lunes, 17 de marzo de 2025

Las derechas no son nacionales.

Jaime Ortega*
Se ha establecido un contexto en los últimos años de que las derechas –especialmente las que gobiernan Estados Unidos– son nacionalistas, vinculando esta posición con eventos pasados como el nazismo alemán, el fascismo italiano y variaciones subsidiarias. Esta imagen, heredera de proyecciones políticas que afirmaban un sentido de nación de manera agresiva y destructiva sobre otras, es propio del siglo XX. Hay que cuestionar el consenso de ese uso. Dichas fuerzas políticas, cuya agresividad es indudable y soberbia mediática desbordante en el horizonte político global, no son nacionales, por más que llamen a supuestas grandezas de tiempos perdidos: recordando a Marx, hay que evaluar a los seres humanos por lo que realmente son, no por lo que dicen que son.
Existen cientos de páginas dedicadas a explicar la condición de la nación y llevaría no años, sino décadas escarbar en la bibliografía sobre lo que históricamente han sido, lo que políticamente se ha hecho con ellas y lo que imaginariamente se ha proyectado que sean para el futuro. Pero si entendemos a la nación a la manera de la dupla Karl Marx y René Zavaleta, es decir, como una fuerza productiva, las actuales corrientes reaccionarias en el poder, no tienen algo que ver con ella, antes bien, son antinacionales.
En su toma de postura que daba apertura a Sociología del imperialismo, el marxista egipcio Abdel-Malek alababa la condición militante de la obra de Rosa Luxemburg, pero criticaba su incomprensión de la dimensión nacional. Para él, la gran marxista alemana había partido del horizonte alemán sobre la acumulación de capital y lo había querido universalizar teóricamente. Algo similar sucede hoy con la búsqueda conceptual por comprender las importantes variaciones del capitalismo, hasta ahora la categoría que se ha instalado es la de tecnofeudalismo y si bien ésta responde a una condición innegable del peso de la producción vinculada a la tecnología, no deja de ser una deriva bastante reducida del globo. Por ello quizá esa más útil acudir críticamente a la noción de capitalismo caníbal que propone Wendy Brown. Si bien sus preocupaciones son, esencialmente, la de las izquierdas de Estados Unidos, Brown sigue una línea argumental proveniente de Marx, en cuyo centro se encuentra la idea de que el capital destruye sus condiciones mismas de posibilidad.
Y es que la nación fue un requisito para el despliegue del capital en los grandes centros europeos; sin embargo, no cumplió esa misma función en la mayor parte del mundo, donde se organizaron las principales relaciones sociales antes de la existencia de las naciones. El siglo XX en buena medida fue una gran travesía de las mayorías del globo por conquistar la nación y hoy, el capital de nuestros días, tecnológico al extremo, avanza con la espada de la automatización desenvainada y con el imperio del mercado como escudo, socavando a la comunidad nacional.
Al arremeter contra la migración son disgregantes de la comunidad real, destrozando, de hecho, cualquier sentido de nación. Con sus acciones y llamados violentos contra los otros, atomizan, disgregan, dispersan, envenenan el vínculo social: en ese escenario, la función en tanto fuerza productiva de la comunidad nacional, está vedado. No puede haber nación donde asustados e iracundos oligarcas gobiernan llamando a expulsar al otro.
Más aún, en las actuantes fuerzas derechistas la invocación a la comunidad nacional es una farsa porque lo suyo es el imperio del mercado, sin cortapisas ni regulaciones. Ya el Marx de los Grundrisse de 1857 alertaba sobre el poder del dinero, aquel que disolvía todos los lazos comunitarios existentes. Ese es el programa político de las actuales fuerzas derechistas. Si seguimos a Rudolf Rocker, crítico por excelencia del nacionalismo de la centuria anterior, lo que miramos es que estas corrientes no asumen un fanatismo estatal (que sería el componente esencial del nacionalismo del siglo XX), sino un más bien un fanatismo mercantil-capitalista.
