La pregunta del título no es nueva, mucho menos en tiempos de guerra en que en EU se exacerban las dinámicas imperialistas de lo que el magnífico historiador y no tan aclamado diplomático Arthur Schlesinger captó en su dimensión histórico-contemporánea como La presidencia imperial, libro publicado en 1973 y reeditado en 2004 con nueva introducción (Mariner Books, Boston-NY), lectura bienvenida cuando la presidencia imperial bajo el demócrata Joseph Biden rompe con los procedimientos de la diplomacia normal y decide excluir de una Cumbre de las Américas a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Esa no es una liviandad, es parte de un comportamiento presente a lo largo de una historia plagada de guerras y de una diplomacia de fuerza en América Latina y el Caribe, también repleta de reconocimientos a regímenes dictatoriales (Trujillo, Somoza, Batista, Pérez Jiménez, Pinochet, Videla etcétera ad nauseam, derrocando a gobiernos legítimos, constitucionales y democráticos, entre otros el de Jacobo Árbenz, en Guatemala; Joao Goulart, en Brasil; Salvador Allende, en Chile; Manuel Zelaya, en Honduras, y Evo Morales, en Bolivia.
En un escenario de esta calaña a nadie extraña que 14 países del Caricom, junto con el fuerte pronunciamiento del presidente de México Andrés Manuel López Obrador, a los que se suman la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, y el presidente de Bolivia, José Luis Arce, mantengan una posición de no asistencia a la Cumbre si se mantienen las exclusiones
Frente a estos síntomas de mal manejo en asuntos latinoamericanos y caribeños de Biden (como reconocer a Guaidó) sigue el deterioro hegemónico tanto en lo doméstico como en lo regional y global favoreciendo la agenda del nacional trumpismo, al tiempo que el magnate y sus inclinaciones golpistas como las del 6 de enero, sigue sumando en las encuestas.
Tanto en materia climática como militar, ambos se alinean con los poderosos intereses de los combustibles fósiles, mostrando su preferencia –que se transmite a las Américas y al mundo–, por privilegiar en materia de electro-movilidad a los automóviles eléctricos, lo que excluye a otros vehículos de transportación masiva de pasajeros y de carga, y frente a esto parece un error bárbaro colocar a la núcleo electricidad, como si Fukushima no hubiera existido, como la principal fuente de abastecimiento de las baterías.
En ambos casos, tanto Trump, muy ocupado con escenarios electoreros cuasi-golpistas, como Biden, encantado con los suministros presupuestales para engrosar las transferencias armamentistas, ejemplifican cómo la presidencia imperial tiene expresiones de operar sin control y/o al margen de los límites institucionales elaborados cuidadosamente por los fundadores de esa nación, separando los poderes estatales, siendo responsabilidad del Poder Legislativo el inicio, mantenimiento y finalización de toda guerra, la otra vertiente en manos del Ejecutivo encargado de la vasta operación gubernamental que no incluye a los poderes de guerra aunque se ejercen inconstitucionalmente.
Algunos países de la Unión Europea (UE) como Alemania, envían al gobierno de Ucrania armamentos de todo tipo y apoyos financieros en las decenas de miles de millones de dólares o euros aumentando el gozo de los inversionistas bélico-industriales. La canalización de ganancias y poder va hacia lo que Eisenhower bautizó como un “complejo bélico-industrial fácilmente transformable en amenaza a las libertades y a la democracia, han sido inmensas desde las primeras semanas del operativo especial desplegado ante la intensificación del acoso estratégico de la OTAN con sus ejercicios y desplazamientos de equipo militar de EU en países cercanos a las fronteras de la Federación Rusa, poniendo en grave riesgo su seguridad. Los apoyos al gobierno de Ucrania no son transparentes y ya varios senadores y representantes se inquietan por los montos escandalosos que perfilan una configuración bélica global con un presupuesto mundial estimado en poco más de 2 billones de dólares y por la secrecía tratando de detener estas expresiones autocráticas de lo que en efecto es una presidencia imperial.
En ese contexto de belicismo y crisis hegemónica, Estados Unidos propone una Cumbre de las Américas con inadmisibles exclusiones: La condición en la cumbre es ser país democrático fue el mensaje de un vocero del gobierno de Estados Unidos.
Como en política las formas son sustancia, es un hecho que Biden y la gran mayoría de sus antecesores observan modales de unilateralidad que son propios de monarquías imperiales y no de regímenes con elección presidencial. Que se sepa, el presidente Joseph Biden sólo hizo consultas consigo mismo y su equipo, borrando a Cuba, Nicaragua y Venezuela de su lista de invitados. En ese contexto, fue que el presidente López Obrador supeditó su asistencia a que no haya exclusiones en el encuentro a celebrarse el próximo mes en Los Ángeles, California.
