Los golpes de Estado son una de las formas de transmisióndel poder y de cambio estratégico de rumbo en las políticas de una nación. En Estados Unidos a veces han implicado asesinatos en serie, desatando escándalos, y en otras ocasiones golpes silenciosos, perceptibles únicamente para una mínima parte de la población. Ambos modelos se caracterizan porque una vez consumados resulta imposible revertirlos. Se diferencian de los golpes de Estado en países subdesarrollados, en que no son espectaculares, con una camarilla militar asumiendo el mando nacional y cancelando las garantías individuales o restringiendo derechos humanos, es decir, tienen poco que ver con los gol-pes de Estado latinoamericanos en los que sus oligarquías nativas se especializaron desde el siglo XlX.
En el caso estadunidense la sofisticación es una de las cualidades a cuidar. Dos ejemplos ilustran cómo proceden los poderes fácticos de Estados Unidos: uno fue el asesinato de John F. Kennedy, en 1963, mediante una conspiración de agencias gubernamentales, agrupaciones y el crimen organizado, para terminar con el gobierno que despertó grandes expectativas con el proyecto de ley sobre derechos civiles que atacaba la discriminación racial en las instituciones públicas, y mostraba inclinación por negociaciones de paz con la entonces Unión Soviética.
Al asesinato del presidente en Dallas siguió un proceso de eliminación de testigos y de personas relacionadas con el crimen, incluyendo al principal sospechoso, Lee Harvey Oswald, muerto a quemarropa por un tipo ligado a los bajos fondos de Dallas, Jack Ruby, delante de policías que custodiaban a Lee. Convenientemente, años después Ruby murió de cáncer. Al mero estilo texano, eso no impidió que fueran desapareciendo personas con algún tipo de información sobre el magnicidio.
En años recientes, después de los dramáticos episodios de la crisis de 2008, e inmediatamente después de las elecciones de ese año, cuando Barack Obama subió al poder como el primer afroamericano en la Casa Blanca, se produjo un golpe de Estado silencioso, sin necesidad de remplazarlo; únicamente se trató de echar atrás el proyecto de control sobre la industria financiera que había sido igualmente culpable de la gran depresión de 2008, así como lo fue de la crisis de 1929. En un brillante ensayo, The Quiet Coup (El golpe silencioso) Simon Johnson, ex economista en jefe del FMI, analizó cómo el gobierno de Obama fue capturado por la industria financiera, viéndose obligado a proveer una legislación que prácticamente dejó libres a Wall Street y la banca usurera de continuar como casinos de juego y la especulación en una economía que hasta la fecha muestra las secuelas de la depresión de 2008, https://www.theatlantic.com/magazine/ archive/2009/05/the-quiet-coup/307364/ .
No hubo en este caso un crimen que habría escandalizado a la opinión pública mundial, sino una operación sin ruido, excluyendo el asesinato. En este caso, el golpe estuvo a cargo de la oligarquía financiera estadunidense para impedirle a Obama la reforma a la ley de la banca comercial y de inversión, la peor de las herencias de Bill Clinton al derogar la Ley Glass Steagal de 1933, firmada por Franklyn Roosevelt que había puesto freno a las especulaciones y excesos de la banca y de las corporaciones de inversión y seguros. Ahora Trump intenta un golpe electoral –retomo este concepto en el sentido utilizado por William Robinson– y de lograrlo, colocaría a Estados Unidos en los prolegómenos de un golpe de Estado.
