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18 de noviembre de 2024 15:33
Ciudad de México. Con el triunfo de Donald Trump en la elección para presidente de Estados Unidos, México debe estar prevenido para enfrentar situaciones como la detención y el retorno en masa de mexicanos y de otros latinos, así como la posibilidad de que el gobierno del republicano catalogara a los cárteles de la droga mexicanos como grupos terroristas y eso determinaría una nueva relación en la frontera y tendría implicaciones en la política de seguridad, destacaron académicas y académicos de la UNAM.
Mariana Aparicio Ramírez, integrante del Observatorio de la Relación Binacional México-Estados Unidos, adscrito al Centro de Relaciones Internacionales (CRI) de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, señaló que la frontera y la seguridad están vinculados con otros dos: la política migratoria y comercial.
Si a partir de la perspectiva del próximo presidente estadounidense México no hace lo necesario en términos de seguridad, frontera y detención migratoria, la amenaza de imponer aranceles “será una estrategia que ya conocemos”. La cooperación entre ambas naciones podría ser dura, pragmática y por momentos ríspida, estimó la universitaria.
El futuro residente de la Casa Blanca ha hablado de sellar la frontera y detener la migración; “me parece que es viable y más cercano de lo que parece”, y México debe estar preparado para detenciones y el retorno en masa de mexicanos y de otros latinos. Trump tiene el apoyo de la ciudadanía y eso significa que lo políticamente incorrecto puede ser políticamente viable, advirtió.
En ello coincidió el académico Tomás Milton Muñoz Bravo, también del CRI de la misma facultad, al advertir que Trump no va a poder deportar a 11 millones de personas indocumentadas en cuatro años, por el costo que eso implica, pero es un hecho que aumentarán las redadas y el discurso de odio.
Es por ello que México debe estar preparado para las deportaciones y una buena opción, añadió el profesor, para integrar a esos deportados al mercado de trabajo es agregarlos al campo y así contribuir a satisfacer nuestras necesidades mínimas, “porque importamos hasta el maíz de la tortilla que nos comemos”.
Propuso establecer políticas públicas de pleno empleo y mayor gasto en infraestructura para aminorar el problema de los migrantes y evitar que se conviertan en criminales, “porque en este país el principal empleador es el narco”.
Al calificar como preocupante la política migratoria de los siguientes cuatro años, recordó que en su primer periodo como presidente subió en más de 30 por ciento el número de actos de violencia contra minorías, y ahora “los grupos neonazis y neofascistas se van a sentir empoderados y eso incrementará los crímenes de odio”; también se elevarán en número las separaciones familiares; disminuirá la recepción de asilados y refugiados; y estarán en riesgo programas como DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia) que beneficia a 553 mil jóvenes.
En este escenario, apuntó que es probable que disminuyan los recursos que Estados Unidos daba a organismos como la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur); y podría haber enfrentamientos entre el gobierno federal con los denominados estados y ciudades “santuario”.
Descalabro maicero
Luis Hernández Navarro
México perdió el panel de controversia que Estados Unidos solicitó contra el decreto presidencial del 13 de febrero de 2023 en el marco del T-MEC, al que se sumó Canadá. En él se establece la prohibición al uso de maíz genéticamente modificado para elaborar tortillas y masa, así como su futura sustitución en todos los productos industrializados para el consumo humano y para la alimentación animal.
Según el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, ya nos dieron el resultado preliminar de maíz, todavía no termina el proceso, terminará en diciembre (el 14), pero a lo mejor nos ganan. Lo cierto es que, desafortunadamente, lo que dice el funcionario es un eufemismo. En los hechos, las cartas están marcadas y México sufrirá un descalabro. Más allá de la propaganda con la que se le acompañó, desde que se dio a conocer el decreto presidencial resultaba evidente que, aparte las buenas intenciones de frenar la expansión del maíz Frankenstein aquí, la pelea estaba perdida. Ana de Ita analizó con absoluta crudeza y sin ilusión este diferendo en su artículo Maíz transgénico y T-MEC (https://shorturl.at/Gl19v).
No me da gusto este desenlace. Desde junio de 2001 he tratado de documentar en La Jornada el daño provocado a la agricultura campesina por esas semillas (https://shorturl.at/mZvUu) y por la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados (Lbogm), de 2004, conocida como ley Monsanto (https://shorturl.at/ilfaR). Pero, cualquiera que conozca mínimamente las reglas del T-MEC (y antes del TLCAN) que nuestro país firmó, en medio del regocijo del conjunto de la clase política y la defensa a ultranza del libre comercio, podía prever que el golpe era inevitable.
