viernes, 7 de noviembre de 2025

Fanfarronadas y realidades.

Una cosa es segura: con todo y que preside una superpotencia y que tiene bajo su mando –al menos, nominal– la mayor maquinaria de destrucción del mundo, ni ésta ni la situación política interna le alcanzan al presidente estadunidense para hacer efectivas todas sus amenazas. 
Foto Ap   Foto autor
Pedro Miguel
07 de noviembre de 2025 00:01
Cuando no te declara la guerra, Trump te manifiesta al menos su hostilidad. Con la excepción del Reino Unido, de cuantos países ha mencionado el magnate en sus discursos no hay uno solo que no haya sido blanco de amenazas, groserías, acusaciones infundadas e intentos de extorsión.
Los que han sido tradicionalmente los más estrechos aliados de Washington –Canadá, los integrantes de la Unión Europea, Japón, Corea del Sur– han sufrido toda suerte de agresiones arancelarias; democracias mucho menos imperfectas que la de Estados Unidos, como la mexicana, la brasileña o la colombiana, padecen el acoso injerencista y la insolencia trumpiana, sea con el pretexto del narcotráfico o de fallos judiciales que no le gustan al presidente gringo, como el que condenó a prisión a su amigo, el golpista Jair Bolsonaro; de los gobernantes chinos y rusos, Trump oscila entre hablar pestes y elogiarlos; y aunque hasta ahora el amago de agresión militar sólo se ha concretado en Irán, Venezuela y Nigeria aparecen como blancos de posibles incursiones coloniales de la superpotencia.
Entre esas naciones no hay más denominador común que la riqueza petrolera, por lo que la Casa Blanca ha debido construir pretextos variopintos: contra la primera, adujo que había que impedir que desarrollara armas nucleares, la segunda es acusada, en forma grotescamente inverosímil, de estar gobernada por un cártel que ni existe –el de “los soles”– y en el caso de la tercera, Washington ha pretendido interpretar la violencia y la inseguridad que en efecto sacuden a ese país como si se trataran de un “genocidio de cristianos”.
En este escenario, todos los gobiernos del planeta tienen la ingrata tarea de analizar cuidadosamente un discurso deliberadamente confuso, delirante y equívoco, para determinar hasta qué punto las amenazas de agresión armada son reales y en qué medida se trata de la fanfarronería combinada surgida de la decadencia de un imperio y de su gobernante en turno; cuáles de los amagos son un mero punto de partida para negociar con ganas de arrancar concesiones a la mala y cuáles denotan, en cambio, pulsiones de saqueo, o necesidades internas de restructuración política, industrial y tecnológica, o bien huidas hacia adelante forzadas por la catastrófica ineficiencia gubernamental del propio Trump y la caída en picada de sus índices de aprobación. De las respuestas a tales interrogantes depende el diseño de las reacciones adecuadas ante el menos confiable de los interlocutores internacionales de nuestra época.
Una cosa es segura: con todo y que preside una superpotencia y que tiene bajo su mando –al menos, nominal– la mayor maquinaria de destrucción del mundo, ni ésta ni la situación política interna le alcanzan al presidente estadunidense para hacer efectivas todas sus amenazas. En otros términos, el poderío militar de Washington carece de la capacidad para, por ejemplo, lanzar incursiones contra Nigeria y, al mismo tiempo, imponer un régimen títere en Venezuela y mandar a México equipos de operaciones especiales para capturar a unos narcos que, por lo demás, están siendo detenidos en forma mucho más eficiente por las autoridades nacionales y enviados por docenas al país vecino.
Pero aunque el sentido común ayuda a entender, no basta para neutralizar a un tipo al que ese sentido no le hace ninguna falta. Salta a la vista, por ejemplo, que si el gobierno estadunidense invirtiera en salud mental, en inteligencia policial y en combate a la corrupción dentro de sus fronteras una pequeña fracción del dineral que se ha gastado en acosar al gobierno de Nicolás Maduro, lograría algún resultado en el combate a las adicciones y conseguiría, por lo tanto, un importante triunfo ante las mafias de los estupefacientes.