Como toda forma de organización humana, la nación seguramente se evaporará y será sustituida por otras. Pero ahora estamos lejos de ese sendero. Antes bien, recobrando una tradición política del mundo periférico, es pertinente evocar que la nación es un artilugio siempre incompleto, pues evoca el sentido de una comunidad que se reinventa. Como campo de disputa, no está prefigurada su función, y en su origen no se encuentra el secreto de su trayecto. Más aún, como lo han mostrado las experiencias nacional-populares, ésta puede ser de un carácter abierto, tendiente a la protección de la comunidad, solidaria, y convocante a la integración, es decir, no excluyente. Al ser el principal espacio donde se puede cultivar la soberanía popular es proactivamente antioligárquica. La nación es algo muy importante para las pugnas del presente y del futuro, no hay que ceder a las fuerzas derechistas ni un ápice de ella.
*Investigador UAM

México SA
Ejido, otro despojo salinista // Neolatifundismo a galope // Políticos y empresarios
Carlos Fernández-Vega
Por su muy privatizador entender, en enero de 1992 Carlos Salinas de Gortari decretó que en México el reparto masivo de tierra ha concluido, y dijo: quien afirme que todavía existen millones de hectáreas por repartir está mintiendo a los casi 2 millones de solicitantes de tierra y a los más de 4 millones de jornaleros agrícolas, pero (a ellos) tenemos que darles una respuesta. ¿Y cuál fue? El neolatifundismo, vía el defenestrado ejido, que complementó otro de los circuitos de la propiedad de la tierra en nuestro país, disfrazada de concesiones mineras, a pesar de que la Constitución (artículo 27, fracción XV) ordena que en los Estados Unidos Mexicanos quedan prohibidos los latifundios.
Fue tal el cinismo de Salinas al privatizar el ejido que instruyó a su entonces secretario de Agricultura, Carlos Hank González, para que modificara la historia nacional con la flexibilidad que ameritaba la ocasión y diera un pequeño giro a la bandera zapatista Tierra y Libertad, dados los crecientes reclamos por tal decisión. Así, el profesor –uno de los hijos predilectos de la revolución institucionalizada– afirmó, sin sonrojarse, que dicha consigna no es la correcta, pues según él, lo que el nativo de Anenecuilco en realidad dijo fue: Trabajo y Libertad, de tal forma que los cambios a la Constitución promovidos por el presidente de la República no sólo respetan su ideario, sino que lo promueven. Todo para justificar otro de los execrables despojos del innombrable.
En uno de sus informes de gobierno, un sonriente Salinas de Gortari afirmó que el nuevo artículo 27 constitucional y sus leyes reglamentarias en materia de propiedad y aprovechamiento de la tierra, así como de aguas y bosques, recogen la experiencia, demandas y aspiraciones de los campesinos. Protegen a ejidatarios y comuneros, ampliando, no restringiendo, sus libertades. Les dan certeza en sus derechos y respetan sus decisiones sobre sus tierras y sobre su asociación para así poder superar los graves defectos del minifundio. Es una reforma de libertad, vinculada a la democracia en las asambleas ejidales. Es una reforma de justicia al reconocer a los campesinos como actores del cambio y al responder con apoyos a sus demandas. Da certidumbre en la posesión de la tierra y termina simultáneamente con el engaño de promesas de reparto, ya físicamente imposibles, y de invasiones de tierras, jurídicamente sancionadas.
Pues bien, a 33 años de distancia el resultado concreto de la liberación de los ejidatarios el panorama resulta terrorífico: tierras, aguas y bosques han sido acaparados por unas cuantas familias multimillonarias dedicadas a la agroindustria, la minería, el turismo y otros sectores productivos, como el inmobiliario (sin olvidar a las del crimen organizado), más políticos y ex funcionarios, mientras los campesinos liberados se mantienen en miserables condiciones.
