La venganza, reza el dicho, es un plato que se come frío. En pleno conflicto poselectoral, las grandes cadenas de comunicación, a las que el presidente Donald Trump atacó y demonizó durante más de cuatro años, se cobraron la revancha.
El pasado jueves 5 de noviembre, mientras el mandatario denunciaba un fraude electoral en su contra desde la Casa Blanca, varias de las principales cadenas de ese país como la MSNBC, la NBC News y la ABC News cortaron la transmisión, argumentando que el presidente estaba mintiendo.
Esto es un fraude al pueblo estadunidense, es una vergüenza para nuestro país, señaló Trump en la rueda de prensa, los canales de televisión, que durante años difundieron los mensajes del presidente, suspendieron la cobertura.
Los ataques de Trump a los medios de comunicación tienen tras de sí una larga historia. En 1981, el entonces empresario acusó: La prensa es mentirosa, está ahí para manipular a la gente y a eso se dedica.
En la misma línea, en 2017 tuiteó: “Los medios con noticias falsas (los perdedores New York Times, NBC, ABC, CBS, CNN) no son mi enemigo, son el enemigo del pueblo estadunidense”. Aseguró que éstos no hablan para la gente, lo hacen para intereses especiales. La gente ya no les cree. Y, encarrerado, acusó que los periodistas son los seres más deshonestos del planeta.
Stephen K. Bannon, uno de los más importantes ideólogos del trumpismo, descifró el sentido de esta ofensiva del magnate contra los medios. Los medios de comunicación son el partido de la oposición, declaró al New York Times.
Trump, de acuerdo con el especialista James Poniewozik, prueba que la televisión y los medios de comunicación son la fuerza más poderosa en la política estadunidense. Si los controlas, controlas la política. El mandatario, según explica en su libro Audience of One, era ya una relevante figura mediática antes de su triunfo electoral. Él supo entender cómo en una cultura tan imbricada con los medios como la estadunidense la apariencia era la realidad, y utilizó las herramientas de la televisión para su causa.
De la mano de Fox News (controlado por el magnate Rupert Murdoch), de varios tabloides y del uso de Twitter y Facebook, el millonario construyó una coalición y un imaginario social muy poderosos, muy cercanos a un proyecto neofascista.
La política de Trump hacia los grandes medios de comunicación y de éstos hacia el magnate parecería sacada de una novela de Lewis Carroll. No es un asunto de quién dice la verdad y quién miente, aunque la verdad esté en disputa. Tampoco de quién defiende la democracia. Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty a Alicia, la heroína de las obras del escritor inglés– quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos. Y, añadió: La cuestión es saber quién es el que manda..., eso es todo.
Como Humpty Dumpty en Alicia a través del espejo, Trump y los grandes medios se empeñan en construir una narrativa que deje claro quién manda. No se trata de que el aún presidente o la mediocracia quieran dar un golpe de Estado. Él asunto es que las palabras (y la verdad) deben significar y ser lo que ellos quieren que sea.
El pleito entre Trump y los grandes medios de comunicación alrededor de la verdad pareciera ser una especie de tragedia griega trasladada al Estados Unidos de hoy, en la que Hermes, a un tiempo deidad de la mentira y la integridad, es el personaje central.
Hermes es, en la mitología clásica, el hijo de Zeus, el dios de los ladrones, del perjurio, la astucia y el fraude, además del de la elocuencia y el provecho. Él mismo es mentiroso y ladrón. Su primera hazaña, del mismo día de su nacimiento, consistió en robar 50 vacas que pertenecían a los dioses y regresar a su cuna. Cuando su hermano Apolo lo acusó, el recién nacido lo negó. Conducido frente a su padre, trató también de engañarlo. A pesar de que Zeus sabía que Hermes le mentía, rio a carcajadas ante el ingenio y el valor, la picardía y la ingenuidad de su hijo menor.
Sin embargo, Hermes es, también, la deidad de la integridad, como lo ejemplifica la Bolsa de Valores de Nueva York, el templo laico de los señores de las finanzas. En la fachada principal del inmueble hay seis grandes columnas que sirven como soporte de una enorme escultura. La obra de arte se llama La integridad protegiendo la obra humana. En ella aparece, al centro, una mujer vestida con toga, capa y un gorro alado –emblema de Hermes–, que representa la integridad.
Es cierto que Trump es un fascista de nuevo cuño. Pero los grandes medios de comunicación que se indignan porque Trump hable de fraude electoral en EU sin presentar una sola prueba, hacen lo mismo en casos como los de Bolivia y Venezuela.
Odio, aborrezco y no soporto la mentira [...] En las mentiras hay manchas de muerte, un aroma de mortalidad, exclama el viejo marinero Marlow –personaje de Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas–, en su travesía por el Congo colonizado por los belgas. Aunque digan que sus acciones las guían la verdad y la democracia, ni el mandatario ni la mediocracia se hacen eco de estas palabras. La mentira es parte de su naturaleza. El pleito entre ellos es muy otro: una disputa por el poder y el uso de la información para alcanzarlo y legitimarlo.