De todos los amagos bélicos lanzados hasta ahora por el frustrado candidato a Nobel de la Paz, el más preocupante es el que tiene por blanco a Venezuela. Así lo indican las ingentes inversiones en curso en la modernización de aeropuertos y bases militares estadunidenses alrededor de la nación caribeña, así como en operaciones aéreas y navales de intimidación con barcos y submarinos de guerra, aviones de combate y bombarderos estratégicos. El escenario parece destinado a sustentar algo más que raids contra el propio Maduro, objetivos militares o infraestructura civil; hace temer, en cambio, la posibilidad de una invasión que no iría a buscar al presidente venezolano sino a tomar posesión de las reservas venezolanas de hidrocarburos y a la imposición de una administración colonial disfrazada de soberana.
Una aventura semejante podría tener un efecto de triple desestabilización: en Venezuela, en la región y en el propio país agresor; y por más que Trump haya echado a miles de funcionarios sensatos para rodearse de incondicionales a modo que apoyan o dicen apoyar sus disparates, en Estados Unidos hay, aparte de los petroleros, intereses corporativos que se verían afectados y que aún conservan un peso considerable; tal vez el necesario para abortar una guerra.
navegaciones@yahoo.com

La deuda con Armand Mattelart
En Para leer al Pato Donald, por ejemplo, desnudó la ideología de la dominación en la narrativa de los cómics infantiles, mostrando cómo se naturaliza el imperialismo y cómo se inocula el modelo de consumo y sumisión. Fotos redes sociales   Foto autor
Fernando Buen Abad Domínguez
07 de noviembre de 2025 00:03
Armand Mattelart es uno de esos investigadores que desbaratan las comodidades teóricas y obligan a pensar la comunicación, no como técnica ni como adorno cultural, sino como campo de lucha, como dispositivo de poder, como territorio de disputa por el sentido. Su trayectoria representa una síntesis ejemplar de lucidez histórica y capacidad de desnaturalizar las tramas ideológicas que sostienen el orden dominante. 
No permitió que la teoría se divorciara de la praxis ni que la crítica se convirtiera en refugio académico. Nuestra deuda con él es enorme, no sólo por sus textos, sino por el impulso emancipador que le dio a la crítica de la comunicación en toda América Latina y el mundo. 
Mattelart nos enseñó que el sistema de comunicación mundial no es neutro ni espontáneo, sino el resultado de una historia de acumulación capitalista, de una organización material de los flujos simbólicos al servicio de la dominación. Nos enseñó que la comunicación es una estructura que acompaña, reproduce y legitima las relaciones de poder del capitalismo global. Desde sus primeros trabajos con Michèle Mattelart, analizando la industria cultural y la ideología de los medios, hasta sus estudios sobre la geopolítica de la información, supo situar el problema comunicacional en el núcleo mismo de la economía política. 
Si hoy hablamos de “colonialismo mediático”, de “imperialismo cultural”, de “economía política de la comunicación” o de “ecología de los flujos informativos”, es porque Mattelart nos dio los instrumentos conceptuales para pensar estos procesos sin caer en la ingenuidad técnica ni en el fatalismo culturalista. 
En Para leer al Pato Donald, por ejemplo, desnudó la ideología de la dominación en la narrativa de los cómics infantiles, mostrando cómo se naturaliza el imperialismo y cómo se inocula el modelo de consumo y sumisión. Pero su pensamiento no se detuvo ahí. Supo que el poder no sólo se ejerce a través de contenidos, sino mediante redes, infraestructuras, políticas tecnológicas y estrategias globales. De ahí su paso al estudio de la mundialización de las comunicaciones, donde comprendió la transformación del capitalismo en su fase transnacional, informacional y digital. 
