miércoles, 4 de mayo de 2022

PAN: usurpación y doble rasero.

Un grupo de directivos y legisladores del Partido Acción Nacional (PAN) instaló el lunes pasado un antimonumento en memoria a las víctimas del derrumbe de una sección de la línea 12 del Metro, ocurrido el 3 de mayo de 2021 y en el cual fallecieron 26 personas y 103 resultaron heridas.
De acuerdo con los integrantes de ese partido, el artefacto colocado en la esquina de avenida Juárez y Paseo de la Reforma, en la capital del país, tiene la finalidad de recordar que las víctimas exigen justicia y denunciar la corrupción y negligencia de Morena.
Lo primero que resalta en este acto de la derecha es la usurpación de los símbolos y los métodos de lucha de la sociedad.
En efecto, la práctica de erigir antimonumentos viene de los esfuerzos de las víctimas, su entorno social de apoyo y activistas para visibilizar demandas que la autoridad y los medios de comunicación hegemónicos se empeñan en ignorar, estigmatizar y tergiversar: precisamente por ello, algunos de los antimonumentos más emblemáticos son los levantados para recordar la tragedia de la guardería ABC, a los jóvenes estudiantes desaparecidos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa y a las mujeres que han muerto a causa de la violencia machista.
El gran ausente en el acto de exhibicionismo de este sector de la clase política fue precisamente la sociedad, a la cual ni se consultó ni se invitó.
Quizá esta ausencia se explica por el cinismo que enmarca al fallido intento del panismo de identificarse con las víctimas: quienes participaron en el desfiguro eran conscientes de que el público les habría recordado episodios como la operación de Estado montada por el gobierno del ex presidente Felipe Calderón Hinojosa para silenciar a los padres de familia que perdieron a sus hijos en la guardería ABC y para garantizar impunidad a los familiares del mandatario involucrados en la cadena de negligencias criminales que llevó al incendio del 5 de junio de 2009.
También se arriesgaban a que alguien les reprochara que la madrugada del 4 de mayo de 2006 el gobierno panista de Vicente Fox Quesada y el priísta de Enrique Peña Nieto ordenaron uno de los operativos policiacos más infames de la historia mexicana: el asalto contra San Salvador Atenco, en el municipio de Texcoco.
Para quienes han dado voz a las víctimas por convicción y no por un impresentable oportunismo, es indeleble el recuerdo del abuso de la fuerza pública, las detenciones arbitrarias, la violencia sexual sistemática contra las mujeres y la revictimización mediática que caracterizaron a la venganza del ex presidente panista contra quienes se opusieron a la destrucción del lago de Texcoco para construir un fallido aeropuerto.
La justicia ciertamente debe llegar para quienes resultaron lesionados o perdieron a un ser querido en el trágico accidente de hace un año, y hasta ahora se han presentado avances sustanciales mediante mecanismos de justicia restaurativa, si bien falta concretar el castigo a los responsables –un retraso que, en parte, se explica por la complejidad de las indagatorias en un caso con tantas implicaciones técnicas–.
Lo evidente es que demostraciones como la del panismo nada tienen que ver con el apoyo a las víctimas, sino con el deseo de instrumentar una tragedia con fines electoreros y de golpeteo político.

