desprecio como espectáculo con inteligencia artificial. Cada gesto, cada edición y cada efecto visual refuerza la lógica de contaminación simbólica, mostrando cómo la política y la comunicación pueden transformarse en un vertedero de la diarrea neonazi fascista que él mismo produce y distribuye.
Su “inteligencia fecal” no se refiere aquí a un ejercicio metafórico menor, sino a estrategia de semiosis Calígula que añade desechos a todas sus mentiras, injurias, rumores y desinformación, con la intención explícita de degradar la capacidad de juicio y la moral colectiva, convirtiendo todo en suciedad mediática. En este sentido, el “bombardero de excrementos” se erige no como actor fortuito, sino como un operador consciente de la destrucción del sentido; consciente de que cada palabra, cada gesto, cada publicación puede ser convertida en instrumento de contaminación social.
Trump ha construido un estilo capaz de generar un flujo constante de desechos comunicacionales contra cualquier intento de pensamiento crítico, y eso no es un accidente histórico ni un producto del azar cultural; su “inteligencia fecal”, que es inseparable del capitalismo tardío, de la lógica de la acumulación sin límites y de la espectacularización de la política como bacinica mediática. La excreción funciona como un arma semiótica que genera placer burgués y anuncia el terreno para una etapa escatológica en la que el cinismo, la simulación y la crueldad se convierten en herramientas de gobierno.
Su “inteligencia fecal” actúa como agente de represión ideológica, insulta la solidaridad, fragmenta los sentidos colectivos y trivializa los conflictos fundamentales que estructuran la realidad social. Una mierda capitalista sistemática con la exaltación de la burla constante, que produce anestesia ética del reyezuelo Trump, que no es sólo un personaje grotesco, sino un operador de la dominación simbólica de los desechos semióticos burgueses.
Su “inteligencia fecal” requiere, por tanto, una lectura crítica de la relación entre poder, lenguaje y sociedad. El fenómeno no se agota en la mera provocación o en la insolencia mediática, sino que forma parte de un esquema planificado de desorganización social, y cada video, cada escándalo, cada tuit, cada intervención pública produce un efecto acumulativo de descomposición cultural. Es una guerra semiótica en la que los excrementos remplazan la razón, en la que la estética del horror y la vulgaridad se convierten en instrumentos de poder y donde la política deja de ser espacio de construcción colectiva para transformarse en un excusado o WC.
Nuestro análisis, desde la filosofía de la semiosis, revela que Trump, como “bombardero de excrementos”, no ensucia sólo la política formal, sino también la voluntad de los ciudadanos para construir sentido y proyectar su malestar y su hartazgo. Es violencia simbólica que refuerza la dominación de clase, pues la capacidad de cagarse sobre la realidad desnuda la ideología de la clase dominante que controla, también, los medios de producción y circulación de signos.
Ahora el “bombardero de excrementos” se presenta como emblema desembozado de la descomposición del capitalismo y no se trata únicamente de confrontar a un individuo grotesco, sino de desactivar la maquinaria de contaminación que ha sido institucionalizada, normalizada y rentabilizada. La lucha contra la inteligencia fecal no es sólo ética, sino estratégica; requiere la recuperación de la claridad conceptual, la reconstrucción de la capacidad de juicio colectivo y la recuperación de la semiosis como herramienta de emancipación y conciencia histórica.
Esto huele muy mal. Trump y la inteligencia fecal exponen la verdad de su basura semiótica y ponen de relieve la necesidad urgente de educación crítica, alfabetización mediática y cultura de discernimiento. Ya es demasiado, desde hace tiempo. Con las armas de “inteligencia fecal” se cristaliza la perversión de la política y de la mentalidad burguesa que con el bombardeo constante de excrementos simbólicos no sólo degrada a la humanidad, sino que abre un camino de reyezuelo como la encarnación contemporánea de la suciedad semiótica sobre la construcción de sentido.
El bombardero de los excrementos ideológicos vuela coronado por la inmundicia del espectáculo fecal que es su cabeza; por tanto, es un objeto de análisis crítico indispensable que no sólo revela la degradación de la política y la comunicación, sino también los desafíos que enfrentamos en la lucha por la emancipación de estas podredumbres. La lucha contra semejante fenómeno implica recuperar la capacidad de denunciarlo, de pensar, juzgar y actuar críticamente, transformando la semiosis en instrumento de emancipación y superación del capitalismo que hace del excremento su lenguaje y arma de represión y dominación.