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La cumbre y la crisis de hegemonía de EU
Ángel Guerra Cabrera
La caótica situación política creada por el gobierno de Estados Unidos (EU) de cara a la novena edición de la llamada Cumbre de las Américas refleja, en primer lugar, la renuencia del imperio a aceptar la grave crisis de liderazgo y hegemonía que sufre a escala mundial. Washington ha despertado rebeldía y desconfianza en América Latina y el Caribe (ALC) con su turbio y antidemocrático manejo de los preparativos de la próxima reunión en Los Ángeles, y su actitud excluyente como anfitrión. Desde la sexta Cumbre en Cartagena era ya un clamor de los gobiernos de la región que no hubiera exclusiones y que en la próxima debía invitarse a Cuba. En virtud de esa exigencia, participó en la séptima Cumbre de Panamá el entonces presidente Raúl Castro y se produjo el histórico encuentro entre el veterano revolucionario y Obama, primero entre mandatarios de la isla y EU desde el triunfo de la revolución cubana.
Por eso, la valiente oposición del presidente Andrés Manuel López Obrador a las exclusiones no es ninguna ocurrencia, como vociferan histéricamente los políticos y bocinas mediáticas de la derecha. Responde a una sentida demanda de los pueblos y de la mayoría de gobiernos latinoamericanos y caribeños. Por citar un ejemplo importante, es conocido el rechazo existente entre los países miembros del Caricom respecto a una eventual exclusión de La Habana y también por las groseras presiones a que están sometidos por Washington para que la acepten. La no participación de Cuba sería un grave retroceso histórico después de que fuera invitada también a la octava Cumbre en Lima, como denunció hace más de un mes el canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla.
Pero el presidente Biden y, en general, las elites estadunidenses, parecen totalmente rebasados por la crisis, y para salir de ella no encuentran otro camino que acudir a las viejas fórmulas agresivas y guerreristas, aunque se expresen con formas nuevas. Es el caso de la actual guerra mundial multidimensional –de la que Ucrania no es más que uno entre varios teatros de operaciones y la víctima sacrificial de la arrogancia occidental–, cuya causa sólo puede explicarse a partir de dos realidades. La primera es que Washington rehúsa aceptar que el mundo cambió y que la unipolaridad posterior al desplome de la URSS (1991), fue algo efímero hoy insostenible. La segunda es que el cabecilla de la globalización neoliberal está acentuando cada vez más una actitud aventurera y muy peligrosa, consistente en obcecados intentos de imponer por la fuerza la anacrónica exclusividad hegemónica, como si no existieran actores internacionales de la talla de China y Rusia, ambos interlocutores ineludibles en el nuevo orden global que nace. Aunque apoyándose en su potente máquina de propaganda de guerra y en las apariencias, EU haya hecho creer a los incautos que Rusia es el agresor, los analistas más serios con anclaje en los intereses de los pueblos ven claramente la inveterada belicosidad de Washington, que desde 1997 movió sin pausa las fronteras de la OTAN hacia Rusia, con el propósito de acosarla y cercarla militarmente, hasta instalar en un flanco tan sensible como el ucranio un gobierno con enorme influencia de la extrema derecha ultranacionalista y rusófoba e, incluso, de los neonazis, para establecer allí una plaza de armas de la OTAN, aunque Ucrania no hubiese ingresado a la alianza. Por cierto, la misma política sigue en relación con China, como apreciamos en las crecientes tensiones en la región Asia-Pacífico. En suma, no es difícil comprender que EU –junto a sus amanuenses occidentales– es el único responsable de haber arrastrado a Europa y al mundo al conflicto actual, de impredecibles consecuencias.
También en ALC, como fruto de la crisis de hegemonía, el imperio no tiene otra receta que la doctrina Monroe (1823), criticada sistemáticamente por AMLO cuando afirma que es inaceptable que se continúe con las mismas políticas de hace dos siglos en un mundo que ha cambiado. Hay muchas pruebas de esta arrogante actitud de Washington, pero tal vez hoy el mejor ejemplo es su empeño en asfixiar económicamente y desestabilizar a Cuba, Venezuela y Nicaragua, simplemente porque no se le subordinan. Las recientes medidas hacia La Habana anunciadas por el gobierno de Biden son un pequeño paso positivo, pero en modo alguno suprimen el bloqueo, sólo unos pocos de los castigos adicionales al cerco impuestos por Trump. No sólo eso. Biden mantiene descaradamente la fracasada política de intento de golpe blando observada el 18 de julio de 2021, de la que su embajada en La Habana es un activo protagonista. De lo que no cabe duda es que, pase lo que pase en la cumbre de Los Ángeles, después de ella quedará aún más claro que si EU insiste en actuar como si ALC continuara siendo su patio trasero, cada vez se acentuará más su crisis de liderazgo mundial.
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