sábado, 18 de octubre de 2025

Damnificados por la inundación no están solos: Sheinbaum.

Atienden la emergencia 52 mil servidores públicos
Agradeció la Presidenta la ayuda de las entidades afectadas y de los “gobiernos estatales amigos”
Alma E. Muñoz, Alonso Urrutia y Fernando Camacho Servín
Reporteros y enviado   Periódico La Jornada
Sábado 18 de octubre de 2025, p. 20
▲ La mandataria federal recorrió los municipios más afectados por las inundaciones en Veracruz y supervisó las tareas de rehabilitación.Foto La Jornada
Poza Rica, Ver., Aquellos que resultaron afectados en esta emergencia “no están solos, la solidaridad del pueblo de México es enorme y vamos a seguir hasta el último minuto apoyando a todas y a todos, también en el periodo de reconstrucción”, resaltó ayer la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.
“El gobierno está con ellos”, sostuvo en la mañanera del pueblo, donde destacó el papel de más de 52 mil servidores públicos para atender la emergencia, entre elementos de la Defensa, Marina, Protección Civil, médicos, servidores de la nación, trabajadores de la industria eléctrica y de la construcción que se han desplegado en todas las comunidades afectadas.
La mitad, consideró, son del gobierno federal y el resto de las entidades afectadas y “gobiernos estatales amigos”.
A todos ellos, desde Palacio Nacional la mandataria les externó agradecimiento, “nuestra admiración, nuestro respeto. El heroísmo con el que atienden a la población es extraordinario, de mucha entrega, mucha convicción del servicio público y de amor a la gente, porque en el fondo es lo que nos mueve”.
La Presidenta indicó que en estos momentos se necesitan agua, alimentos en lata, leche en polvo y ultrapasteurizada, así como productos de higiene femenina, personal y pañales, esencialmente.
Y cuando se restablezcan las condiciones, en una segunda etapa, alimentos para preparar; señaló que a los centros de acopio “están llegando arroz y frijol”.
La secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, también brindó un agradecimiento por el apoyo que se ofrece ante la emergencia.
Presentó un recuento del despliegue de personas y artículos que han estado enviando los gobiernos estatales en esta emergencia para Hidalgo, Veracruz, Puebla, Querétaro y San Luis Potosí.
Citó que han hecho llegar alimentos, medicamentos, herramientas, tráileres con víveres, insumos para prevenir enfermedades por mosquitos, plantas potabilizadoras de agua y más.
La Ciudad de México, por ejemplo, envió equipos, pipas, retroexcavadoras y otros materiales, además de que instaló 32 centros de acopio –y todo se lleva al Campo Militar número 1–, mientras el estado de México, Nuevo León y Tamaulipas han prestado cada entidad un helicóptero.
De visita en Poza Rica
Para supervisar las labores de rescate y rehabilitación de las zonas dañadas por las recientes inundaciones, la Presidenta visitó ayer los municipios de Poza Rica, Álamo Temapache y Tempoal, en el norte de Veracruz, acompañada por la gobernadora Rocío Nahle.
Poco después del mediodía se informó que la jefa del Ejecutivo había llegado a Poza Rica para realizar su cuarta visita desde el inicio de la emergencia generada por las crecidas del río Cazones y otros cuerpos de agua de la zona, los cuales dejaron miles de personas damnificadas.
En redes sociales, Sheinbaum publicó un mensaje en el cual dio a conocer que “en Veracruz platicamos con familias trasladadas por la Marina desde comunidades aisladas hacia Poza Rica. Son 20 helicópteros que apoyan en la operación de puentes aéreos”.
Por su parte, el gobierno de Veracruz añadió que la Presidenta y la gobernadora “encabezaron la sesión del Comité Nacional de Emergencias, donde evaluaron las labores de apoyo y el avance de las acciones de auxilio y recuperación a la población de los más de 40 municipios afectados por las lluvias extraordinarias” de hace una semana.
Al término del encuentro, refirió la administración estatal, “supervisaron la entrega de ayuda humanitaria, los traslados médicos y la evacuación de familias mediante puentes aéreos que operan con 20 helicópteros, fortaleciendo las tareas de rescate y asistencia”.
