Luis Hernández Navarro
Cuando en mayo de 1941 fueron detenidos y apresados ocho estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, los policías y militares encargados del operativo se llevaron con ellos el retrato de Karl Marx que se encontraba el comedor de la escuela. Fueron acusados de ultrajes a la bandera nacional, delitos contra la autoridad y asociación delictuosa (https://bit.ly/2wkXApa).
Que un cuadro del filósofo de Tréveris estuviera en una normal campesina no era una anomalía. Tampoco que los sectores más retrógrados lo consideraran la fuente de todos los males. Desde su nacimiento, estos centros escolares fueron acusados de ser kínderes bolcheviques. En sus muros aparecen regularmente los retratos de los autores de La sagrada familia acompañados, desde la década de 1960, de egresados de esas escuelas, como Lucio Cabañas y Misael Núñez Acosta, o que estudiaron en la Nacional de Maestros, como Genaro Vázquez.
Algún corresponsal extranjero, de esos que no acostumbran salir de las colonias Condesa o Roma de Ciudad de México, que visitó la Normal Raúl Isidro Burgos a raíz de la desaparición forzada de sus 43 estudiantes, escribió que esos murales lo trasladaban a un país socialista. La verdad es que no tenía que ir tan lejos para encontrar la fuente de inspiración de esas obras de arte. Le habría bastado con asomarse a la escalera principal de Palacio Nacional y ver el fresco de Diego Rivera titulado Epopeya del pueblo mexicano, para encontrar, entre imágenes de obreros, huelgas y banderas rojas con la hoz y el martillo, a Karl Marx deteniendo con una mano el Manifiesto comunista.
Pero la relación entre los normalistas rurales y Marx va mucho más allá de lo gráfico. Es integrante de su panteón. Es parte de su imaginario profesional. Desde hace décadas, lo leen y discuten en los círculos de estudios organizados como currícula alterna por el Comité de Orientación Política e Ideológica de su organización nacional, la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México.
Esta relación entre el Marx y trabajadores de la educación no es privativa de los maestros rurales. Por el contrario, es común a muchísimos profesores del sistema de educación pública. Forma parte de su visión del mundo. Y lo ha sido durante un siglo. Tanto así que, en mucho, el magisterio ha sido uno de los principales difusores del marxismo desde que aterrizó en México.
En las filas del Partido Socialista Obrero, que según su fundador en 1911, el alemán Pablo Zierold, cabía en un coche, participaron profesores. Desde 1913, Rafael Pérez Taylor anunciaba en El socialismo en México la misión de éstos: El socialismo no puede tener mejor amigo, ni mejor defensor, que el honrado maestro.
Los docentes fueron tenaces difusores del socialismo. En 1929, Rafael Méndez Aguirre fundó la Federación de Maestros Socialistas. Y, seis años más tarde, en 1934 se organizó la Liga de Trabajadores de la Enseñanza, afiliada a la comunista Internacional de Trabajadores de la Enseñanza.
La aprobación de la educación socialista fue un formidable catalizador en el acercamiento del marxismo a los trabajadores de la educación. Según David L. Raby, de los 30 mil miembros que el Partido Comunista aseguraba tener en 1939, 17 mil eran maestros. Uno de cada ocho profesores militaba en el partido. Sin embargo, cantidad no significaba calidad. Los casos de corrupción que se dieron entre esos docentes comunistas y los directivos de la SEP fueron muy numerosos.
También en aquellos años, un grupo de intelectuales, en su origen normalistas, elaboraron una primera interpretación de la historia de México, basada en el materialismo histórico, que se difundió masivamente. Los escritos de Rafael Ramos Pedrueza, Alfonso Teja Zabre, Luis Chávez Orozco y Miguel Othón de Mendizábal fueron fundamentales en la elaboración de una corriente de interpretación de nuestro pasado basada en el materialismo histórico. Tan sólo del libro de Ramos Pedrueza La lucha de clases a través de la historia de México se publicaron dos ediciones de 25 mil ejemplares.
Los maestros de formación marxista también incursionaron en el terreno estrictamente educativo. José Santos Valdez, durante años militante comunista, realizó aportaciones relevantes a la pedagogía.
Años después, otros dos normalistas de formación realizarían aportaciones sustantivas para la comprensión de la dinámica económica del país desde una posición marxista. José Luis Ceceña dibujó a comienzos de los 60 del siglo pasado el mapa de la subordinación económica de México a Estados Unidos. Y, el trasterrado republicano Ramón Ramírez, además de incursionar creativamente en la teoría de la moneda, escribió un libro clásico sobre el movimiento de 1968.
La educación socialista dejó una marca profunda en miles de futuros maestros. Othón Salazar, dirigente ejemplar del magisterio y organizador de la Montaña roja en Guerrero, contaba cómo un detalle marcó su vida: su certificado de cuarto de primaria tenía como sello oficial la hoz y el martillo. Como estudiante normalista, practicaba oratoria leyendo en voz alta La Voz de México, el periódico de los comunistas.
Cuando en 1958, el Movimiento Revolucionario del Magisterio, dirigido por Othón, estalló el paro y la ocupación de los patios de la SEP, los integrantes del Taller de Gráfica Popular hicieron un grabado titulado La huelga de los maestros, que, una vez ampliado a una altura de tres pisos, fue colgado en el edificio de la secretaría. No era mera solidaridad. Muchos talleristas (actores fundamentales en la creación de un arte popular desde 1937) eran profesores y parte del movimiento.
El estudio de marxismo ha sido constante en el magisterio democrático. Lo es hoy día. Fueron clave en este proceso los círculos de formación iniciados en 1972 en la Normal Superior del DF, en los que se leían textos como Educación y lucha de clases, de Aníbal Ponce, y El alma del niño proletario, de Otto Rühle, ambos exilados y fallecidos en México. Lo siguen siendo los cursos que imparten las distintas corrientes que forman la CNTE. Si Marx vive en el México de hoy es en buena parte culpa de los maestros.
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