Comprendió como pocos la importancia de la historia. No cayó en el mito del “nuevo mundo digital” ni en la fascinación por la novedad tecnológica. Su pensamiento fue una advertencia constante contra el olvido histórico, una defensa del análisis genealógico. En sus estudios sobre la formación de las redes globales de comunicación, rastreó los orígenes coloniales del control informativo, desde las compañías telegráficas imperiales del siglo XIX hasta las corporaciones digitales contemporáneas. Esa mirada larga –dialéctica y materialista– es la que necesitamos recuperar para no quedar atrapados en el fetichismo de los algoritmos o en la ideología del progreso tecnológico. 
Nuestra deuda con Mattelart también es política. Fue un intelectual que nunca separó la crítica teórica del compromiso con las luchas emancipadoras. En Chile, participó en la construcción del pensamiento comunicacional de la Unidad Popular, trabajando con Salvador Allende en la definición de políticas de comunicación soberanas, antimonopólicas y orientadas a la democratización del conocimiento. Aquella experiencia, truncada violentamente por el golpe de Estado de 1973, fue también un laboratorio de utopías comunicacionales. 
En tiempos de neoliberalismo y digitalización total, su pensamiento es brújula. Cuando el mundo parece rendido a los algoritmos y a las plataformas, cuando el capitalismo ha convertido la comunicación en una extensión de la mercancía y del control, las categorías de Mattelart recobran un valor incalculable. Él comprendió que la hegemonía se reconstruye continuamente mediante la innovación tecnológica y la colonización cultural. La red, la pantalla, el flujo y el dato son hoy los nuevos nombres del poder, y sólo una lectura que combine economía política y semiótica crítica puede desactivarlos. Esa es una de sus herencias más valiosas. 
Nuestra deuda es también metodológica. Mattelart enseñó a pensar con complejidad, a no reducir los procesos de comunicación a simples aparatos mediáticos. Su método articula historia, política, economía, ideología, semiótica y cultura en una trama analítica que no deja resquicio para la superficialidad. Nos mostró que la crítica de la comunicación requiere un pensamiento relacional, capaz de captar las dinámicas entre infraestructura y superestructura, entre producción simbólica y materialidad económica. Su obra anticipó, con décadas de ventaja, las discusiones contemporáneas sobre vigilancia digital, biopolítica de los datos y extractivismo informacional. 
El pensamiento de Mattelart no es una reliquia, es un arsenal teórico para la acción. Nos da las herramientas para entender por qué las redes sociales no son espacios de libertad, sino nuevos dispositivos de captura ideológica; por qué la concentración mediática no es un accidente de mercado, sino una necesidad estructural del capital; por qué la batalla por la comunicación es, en última instancia, una batalla por el sentido, por la conciencia, por la posibilidad misma de emancipación. 
Recuperar a Mattelart significa reconstruir una praxis crítica que nos permita intervenir en la guerra comunicacional global sin caer en la trampa de la impotencia o la fascinación. La deuda que tenemos con él no puede saldarse con homenajes ni citas. Debe saldarse continuando su obra, radicalizándola, poniéndola al servicio de las luchas concretas de los pueblos. Porque, como él mismo insistía, la comunicación no es un campo autónomo, sino un terreno estratégico en la lucha de clases. 
Allí se decide quién define la realidad, quién habla y quién calla, quién educa y quién se somete, quién recuerda y quién olvida. El legado de Mattelart nos llama a pensar una comunicación liberadora, solidaria, dialéctica, capaz de romper la lógica mercantil y abrir paso a nuevas formas de convivencia humana. 
Por eso, cuando decimos que le debemos mucho a Mattelart, no sólo es gratitud intelectual, sino de una responsabilidad histórica. Nos toca continuar la tarea de descolonizar los imaginarios, desmontar las industrias del engaño y construir una teoría crítica de la comunicación a la altura de nuestro tiempo. Nos toca convertir la deuda en praxis, la admiración en transformación, la memoria en lucha. Porque, en última instancia, pensar con Mattelart es aprender a leer el mundo para cambiarlo. Y esa, acaso, sea la forma más alta de saldar nuestra deuda con él.

