sábado, 12 de noviembre de 2022

Sobre una cultura de paz.

Miguel Concha
Hoy la violencia nos abruma. Nos invade una sensación de inseguridad que nos lleva a que la paz sea un anhelo lejano y fuera de nuestro alcance. Nos sentimos desvalidos y víctimas, deseando que alguien realice cambios para tener un ambiente que nos permita vivir en paz. Es momento de hacer un alto y reflexionar sobre la posibilidad de atisbar nuevos caminos para convertirnos en agentes de una vida pacífica. Por ello, nos ha parecido pertinente proponer unas consideraciones acerca de la cultura de paz, tal y como han sido propuestas por Johan Galtung. Para lo cual echaremos mano de unas reflexiones oportunas del doctor Rodolfo Loyola Vera, destacado intelectual queretano.
Cuando hablamos de cultura para la paz, podemos observar que ésta es consecuencia de una cultura, de una forma de vida que genera ciertas condiciones. La paz no es algo que podamos asir o traer a nuestra vida. Emerge como una consecuencia de la acción humana. Es indispensable solucionar las desigualdades sociales y establecer una democracia que desmonte las estructuras en las que prevalece la ausencia de justicia. Esta es una tarea de proporciones inmensas, que resulta abrumadora para la mayoría de los ciudadanos. Desde esta perspectiva, un camino más transitable es mirar a nuestro entorno y reflexionar sobre lo que nos es posible realizar.
De acuerdo con Galtung, la violencia siempre surge de conflictos no resueltos. Así pues, una primera aproximación hacia la paz es la ausencia de violencia. Entonces, si deseamos tener una cultura de paz, debemos aprender a identificar y a no sólo resolver conflictos, sino a transformarlos.
De aquí, Galtung define la paz como la capacidad de manejar los conflictos con empatía, no violencia y creatividad. El primer paso que podemos dar es identificar los conflictos en los que nos encontramos inmersos en nuestra propia familia, con nuestros vecinos y donde transcurre nuestra vida cotidiana. Nuestra cultura actual es violenta. Está fincada en la descalificación, que nos lleva a negar la legitimidad de las intenciones y acciones de quienes nos rodean.
La violencia se materializa en una lucha contra los que no comparten nuestra visión del mundo. Desde esta perspectiva, francamente maniquea, el conflicto es irresoluble, y el resultado es una violencia sorda y normalizada. Así, la frase de Sartre el infierno son los otros, se vuelve significativa y nos lleva a una lucha contra quienes obstaculizan nuestro bienestar. Galtung propone la empatía como primer paso para abordar el conflicto; sin embargo, parece ser necesario un paso previo: la humildad.
Es decir, el reconocimiento de nuestras propias limitaciones para abrir espacio para legitimar las intenciones de aquellos con los que estamos en conflicto. Tenemos a la mano la forma de explorar esas intenciones: el diálogo. Es importante considerar que derivado del clima de polarización, aunado a la impunidad e injusticia que reina en nuestra sociedad, en buena parte de la ciudadanía existe un resentimiento que anima a la venganza.
Es urgente comenzar un proceso de reconciliación basado en el diálogo entre los cercanos, con quienes estamos en relación: familiares, vecinos y colaboradores. Nuestra civilización se ha movido entre concepciones extremas del ser humano: el individualismo, por un lado, y el mesianismo, por otro. Ninguno de éstos ha ayudado a construir una cultura para la paz. El individualismo engendra la competencia y el mesianismo, la pasividad expectante que aguarda a quien restablecerá el orden perdido.
Es necesario comenzar a reconocernos como seres que requerimos de un contexto nutricio para nuestro desarrollo. Somos interdependientes y requerimos cooperar para construir mejores condiciones de vida. Martin Buber en su libro Yo y Tú, expresa: “No existe ningún Yo en sí, sino sólo el Yo de la palabra básica Yo-Tú…”, y más adelante dice: relación es reciprocidad. Mi Tú me afecta a mí como yo lo afecto a él. De igual modo, Leonardo Boff, en su libro Saber cuidar, nos dice: “… el ‘yo’ se constituye exclusivamente a través del diálogo con el ‘tú’”.
Otro asunto que debemos abordar es sobre el uso generalizado de la metáfora de la lucha. Luchar por la paz contraviene uno de los principios que marca Galtung: el uso de medios pacíficos y, aun cuando la lucha sea metafórica, su marco conceptual lo traemos al terreno de la paz: enemigos, violencia, ganadores, perdedores, armas. Es un contrasentido. La propuesta para la construcción de una cultura para la paz, comienza con el reconocimiento de nuestra interdependencia, y que a través de procesos de diálogo, con una actitud de colaboración y un deseo común de mejorar nuestras condiciones de vida, podemos construir opciones viables, independientemente de la precariedad de nuestra situación actual. Alternativas para una mejor relación, sanando las heridas del pasado desde el respeto y el reconocimiento de nuestra dignidad y legitimidad de nuestras intenciones.