El episteme genocida autodestructivo
La normalización de la ubicuidad del genocidio como parte estructural de nuestra distopía contemporánea parte del hecho de que las muertes masivas son invisibilizadas porque han sido tácitamente aceptadas como resultado de la producción del capital. 
Foto Xinhua   Foto autor
Irmgard Emmelhainz*
25 de octubre de 2025 00:03
La puesta en crisis del liberalismo –o el ascenso del fascismo y las extremas derechas– viene con el desmoronamiento del capitalismo global del imperio multicultural liderado por Estados Unidos. Esta crisis está dando lugar a la restauración de la supremacía blanca y la misoginia indisociables de la intensificación de las estructuras depredadoras para sostener la vida en el planeta, llevándonos a toda velocidad al colapso planetario. Se afianzan el tecnofeudalismo y el extractivismo como las formas del capitalismo pospandémico. 
El tecnofeudalismo, término de Yanis Varoufakis, significa que la infraestructura privada y corporativa que sostiene nuestras vidas depende completamente de los servidores de Amazon, Microsoft y Google. Esto nos mantiene como siervos de las plataformas digitales de los unicornios feudales de Silicon Valley. El extractivismo, por su parte, está afincado en formas intensificadas de extractivismo por medio de la agroindustria, extracción legal e ilegal de petróleo y gas natural, en la sed de metales para accesar las plataformas. Tecnofeudalismo y extractivismo implican hacer dinero destruyendo la vida humana y no humana diseminando y normalizando la atrocidad planetaria. 
La normalización de la ubicuidad del genocidio como parte estructural de nuestra distopía contemporánea parte del hecho de que las muertes masivas son invisibilizadas porque han sido tácitamente aceptadas como resultado de la producción del capital. Esta sensibilidad presupone estructuras de dominación y desprecio del cuerpo femenino y feminizado, de racismo y del principio moderno de que el hombre (blanco) tiene derecho a poner a su servicio a los sistemas humanos y no humanos del planeta, por medio de estructuras emplazadas con la colonialidad. Habitamos un sistema de expropiación, humillación y sometimiento de los cuerpos sujetos a un proceso constante de despojo y desposesión. A esto lo voy a llamar provisionalmente el episteme genocida autodestructivo o la forma de habitar el mundo que hace ilegible la intersección estructural entre capitalismo, violencia de género y destrucción medioambiental. 
Esta intersección es el origen de destrucciones de orígenes cualtitativos distintos, pero entramados: la violencia feminicida está ligada a la destrucción en curso de Palestina y la destrucción del planeta. Se trata de procesos que impactan y forman a los otros en una relación de causalidad recíproca. Como dice Andreas Malm, la destrucción de Palestina se anunció desde 1948 en el Plan Dalet, pero a diferencia de hace 77 años, el genocidio se está desenvolviendo en el escenario de un proceso de destrucción distinto, aunque relacionado: el del sistema climático del planeta desde el Ártico hasta Australia. Si el Amazonas perdiera su selva, sería un tipo distnto de la Nakba, el fin del mundo de unos 40 millones de personas. 
Malm señala una similitud morfológica entre los eventos en Gaza y Derna, por ejemplo, la ciudad mediterránea de Libia a menos de 100 kilómetros de la franja azotada por la tormenta Daniel el 11 de septiembre de 2023. Pero también podemos hablar aquí de la destrucción en la península de Yucatán por agroindustria o megaproyectos o en El Bosque, Tabasco: una comunidad que el mar se tragó en 2020. Sin embargo, estos eventos permanecen invisibles en el momento en que nos subimos a un avión, bebemos agua de una botella de plástico, hacemos una transacción bancaria por el teléfono. 
Nuestras lagunas ópticas de los entramados de la destrucción planetaria en curso no hablan tanto de nuestra falta de capacidad de percepción sino de la condición autodestructiva de la existencia contemporánea ligada a nuestra incapacidad de imaginar el fin del mundo, pero no el fin del capitalismo. Estas lagunas ópticas también tienen que ver con que los marcos para hablar de la atrocidad caen en dos registros discursivos dominantes: por un lado, un humanitarismo que evoca compasión, pero deja sin tocar los entramados de despojo, destrucción y desposesión. 
Por otro lado, la resistencia es criminalizada; en el caso de Palestina, es ahuecada porque se reduce a una patología emocional o se excluye del campo de la racionalidad política criminalizándola como terrorista (aquí hay evidencias de islamofobia). Las luchas por el reconocimiento de derechos dejan sin tocar los entramados de despojo, destrucción y desposesión misóginos y depredadores. Y la resistencia feminista tiende a ser ahuecada también porque no tenemos suficientes aliados. Como los palestinos, permanecemos gaslighteadas, nuestra lucha ilegible. 
