Uno de cada cinco estadunidenses es latino
▲ Rick Caruso, candidato demócrata a la alcaldía de Los Ángeles (centro), durante un desayuno con la actriz Kate del Castillo y Freddy Escobar, presidente de los Bomberos Unidos de la ciudad californiana, el 24 de octubre.Foto Afp
▲ Detalle de un acto de campaña republicano, el mes pasado en McAllen, Texas.Foto Afp
David Brooks, Corresponsal, y Jim Cason, Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Lunes 7 de noviembre de 2022, p. 2
Nueva York/Chicago., Como el electorado latino en general, los votantes que se identifican como de origen mexicano tampoco son un voto monolítico. En 2020, 74 por ciento de los mexicano-estadunidenses votaron por Joe Biden, y 23 por ciento por Donald Trump.
Los inmigrantes mexicanos con derecho al voto en Estados Unidos, o sea que obtuvieron la ciudadanía, son 16 por ciento –3.5 millones– del total de 23 millones de volantes inmigrantes. Es la agrupación más grande de votantes nacidos en el extranjero, según datos de 2020 de Pew Research (https://cutt.ly/HN0yEcT).
El universo latino en Estados Unidos lo conforman unos 62 millones que se identifican como latinos o hispanos, y una mayoría –37.2 millones o 62 por ciento– es de origen mexicano (tanto inmigrantes como los que ya tienen generaciones en Estados Unidos o incluso son de familias con raíces en regiones anteriormente mexicanas, como el suroeste estadunidense). Otras partes del universo latino-estadunidense incluye los de origen puertorriqueño (10 por ciento de los latinos), cubanos (4), salvadoreños (4) y dominicanos (3.4), según datos del censo analizados por Pew Research Center. Uno de cada cinco estadunidenses es latino.
Vale señalar que aunque la mayoría del voto de origen mexicano –incluyendo inmigrantes y los que tienen generaciones en Estados Unidos– favorece a los demócratas, entre las más grandes sorpresas de la elección presidencial de 2020 fue que varios pueblos fronterizos de Texas con poblaciones mexicano-estadunidenses votaron mayoritariamente por Trump, el candidato antimigrante y antimexicano.
De hecho, entre esas sorpresas recientes fue que una candidata republicana al Congreso federal en la zona fronteriza de Texas ganó en uno de los distritos más latinos –y mexicano-estadunidenses– del país en una elección especial este año. Más aún, la ahora diputada federal Mayra Flores es una inmigrante nacida en México, casada con un agente de la Patrulla Fronteriza y ferviente simpatizante de Trump.
En encuesta reciente de Axios/Ipsos, más de 41 por ciento de los mexicano-estadunidenses opina que es más importante asegurar las fronteras que ayudar a inmigrantes a escapar de la pobreza y la violencia en sus países y ayudarlos a que salgan adelante en Estados Unidos; 52.6 opinan lo opuesto.
La minoría más grande
La población latina se volvió mayoría en Texas en septiembre, según el Censo de Estados Unidos. Los latinos representan 40.2 por ciento de la población estatal, superando al 39.4 de los blancos. Esos cambios demográficos –nutridos por una alta tasa de reproducción y la inmigración– implican una transformación de Estados Unidos, aunque hay un gran debate sobre sus dimensiones e implicaciones.
Pero eso también ayuda a explicar la motivación de los políticos para nutrir el clima antinmigrante y nativista que sigue floreciendo entre los blancos –pero también entre algunos latinos y otros.
Los latinos son la minoría más grande de Estados Unidos, superando a los afroestadunidenses –y son mayoría en varias ciudades y pueblos. La mitad de los latinos se concentra en sólo dos estados, California y Texas. Los otros estados donde hay amplia población latina de generaciones incluye Florida, Nueva York, Illinois y Nueva Jersey.
Pero esa comunidad latina es la de mayor crecimiento en algunos estados que antes no tenían una población latina significativa, entre ellos Tenesi, Georgia, Carolina del Norte, Vermont, Nueva Hampshire, Dakota del Sur, Dakota del Norte y Luisiana. La mitad de la tasa de crecimiento de población en Estados Unidos es por latinos.
