Mario Patrón
El reciente anuncio del inicio de la fase 3 de la contingencia por el Covid-19 en nuestro país significa el comienzo de uno de los momentos de mayor incertidumbre y riesgo en la historia reciente. El periodo que estamos iniciando supondrá no sólo el punto más alto de presión para las autoridades sanitarias y para el gobierno en su conjunto, sino que abrirá una ventana para observar –acelerados e interrelacionados– los efectos de buena parte de las dinámicas que han sido hegemónicas en México en décadas recientes. Enseguida algunas reflexiones sobre los principales impactos en cuatro ámbitos clave de nuestra vida como sociedad.
Primero me referiré al sector que de manera más inmediata ha recibido el embate de la crisis, el de la salud. El preámbulo del comienzo en nuestro país de la fase 3 no ha podido ser más dramático; a través de los medios hemos sido testigos del rebasamiento de prácticamente todos los sistemas de salud de países donde el virus SARS-CoV2, causante de la pandemia, se diseminó con anterioridad; lo cual, para el caso de una infraestructura de atención a la salud tan debilitada como la nuestra, se traducía en la crónica de historias de dolor ante la perspectiva de un aumento promedio estimado por los especialistas de 5 mil casos por día.
Desde antes de que llegara el coronavirus al país, el sistema de salud se encontraba ya en una situación de debilidad estructural asociada, además de la corrupción, a la falta de inversión pública característica de la era neoliberal global, que ha dejado sentir sus efectos en meses recientes en todo el mundo, pero que en México tienen una expresión más acentuada, que bien puede resumirse en la siguiente numeralia: tenemos un severo rezago en la aplicación de pruebas. México tiene 200 veces menos que Italia o España, y similar a países como Bolivia, Nepal o Bangladesh. A pesar del puente de suministro establecido con China, hay una profunda escasez de equipo de protección para el personal médico, que ha desatado numerosas manifestaciones; la capacidad hospitalaria es limitada, así como el equipo de terapia intensiva y ventiladores que es 16 veces menor que en Estados Unidos; el número de camas es muy reducido, nueve veces menor que el de Corea o Japón, y, otra de las principales debilidades estructurales, frecuentemente aludida por el doctor López-Gatell, es la severa carencia de médicos: 80 por ciento menor que Italia y España, 24 menor que Gran Bretaña y 15 por ciento menor que Estados Unidos.
El segundo sector directamente afectado por la crisis sanitaria es, sin duda, el económico. Veníamos ya de por sí de un último año sin crecimiento y, para colmo, estamos viviendo la ostensible baja de hasta 92 por ciento de los precios del petróleo, lo que generará costos de mediano y largo plazos por la alta dependencia de nuestra economía hacia el denominado oro negro. En menos de un mes, entre el 13 de marzo y el 6 de abril, se perdieron 347 mil empleos, cifra superior a todos los generados en 2019 (342 mil). En total, se proyecta que como efecto de la crisis se perderán cerca de 700 mil plazas laborales.
Adicionalmente, un elemento que contribuye a oscurecer aún más el horizonte de nuestro país, es la disminución en el flujo de remesas, que tradicionalmente han representado uno de los principales ingresos para las familias y un tanque de oxígeno para nuestro PIB, pero que ahora se encuentra en riesgo por la propia crisis que vive Estados Unidos, y ante las políticas nacionalistas de Donald Trump que tienden a disminuir al mínimo posible la participación de los trabajadores extranjeros en su economía.
En tercer lugar, hay que hablar de la violencia y la inseguridad, fenómenos que, alimentados por la creciente desigualdad estructural, han continuado en aumento. El pasado lunes fue el día más violento, con 114 asesinatos en la República, superando a los del día anterior, cuando se registraron 105 asesinatos. Aunado a ello, la violencia ha cobrado nuevas formas tras el inicio de la cuarentena. La violencia a integrantes del sector salud ha aumentado; 18 por ciento de las quejas que ha recibido el Conapred en el actual aislamiento sanitario provienen de personal de unidades médicas, y se han presentado también varios casos de robo de insumos médicos. Los saqueos aumentaron alarmantemente en varias entidades del país, siendo la Ciudad de México y el estado de México las más afectadas; tan sólo entre el 22 y 26 de marzo se registraron 19 robos a tiendas de autoservicio en 10 alcaldías de la capital del país.
El cuarto sector más golpeado por la crisis es el alimentario, un ámbito que resiente de manera directa los impactos en la economía, pero que se expresan de manera diferenciada. A escala mundial, la ONU estima que esta pandemia colocará a 130 millones de personas en situación de hambre en el mundo. Si se materializa el cálculo de los economistas, alrededor de la caída de 7 por ciento del PIB, México pasarías de 52 a cerca de 60.2 millones de personas en situación de pobreza para el próximo año.
Debido a todo lo anterior, es posible afirmar que las próximas semanas significarán no sólo un duro periodo de prueba para todos los mexicanos, sino también que en ellas se generarán las condiciones sobre las cuales habremos de emprender el proceso de recuperación posterior. Ante esta magnitud de crisis en materia de salud, economía, soberanía alimentaria y seguridad, no deja de sorprender que los actores del poder público y privado sigan invirtiendo más energía en los enconos y la polarización políticaque en la construcción de estrategias conjuntas que ayuden a reducir los impactos para la sociedad.