Y lo es, fundamentalmente, porque contraviene cláusulas del T-MEC, que, nos gusten o no, son el marco legal con que los gobiernos acordaron jugar. Pero, también, por la enorme importancia que la producción maicera tiene en Estados Unidos, por el peso político de sus agricultores (y el monto de los subsidios que reciben), así como por los descalabros que México tuvo para aumentar su cosecha del grano.
Entre otras reglas, Estados Unidos apeló al capítulo 9 del T-MEC, dedicado a medidas sanitarias y fitosanitarias, en el que puede solicitar el razonamiento científico cuando la medida de otro país restringe el comercio, o tiene el potencial para hacerlo, y la medida no se basa en una norma, directriz o recomendación internacional relevante (https://shorturl.at/IQGy).
Demostrar el daño provocado por las semillas transgénicas es una pelea de David contra Goliat. Las grandes empresas biotecnológicas han destinado cuantiosos recursos a financiar estudios que muestran la inocuidad de sus monstruos genéticos, y a estigmatizar las pocas investigaciones serias, elaboradas con muy poco financiamiento, que demuestran el daño que provocan.
EU es la principal potencia agropecuaria en el mundo y tiene en el maíz un producto de agroexportación clave. Es el productor líder del grano en el planeta, seguido por China y Brasil. Según el Servicio Nacional de Estadísticas Agrícolas del Departamento de Agricultura de ese país (USDA), la cosecha del cereal en 2023/2024 fue de 389 millones 694 mil toneladas. Su rendimiento promedio es formidable: casi 11 toneladas y media por hectárea. Exportó cerca de 60 millones de toneladas, seguido por Brasil y Argentina. En su mapa de intereses geopolíticos, las ventas de comida a otras naciones no son sólo comercio, sino un arma de presión y dominio.
En EU, el maíz se siembra, principalmente, con semillas genéticamente modificadas. Para ellos no es sólo alimento para el consumo humano. Es materia prima de una amplia y diversificada cadena industrial. Sirve como pienso para ganado, insumo para combustibles, fabricación de edulcorantes de alta fructosa, alcoholes, aceites y botanas. Los granjeros que lo cultivan y las grandes empresas que lo comercializan y procesan son una muy importante fuerza política con indudable capacidad de cabildeo en Washington.
Todo esto significa, en breves palabras, que el pleito por el cereal con México no es mera disputa comercial. Es mucho más que eso. Es una guerra de grandes proporciones de actores económicos y políticos poderosos (desde grandes agricultores hasta empresas de biotecnología) para tener acceso indiscriminado al mercado mexicano, que actúan en el marco de una conflagración en la que las exportaciones de comida son parte de una apuesta estratégica de la Casa Blanca.
Los efectos de importaciones masivas de maíz transgénico de EU (pero, también de otros países) han dejado huella profunda entre nuestros consumidores. Un estudio de 2017, de investigadores de la UAM y la UNAM, muestra la presencia de transgenes en más de 90 por ciento de las tortillas analizadas. Asimismo, encontró que 82 por ciento de los alimentos procesados con componentes de maíz industrial estaban contaminados.
Pese a tener todos los instrumentos de política gubernamental para hacerlo, durante los primeros seis años de la 4T el gobierno no pudo revertir las crecientes importaciones de maíz amarillo, ni las pérdidas en la superficie cosechada (se redujo 3.3 por ciento, al pasar de 7.15 millones de hectáreas en 2019 a 6.92 en 2023). Durante los primeros cinco años, disminuyó también la producción 1.9 por ciento. El programa de precios de garantía tuvo un impacto casi nulo. La autosuficiencia alimentaria quedó en buenos propósitos.
Nuestro modelo agropecuario está sujeto a la dinámica del T-MEC. Se ha orientado a cultivar productos de exportación. ¿Queremos producir más maíz? ¿Queremos evitar la invasión de transgénicos? No es sólo asunto de leyes o decretos. Sin un cambio en las reglas globales de comercio y sin otro modelo agrícola que modifique el actual no habrá forma de hacerlo.
X: @lhan55
México SA
Carlos Fernández-Vega
▲ La Profeco informó que el fin de semana, tras conciliar 270 inconformidades, recuperó para los clientes un millón 690 mil pesos por quejas contra negocios.Foto Luis Castillo
En su marasmo mental, el belicista presidente estadunidense Joe Biden habría decidido despedirse de la Casa Blanca con una resolución que, de no tomarse las medidas necesarias, irremediablemente conducirá a la humanidad a la devastación. Como dijo Albert Einstein (al menos a él se le atribuye), no sé con qué armas se luchará en la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras.
