miércoles, 18 de noviembre de 2020

Claves para entender la quimera americana.

Claudio Lomnitz
Llevo años viviendo en Estados Unidos (EU), pero pareciera que nunca entiendo nada. Veo un debate entre candidatos, y pienso que uno ganó y el otro perdió. Al día siguiente resulta que todo era al revés. Preguntarme a mí por lo que vaya a suceder en EU puede ser bastante útil, porque es casi seguro de que va a suceder lo contrario de lo que yo diga.
Hace cuatro años, por ejemplo, cuando filtraron aquel famoso video en que Donald Trump le presumía a Billy Bush cómo se le aventaba a las mujeres, de qué maneras las besaba y las sobaba, y cómo las agarraba de su sexo, pensé: Trump ya perdió esta elección. Mi razonamiento tenía alguna lógica: imaginé que las mujeres evangélicas no votarían por un hombre así. La lascivia y los abusos del actor de Hollywood le perderían las elecciones.
Eso pensé. Pero Trump no sólo ganó, sino que aun en esta segunda elección, después de que han salido a la luz no menos de 26 quejas separadas de mujeres que fueron acosadas por él, Trump mantuvo el mismo 80 por ciento del voto evangélico que obtuvo en 2016. Pero esos mismos evangélicos no habían chistado querer deponer a Bill Clinton por su relación (consensual) con Monica Lewinsky. Quizá me cueste dimensionar la hipocresía que hay en el discurso moral estadunidense. Algo de eso hay, sin duda.
Sólo que ahora pienso que mi confusión resulta de una limitación más fundamental, que ha sido no entender que la vida pública pasa cada vez menos por espacios en que los hechos y las ideas se tienen que cotejar y enfrentar. Hoy, gracias a las llamadas redes sociales, y a su insuficiente regulación, la opinión puede mantener una insana distancia con la evidencia. Esa es la realidad que no he terminado de dimensionar.
Y es que la democracia liberal tiene un lazo fuerte con la circulación de impresos, que eran medios para discutir libremente e ir perfilando intereses comunes. Como mostró Jürgen Habermas, esa formación social afloró en los cafés de Londres, París y las ciudades hanseáticas en el siglo XVII, donde los papeles periódicos (noticias comerciales, revistas de novedades científicas, creaciones literarias) eran de importancia cardinal, gracias a ellos los ciudadanos podían articular posiciones de clase o ideología común que cruzaran amplias geografías. Es por eso que, como dijo en su momento Kant, la Ilustración fue un movimiento mundial.
La relevancia de los impresos para la cuestión pública llevó a que se fueran desarrollando géneros de escritura acotados y estándares de confiabilidad en los medios que así los requirieran. Esa demanda llevó a la creación del periodismo profesional, con sus costumbres para citar fuentes, confirmación de datos y restricciones respecto al libelo, etcétera. Cierto que el mundo de los impresos rara vez se ajustó rigurosamente a estas normas de objetividad y de equidad, pero el debate público pasaba en importante medida por ese cedazo.
En el siglo XX, el debate democrático entró en crisis, por la introducción de la radio, y luego de la televisión. Esos medios se prestaban para ejercer un control vertical de la información, y fueron aprovechados por regímenes totalitarios, donde se combinaba el acceso del dictador a la radio (o a la televisión) con la movilización de las masas en la plaza pública, para con ese acicate intimidar disidentes e impedir la asociación libre de cualquier público opositor. Este poder de desarticulación vertical de la opinión pública fue atendido –en parte, al menos– en los regímenes liberales, con políticas regulatorias de los medios, aun cuando el poder de la televisión mantuvo cierto efecto inhibidor del debate democrático.
Hoy me doy cuenta de que mi falta de comprensión de la política estadunidense no mana sólo de la incompresión –digamos que cultural– de una sociedad que no deja nunca de ser exótica. Hay además una dificultad de comprensión que mana de lo que ha prohijado la revolución de los medios que hemos vivido en los últimos 15 años, a partir del invento de Facebook y Twitter y su insuficiente regulación. Estos nuevos instrumentos permiten que un presidente como Trump se comunique con sus seguidores con cualquier cantidad de mentiras, sin pasar por el filtro del periodismo –con sus criterios de verificación– y permiten también que esos mismos seguidores conformen públicos cuya comunicación tampoco pasa por esos filtros.
Esta situación lleva a la coexistencia de realidades imaginarias radicalmente encontradas, incomensurables, que están enfrentadas unas con otras políticamente. Los nuevos medios han sido la condición para el surgimiento de una figura quimérica como Donald Trump: cabeza de león, cuerpo de chivo y cola de serpiente. No es necesario buscar la coherencia de la figura, cada parte del animal se dirije a otro público, y sus mensajes no necesitan ser consistentes. Así, las 26 quejas independientes contra Trump por abuso sexual, no pesaron en los circuitos evangélicos, que mantuvieron una línea de comunicación directa con el presidente, a través del Twitter, Facebook, Instagram, etcétera.
Antes de esta elección, me divertía un poco mi perplejidad ante las reacciones del público estadunidense; la interpretaba como falta de compenetración con la extraña cultura de ese país. Hoy mi confusión me divierte menos, porque me doy cuenta de que mi asombro se debe finalmente al hecho de que sigo siendo un lector de periódicos.

