lunes, 16 de mayo de 2022

Estados Unidos: vecino violento.

El sábado pasado, un joven de 18 años asesinó a tiros a 10 personas e hirió a otras tres –afroestadunidenses en su gran mayoría– en un supermercado de Buffalo, Nueva York, motivado por la idea de que en Estados Unidos está en curso un plan de remplazo de la población blanca de origen europeo por negros e inmigrantes de varias etnias. El multiasesino transmitió su crimen por Internet en tiempo real y se declaró supremacista y fascista al ser llevado ante un juez.
Episodios como éste son estremecedoramente comunes en el país vecino y expresan una violencia introyectada en innumerables ciudadanos, así como la prevalencia de abominables creencias racistas en importantes grupos de población.
Signo de los tiempos, la eclosión de las redes sociales y la presencia en ellas de contenidos conspirativos de ultraderecha hacen posible la frivolización de las matanzas, su difusión en plataformas especializadas en videojuegos y la retroalimentación entre protagonistas de crímenes de odio, como lo dejó patente el asesino de Buffalo, quien concibió su incursión como un homenaje a otros autores de tiroteos urbanos.
Pero más allá de ideologías y de usos tecnológicos, hay en Estados Unidos un problema de fondo: la creencia de que problemas reales o imaginarios –como la teoría conspirativa del remplazo poblacional– pueden ser resueltos por medio de la violencia y el asesinato.
Esa idea, que tiene una lamentable expresión en el elevado número de homicidios en Estados Unidos, encuentra un deplorable paralelismo en la política de Washington en el mundo, que lo coloca como el principal protagonista planetario de guerras y conflictos armados.
Otra vertiente ineludible de este fenómeno es la mentalidad armamentista que domina a buena parte de la sociedad del país vecino, en el cual hay más armas de fuego en manos de civiles que habitantes. El libérrimo comercio de armas al norte del río Bravo es, por lo demás, un factor ineludible de la violencia delictiva que se padece en México, cuyos grupos criminales se abastecen sin problema de armas cortas, fusiles de asalto y armas de guerra de alto poder –como los fusiles Barrett– en el mercado estadunidense.
No es ese, ciertamente, el único factor mediante el cual Estados Unidos exporta violencia a nuestro país. Una de las trabas para castigar a responsables de delitos violentos en México es la cantidad de criminales mexicanos que en el país vecino se han beneficiado de la condición de testigos protegidos, como es el caso de Dámaso López Serrano, El Mini Lic, señalado como autor intelectual del homicidio de Javier Valdez Cárdenas, corresponsal de La Jornada en Sinaloa, quien fue ajusticiado el 15 de mayo de 2017 –ayer se cumplieron cinco años– en su natal Culiacán.
Para finalizar, es imposible analizar los fenómenos de la inseguridad y la criminalidad en México si no se toma en cuenta la vecindad con una nación tan poderosa como enferma de violencia y cuya enfermedad contamina de muchas maneras a otras naciones.

Otra vez la economía y sus paradojas
Arturo Balderas Rodríguez
Pues sí, es la economía, estúpido. La frase que se hizo célebre cuando uno de los estrategas políticos del entonces candidato presidencial Bill Clinton la sugirió como lema para definir la crisis económica por la que atravesaba Estados Unidos durante el periodo en que Bush padre fue presidente. La recesión económica en esos años implicó la caída de un presidente. Sin embargo, viéndolo más de cerca, era un problema que venía gestándose tiempo atrás y que, al parecer, no hay remedio en este sistema económico, independientemente de la voluntad del presidente en turno. Su responsabilidad es muy poca sobre un fenómeno estructural que se gesta durante años en las entrañas de un sistema que ha sido incapaz de evitarlo. Dicho esto, lo que en su caso sí pueden hacer los presidentes es manejar los instrumentos económicos a su alcance para paliar los efectos de las crisis cíclicas, atenuar los perjuicios que causan y buscar salidas que permitan rencauzar el crecimiento.
Entre la Segunda Guerra Mundial y el año 2010, la economía de Estados Unidos sufrió 11 recesiones, tres de las más profundas en 1973-74, 1981-82 y 1990-91 ( Forbes, mayo de 2010). Alto desempleo, inflación y recesión fue la zaga que dejaron. Sus orígenes fueron varios, pero destaca la turbulencia política, el aumento sustantivo en los precios del petróleo, la especulación inmobiliaria y la intervención del Banco Central que, en su intención de detener la espiral inflacionaria, se excedió en el aumento en las tasas de interés.
El marco de la crisis actual es relativamente diferente: bajísima tasa de desempleo, alta capacidad de consumo, restricción en la oferta de bienes en general, escasez de mano de obra y aumento en el nivel salarial de algunos sectores. La conjunción de esos factores ha derivado en una crisis que amenaza en ser recesiva y que, a juicio de varios economistas, no es fácil dilucidar ni prever su futuro pues no tiene similitud con otras. A fin de cuentas, la sociedad se siente agraviada por la carestía y el gobierno pierde credibilidad sobre su capacidad para dirigir el país.
¿Cómo explicar la espiral inflacionaria actual? Las causas son diversas: la derrama económica que ocasionaron los miles de millones de dólares producto del plan de renovación de la infraestructura propuesto por el presidente Biden; el gasto repentino del ahorro obligado durante la pandemia sumado al apoyo a los hogares mediante el envío de dinero por parte del gobierno; la semiparalización en la producción; la disrupción en la cadena de abastecimiento y transportación de mercancías y, por último, un encarecimiento de energéticos cuyos precios han aumentado astronómicamente, en parte por especulación, como resultado de la guerra que Rusia perpetró en contra de Ucrania. En síntesis, una tormenta perfecta es consecuencia de un crecimiento en la inflación que ha llegado a 8.5 por ciento.
Es poco lo que el presidente puede hacer en una crisis como la actual que, al igual que otras, se engendró paulatinamente en el corazón de un sistema que una y otra vez demuestra su incapacidad para evitarlas. En esta ocasión explotó en el periodo que a Biden le toca gobernar. La cruel paradoja es que, en buena parte, es el resultado no intencionado de sus iniciativas en beneficio de toda la sociedad. Logró superar la pandemia, el desempleo llegó a su menor nivel en años, 3 por ciento, los salarios aumentaron, el sindicalismo ha crecido y la capacidad de compra aumentó. De lo que no hay duda es que la crisis económica y la inflación, una de sus calamidades, afectan mucho más a quienes tienen menos recursos. El aumento de los precios incide desproporcionalmente en quienes no tienen la flexibilidad de sacrificar parte de su gasto diario en la adquisición de productos de primera necesidad, como la comida, la vivienda y el transporte.
Vaticinios aventurados y disquisiciones académicas aparte, será interesante ver la respuesta de la sociedad en las urnas el próximo noviembre.