Reuters, Afp y Europa Press. Periódico La Jornada
Lunes 9 de noviembre de 2020, p. 27
Washington. Un día después de ganar la presidencia de Estados Unidos, el demócrata Joe Biden y sus asesores trabajaban en cómo abordar la crisis de salud por el coronavirus, al tiempo que reforzaban su intención de poner fin a las enormes divisiones políticas en la mayor economía del mundo.
El republicano Donald Trump, primer presidente estadunidense en ejercicio en perder una candidatura a la relección en 28 años, no dio indicios ayer de ceder, pero se dio tiempo para jugar golf, mientras su campaña definía batallas legales para impugnar el resultado alegando fraudes en los comicios, pero sin aportar pruebas.
En un hecho que ilustra el camino cuesta arriba que enfrentará Biden después de asumir el cargo el 20 de enero, los líderes republicanos en el Congreso todavía no reconocían ayer al demócrata como el ganador.
Kate Bedingfield, subdirectora de campaña de Biden, declaró al programa Meet the Press, de NBC, que Biden planea crear este lunes un grupo de trabajo sobre el Covid-19, cuando más de 237 mil estadunidenses han muerto y los casos se han disparado a cifras récord en los últimos días, para convertirse en el primer país con más de 10 millones de contagios.
Luego de asistir a la iglesia en Wilmington este domingo, Biden y su familia visitaron el cementerio donde está enterrado su hijo, Beau.
El sábado, Trump jugaba golf cuando las principales cadenas de televisión proyectaron que su rival había ganado y ayer regresó al campo de Sterling, Virginia, sin reconocer el triunfo ni comunicarse con Biden.
El magnate tuiteó comentarios de analistas que pusieron en duda la integridad del proceso: Esta fue una elección robada, mismas que Twitter etiquetó como afirmaciones no corroboradas.
¿Desde cuándo los grandes medios de comunicación dicen quién será nuestro próximo presidente?, tuiteó Trump.
El ex presidente republicano George W. Bush habló con Biden y lo felicitó por su victoria, al tiempo que, según CNN, la esposa del mandatario, Melania, y su asesor y yerno Jared Kushner, le recomendaron aceptar su derrota.
Sin embargo, un portavoz de la campaña de Trump, Jason Miller, desmintió la versión de CNN acerca de Kushner, pero la cadena defendió la veracidad de su información.
En contraste, los hijos del magnate, Donald Jr y Eric, llamaron a su padre a seguir peleando y pidieron a los republicanos que lo apoyen, en momentos en que el senador republicano Lindsey Graham instó a Trump a no reconocer su derrota.
Cuba, por una relación respetuosa
Reconocemos que, en sus elecciones presidenciales, el pueblo de Estados Unidos ha optado por un nuevo rumbo, tuiteó el mandatario cubano, Miguel Díaz-Canel. Creemos en la posibilidad de una relación bilateral constructiva y respetuosa de las diferencias.
Los presidentes ruso, Vladimir Putin; chino, Xi Jinping, y el brasileño, Jair Bolsonaro no han emitido declaraciones sobre el resultado de la elección.
Donald Trump deja un campo minado entre el gobierno de Estados Unidos y Venezuela, comentó el mandatario venezelano, Nicolas Maduro, en un acto de gobierno televisado. Pero Venezuela aquí está siempre dispuesta al diálogo a la cooperación y al entendimiento.
El mandatario iraní, Hassan Rouhani, abogó por que Washington retorne al acuerdo nuclear que Trmp abandonó en 2018, y el presidente palestino, Mahmoud Abbas, convocó al futuro gobernante estadunidense a reforzar la relación con los palestinos. El rey saudita, Salman Bin Abdulaziz, y su hijo, el príncipe heredero, Mohammed bin Salman, también felicitaron a Biden.
En Thulasendrapuram, el pueblo indio de los antepasados de la vicepresidenta electa Kamala Harris, en Tamil Nadu, la población celebró en grande el triunfo de una hija de esa aldea.