Twitter: @lhan55
La gresca
José Blanco
Biden no ganó, perdió Trump; es el amplio consenso entre analistas de dentro y fuera de Estados Unidos (EU). Biden obtuvo el mayor número de votos de la historia. Trump, el segundo candidato más votado. La división social y política en EU, una de las mayores de la historia, ahondada por los comicios. En la elección de Biden el voto de las mujeres fue decisivo, en su sentido literal, especialmente en Michigan, Wisconsin y Pensilvania, estados ganados por Trump hace cuatro años. Los números mostrarán también el peso de los jóvenes en esta elección; aparecieron jubilosos con sus bailes el sábado pasado en el speech de Biden y Harris como mandatarios electos, después de una campaña política roñosa y seca, en medio de la brutal crisis económica y sanitaria.
La presencia de Kamala Harris como número dos amplió el margen del voto femenino, en confluencia con la sociedad movilizada por Black Lives Matter después del asesinato por ahorcamiento policiaco de George Floyd el pasado 25 de mayo. Como primera mujer y como primera mujer negra vicepresidenta, Harris abre la posibilidad de convertirse en la primera mujer negra en ganar la presidencia de EU en 2024.
Trump tomará el camino de una grotesca gran pataleta agónica, pero quedará vivo el trumpismo, con una base social multirracial de más de 70 millones de ciudadanos, 48 por ciento de los electores.El trumpismo, huevo de la serpiente incubado por el horror del globalismo neoliberal por más de 40 años, se ha roto. El ofidio asoma los colmillos presto a hundirlos en los llamados de Biden a la unidad. Esta derecha nativista recalcitrante está también en la Cámara de Representantes y en el Senado, partidos por mitad, como resultado de la misma elección. La complejidad: en el Rust Belt, los 12 estados donde yacen los cementerios de la industria deslocalizada, se halla la mayor parte de las víctimas de la globalización neoliberal; en el Bible Belt (Georgia), en más de la mitad del Sun Belt (Texas y Florida), y en el Mormon Belt (Utah), jugaron además otros factores, como la acusación de socialista a Biden en Florida. Esa es la base de la nueva derecha extrema.
En EU la Constitución no prevé ninguna disposición de inmunidad presidencial análoga a la cláusula constitucional que protege a los miembros del Congreso en el ejercicio de sus funciones.Pero la Suprema Corte decidió que era un privilegio presunto del presidente, cuando Nixon y el Watergate. Así se las gastan los poderes judiciales. Tras la derrota, la presunción de inmunidad de Trump comenzará a desvanecerse y debe muchas, muchas más que Nixon. Trump ha sobrevivido a una impugnación en el Senado, dos divorcios, seis bancarrotas, 26 acusaciones de abuso sexual, y unas 4 mil demandas (https://digg.com/politics/link/ why-trump-cant-afford-to-lose).
Han vuelto a vencer los partidarios y ganadores de la globalización neoliberal: Wall Street (el capital financiero) y Silicon Valley (el capital de las llamadas tecnológicas), destacadamente; no caben dentro de las fronteras de EU. Han necesitado y necesitan el planeta como espacio de operación, aunque el capitalismo de la globalización neoliberal ha alcanzado un umbral infranqueable. Con Trump o con Biden, la reforma del sistema mundo no es opcional. Como lo ha visto Noam Chomsky, el Covid-19 es muy grave, pero hay un mayor horror acercándose; caminamos al borde del desastre con las dos peores amenazas: la guerra nuclear, que Trump exacerbó con el desgarro de los medios de control y la catástrofe en curso del calentamiento global. Es preciso añadir la brutalidad de la desigualdad social mundial.
En abril pasado Biden escribió: Trump “ha desperdiciado nuestra influencia para enfrentar los desafíos de seguridad nacional desde Corea del Norte hasta Irán, desde Siria hasta Afganistán y Venezuela, sin prácticamente nada qué mostrar. Ha lanzado guerras comerciales mal aconsejadas, contra los amigos y enemigos de los Estados Unidos… Ha abdicado del liderazgo estadunidense en la movilización de la acción colectiva para hacer frente a las nuevas amenazas, especialmente las que son exclusivas de este siglo”. Biden quiere recuperar el liderazgo: intervenir, por seguridad nacional en Corea, Irán, Siria, Afganistan, Venezuela, por supuesto Cuba, y quien se deje. Es el alma del imperio que Biden quiere recuperar.
Nos espera un cambio del mundo, encabezado por EU, China y Rusia en menor medida. No hay un futuro de camino prometedor, ni mucho menos, para los excluidos del mundo. Por supuesto, no está en el programa de Biden.
No está en la historia de México, el impulso de colaboración con América Latina, pero sería hora ya de inaugurarlo sin cortapisas con sus gobiernos progresistas; mucho más a fondo. Por lo pronto, una noticia hay que celebrar: los Bolsonaros, Piñeras, Lenines Moreno y las derechas europeas enmudecieron: han quedado huérfanos.
Un futuro digno de ser vivido por todos los desheredados del mundo aún está lejano. Pero ningún imperio ha sido eterno.