martes, 3 de mayo de 2022

Los Ángeles: por una cumbre sin exclusiones.

Washington rechazó la propuesta de incluir a todos los países del hemisferio en la Cumbre de las Américas que se realizará en junio próximo en Los Ángeles, California, realizada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, a pesar de que el mandatario estadunidense, Joe Biden, se comprometió a analizarla. Washington cumplió así su amenaza de exclusión: no invitará a la reunión a Cuba, Venezuela y Nicaragua debido a las diferencias políticas e ideológicas que mantiene con esos tres países.
La idea de dejar fuera a esas tres naciones, porque sus respectivos gobiernos no son del agrado del anfitrión, resulta grotesca y perniciosa para cualquier perspectiva de construcción de acuerdos regionales de cooperación y entendimiento, además de que sienta un tóxico precedente de polarización en las relaciones intracontinentales; en los encuentros futuros, los países que los hospeden podrían dejar fuera de ellos a gobernantes con los que sostienen conflictos económicos o fronterizos, divergencias comerciales o políticas, o simples animadversiones.
Por lo que hace a Cuba, es evidente que Estados Unidos tiene mucho de qué hablar con la nación isleña, empezando por asuntos migratorios y económicos que no podrán resolverse si persiste la actitud de Biden de proseguir el endurecimiento de las medidas hostiles a La Habana que fueron adoptadas durante la administración de su antecesor, Donald Trump. Y a falta de contactos bilaterales consistentes, la Cumbre de las Américas representa una ocasión perfecta para retomar el deshielo iniciado por Barack Obama, en cuyos periodos de gobierno Biden fungió como vicepresidente.
En lo que respecta a Caracas, la exclusión resultaría hipócrita, habida cuenta que a raíz de la guerra en Ucrania y de sus implicaciones en materia de abasto energético y petrolero, la Casa Blanca no ha tenido escrúpulos en procurar la reanudación del abasto de hidrocarburos venezolanos a Estados Unidos, lo que la obliga a dejar sin efecto algunas de las sanciones económicas impuestas de manera injusta a Venezuela.
En tales circunstancias, a todas luces resulta desafortunado que Biden haya decidido no escuchar la petición formulada por el mandatario mexicano de que la reunión de Los Ángeles sea verdaderamente continental, sin marginaciones ni exclusiones. El gobernante demócrata desaprovechó la oportunidad de dar una señal inequívoca de deslinde con respecto a su predecesor republicano, deslinde que sigue sin producirse en los ámbitos de la política hemisférica de Washington y en la injustificable cerrazón migratoria, terrenos en los que el actual huésped de a Casa Blanca se ha comportado como un mero continuador de los caprichos trumpistas.

Los indoblegables
José Blanco
El orbe andaba mal, pero camina para peor. El continuado gobierno del mundo por parte de Estados Unidos parece inamovible, pero se trata de una imagen engañosa. En general, la debilidad de EU es evidente cuando de reunir consenso se trata; las ideas y el lenguaje del imperio llegan a ser deleznables al extremo cuando son expuestas por boca de un fanfarrón analfabeto como Trump. Pero poco ganan si se trata de un Biden.
En dos siglos de historia no hay dirección política continua desde EU basada en el consenso. Ha habido, sí, dominio sustentado en la fuerza económica y en la fuerza militar. EU no tiene amigos, tiene intereses. Aunque su fuerza económica relativa viene abatiéndose desde las dos últimas décadas del siglo pasado.
Ahora mismo el poderío de EU descuella: cuando el trance del mundo es el estado de guerra; el imperio puede establecer consenso sobre ciertas clases subalternas, especialmente las del mundo desarrollado. Lo hace, claramente, sobre las decisiones militares, que no pueden sino afectar a la vida toda, subordinada en nuestros días a la palabra espeluznante de las armas imperialistas. El discurso que acompaña a ese dominio, como siempre, es un cuento de seres mitológicos: la guerra de Putin, vale decir: la guerra de ángeles contra demonios (la eterna lucha del bien contra el mal), o la guerra de las democracias contra las autocracias.
La Doctrina Monroe ( America for americans), formulada en 1823 por John Quincy Adams y atribuida al presidente James Monroe, establecía que cualquier intervención de Europa en América sería vista como un acto de agresión que pediría la intervención salvífica de EU. En este país nadie entendió nunca que americans se refiriera a los habitantes del todo el continente: el poder toma la palabra y define: americanos somos nosotros quienes residimos en EU. ¿Qué, no es una incoherencia esa definición? Lo es, por supuesto, pero no se trata aquí de coherencias lógicas, sino de quién manda: yo, el nuevo imperio.Como en inglés no puedo formular un gentilicio a partir del nombre que adopté ( United States), seré american, punto.
La nueva potencia sería libertaria, dijo. Defendería a los innombrables (esos no-americanos de América) de los colonialistas europeos. Además, aboliría la esclavitud (debió esperar hasta 1865). Nadie se llamó a engaño: la manumisión de los negros fue la vía para incorporarlos al yugo del trabajo asalariado en la industria naciente en el norte de ese país. Alrededor de ese modo de opresión debía organizarse todo el continente: la nueva potencia estaba contra el colonialismo europeo, pero en favor de su propio dominio, con sus propios métodos, el colonialismo no territorial sino el económico.
A la vuelta larga del calendario, ya en el siglo XX, la civilizada Europa organizó dos civilizadas guerras mundiales cuyas consecuencias trajeron para EU la extensión de la doctrina Monroe: the world for americans. Pero, por un tiempo, se los impidió la URSS; poco más tarde, además, la China de Mao, y muchos otros por el mundo querían escapar de la protección libertaria de EU, como Cuba, la insobornable, la infinitamente rejega, la que guarda incansablemente para sí, para América Latina y más allá, la lucecita de la esperanza.
En 1989 EU creyó ver la gloria al alcance de la mano: cae el muro de Berlín y se inicia la catástrofe final de la URSS, y en ese mismo año muere Deng Xiaoping y China parece alejarse de su propia historia; comenzó a hacer camino al andar por un rumbo que EU aplaudió: ¡China quiere ser como nosotros el mundo libre! Ese mar de pobres con bajísimos salarios producirá lo que nosotros consumamos, mediante la deslocalización industrial. Era el fin de la historia, según los americans.
Pero el que se fue al despeñadero se convirtió velozmente en la segunda y, para algunos casos, la primera fuerza militar del orbe, y China sacó a ¡800 millones! de la pobreza en cuatro décadas, y está a punto de ser la mayor economía del mundo. Cuando EU despertó, los indoblegables seguían ahí. Trazó, por tanto, el plan urgente. Disminuir, arruinar al máximo a Rusia y, después continuar con China, sin que esté claro cómo operará en su contra, aunque se advierten los primeros pasos para desterrarla de Occidente.
EU tenía para Rusia la coartada insuperable. Difícilmente puede decirse que el estrangulamiento que le aplicó desde los años 1990, mediante el corrimiento sistemático de la 0TAN hacia el Este, era ya un plan acabado. Pero para Biden así funcionaron las cosas. El paso final de ese estrangulamiento era la incorporación de Ucrania en la OTAN. En febrero de 2019 ese país aprobó una enmienda constitucional para incorporarse. La supervivencia del Estado ruso no admitiría ese paso, sin inmolarse. Ahora la liza es EU+OTAN vs Rusia. EU ha puesto al mundo en el estado de guerra de mayor riesgo en la historia de la humanidad. Los medios de Occidente, todos a una, repiten el cuento que cuenta EU. Los indoblegables, otra vez, intentarán resistir.