Dagas verbales
Carlos Martínez García
Al igual que en el corrido, andan echando mano a sus fierros como queriendo pelear. Pero ahora no nada más en domingo, sino todos los días y a cualquier hora. Los ánimos políticos se han salido de su cauce, de madre, por lo cual decir que están desmadrados no es una exageración.
En el exacerbado clima político que vivimos no hay interlocutores, sino, considera cada bando, aviesos contrincantes a quienes solamente les mueve recuperar antiguas prebendas o asegurarse lealtades mediante una feria de programas sociales. En la polarización se pierden los matices y se echan por la borda observaciones y aportes que para nada están motivados por la nostalgia de regímenes anteriores ni pretensiones restauracionistas o, por otra parte, mera búsqueda de votantes cautivos.
Aunque no de manera automática, las acciones son precedidas por ideas verbalizadas. Aquéllas nacen de conceptualizaciones que hacemos acerca de la licitud, o no, de ciertos comportamientos. Las conductas, normalmente son modeladas por imaginarios que construimos para interactuar personal, familiar y socialmente. He aquí la importancia de no trivializar las expresiones que menoscaban a quienes se tiene por adversario(a)s. Los grados que alcanzan las lides semánticas son importantes, no es lo mismo un intercambio de argumentaciones con datos que un concurso de improperios, donde la meta es el aniquilamiento simbólico de la contraparte.
Sobre la existencia de otras voces y presencias con cierta frecuencia regreso a los escritos del gran periodista Ryszard Kapuscinski. Él, magistralmente me parece, sintetizó experiencias y aprendizajes en sus recorridos geográficos e interculturales en el libro  Encuentro con el otro (Editorial Anagrama, Barcelona, 2007). Apunta que la extensa historia humana localiza tres posibilidades ante el encuentro con el otro: es factible elegir la guerra (simbólica o real), atrincherarse tras una muralla o entablar un diálogo. Es decir, intentar la conquista mediante la violencia, encerrarse y tratar de ignorar la existencia del mundo, o aventurarse a encontrar puntos de contacto con quienes inicialmente nos resultan extraños.
¿Quiénes son los otros? Los otros son aquellos que no son como yo, los que tienen idioma, color de piel, gustos, creencias, preferencias políticas y prácticas distintas a las mías. De una constatación fáctica, su diferencia, se procede a sacar conclusiones valorativas: lo mío es mejor y más valioso, lo de ellos es peor. De ahí que muchos conglomerados humanos se describan a sí mismos como el parámetro de lo que es la humanidad verdadera y, en consecuencia, los demás son falsificaciones. Yo siempre soy otro para alguien, un extraño que puede mover a curiosidad, identificación solidaria, invisibilización o representación del indeseable.
En Pequeña crónica de grandes días, Octavio Paz relata un episodio que lo marcó hondamente. Asistió en 1937 al segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, que se inició en Valencia el 4 de julio. Con un pequeño grupo fue a la Ciudad Universitaria de Madrid. Recordaba que “guiados por un oficial recorrimos aquellos edificios y salones que habían sido aulas y bibliotecas, transformados en trincheras y puestos militares. Al llegar a un amplio recinto, cubierto de sacos de arena, el oficial nos pidió, con un gesto, que guardásemos silencio. Oímos del otro lado del muro, claras y distintas, voces y risas. Pregunté en voz baja: ¿quiénes son? Son los otros, me dijo el oficial. Sus palabras me causaron estupor y, después, una pena inmensa. Había descubierto de pronto –y para siempre– que los enemigos también tienen voz humana”. Hace muchos años, cuando leí las líneas anteriores, me pregunté, ¿del otro lado del muro, los fascistas, habrán llegado a la misma conclusión?
Tanto en espacios tradicionales como en la galaxia cibernética pululan linchamientos simbólicos, holocaustos purificadores con víctimas propiciatorias, cuyo sacrificio se justifica con infinidad de consignas. Los guardianes de la pureza ideológica, religiosa, política, cultural y en otros campos, son creativos para minimizar las voces que presentan puntos de vista alternativos y que por exponerlos resultan vituperados copiosamente.
Cuando el lenguaje es enarbolado como daga el entorno se vicia y decrece la posibilidad de entendimiento. La cuestión no es ya buscar comunicación, sino imponer un juicio, absolutizar un parecer. Se repite, una y otra vez, lo escrito por Lewis Carroll sobre el cinismo de uno de los personajes por él creados: “Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty-Dumpty con un tono burlón– significa precisamente lo que yo decido que signifique: ni más ni menos. El problema es –dijo Alicia– si tú puedes hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. El problema es –dijo Humpty-Dumpty– saber quién es el que manda. Eso es todo”. Y en esto el poder puede ser político, pero también económico, eclesiástico, patriarcal y de otros tipos.