El Covid-19 dio signos de remitir el pasado fin de semana, por primera vez desde que se abatió sobre Europa occidental. Los números de defunciones empezaron a ir a la baja en España, Francia, Italia y el Reino Unido. Ante esos datos, si no alentadores tal vez menos descorazonadores que los de semanas previas, los gobiernos de esos países avizoran el inicio de una normalización que comenzará con el levantamiento paulatino de las medidas de confinamiento.
En España se permitió ayer domingo que los menores de 14 años salieran a las calles y se prevé que a partir del 2 de mayo se levante la prohibición de hacer deporte al aire libre de manera individual y pasear en familia, a condición de que se trate de grupos de parientes que convivan en un mismo domicilio. Por su parte, las autoridades italianas permitirán desde el 4 de mayo las visitas familiares y la práctica de deportes, a condición de que se observe la distancia de dos metros entre personas; 12 días después reabrirán sus puertas las fábricas, los pequeños comercios, los museos y las bibliotecas, y el primero de junio, en caso de que no vuelva a remontar la cifra decontagios, se permitirá el funcionamiento de bares y restaurantes. Todas esas medidas se modularán en función de las condiciones particulares de cada localidad. A diferencia de España, donde se ensayará una vuelta a clases a fines de junio, en Italia se optó por cancelar el resto del presente ciclo escolar con la idea de reiniciar clases en septiembre.
En Alemania, donde el gobierno de Angela Merkel se abstuvo de ordenar el confinamiento obligatorio –pese a lo cual, el número de muertes ha sido ostensiblemente menor que en otras naciones europeas–, el retorno a la normalidad no es menos incierto, por cuanto el número de contagios permanece al alza y la propia canciller ha sido clara al señalar que el país aún se encuentra en el principio de la crisis y que el éxito relativo de la estrategia antiepidémica es parcial y frágil.
Por lo demás, nadie parece tener una idea clara de la duración de las medidas de distanciamiento social, las cuales persistirán en todos los casos: se exhorta a mantener una distancia de dos metros entre individuos y a usar cubrebocas en circunstancias de cercanía. El desconfinamiento paulatino será una prueba riesgosa, pero necesaria, habida cuenta del desastre económico que se ha cernido sobre el viejo continente, y no puede descartarse que la pandemia experimente una segunda oleada –especialmente, a partir de la llegada del otoño– e incluso una nueva cresta en la gráfica de infecciones. Por descontado, hábitos sociales profunda y extensamente arraigados, como los saludos de mano y de beso, deberán ser evitados por un tiempo indefinido.
En suma, el reinicio de la normalización en los países de Europa occidental ilustra el grado de alteración perdurable que la expansión del coronavirus SARS-CoV-2 ha impuesto en el mundo. De una forma incluso más radical que el confinamiento, la vuelta a la vida diaria mostrará cuánto ha cambiado el mundo a raíz de la pandemia.
México SA
Deuda: bomba heredada // Ni un peso para rescates
Carlos Fernández-Vega
Con la novedad, mexicanos pagadores, que la deuda del sector público mexicano, sin considerar la asumida por el Estado para los rescates de la banca (1995) y de las carreteras concesionadas (1997), creció a más del doble en la última década (supera ya los 11 billones de pesos) y el pago para cubrir los intereses generados por ese pasivo consume hoy más recursos que los destinados al sistema de salud público federal o a la inversión productiva del gobierno ( La Jornada, Roberto González Amador).
Se trata de la deuda eterna heredada (e incrementada) sexenio tras sexenio neoliberal (y fueron seis al hilo), con la promesa (obviamente incumplida) de que tales recursos se destinarían al progreso de México, cuando en realidad se canalizó al cada día más abultado pago de intereses del propio débito (el viejo y el nuevo) y a rescatar, en automático, a los grandes corporativos de siempre, quienes al primer síntoma de desajuste económico –o de pérdida de utilidades– de inmediato estiraban la mano para que el gobierno les sacara las castañas del fuego.
Se trata de los mismos grupos empresariales (los históricos beneficiarios de la devolución de impuestos, las exenciones fiscales, los rescates y demás gracias a las que los gobiernos neoliberales los acostumbraron) que hoy chillan, chantajean y se retuercen, porque López Obrador ya les dijo que ni un solo peso adicional de deuda y menos para los fines exigidos por los barones, en el entendido de que ellos no piensan sacrificar un solo centavo de sus haberes para sacar a flote a sus corporativos.
Es necesario recordar que, en tiempos de la crisis de 1982, esos barones –ahora acostumbrados a las gracias descritas– ácidamente reclamaban por el inconmensurable avance de la deuda pública que sólo sirvió –decían– para hundir al país. Pero la práctica neoliberal fue idéntica, aunque en los tiempos modernos los dineros del débito se utilizaron para beneficiar a esos mismo señorones que otrora aborrecían esas prácticas, por tratarse de un Estado obeso.
Y de pilón, también es necesaria otra cápsula de memoria: los citados rescates bancario y carretero, multimillonarios y eternos, fueron cortesía de Ernesto Zedillo, quien alegremente dejó la deuda para los mexicanos, salvó a los amigos del régimen y entregó, limpios de polvo y paja, los bancos a los extranjeros. Se trata del mismo cínico que ahora reclama (junto con un grupo de fétidos personajes de la ultraderecha, como José María Aznar y Álvaro Uribe) por el resurgimiento del estatismo, el intervencionismo y el populismo, con un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de la democracia liberal y la economía de mercado.
En fin, la información de La Jornada detalla que “el costo a pagar en intereses por el pasivo contratado por administraciones recientes ha ido en aumento este año, en momentos en que desde diversos ámbitos de los sectores privado, académico y político se hacen llamados para que la administración federal contrate nueva deuda para enfrentar la caída de la actividad económica derivada de las medidas para afrontar la epidemia de coronavirus.
Los pasivos del sector público federal crecieron tanto en monto como respecto del tamaño de la economía, la manera en que, de acuerdo con comparativos internacionales, debe ser medida la capacidad de endeudamiento de un país. En diciembre de 2019 ese débito sumó 11 billones 27 mil 500 millones de pesos, de acuerdo con datos de la Secretaría de Hacienda, cantidad superior en 166 por ciento a la registrada al cierre de 2010, cuando el endeudamiento del sector público federal fue de 4 billones 213 mil 878 millones de pesos.
Las rebanadas del pastel
Como en México la memoria es un artículo de lujo, es necesario insistir: sólo con Fox, Calderón y Peña Nieto (demócratas liberales y antiestatistas, según Zedillo), la deuda pública se multiplicó por cinco y el país permaneció en la lona, pero, eso sí, con barones cada día más ricos.
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