La segunda parada del recorrido, indicó Sheinbaum en su cuenta de X, fue en el municipio de Álamo Temapache, “para supervisar trabajos de limpieza y apoyo a la población”. El gobierno de Veracruz agregó que, en esa localidad, la Presidenta y Nahle vigilaron las labores de recuperación, “como la remoción de escombros realizada por el Ejército a través del Plan DN-III-E”.
Por la tarde, ambas acudieron a Tempoal, acompañadas por los secretarios de Marina, almirante Ray-mundo Pedro Morales, y de Bienestar, Ariadna Montiel Reyes, para revisar tareas de rehabilitación. Ahí, la mandataria recalcó que los habitantes de los municipios afectados por las inundaciones “tienen todo nuestro respaldo”, según una tarjeta informativa del gobierno de México.

Venezuela retórica
Fabrizio Mejía Madrid
Llevamos ya muchos años escuchando la alarma de los taxistas: “Si seguimos así, seremos Venezuela”. Uno siempre se queda esperando la definición de lo que es ser Venezuela y, salvo por una vaga idea de escasez, nunca se abunda. Es como si “Venezuela” fuera un mal augurio, un presagio de declive. En esta Venezuela retórica no existen más que autorretratos de quienes la pronuncian como la calamidad que ya viene: anticomunistas sin comunismo a la vista, racistas que detestaban la mulatez de Hugo Chávez, gente a la que le enoja que se mejore en algo la distribución de la riqueza o que se erigen en árbitros que silban quién sí es democrático y quién es totalitario. Pero Venezuela como sociedad, jamás aparece.
La Venezuela retórica entró en un cairel más retorcido cuando Donald Trump mandó bombardear lanchas en el Caribe. La destrucción filmada era, según la retórica, una prueba de: 1) que eran narcotraficantes; 2) que iban hacia Estados Unidos, y 3) que eran enviados por el presidente venezolano, Nicolás Maduro. Pero el evento era nada más una explosión en blanco y negro, es decir, que Estados Unidos anunciaba al mundo que estaban matando sin comprobación de nada: ni tráfico, ni nacionalidad, ni intención, ni siquiera los nombres de los muertos. Llenado todo con artificios del lenguaje, al estilo de los pies de foto o la voz en off de un narrador, la retórica usada dejaba atrás el anticomunismo sin comunistas y adoptaba la guerra contra el narcotráfico sin narcotráfico. Se ha dicho que eran pescadores de Guyana que se dirigían a Trinidad y Tobago; se ha insistido en que las drogas ahora pasan por el océano Pacífico, no por el Caribe, y que provienen de Ecuador; se ha entrevistado a los pobres pescadores que se la piensan con seridad antes de zarpar.
Se calienta con saliva una amenaza de invasión gringa a Venezuela, cuando ya no funcionaron los embargos, las restricciones comerciales, la ayuda financiera a la oposición o, en días recientes, una Nobel de la Paz que le brindó el premio, no a su pueblo, sino al agresor de Venezuela, como escribió Adolfo Pérez Esquivel. En la retórica tenemos: el “cambio de nombre” al Golfo de México después de sus peroratas contra los mexicanos, la bravata de controlar de nueva cuenta el Canal de Panamá, la llegada de aviones caza F-35 a una base en Puerto Rico y, finalmente, los bombardeos contra los botes presentados como venezolanos. Todo esto amenizado por un Donald Trump que cree en una especie de encantamiento de la retórica: que si pronuncia el conjuro de su propia fantasía, se materializará en el mundo o, al menos, recibirá una reacción de la cual agarrarse.
No en vano al único presidente de Estados Unidos que Trump mencionó en su toma de posesión fue a William McKinley, que gobernó entre 1897 y 1901, año en que lo asesinaron y que tiene ese rasgo compartido con Lincoln y Kennedy. De hecho, Trump, en otro ejercicio retórico, le “cambió el nombre” al monte de Alaska, el Denali, para denominarlo McKinley, ese republicano de Ohio, que promovió desde su presidencia la guerra contra España para adueñarse de Cuba, Hawái, Puerto Rico, Guam, y las Filipinas. Un expansionista marino cuando Estados Unidos inicia su ascenso como imperio y el declive de su república. McKinley era también un creyente en los aranceles para proteger a su industria manufacturera. Lo asesinó un obrero del acero especializado en cables, inmigrante polaco, que fue despedido de su empleo por la crisis de 1893-97, que dejó a 25 por ciento de los trabajadores estadunidenses desempleados y viviendo en las calles. A ese dice emular Trump, pero ya se sabe que siempre se trata de un simulacro verbal para provocar las reacciones.