Muestra de eso es lo publicado por La Jornada (Jared Laureles) en su edición de ayer: “sólo 36 personas poseen más de 39 mil hectáreas en alrededor de 63 mil ejidos de propiedad social que se encuentran en zonas turísticas de alto valor comercial, bosques y selvas, así como áreas naturales protegidas del país, terrenos que son destinados al mercado inmobiliario para construir fraccionamientos y viviendas de alta plusvalía o proyectos mineros, de acuerdo con una investigación del Registro Agrario Nacional; se trata de un ‘expolio de la propiedad social’, define el documento, el cual se enfocó ‘a los grandes acaparadores de tierra de propiedad social… Ese poder económico casi siempre está ligado al poder político local, y en algunos casos al nacional. No se puede entender la actuación impune si no existió algún tipo de colusión con quienes pueden tener acceso a los trámites’. Entre estos terratenientes figuran políticos, ex funcionarios y empresarios, quienes a partir de la falsificación de documentos, contratos leoninos, prestanombres, cooptación y amenazas a las asambleas ejidales y la complicidad de funcionarios de los tres niveles de gobierno, han acaparado grandes extensiones de tierra aprovechando la tendencia privatizadora salinista de 1992 en el campo” (otras fuentes hablan de más de 200 mil hectáreas en unas cuantas manos).
Pero lo anterior apenas es una muestra del brutal despojo promovido y autorizado por el régimen neoliberal.
Las rebanadas del pastel
El gobierno federal y la Fiscalía General de la República deben meter el acelerador a fondo en las investigaciones, no sólo en Teuchitlán, Jalisco, sino en toda la República. El castigo debe ser ejemplar.
Twitter: @cafevega   cfvmexico_sa@hotmail.com

Carta abierta e íntima al presidente de Argentina
Mempo Giardinelli
Ante todo y como usted observará, no lo llamo Javier, ni Javo, porque no soy su amigo. Soy sí, y en cambio, un ciudadano raso al que usted tampoco llamará por su nombre propio. Igualación inicial que me permito para pedirle –con el debido respeto a la investidura que hoy usted ostenta– que por favor renuncie a ese cargo que le fue democráticamente encomendado por una mayoría de votantes hace ya 16 meses. Pero la cual hoy, sin ninguna duda, se ha adelgazado para pasar a ser una simple minoría que de ninguna manera responde a los anhelos populares ni mucho menos a las promesas con las que usted engañó al pueblo argentino.
Resulta chocante cuando usted en sus discursos grita o la va de macho cruel, irónico sin elegancia, violento y burlón, o cuando ordena que los esbirros de su empleada Bullrich apaleen a los viejos, los estudiantes y los trabajadores, todos los cuales tienen, como tenemos, todo el derecho a protestar por la vida de mierda que su gobierno le viene imponiendo desde hace 14 meses al pueblo argentino. Ese machismo de menor cuantía es falso como moneda de cuatro pesos, y es tan repudiable como cualquier machismo lo es, sólo que, además y para colmo, en el caso de usted es de mal gusto.
El problema que plantean estas líneas, presidente, es, por si no lo entiende, personal con usted. Porque igual que cualquier otro ciudadano, quien esto escribe ignora sus gustos o elecciones personales, que pueden ser taras que también a la inmensa mayoría del pueblo argentino le importen poco y nada. Por eso esta columna sostiene, entonces, que si es un asunto personal suyo lo que está mal es que eso perturbe a un pueblo que es bueno, trabajador, tranquilo y solidario.
Cierto que también protestón y que la pifia cada dos por tres cuando vota, pero bueno, es un pueblo mucho más decente que chorro, y paciente como buey en campo. No somos malas personas, entiéndalo, Milei. Somos casi 50 millones de laburantes familieros, futboleros, musicantes, artistas y sensibles, por lo tanto, cualidades matan maldades. De donde uno se pregunta, con calma y sinceridad, ¿por qué tanta maldad hacia ellos? ¿Por qué hacerle pagar al pueblo argentino el resentimiento que usted tiene? Y digo más: ¿por qué odia al pueblo argentino? Eso es lo verdaderamente inexplicable, presidente.
Porque usted bien podría ser chorizo y jefe de banda, como algunas veces parece, y está visto que es capaz de hacer cochinadas increíbles, que le rompen la vida a más de medio país. Como hizo ahora con el afano de las criptomonedas, donde parece obvio que se le fue la mano; sí, señor, se le fue. Y tan se le fue que ahora usted mismo no sabe cómo salir del bolonqui. Y no va a salir, Javier. Porque ésta que se mandó es de las inocultables e inolvidables.