Biden: claves de una victoria
Aunque el sistema institucional de Estados Unidos carece de un mecanismo para declarar de manera formal electo al triunfador de unos comicios presidenciales, es ya indiscutible que el demócrata Joe Biden ganó los del pasado martes en forma contundente, al cosechar tanto la mayoría del llamado voto popular –es decir, el sufragio ciudadano a secas– como un número de integrantes del Colegio Electoral sustancialmente mayor al que requiere para que esa instancia lo presente ante el Congreso como mandatario y el Legislativo lo ratifique como tal. Así el derrotado Donald Trump porfíe en emprender querellas legales para impugnar el resultado de los comicios, si no es capaz de presentar pruebas de su acusación de fraude –algo que hasta ahora no ha podido hacer– se verá obligado a dejar la Casa Blanca en enero próximo.
Los señalamientos del aún presidente acerca de supuestas irregularidades comiciales en favor de su rival demócrata, formulados desde semanas antes de los comicios y reiterados después de ellos, no han ido hasta ahora acompañados de prueba alguna y es improbable que los órganos judiciales encargados de evaluarlos encuentren en esas quejas un motivo para anular el triunfo de Biden. Independientemente de que se encontraran algunas adulteraciones la explicación más simple al alto número de sufragios logrados por éste se encuentra en el profundo y generalizado descontento que el propio Trump sembró en los ciudadanos estadunidenses con sus políticas autoritarias e insensibles, su falta de rumbo claro, su racismo, su xenofobia y su misoginia a flor de piel, su inescrupulosa conducta personal y su irresponsable y errática reacción ante la pandemia de Covid-19, la cual mantiene a Estados Unidos a la cabeza de la crisis sanitaria en el mundo.
En esas circunstancias, un voto social masivo se aglutinó en torno a la fórmula del Partido Demócrata, no porque su plataforma electoral generara consenso, sino por la urgencia de poner fin a una presidencia tan peligrosa para Estados Unidos como la del millonario republicano.
Fue, en suma, un sufragio de frente amplio para impedir que el mandatario ultraderechista permaneciera cuatro años más en la Casa Blanca en el que confluyeron, además del tradicional voto liberal de la clase media blanca, el de las mujeres, los negros, los latinoamericanos –en extremos agraviados y perseguidos por el gobierno saliente– y las minorías de género, entre otros sectores.
Lo sucedido el 3 de noviembre recuerda de manera inevitable algunos hechos en otras latitudes, como la elección de mayo de 2017 en Francia, en la que todo el espectro político democrático optó por el actual presidente Emmanuel Macron para evitar que llegara al Palacio del Elíseo la ultraderechista y racista Marine Le Pen, del Frente Nacional. Cierto es que las opciones políticas no son un contraste de blanco y negro en ningún país del mundo, y tampoco lo son en Estados Unidos, donde los matices entre demócratas y republicanos suelen ser tenues y a veces inexistentes.
Un caso claro es el de la política exterior, en la que las dos alas de la clase política mantienen un férreo consenso colonialista. Pero hasta esa política de Estado fue dinamitada por Trump, quien se dedicó durante casi cuatro años a pelear con sus aliados internacionales, en una expresión del aislacionismo que no se había visto desde los tiempos previos a la Segunda Guerra Mundial.
Las peculiaridades y ambigüedades de la institucionalidad política estadunidense ponen a la superpotencia en una situacióninédita: la de un presidente en funciones que no acepta su derrota de cara a la relección, lo que ha abierto un periodo de indefinición legal que no va a subsanarse sino hasta que Trump deponga su actitud de franca negación de la realidad o hasta que el Colegio Electoral y el Congreso declaren presidente a Biden.
En tales circunstancias es adecuada la prudencia del gobierno mexicano de mantener una política de no intervención en los conflictos internos de otras naciones, preservar su tradición de reconocer estados, no gobiernos particulares, y de esperar a que el diferendo electoral en el país vecino llegue a una solución final.