Estuve en Venezuela dos veces. Ambas fueron durante el periodo de Hugo Chávez y noté ese mismo desencuentro entre retórica y experiencia. Todos los venezolanos con los que tuve contacto, estudiantes de comunicación o escritores, hablaban y hablaban en contra del chavismo, pero se divertían todas las noches, se hacían sus implantes plásticos, compraban en Miami, y se enorgullecían de sus propias frivolidades en Amazon. En ese momento el chavismo era la organización política y consultas en asambleas de los plebeyos combinada con un alza de los precios del petróleo. Nunca fue una dictadura: Chávez ganó, por ejemplo, su relección con 63 por ciento en 2006, pero al siguiente año perdió el plebiscito de su Constitución para una Venezuela “comunal”, así como Maduro ha tenido que lidiar con una oposición que le quitó el control del Congreso en 2013. Ya fue otra cosa que esa oposición se sintiera tan subida en el ladrillo que proclamara a Juan Guaidó “presidente”. Pero parte de la retórica de buena conciencia es repetir que es una dictadura cuando lo cierto es que tiene, además de los requisitos que piden los árbitros liberales, otras estructuras de participación y decisión territoriales. Con la baja del petróleo en 2014 empieza una escasez que se acentúa con las más de mil sanciones económicas, los congelamientos de activos y la imposibilidad de comerciar libremente implementados por el primer periodo de Trump. Junto con Irán y Rusia, Venezuela es el tercer país más castigado desde 2017. Y ahí es cuando Venezuela empieza a significar escasez. A eso se refieren los taxistas cuando dicen que vamos todos para allá.
Cuando escucho a esa analista de la televisión decir que está mal que invadan Venezuela, pero que se lo merecería por ser una dictadura, pienso en que quizá son las palabras las que nos están fallando. Y es por eso que termino con lo que dijo el filósofo marxista Alain Badiou cuando las protestas en Grecia por la crisis económica en 2010: “Hoy en día, uno de los grandes poderes de la ideología democrática oficial es precisamente que tiene, a su disposición, un lenguaje vago que se habla en todos los medios y por cada uno de nuestros gobiernos sin excepción. ¿Quién podría creer que términos como ‘democracia’, ‘libertades’, ‘economía de mercado’, ‘derechos humanos’, ‘presupuesto equilibrado’, ‘esfuerzo nacional’, ‘pueblo francés’, ‘competitividad’, ‘reformas’, etcétera, son algo más que elementos de un lenguaje vago omnipresente? Somos nosotros, nosotros, militantes sin una estrategia de emancipación, quienes somos (y quienes hemos sido desde hace algún tiempo) los verdaderos afásicos”.

Argentina y la Anatomía de una mentira
El almirante Emilio Massera, el teniente general Jorge Rafael Videla y el brigadier general Orlando Agosti, miembros de la Junta Militar que gobernó Argentina tras el golpe de Estado de 1976. 
Foto Wikimedia Commons   Foto autor
Héctor Alejandro Quintanar
18 de octubre de 2025 00:03
En la segunda mitad del siglo XX latinoamericano, Argentina destacó como excepción al tratarse del único país de la región que, así sea con contraluces, logró procesar a miembros de su última dictadura. A diferencia de Pinochet en Chile –que murió como senador vitalicio– o del golpista boliviano Hugo Banzer –que murió impune y activo en política–, integrantes de la junta militar argentina sí recibieron castigo. Así, fue un acto de justicia histórica que el dictador Videla muriera en 2013 condenado en una cárcel bonaerense (y ya que muriera en un retrete fue un acto de justicia poética que anticipaba su sitial en la historia). 
Esa justa sanción, procesada desde los juicios de 1985, no fue sin embargo un triunfo total, porque no se pudo hacer justicia completa, y porque no desapareció la inercia social que, por convicción o indiferencia, toleró el actuar de la dictadura. Pese a ello, parecía que la “vuelta a la democracia” en Argentina en 1983 dejó un consenso mínimo sobre un irrenunciable “nunca más” que, al menos ahí, mantendría a raya a gente que pensara como Jair Bolsonaro, quien en 2018 ganó las elecciones en Brasil glorificando a la dictadura iniciada allá en 1964. 