La pandemia y la batalla venidera
Ángel Guerra Cabrera
Una formidable industria médica como la estadunidense, dominada al extremo por la ganancia capitalista, se ha mostrado incapaz de enfrentar al coronavirus. Por más que Trump haya supeditado criminalmente la gestión de la crisis al éxito empresarial, a sus payasadas y a su afán releccionista, un sistema basado en el lucro y atravesado por una profunda crisis multidimensional no podía conseguir mucho más.
El hecho es que Estados Unidos se ha visto superado en su desempeño frente al ataque del patógeno por el de países pobres y subdesarrollados como Argentina, Venezuela y México. No se diga Cuba, cuyo complejo científico y biomédico, con el apoyo de Raúl y Díaz-Canel, está consiguiendo valiosos hallazgos terapéuticos en el combate al Covid-19, y, al final de la jornada, quedarán seguramente confirmados por sus positivos resultados. El férreo bloqueo de Estados Unidos no se lo ha podido impedir, como tampoco el rápido despliegue de 20 brigadas médicas para batir al virus desde el Caribe, pasando por África, hasta el mismo corazón de Europa occidental.
A diferencia de sus homólogos neoliberales, los presidentes Alberto Fernández y López Obrador han puesto en primer lugar el respeto a sus comunidades científicas y a la vida en la estrategia ante la enfermedad e impreso un sello social a la protección de los más necesitados. De la misma manera, Venezuela, donde el más despiadado cerco económico, la amenaza de acciones militares yanquis y los bajos precios del petróleo no han conseguido doblar al gobierno del presidente Maduro, que adoptó temprano una estrategia integral para proteger del patógeno a la población. La pandemia, magna tragedia planetaria, ha tenido en cambio la virtud de mostrar al total desnudo la incompatibilidad del neoliberalismo con la preservación de la vida y el carácter intrínsecamente genocida de este modelo.
Cuando Estados Unidos, no obstante su colosal avance científico y en medicina, encabeza tanto el conteo mundial de contagiados con casi 900 mil como el de fallecidos, con 45 mil 150, queda claro que la ciencia, lejos de favorecer al ser humano, puede llegar a convertirse en su enemigo si no va acompañada del alto sentido humanista que le ha de ser intrínseco y no pasa de ser un instrumento al servicio exclusivo de las élites explotadoras del trabajo y depredadoras de la naturaleza. ¿Cómo es posible que médicos y enfermeros no hayan dispuesto ni siquiera de los equipos de protección personal indispensables para preservar su vida y la de los pacientes en la potencia del norte, que gasta anualmente 618 mil setecientos millones de dólares en publicidad y 8 mil billones de dólares en armamentos y guerras? ¿Que esos equipos hayan conformado, estimulado por una Casa Blanca de mercaderes, un lucrativo mercado negro especulativo, lejos del alcance de las instituciones de salud?He leído el conmovedor relato del director de un hospital que para disponer de estos materiales tuvo que viajar lejos por ellos, haciendo pasar los camiones por trasportadores de alimentos para escapar al hostigamiento de las agencias federales. (www.commondreams./2020/04/20/a snapshot for a system in breakdown)
De no haber sido por cuantiosos suministros chinos, México, Venezuela, Argentina y Cuba no habrían dispuesto a tiempo de estos útiles indispensables para salvar la vida de médicos y pacientes. La Habana, por cierto, perdió un alijo de ventiladores debido a la compra de dos entidades provedoras por una empresa estadunidense, que invocó el bloqueo para no entregarle el contrato pactado.
Ante el avance del virus, China y Rusia han mantenido un saludable espíritu de cooperación internacional en el marco de los principios de la ONU y de la Organización Mundial de la Salud, muy distante de las actitudes egoístas de Estados Unidos respecto del mundo y de Alemania y Holanda en relación a los miembros mediterráneos de la Unión Europea (UE). Sería un milagro que el bloque sobreviviera al doble embate de la pandemia y la magna depresión económica que se avecina con decenas de millones de desempleados. De la misma manera que asombra el liderazgo internacional que ha perdido Washington, una tendencia observada desde principios de siglo, pero extraordinariamente acelerada por Trump y su pandilla de blancos multimillonarios, sionistas tipo Jared Kushner y cristianos sionistas del talante del secretario de Estado, Mike Pompeo.
Ninguna epidemia es motor de cambio social, aunque dada la enorme magnitud de esta y la gigantesca crisis económica que la acompaña, sí puede servir de oportunidad para que las fuerzas populares y progresistas consigan avanzar resueltamente lo que no habían imaginado ni en sus sueños más optimistas. Pero en Washington es la ultraderecha trumpista la que hace aprobar ya en las cámaras planes que si acaso entregan migajas a los más necesitados y le sirven con cuchara gorda a los adinerados amiguetes. Ya Trump ha dicho que salvará a la maligna industria del petróleo de esquisto.
Twitter: @aguerraguerra