Esos cambios demográficos tienen implicaciones electorales. Entre 2000 y 2018, la población con derecho al voto creció de 193.4 millones a 233.7 millones –incremento de 40.3 millones. Los votantes no blancos –latinos, afroestadunidenses y asiáticos y otras razas– representaron 76 por ciento de este crecimiento. Los latinos por sí solos representaron 39 por ciento del crecimiento del total de la población con derecho al voto y son el grupo de votantes de mayor crecimiento en 39 estados. Cada año, otro millón de jóvenes latinos nacidos en Estados Unidos ingresan a la población con derecho al voto. Mientras, el porcentaje de blancos con derecho al voto se ha reducido en todos los 50 estados.
Si despierta el gigante tal vez su primera tarea inmediata será rescatar la tambaleante democracia de Estados Unidos.
Lunes 7 de noviembre de 2022, p. 2
Nueva York/Chicago., Como el electorado latino en general, los votantes que se identifican como de origen mexicano tampoco son un voto monolítico. En 2020, 74 por ciento de los mexicano-estadunidenses votaron por Joe Biden, y 23 por ciento por Donald Trump.
Los inmigrantes mexicanos con derecho al voto en Estados Unidos, o sea que obtuvieron la ciudadanía, son 16 por ciento –3.5 millones– del total de 23 millones de volantes inmigrantes. Es la agrupación más grande de votantes nacidos en el extranjero, según datos de 2020 de Pew Research (https://cutt.ly/HN0yEcT).
El universo latino en Estados Unidos lo conforman unos 62 millones que se identifican como latinos o hispanos, y una mayoría –37.2 millones o 62 por ciento– es de origen mexicano (tanto inmigrantes como los que ya tienen generaciones en Estados Unidos o incluso son de familias con raíces en regiones anteriormente mexicanas, como el suroeste estadunidense). Otras partes del universo latino-estadunidense incluye los de origen puertorriqueño (10 por ciento de los latinos), cubanos (4), salvadoreños (4) y dominicanos (3.4), según datos del censo analizados por Pew Research Center. Uno de cada cinco estadunidenses es latino.
Vale señalar que aunque la mayoría del voto de origen mexicano –incluyendo inmigrantes y los que tienen generaciones en Estados Unidos– favorece a los demócratas, entre las más grandes sorpresas de la elección presidencial de 2020 fue que varios pueblos fronterizos de Texas con poblaciones mexicano-estadunidenses votaron mayoritariamente por Trump, el candidato antimigrante y antimexicano.
De hecho, entre esas sorpresas recientes fue que una candidata republicana al Congreso federal en la zona fronteriza de Texas ganó en uno de los distritos más latinos –y mexicano-estadunidenses– del país en una elección especial este año. Más aún, la ahora diputada federal Mayra Flores es una inmigrante nacida en México, casada con un agente de la Patrulla Fronteriza y ferviente simpatizante de Trump.
En encuesta reciente de Axios/Ipsos, más de 41 por ciento de los mexicano-estadunidenses opina que es más importante asegurar las fronteras que ayudar a inmigrantes a escapar de la pobreza y la violencia en sus países y ayudarlos a que salgan adelante en Estados Unidos; 52.6 opinan lo opuesto.
La minoría más grande
La población latina se volvió mayoría en Texas en septiembre, según el Censo de Estados Unidos. Los latinos representan 40.2 por ciento de la población estatal, superando al 39.4 de los blancos. Esos cambios demográficos –nutridos por una alta tasa de reproducción y la inmigración– implican una transformación de Estados Unidos, aunque hay un gran debate sobre sus dimensiones e implicaciones.
Pero eso también ayuda a explicar la motivación de los políticos para nutrir el clima antinmigrante y nativista que sigue floreciendo entre los blancos –pero también entre algunos latinos y otros.
Los latinos son la minoría más grande de Estados Unidos, superando a los afroestadunidenses –y son mayoría en varias ciudades y pueblos. La mitad de los latinos se concentra en sólo dos estados, California y Texas. Los otros estados donde hay amplia población latina de generaciones incluye Florida, Nueva York, Illinois y Nueva Jersey.
Pero esa comunidad latina es la de mayor crecimiento en algunos estados que antes no tenían una población latina significativa, entre ellos Tenesi, Georgia, Carolina del Norte, Vermont, Nueva Hampshire, Dakota del Sur, Dakota del Norte y Luisiana. La mitad de la tasa de crecimiento de población en Estados Unidos es por latinos.