La llegada al poder de Javier Milei en Argentina en 2023 dejó ese consenso en entredicho no porque iniciara un discurso nuevo, sino porque refrió taras indeseables. Pese a su cháchara “libertaria” (que disfraza de “individualismo” su incapacidad de socializar sanamente), Milei se rodeó en campaña y gobierno por gente que desde años atrás blanqueaba a la dictadura militar –como Victoria Villarruel– con base en diversos engaños, lo cual es una afrenta a la memoria no sólo del “nunca más”, sino de la historia latinoamericana. 
De ahí que destaque por su rigor y pertinencia el libro Anatomía de una mentira. Quiénes y por qué justifican la represión de los setenta, de los historiadores Hernán Confino y Rodrigo González Tizón, editado por el FCE, que, a la usanza de obras eruditas pero también de divulgación y militancia, explica con claridad fenómenos, al tiempo que los desentraña y denuncia. 
En su obra, los autores desmontan los cuatro ejes con los que personajes de la política argentina, entre ellos el entorno de Milei, buscan restar gravedad a la última dictadura en el país. Esos ejes son los siguientes: llamar “guerra” a la violencia de los años 70 (cuando nunca hubo ahí enfrentamiento simétrico); blandir la necesidad de una “memoria completa” por las víctimas de las guerrillas (para así igualar la violencia estatal con las violencias, a veces reactivas, de grupos de izquierdas); negar la cifra de los 30 mil desaparecidos durante la dictadura (para así borrar víctimas o acusar a otras de afanes de lucro), y, finalmente, acusar que la represión fue una especie de consecuencia por el actuar de las guerrillas. 
Confino y González documentan bien –con base en archivo y un exitoso ejercicio de síntesis del estado del arte sobre el tema– cómo esos ejes se basan en premisas falsas. Los autores nos recuerdan que la violencia paramilitar antecede al golpe de Estado de 1976; nos remarcan que la cifra de activos guerrilleros nunca fue equiparable con la fuerza militar, y recuperan el hecho crucial: la represión ejercida por la dictadura fue un proceso en que el ejército argentino buscaba eliminar “a la subversión”, espectro en el que, con el telón de la guerra fría interamericana, se pretendió una eliminación sistemática de personas, más allá de grupos armados. 
Una tesis central de los autores descifra la particularidad del negacionismo argentino, que busca lavar cara a la dictadura. Mientras los negacionismos reaccionarios europeos tras 1945 defendían la inexistencia de los crímenes masivos del nazismo, el supuesto revisionismo de cierta derecha argentina no niega la existencia de los crímenes de la dictadura, sino que los relativiza, los banaliza o, peor, los justifica. 
Confino y González no dan concesiones maniqueas, retoman críticas contextualizadas a la guerrilla y definen el punto de inflexión en el que este negacionismo logró protagonismo: a partir del intento kirchnerista, en albor del siglo XXI, de denunciar por completo a la dictadura de 1976 a 1983. Y ahí se subraya otro aporte: los autores muestran que parte del discurso negacionista de hoy está conformado por distorsiones que vienen desde el ayer dictatorial mismo. 
La obra de Confino y González se alinea a la fuerza de trabajos como el de Jesús Casquete en España (Vox frente la historia), quien coordinó a un grupo de historiadores que exhibió una práctica de divulgación alarmantemente exitosa del partido ultraderechista Vox, y es la de no construir una interpretación conservadora de la historia, sino de plano torcerla y mentir, para así adecuar la complejidad del mundo a sus elitistas creencias. El engaño cínico con fines supremacistas es aún el motor de las ultraderechas hoy, sea en Argentina, España o Israel. 
Con un contenido poco original, confeccionado de añagazas viejas y carente de referentes sólidos, ¿qué hace distintas y alarmantes a estas derechas respecto a sus usos del pasado? La respuesta quizá no esté en el contenido, sino en la plataforma: en tiempos de fasciósfera digital y disolución de filtros intelectuales, sacar a Videla del retrete de la historia es algo que se hace no para clarificar el pasado, sino para radicalizar incautos que lo quisieran de vuelta.