El calentamiento global causará 250 mil decesos cada año, advierte Lula
Acusan líderes a Donald Trump de “llevar a la humanidad al abismo” por negar la actual crisis climática
▲ Alrededor de 30 jefes de Estado y de gobierno participaron ayer en la cumbre de dirigentes previa a la COP30, en Belém, Brasil.Foto Ap
Afp, Sputnik, Prensa Latina, Ap y Europa Press
Periódico La Jornada   Viernes 7 de noviembre de 2025, p. 29
Belém. El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, advirtió ayer que la “ventana de oportunidades” para salvar el planeta “se cierra rápidamente”, durante la apertura de la cumbre de líderes en Belém, previa a la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), que comenzará el lunes.
El secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterres, arremetió contra los países por no lograr el objetivo de limitar el calentamiento global a 1.5 grados y aseguró que “es un fracaso moral y una negligencia mortal”.
“Queremos que la COP30 sea la cumbre de la verdad; es el momento de tomarse en serio las alertas de la ciencia”, expresó Lula y recordó que 2024 fue el primer año en que la temperatura del planeta subió más de 1.5 grados Celsius respecto a los niveles preindustriales.
Advirtió también que los científicos alertan de que el planeta puede ser 2.5 grados más caliente en 2100, lo que significaría “pérdidas humanas y materiales drásticas”.
El calentamiento global causará 250 mil decesos cada año y hará caer 30 por ciento el producto interno bruto global si no se toman medidas estrictas, enfatizó Lula al inaugurar la reunión a la que asistió una treintena de jefes de Estado y de gobierno, número menor al esperado.
Denunció que las mentiras de “fuerzas extremistas” favorecen la “degradación ambiental”.
Por su parte, Guterres aseguró que, sin embargo, “nunca estuvimos mejor equipados para contratacar” con instrumentos como las energías renovables e instó a acordar un plan de respuesta “audaz y creíble”.
Agregó que “esto implica potenciar al máximo las energías renovables y la eficiencia energética, construir redes modernas y sistemas de almacenamiento a gran escala, detener la deforestación para 2030, reducir las emisiones de metano y establecer calendarios de eliminación gradual del carbón a corto plazo”.
Paquete de justicia a pobres
La República Democrática del Congo lamentó el financiamiento “insuficiente para países empobrecidos”. Guterres recalcó que las naciones en desarrollo deben salir de Belém equipados con un paquete de justicia climática que garantice “equidad, dignidad y prosperidad”.
El mandatario de Colombia, Gustavo Petro, acusó a su homólogo estadunidense, Donald Trump, de estar “en contra de la humanidad” por su ausencia en la COP30 y señaló que debe descarbonizar su economía.
“Trump tiene una conducta personal de negación de la ciencia” y lleva a la humanidad “al abismo”, aseveró.
El presidente chileno, Gabriel Boric, afirmó que su par estadunidense sostiene que “la crisis climática no existe y eso es mentira”.
Emmanuel Macron, presidente de Francia, sin citar al mandatario estadunidense, pidió elegir el multilateralismo y preferir la “ciencia frente a la ideología”.
Ciento setenta países participarán en la COP30, pero Estados Unidos, el segundo mayor contaminador del mundo después de China, no enviará una delegación.
En Brasil, China reafirmó su compromiso “con un verdadero multilateralismo”. El viceprimer ministro, Ding Xuexiang, recalcó la necesidad de fortalecer la cooperación global en tecnología verde y eliminar las barreras comerciales a los productos sostenibles.
Destacó también los avances de Pekín en energías renovables y el compromiso para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero entre 7 y 10 por ciento, respecto al nivel máximo alcanzado.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, aseguró que “Europa mantiene el rumbo” y prometió: “Haremos lo posible para que esta COP30 sea un éxito. Estamos aquí para redoblar nuestros compromisos, esforzarnos en acelerar aún más su implementación y subsanar las deficiencias restantes”, porque “el mundo entero debería beneficiarse de la transición hacia una energía limpia”.