Esos cambios demográficos tienen implicaciones electorales. Entre 2000 y 2018, la población con derecho al voto creció de 193.4 millones a 233.7 millones –incremento de 40.3 millones. Los votantes no blancos –latinos, afroestadunidenses y asiáticos y otras razas– representaron 76 por ciento de este crecimiento. Los latinos por sí solos representaron 39 por ciento del crecimiento del total de la población con derecho al voto y son el grupo de votantes de mayor crecimiento en 39 estados. Cada año, otro millón de jóvenes latinos nacidos en Estados Unidos ingresan a la población con derecho al voto. Mientras, el porcentaje de blancos con derecho al voto se ha reducido en todos los 50 estados.
Si despierta el gigante tal vez su primera tarea inmediata será rescatar la tambaleante democracia de Estados Unidos.
China y la nueva realidad de AL
En el curso de la última década, China se ha ido convirtiendo en el principal inversionista en Latinoamérica, desplazando de esa posición a Estados Unidos. Este fenómeno es particularmente claro en la región sur del continente, cuyos países han firmado acuerdos de libre comercio con el gigante asiático y han incrementado en forma considerable sus intercambios comerciales, científicos y tecnológicos con Pekín.
Si hace 20 años las más relevantes economías americanas tenían como principal socio comercial a Estados Unidos, hoy sólo tres –México, Colombia y Canadá– conservan esa condición, además de las naciones centroamericanas y caribeñas. Así, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Perú y Uruguay han orientado sus intercambios hacia la potencia asiática.
Este fenómeno configura una nueva realidad continental, en la cual se ha reducido drásticamente el margen de Washington para seguir considerando a América Latina como su patio trasero, y en la que se disuelve una de las principales bases del sempiterno injerencismo estadunidense. Al hecho económico debe agregarse una consideración política: a diferencia de las inversiones estadunidenses, que han ido siempre acompañadas de intervenciones en lo político, China gestiona las suyas dejando al margen diferencias o afinidades ideológicas entre gobiernos, lo que otorga a la mayor parte de Latinoamérica condiciones propicias para la defensa de sus soberanías nacionales.
En este panorama, México se encuentra en una posición singular por su vecindad geográfica con la superpotencia del norte y por una historia que ha hecho inevitable la creciente integración económica con ella. En tal circunstancia, lo pertinente es gestionar tal integración y buscar que no vuelva a convertirse en un factor de pérdida de soberanía, como ocurrió en gobiernos anteriores. En este espíritu, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha insistido en la pertinencia de estrechar los lazos comerciales, siempre y cuando ello se realice en un estricto pie de igualdad y respeto a la independencia y la soberanía nacionales.
El presidente mexicano ha ido más allá de consideraciones económicas y comerciales y ha alertado sobre el riesgo de que el declive de la presencia estadunidense –que no es sólo continental, sino también mundial– incube tarde o temprano escenarios de confrontación bélica entre Pekín y Washington; a fin de cuentas, las dos guerras mundiales que tuvieron lugar en el siglo pasado se originaron en buena medida en la disputa entre potencias por regiones de influencia.
En esta perspectiva, debe considerarse el riesgo potencial de que la confrontación económica en curso entre Estados Unidos y China, que tiene implicaciones geopolíticas inocultables, terminara por dirimirse de manera cada vez más crispada en el área latinoamericana, y es para neutralizar ese riesgo que López Obrador propuso la constitución de una zona económica semejante a la europea en todo el continente americano, basada en la igualdad y el respeto a las singularidades institucionales e ideológicas de cada país.
Para llevar a la práctica tal planteamiento se requeriría, por un lado, que la clase gobernante en Estados Unidos depusiera su tradicional arrogancia imperial para aceptar un gran acuerdo regional entre iguales –se tendría que empezar, por ejemplo, por poner fin a las agresiones económicas de Washington en contra de Cuba y de Venezuela– y por el otro, que el resto de las grandes economías latinoamericanas reformularan sus lineamientos comerciales.
Una última consideración es que intensificar los intercambios con China no excluye multiplicarlos también con Estados Unidos, lo que podría convertir a Latinoamérica en la zona con mayor dinamismo económico del mundo.