Cien años de fascismo: Italia
Maciek Wisniewski
1. El 29 de octubre de 1922, tras encabezar la Marcha sobre Roma, Mussolini fue nombrado primer ministro. Más que una repentina victoria −parte de la mitología del propio fascismo que nació en el norte de Italia tres años antes− la Marcha fue la culminación de un lento proceso de normalización de las Camisas Negras ( squadristi) por las que la clase dominante optó desde hace tiempo como un antídoto a la izquierda. La Marcha oficializó su fusión con el Estado burgués italiano. A 100 años de ella, Giorgia Meloni y su Fratelli d’Italia (FdI), heredero del Movimiento Social Italiano (MSI), un partido posmussolinista, ganaron las elecciones. Las analogías son preocupantes, pero en contextos muy diferentes. La Marcha ocurría en medio de la radicalización y la polarización posguerra, la expansión de la política de masas y la −ya descendente− ola revolucionaria. Hoy la victoria de FdI se da en el clima de desmovilización política, apatía y sólo gracias a la implosión de fuerzas tecnocráticas centro-liberales que históricamente bloqueaban su ascenso.
2. Carlo Ginzburg, un punto de referencia en cuanto a los usos y abusos públicos de la historia −cuyo padre, un editor antifascista fue asesinado en Roma en 1944−, remarcaba hace tiempo que el fascismo es el futuro (sic), en la manera en que apela exitosamente a las emociones y tiene raíces profundas en la sociedad italiana (bit.ly/3UIA3Vi), una predicción que parece haberse cumplido. Ante la inminente victoria de FdI, un partido con claras raíces fascistas, Ginzburg se mostró preocupado: “(…) no estamos ante el fascismo literal, pero muchos de los votantes de FdI sí están ligados a él. Siempre he evitado usar la palabra ‘fascismo’ fuera de su contexto histórico, pero recuerdo que en 2016, al ver a Trump, la encontré irresistible”, algo que a su vez le hizo pensar en la necesidad de ampliar su definición (bit.ly/3fPWo4K). Si bien hoy, para él, se trata sólo de algunos elementos del fascismo, resulta difícil luchar contra ellos después de todas las derrotas históricas de la izquierda que, además, en Italia ya existe sólo como residuo (bit.ly/3UmqzQ0).
3. Contrario a la doxa de fascismo como antiliberalismo, Alberto Toscano, al margen del aniversario de la Marcha y la victoria de Meloni (bit.ly/3G5BCbV), enfatizaba que en Italia el fascismo se afianzó en el poder absorbiendo las coordenadas y los cuadros liberales. Ha sido apoyado por las élites capitalistas asustadas por el espectro del bolchevismo ( biennio rosso) e hizo lo que prometía: aplastó a los sindicatos, las huelgas, achicó al Estado e introdujo una feroz austeridad basada en violencia −el liberalismo por medios iliberales− como bien lo demostró Clara Mattei ( The Capital Order: How Economists Invented Austerity and Allaned the Way to Fascism, 2022, pp. 480). Lo aplaudieron los principales ideólogos liberales –Ludwig von Mises: por esto, el fascismo vivirá eternamente en la historia (D. Losurdo, Liberalism: A Counter-History, 2011, p. 328)− y su prensa ( The Economist, claro). Si bien hoy los principales denunciadores del fascismo de Meloni son los liberales −los mismos que han estado administrando... la austeridad que la catapultó al poder−, se pueden dar el lujo: la izquierda no es ninguna amenaza. Si no, ya la estarían abrazando como lo hicieron con Mussolini.
4. Dadas las diferencias del contexto, la analogía directa entre el fascismo y los movimientos y partidos populistas de derecha actuales es errónea. En vez de semejanzas, sobran contrastes. Sonar el alarma fascismo el término usado no en sentido histórico/analítico, sino como una operación política −sea con buenas intenciones o sólo para acarrear el voto para el centro (neo)liberal− oscurece más que explica. Imponiendo comparaciones y referencias, deforma la anatomía de los actores en cuestión. Recordando el afán de Ginzburg, de ampliar la definición del fascismo, FdI y Meloni son un perfecto caso del posfascismo conceptualizado por Enzo Traverso ( The New Faces of Fascism, 2019, p. 3-41), de manera en que es un movimiento que tiene claro linaje fascista, pero carece de ciertos atributos (cuadros de lucha callejera, el afán de remplazar la democracia liberal por un orden totalitario en lo que acabó Mussolini, etcétera) y que en vez de inaugurar una nueva era acabará −lo más probable− implosionando igual que sus predecesores centroliberales.
5. El posfascismo es un fenómeno en cristalización: aún pueden cambiar condiciones que lo determinan, pero es intrínsicamente negativo. Carece de una visión del futuro, mezcla la nostalgia por el pasado perdido con el kitsch (la colección de figurinas fascistas de Ignazio La Rusa, cofundador de FdI) y la banalización (los discursos de Meloni). Más allá de las nociones ahistóricas de fascismo eterno (Umberto Eco) o bon-mots de cada época tiene su fascismo (P. Levi), conviene historizar viendo la evolución de las ideas políticas dialécticamente: así, para Traverso la extrema derecha de hoy, con su obsesión por las guerras culturales, retrocede a la época de Kulturpessimismus prefascista y en vez de abrazar la irracionalidad que acabó en el fascismo, sigue apegada a la racionalidad del mercado y la defensa de los valores tradicionales junto (sic) con los valores liberales individuales amenazados por los musulmanes, migrantes o marxismo cultural (Traverso en: G. Lukács, The Destrucción of Reason, 2021, p. 43). A 100 años del triunfo del fascismo el posfascismo se funde con el prefascismo.