Si nos atenemos a la forma en la cual los medios estadunidenses han construido la relatoría de los acontecimientos, Trump tiene pocas probabilidades de salirse con la suya. Pero dado que tanto republicanos como demócratas se han mostrado en el pasado proclives a los fraudes pequeños y grandes en materia electoral, todavía hay que esperar los recuentos faltantes y la posibilidad remota, pero al fin posibilidad, de que en efecto, Trump presente evidencias de sus declaraciones, lo cual daría un vuelco de 180 grados al drama. Lo que sí parece inevitable es el alargamiento del proceso y las repercusiones internas dependiendo de qué tanto se extienda, pues Estados Unidos está ahora dividido como en la Guerra de Secesión. Pero con Biden o con Trump, o con una presidencia interina, para México se avecinan tiempos difíciles. Paradójicamente como sucede a veces con algunas situaciones producto de decisiones impopulares, al ubicar la Guardia Nacional en los límites de México y Estados Unidos para perseguir centroamericanos, la buena noticia es que contamos con esa guardia en la frontera norte, frontera que la situación actual obliga a vigilar segundo a segundo.
* Investigador de El Colegio de Sonora
Evo Morales retoma liderazgo del MAS y del sindicato cocalero en Bolivia
Evo Morales, ex presidente de Bolivia durante un discurso en Chapare, departamento de Cochabamba. Foto Afp / ArchivoLa Paz.
Desde que regresó de su exilio en Argentina hace diez días, el ex presidente Evo Morales ha retomado el liderazgo de su partido y del mayor sindicato de cocaleros de Bolivia, que dirigió durante más de dos décadas, pero sus movimientos son cautelosos.
“Una vez que ha retornado nuestro presidente (Morales), retoma la dirección del partido (Movimiento al Socialismo MAS) y la presidencia de las federaciones del Chapare (cocaleros)”, dijo Gerardo García, quien ejerció la presidencia de ese partido en ausencia de Morales.
El MAS regresó al poder con Luis Arce tras ganar las elecciones de octubre pasado, un año después de la precipitada renuncia de Morales por sospechas de fraude electoral en los anulados comicios en los que buscaba un cuarto mandato consecutivo tras 14 años en el poder.
Después de cruzar el país en una caravana que lo trajo desde Argentina, Morales se asentó en su feudo del Chapare -en el centro del país- donde dirigió al mayor sindicato de cultivadores de coca y desde el cual saltó a la política para convertirse en el primer presidente indígena en 2006 tras el derrumbe de los partidos tradicionales.
De inmediato retomó sus actividades políticas y sindicales en el Chapare, donde es querido y se mueve rodeado de una guardia sindical que lo protege. Su base de operaciones es la población de Lauka Ñ, cuna del sindicalismo cocalero.
Aún como jefe de Estado, Morales siguió como presidente honorario de los cocaleros hasta 2018. Fue sustituido por Andrónico Rodríguez, un politólogo de 32 años de origen quechua quien ahora es presidente del Senado.
El expresidente desata sentimientos encontrados por lo que sus desplazamientos son cuidadosos y planificados. Desde su retorno se ha mostrado más conciliador, ha evitado a la prensa y sólo aparece en reuniones políticas.
El miércoles estuvo en Oruro, la ciudad del altiplano occidental donde nació, y convocó a sus partidarios “a un ampliado nacional el sábado para planificar las elecciones subnacionales”, dijo García a radio Panamericana.
Las elecciones de gobernadores y alcaldes el 7 de marzo de 2021 serán el segundo round de la disputa por el poder en Bolivia esta vez en los gobiernos locales, que son ampliamente dominados por el MAS, según analistas.
A la ampliación del MAS han sido invitados Arce y su vicepresidente David Choquehuanca. Arce no fue a reunirse cuando Morales llegó al Chapare y públicamente evitó referirse a su mentor político. Sí lo hizo Morales, quien dijo que mantiene contactos con el presidente a quien ayuda a organizar el gobierno.
La disputa entre seguidores y detractores del exmandatario se ha traslado al gobierno, en el que partidarios de Arce y Choquehuanca buscan desplazar de los cargos públicos a los colaboradores Morales.
Arce dijo que no gobernará “a la sombra” de Morales y que hará un “gobierno para todos”. “Queremos renovar con gente nueva, pero siempre habrá coordinación con el presidente para ayudar y apoyar a una buena gestión”, señalo García.
