José Blanco
El pasado sábado Marx cumplió 200 años. Ha vuelto a ser festejado en Tréveris y en mil otros lugares del planeta. Tréveris tiene hoy unos 12 mil habitantes: ha crecido unas 10 veces desde que Marx nació en ese pueblito del sur de Alemania. La dimensión minúscula de esa aldea contrasta con la ambición intelectual ilimitada del festejado.
Qué bueno que se le celebre porque (supongo) muchos lo echábamos de menos. Mejor aún sería continuar la fiesta con él, porque siempre tiene muchas ideas que recordarnos acerca de los asuntos más básicos del mundo en que vivimos.
Por ejemplo, en su célebre capítulo 26 de El capital sobre la acumulación originaria, Marx encuentra que el capital(ismo) es una forma de relación social determinada por la separación violenta de los productores de sus medios de producción, con los que se procuraban subsistencia. De modo concurrrente esa separación dio lugar a la ruptura de la sujeción personal del señor sobre el siervo. Muere el dominio servil; nace la libertad.
La libertad incluye, como un don preciado, la libertad mercantil generalizada. La libertad mercantil, combinada con la separación de los productores de los medios de producción, da lugar al salario y a la ganancia del capital. Y dado que el capital requiere que su ganancia sea la más alta posible, en el menor tiempo posible, se habrían producido siempre conflagraciones sociales inimaginables si no fuera porque la configuración histórica de la relación social señalada surgió junto con otra relación social llamada Estado moderno, firmemente soldadas ambas pero sin confundirse, en un solo bloque. El Estado fue conformándose con un gran aparato jurídico, un relato dominante acerca del mundo, que buscó convertirse en sentido común; y contó con muchos instrumentos más: ejército, religiones, formas culturales, instituciones educativas, de comunicación... La separación de los productores de los medios de producción es el gran hecho fundante del Estado moderno.
La especificidad de lo político no es el poder estatal contra el mercado, como lo ven las anteojeras neoliberales sino, principalmente, el dominio –con los instrumentos anotados– sobre aquellos sujetos sobre los cuales se mantiene en línea continua su separación de los medios de producción, mediante la legalidad de la propiedad privada de los mismos, principalmente. Se diría, por lo dicho, que el Estado es el representante exclusivo de las clases dominantes en su conjunto, nacionales y extranjeras. Pero no es así porque la separación aludida tambien da lugar a la lucha de clases. Y por esas luchas, los desposeídos han ido ganando derechos que ampliaron (lentamente) sus condiciones de vida. El Estado es un campo de lucha que no altera la relación básica entre desposeídos y poseedores de capital.
El Estado preseva el interés general. Ocurre así cuando cuida los derechos de todos, resguarda especialmente los ganados por los desposeídos, y arbitra exitosamente las luchas por las que los desposeídos alcanzan nuevos derechos que hace posible el progreso general. Pero si los operadores de las instituciones del Estado, lejos de ello, se mezclan con los capitalistas, tal que se vuelven indistinguibles, más aún, si unos políticos/capitalistas mandan por encima de lo jurídico para enriquecerse insaciablemente, el Estado y las instituciones se corrompen, y se corrompen políticos y capitalistas: una anomalía que produjo la globalización neoliberal. Bajo esa condición el Estado no puede preservar el que en cada momento histórico puede ser el interés general, para volverse más y más un instrumento capitalista. Se genera así concentración de la riqueza en unos cuantos, desigualdad social monstruosa, violencia social de todo tipo, polarización entre los pocos de arriba y la inmensa mayoría de los de abajo, que van volviéndose ruinas destempladas.
En tales condiciones, se produce un hartazgo y una rabia de los excluidos que lleva la reproducción social a un punto en que es altamente probable la configuración paulatina de un movimiento nacional popular, como viene ocurriendo en México. Así, a veces termina por surgir un dirigente principal, como Andrés Manuel López Obrador, que captura el punto fino del problema, y plantea, como lo hizo en el programa televisivo Tercer grado, la necesidad imperiosa de volver a separar el poder político del poder económico. El triunfo de Morena abriría la puerta a la posibilidad de que los excluidos recuperen y ganen nuevos derechos.
Tomo sólo una propuesta de AMLO: precios de garantía. Zuckermann, mente neoliberal, reaccionó: compremos a EU y así nosotros nos beneficiamos del subsidio que el gobierno estadunidense otorga a los productores. AMLO repuso: no, esto no es economicismo. Tiene razón: su propuesta incide en ocupación en el campo, incide en causas de la violencia, incide en fortalecimiento del mercado interno, incide en redistribución del ingreso (pagamos los consumidores un poco más por la tortilla, y ese recurso va a los productores), incide en paz política y justicia social, al menos. Es preciso ver y entender cada una de las propuestas. La visión neoliberal, ultraindividualista, está impedida de ver por sí misma ese conjunto de relaciones.
Me hago cargo del salto mayúsculo que he dado desde los conceptos más abstractos hasta caer en tierra mexicana. Trato de escribir para los más; los enterados comprenderán mi esquema.
Esos conceptos aún deben ser situados en un marco seriamente más complejo. Estado y mercado, política y economía han de ser vistos en la complejidad propia de la globalización neoliberal. La globalización no es simplemente la sumatoria de los estados y los mercados nacionales.