México SA
Ancira y el amanuense // Regresan a Cienfuegos
Carlos Fernández-Vega
▲ Alonso Ancira, aún presidente de Altos Hornos de México, concedió una entrevista en la que asegura que fue un error no aportar dinero a la campaña del ahora presidente Andrés Manuel López Obrador. Ceder capital a lo mejor hubiera suavizado o pavimentado muchas cosas, aseguró el empresario.Foto Afp
Desesperado, el mafiosi Alonso Ancira Elizondo –aún presidente de la otrora paraestatal Altos Hornos de México– intenta de todo para evitar –sin posibilidad alguna– los dos siguientes pasos en su vida: a) que España lo entregue al gobierno mexicano (ahora está preso en aquella nación y la Audiencia Nacional ya autorizó la extradición del susodicho) y b) que este, inmediatamente, lo deposite en alguna de las cárceles del país. Y en su desgracia el empresario recurre a una de las fichas más achicharradas de la prensa nacional, con obvio trastorno obsesivo compulsivo (TOC), para que defienda su causa.
Resulta que, amanuense de por medio, el mafiosi Ancira asegura que uno de sus errores fue no haber metido dinero a la campaña electoral de Andrés Manuel, porque eso a lo mejor hubiera suavizado o pavimentado muchas cosas. Eso sí, de sus transas –que son muchísimas– no dijo una sola palabra, ni el escribano se tomó la molestia de preguntar. Entrevista a modo.
Tal declaración fue comentada por el presidente López Obrador en la mañanera de ayer: “llegué aquí por el apoyo de los mexicanos, por el apoyo del pueblo, no me apoyaron grupos de intereses creados. No me apoyó la oligarquía, sino el pueblo. Entonces, tiene razón (Ancira) en lo que plantea: él no me apoyó, cómo me va a apoyar, si yo antes de la elección ya lo estaba denunciando porque vendió una planta (Agronitrogenados) que era pública y luego llegó a sus manos y, convertida en chatarra, la vendió en 200 millones de dólares más de su costo real, y esto es parte del juicio del señor Lozoya… Él simpatizaba, y era lógico, con el Prian, porque fue bien atendido durante mucho tiempo desde la época de Salinas de Gortari. Entonces, él es beneficiario del régimen que nosotros combatimos, el de la corrupción”.
Pero más allá de esos comentarios, el mandatario recordó que así como entrega los bancos y otras empresas (del Estado), Salinas privatiza también Fertimex y estas plantas van a particulares; Agronitrogenados se la da a un cercano del que fue gobernador de Coahuila (Rogelio Montemayor Seguy) y éste se la entrega a Ancira. Pasa el tiempo y considera que la planta no era negocio; la detiene 15, 16 años, y se decide en el gobierno (de EPN) comprarla, o sea, porque así son, cuando les conviene son privatizadores, y también cuando les conviene son estatistas. La verdad que todo es el dinero.
(Por cierto, antes de la privatización de Fertimex –que no era estratégica ni prioritaria, según Salinas de Gortari– México era autosuficiente en fertilizantes; ahora, importa alrededor de 80 por ciento).
López Obrador continuó con la historia: (en el gobierno de EPN) deciden comprar (Agronitrogenados), hacen un avalúo y entonces la planta valía 150 millones de dólares, cuando mucho; estaba en ruinas; si acaso lo que valía era el terreno y el muelle; hay quienes hablan de que el valor era de 50 millones, cuando mucho; hacen un avalúo a modo y terminan pagando 370 millones de dólares, 200 millones más, según la auditoría de la Cámara de Diputado. Entonces, todo un fraude, un atraco.
Para dar una idea de la magnitud del asalto, en 1991 Alonso Ancira y su socio Xavier Autrey (comprador, también, del Banco Comermex, rescatado por el Fobaproa) pagaron –se supone– 145 millones de dólares por la adquisición de Altos Hornos de México y 11 empresas más, todas ellas vendidas a un precio inferior a su valor real. Eran los tiempos de la piñata privatizadora (AMLO dixit).
Pero, ahora Ancira –vía amanuense– asegura que está enchiquerado por no meter dinero a la campaña de López Obrador. Ajá.
Las rebanadas del pastel
El gobierno de Estados Unidos quiere regresar la pelota a México, tras retirar todos los cargos criminales en contra del general Salvador Cienfuegos, preso en aquel país acusado de narcotráfico. ¿Por qué? Bueno, porque el Departamento de Justicia es tan generoso que permite que sea investigado por autoridades mexicanas. Falta que se pronuncie la juez que lleva el caso en Nueva York, pero ¿en calidad de qué retornaría el militar a nuestro país?
cfvmexico_sa@hotmail.com