El gobierno estadunidense ha violado todos los acuerdos con Rusia, comenzando con aquel de 1990 (pacto Baker-Gorbachov, y subsecuentes) de que la OTAN no avanzará ni una pulgada hacia el este europeo, pero desde entonces la Casa Blanca y sus títeres de esa zona geográfica decidieron avanzar no pulgadas, sino miles de kilómetros hacia las fronteras rusas a grado tal que la fuerza militar (misiles incluidos) de la Alianza Atlántica se ha posicionado a milímetros de dichas fronteras.
A Biden –con la industria militar feliz porque su caja registradora no deja de tintinear– no le bastó apoyar y alimentar –financiera, política y militarmente– al gobierno de Israel para el genocidio en Palestina, sino que violó todos los pactos y brincó todas las fronteras europeas hasta llegar a la rusa, lo que motivó la intervención militar de esta última nación en Ucrania. Y de cereza, hoy estaría dispuesto a iniciar la tercera guerra mundial, al autorizar al gobierno títere de Kiev el uso de misiles estadunidenses de largo alcance para golpear a Rusia.
Hasta ahora la Casa Blanca no ha confirmado ni desmentido la decisión de Biden, y han sido las versiones periodísticas agarradas con alfileres (un funcionario estadunidense y tres personas familiarizadas con el asunto, según The New York Times) las que han corrido como reguero de pólvora. Lo mismo en el caso de Francia y Gran Bretaña que se habrían sumado a la citada decisión: tampoco se ha confirmado oficialmente, pero el periódico Le Figaro lo publicó en el mismo tenor.
Como parte del juego de las versiones encontradas, uno de los peones de la Casa Blanca (el alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión Europea, Josep Borrell) aseguró que los miembros de esa organización no han llegado a un acuerdo para permitir a Ucrania usar armas occidentales de largo alcance para atacar objetivos dentro del territorio de Rusia, aunque dijo que el gobierno estadunidense ha autorizado a Ucrania el uso de misiles de hasta 300 kilómetros de alcance para atacar territorio ruso; es mejor que nada.
En el mar de contradictorias, el portavoz del Departamento de Estado, Matthew Miller, “rechazó en rueda de prensa que su país hubiera actualizado su política sobre los ataques al territorio ruso. ‘Hemos dejado claro que siempre adaptaremos y ajustaremos las capacidades que proporcionamos a Ucrania cuando sea apropiado hacerlo, y nos han visto respaldarlo con las medidas que hemos tomado en los últimos años. Pero hoy no tengo ninguna actualización sobre esa política’”, según dijo (Rusia Today/ Sputnik).
De cualquier suerte, el presidente Vladimir Putin refrendó su postura: si se tomara la decisión de permitir que Ucrania ataque con armas occidentales de largo alcance la parte profunda del territorio ruso, eso significaría que los países de la OTAN están en guerra con Rusia, lo que significará, nada menos, que la implicación directa de los países de la OTAN en la guerra de Ucrania. Esa es una implicación directa. De hecho, de tiempo atrás el mandatario ruso fijó esa posición, no sin antes plantear, desde diciembre de 2021: ¿qué pensarían los estadunidenses si, por ejemplo, decidiéramos desplegar misiles en sus fronteras con Canadá y México?
Por su parte, Donald Trump promete (¿?) un fin rápido a la guerra en Ucrania, pero el discapacitado Biden le heredaría una enorme papa caliente con nefastas consecuencias, en medio de un ambiente mundial de por sí caldeado.
Las rebanadas del pastel
Mientras unos insisten en espolear la tercera guerra mundial y la consecuente devastación del planeta, otros proponen destinar una parte del presupuesto bélico mundial a fines pacíficos y socialmente productivos. En la reunión del G-20, la presidenta Claudia Sheinbaum planteó destinar uno por ciento del gasto militar mundial para llevar a cabo el programa de reforestación más grande de la historia, tomando como base el programa mexicano Sembrando Vida. Se trata, dijo, de dejar de sembrar guerras; sembremos paz y vida; con ello, ayudaríamos a mitigar el calentamiento global y restauraríamos el tejido social ayudando a las comunidades a salir de la pobreza.
Twitter: @cafevega cfvmexico_sa@hotmail.com