Resistir la atrocidad implica concebir la resistencia a múltiples escalas: desde el cuerpo individuado exponiendo el horror debajo de la piel, concibiendo el cuidado como la disposición a la vida. De ahí, la resistencia pasa al entorno inmediato, al comunitario, al territorio hasta llegar a la escala planetaria. Viviendo vidas orientadas a nombrar, al cuidado, a no olvidar, defendiendo como perras el derecho a la vida de humanes y no humanes de todo el planeta. 
*Autora del libro El cielo está incompleto: Cuadernos de viaje en Palestina

Los retos: de invasiones y falsas predicciones
Gustavo Gordillo / IV
No nos podemos hacer occisos frente a tres hechos de la realidad: Trump va a bombardear territorio mexicano; Trump va a instigar y a conducir la guerra civil en Estados Unidos; Trump va a perder la batalla existencial con China. Obtendrá lo que los comunistas no lograron en más de 70 años: destruir Estados Unidos.
Mercado de drogas. La Corporación RAND ha realizado los estudios más exhaustivos sobre el tamaño del mercado estadunidense de drogas en su encuesta “Lo que los consumidores estadunidenses gastan en drogas ilegales”. Se enfrentan a un enorme desafío al intentar calcular cifras concretas; se aborda el problema de que las personas revelan la cantidad de drogas que consumen, pero los adictos son conocidos mentirosos.
Sin embargo, el equipo de RAND investiga a fondo y compara múltiples datos, y la encuesta ofrece una estimación razonable y útil para mostrar la magnitud del tráfico. Descubrió que, en 2016, los estadunidenses gastaron alrededor de 146 mil millones de dólares en drogas, incluyendo 43 mil millones en heroína, 27 mil millones en metanfetamina, 24 mil millones en cocaína y 52 mil millones en mariguana (la mariguana sigue siendo ilegal a nivel federal, aunque, por supuesto, ahora está legalizada en varios estados). Si bien los estadunidenses consumen más drogas que la mayoría de la gente, sólo representan aproximadamente 12 por ciento del total de consumidores de drogas del mundo, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc). El mercado europeo de cocaína se ha disparado en la última década, impulsando la producción total de cocaína, como muestra el gráfico de la Unodc.
El fentanilo. La mayor parte del fentanilo es detectado y confiscado en vehículos manejados por ciudadanos estadunidenses en los puertos de entrada a EU, de acuerdo con el reporte que realizó el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) en 2023.
Los retos. He estado hablado de los retos que enfrenta México, los mexicanos y su gobierno contextualizándolos en el ámbito mundial. Hay una amenaza específica para el gobierno de la 4T a la que quisiera referirme a partir de un texto publicado después de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética.
De pícnic y disoluciones. Dos símbolos resumen el fin del bloque soviético. Entre agosto y noviembre de 1989 se difunde una invitación masiva a los habitantes de los estados soviéticos fronterizos con Occidente particularmente Austria y Alemania respecto a la realización de lo que se denominó el “Pícnic paneuropeo”. El 9 de noviembre 1989 ocurre físicamente la caída del Muro de Berlín, pero ya para entonces la URSS había sido derrotada políticamente. El 8 de diciembre de 1991 se anuncia la disolución de la Unión Soviética mediante el Tratado de Bialowieza suscrito por los presidentes de Bielorrusia (Stanislav Shushkevich), Ucrania (Leonid Kravchuk) y Rusia (Boris Yeltsin).
Corporación RAND. En 1992, Francis Fukuyama vinculado con el Departamento de la Defensa y los aparatos de seguridad del gobierno estadunidense escribe el controvertido libro El fin de la historia y el último hombre (1992), en el que defiende la teoría de que la historia humana como lucha entre ideologías ha concluido, dando inicio a un mundo basado en la política y economía de libre mercado tras el fin de la Guerra Fría. Fukuyama no es un caso excepcional de analistas que predicen con enorme arrogancia el futuro inmediato basado en vulgatas propagandísticas y se equivocan en todas sus predicciones. Fukuyama se equivocó sobre la trayectoria de Rusia y de China, minimizó la emergencia de corrientes nacionalistas en todo el mundo, comenzando con Trump en su propio país. Y la regó negando el contundente resurgimiento del fundamentalismo religioso
La arrogancia de decir ¡Ya ganamos!, y añadir que” no hay otro futuro que el nuestro”. Ese hybris es el más pernicioso reto que enfrenta en este caso el gobierno mexicano y la 4T.