Por eso, a mí me parece, dicho sea con todo respeto hacia su investidura, que acaso tiene usted problemas que no importan en absoluto, desde ya, eso es cosa suya, pero si son causa de efectos horrorosos, como vienen siendo, entonces la cosa cambia. Uno –que viene a ser este redactor– todo lo que quiere es, nuevamente, entender por qué tanta maldad. Y sobre todo, por qué, si a usted ya le debe sobrar la guita. Esa guita que parece que algunos le pagan para que usted los atienda, según dicen los gringos. No son maledicencias locales. Y si se suma la cantidad de peajes que se dice que usted le cobra a cipayos y chupamedias, esas porquerías de gente que usted parece que atrae como moscas a la leche, bueno, Javier, usted ya ha de estar sobrado de guita. ¿Por qué no se calma un poco, entonces? No hay mucha gente en el mundo que pida cientos o miles de dólares para charlar un ratito. No hay chupamedias como para tanto.
Y además, estoy respetuosamente enojado, sí, le confieso. Como tantos que me atrevo a decir que están cabreros y recontracalientes. Millones de argentinos y argentinas que lo putean porque creyeron en usted y sus promesas. Y no digo sólo la enorme gilada que le creyó el cuento de las cosifai ésas que llaman criptomonedas y con el que se mandaron un choreo fenomenal.
Los que laburamos toda la vida no simpatizamos con los especuladores, ¿sabe? Nuestro idioma es la decencia y el amor a la familia, a los hijos e hijas, a la patria y al prójimo que labura y no se corrompe.
Yo no sé si usted entiende este idioma, pero le explico: el decente es el que no se corrompe, o sea el que vive de su laburo y cuida la salud moral y espiritual de su familia. Y ama a la patria y hasta daría la vida por ella. El decente verdadero, digo, ése que no se rompe ni se dobla.
Y gran parte de los cuales le creyeron a usted, Javier. Le creyeron. ¿Sabe lo que es eso? Y hoy se sienten estafados, porque de buena fe participaron de la timba que usted inventó con bandidos afines.
Fulero todo eso, presidente, mejor váyase. No termine de arruinar la vida de casi 50 millones de personas. Renuncie y váyase a Estados Unidos, o a Inglaterra, o a alguna isla maravillosa al pedo. O sea, no joda más a nuestro pueblo. Que está cansado, adolo-rido y sufriente porque no acaba de entender por qué ni cómo llegó a este punto. Y gran parte del cual, seguramente la mayoría, lo votó a usted. Que quizá ya está bien forrado de guita mala. Porque nadie le va a creer que con los criptochoreos usted salió perdiendo plata.
Guarda que tanto veneno no lo infecte, Javier, presidente. Mejor váyase y disfrute afuera de lo que seguramente ya embolsó, y no joda más, no siga perturbando la vida de un pueblo trabajador, mayoritariamente honesto y futbolero, pero ahora contrariado, atemorizado y desesperado cuando no hay puchero ni buenas perspectivas para hijos e hijas. No joda con la vida de 47 millones de compatriotas, Milei, de veras, amaine el odio y mejor rejunte lo choreado y rájese y deje laburar aquí a los patriotas que sólo quieren paz, pan, educación y trabajo decentes, y ver cómo recuperamos la salud y la alegría de vivir. No hace falta, no es necesario, es estúpidamente maligno seguir haciendo daño. Córtela, Javier, de onda se lo pido, lo digo y escribo. El pueblo argentino ya empezó a odiarlo. Imposible que lo quiera, ni ahora ni jamás, pero no provoque más. A ver si un día de éstos algún colifa de uniforme se levanta y empeora todo.
De manera que córtela, viejo. Que el mundo es ancho y ajeno, y en una de ésas usted ya amarrocó millones en algún banco mundial.
Se lo pido por favor y de buena onda, como simple provinciano sin prontuario, como escritor y periodista decente y laburante. Cuelgue los botines, Javier, y váyase bien lejos y que Dios lo perdone. Si puede y quiere, aunque yo creería que no va a querer.