sábado, 5 de mayo de 2018

Atenco, la última batalla por el Lago de Texcoco.

Al-Dabi Olvera
Atenco significa a la orilla del agua. Su glifo, dibujado en el Códice de Mendoza, muestra una curveada orilla café, o labio de tierra, besada por una ola de color azul.
Conocido en todo el mundo por su lucha campesina, San Salvador Atenco guarda en su memoria la antigua forma de vida de la cuenca de México. Chintetes, ahuautles, patos migrantes, los recuerdos infantiles de cualquier atenquense están poblados con fauna y flora acuáticas, fiestas de petición de lluvia y destellos de la cultura acolhua.
Hoy, este pueblo se encuentra justo en el centro de la guerra de colonización capitalista más antigua del continente: la desecación del lago de Texcoco.
El último y definitivo paso de este proceso de violencias históricas, rara vez puestas en tela de juicio, es la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de Ciudad de México (NAICM), anunciada con bombo y platillo durante el segundo Informe de Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. El NAICM es la obra de infraestructura más grande de América Latina desde la construcción colonial del Tajo de Nochistongo en los primeros años del siglo XVII, sin olvidar el Gran Canal del Desagüe, concluido en 1900, la creación de ciudad Nezahualcóyotl en la época de las glorias del PRI y el actual aeropuerto, los proyectos urbanos han dado la espalda a la vocación lacustre de esta región.
Esta centenaria guerra contra el territorio, que podría resumirse con el eufemismo porfirista de gobernar las aguas, no se ha librado sin la transformación, el desplazamiento y el sufrimiento de las poblaciones originarias. Miles de indígenas perecieron en la construcción de Nochistongo; pueblos como Chimalhuacán perdieron su laguna ante la construcción de enormes asentamientos humanos.
Pero Atenco resiste. Fértiles y listos para la época de lluvias, sus campos se encuentran en el último territorio libre de los proyectos urbanizantes. Con machete en alto, símbolo de la resistencia campesina, y bajo el nombre de Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), Atenco y sus pueblos vecinos de Nexquipayac, Acuexcomac y Tocuila, cuidan sus terrenos como uno de los últimos resabios del patrimonio biocultural de la llamada región más transparente del aire.
Se les ha acusado de violentos. De que no quieren el progreso. En una guerra desigual, como lo es toda empresa colonial, su voz ha retumbado por sí misma. En 2001 ganaron fama internacional por echar abajo los 19 decretos presidenciales con los que Vicente Fox pretendía expropiar sus tierras para la construcción del aeropuerto. La derrota al gobierno mexicano les dio fuerza hasta la represión de 2006.
Sin embargo, para la alta política mexicana, el tema del aeropuerto en el lugar donde persisten estos pueblos se reduce a contratos, licitaciones, transparencia y desarrollo. En resumen, un asunto de dinero. Ahora que el tema del NAICM se ha vuelto electoral, candidata y candidatos a la Presidencia prácticamente no hablan de las poblaciones originarias. Hasta hoy, ningún presidenciable o empresario los ha llamado para escuchar su opinión, mucho menos para consultarlos. Fueron borrados del mapa, literalmente.
Si acaso hablan de ellos, es para cambiar radicalmente su esencia. El magnate Carlos Slim, cuyo holding empresarial está involucrado hasta el tuétano de la construcción de la obra, habla de la transformación mágica de la ciudad. Léase: civilizar a los habitantes de la región. Con una carta, el FPDT le contestó: ¿Quién ha invertido más, usted o nosotros?
No tenemos que debatir nada, los llamamos a que tengan el atrevimiento de que nos escuchen.
Ignacio del Valle pasó cuatro años en la cárcel de máxima seguridad de Almoloya, condenado a 112 años de prisión. Fue liberado por una intensa campaña internacional. Él recuerda tanto su infancia cazando patos como las técnicas de supervivencia que utilizaba en prisión. Desde que salió libre no ha dejado la lucha. No hay marcha en la que no participe. No hay conmemoración del operativo ordenado por Enrique Peña Nieto los días 3 y 4 de mayo de 2006 en la que no insista: ¡La tierra no se vende!
Durante la represión del llamado Mayo Rojo, miles de efectivos policiales invadieron la región. El operativo dejó un saldo de dos centenas de detenidos, más de 20 mujeres denunciaron tortura sexual y dos jóvenes fueron asesinados: Alexis Benhumea y Javier Cortés.
De nuevo: Atenco no olvida. Su plaza vuelve a llenarse. Una misa organizada por el FPDT abraza la rabia por el agravio peñista y celebra la fiesta de la Santa Cruz a la vez. Personas que fueron detenidas, mujeres que sufrieron tortura sexual y cuyo caso podría llevar al Presidente ante tribunales internacionales están presentes. La disputa se mantiene abierta, tanto como en 2001.
A 12 años de la represión, la consigna es no olvidar. Para Ignacio del Valle su rebelión partió de lo más sagrado en la memoria: la relación directa con el lago. El despojo sería ya no convivir con él. En aquel lugar donde las aguas besan la tierra, los campesinos esperan el temporal y la restitución de la laguna. En parte, en eso fincan su esperanza, en que el lago resista con ellos y termine por devorar el megaproyecto aeroportuario.
Mientras tanto, la población de Atenco no se queda quieta; la reproducción de la vida lacustre es el principal frente de batalla: pronto volverán a ver crecer el maíz desde los campos anegados.