jueves, 2 de mayo de 2019

Latinoamérica, paradojas en red.

Rosa Miriam Elizalde*
América Latina es el continente de las paradojas en término de redes sociales. La región está retrasada frente a la extensión de los servicios de conectividad y es la más dependiente de Estados Unidos en cuanto a tráfico de datos, pero muestra un crecimiento récord de usuarios enganchados a las plataformas tecnológicas, fundamentalmente a Facebook.
El Digital Report 2019, informe anual de las empresas Hootsuite y We Are Social (https://bit.ly/2G0KvFD), registra que entre los 10 países que más tiempo pasan conectados a las redes sociales, hay cuatro latinoamericanos: Colombia, Brasil, Argentina y México. El promedio de horas dedicadas al mes a redes sociales asciende en el mundo a 5.2 horas. En América Latina es de 8.1 horas.
Si nos dejamos llevar por el pensamiento ciberutópico, hay una línea recta entre la socialización en red y el progreso. Todavía queda bastante del espíritu ácrata y tecnócrata, cuyos gurús son los grandes patrones del capitalismo digital (Google, Facebook, Amazon, Microsoft…), que ha encandilado a multitud de profesionales urbanos. Pero la realidad es terca y el optimismo sobre la tecnología como motor para el bienestar pasa por una mala época.
La convivencia digital no está reduciendo la brecha entre ricos y pobres, sino que podría estar haciéndola mayor, de acuerdo con el Digital Report 2019: mientras más de 80 por ciento de los internautas latinoamericanos están en las redes sociales, algunas economías fuertes muestran niveles particularmente bajos de uso de estas plataformas –Alemania, con 40 por ciento, y Japón, con 39 por ciento, entre ellas.
Es la prueba de que Internet no es como algunos piensan un territorio desordenado, llevado y traído por impulsos ciegos, en el que cualquiera se hace rico con la magia de los algoritmos. El mundo que se abrió a la promesa del ciberespacio obedece a una rigurosa lógica, a una fórmula estricta y coherente: la desigualdad.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ha llamado la atención sobre el acceso de las tecnologías digitales en la región, un proceso fundamentalmente exógeno y que se vincula a la estructura económica casi únicamente mediante el consumo privado. Las capacidades de producción de equipos, software y aplicaciones son muy débiles en comparación con las economías avanzadas. La falta de una estrategia de cambio estructural hacia actividades más intensivas en tecnología determina, a la par, un lento e inestable crecimiento económico.
La promesa tecnológica no ha salvado al continente de su condición colonial, del desarrollo con pie de arcilla. Las redes sociales, con Facebook y sus empresas asociadas Instagram y Whatsapp, van a seguir dominando la vida cotidiana de los latinoamericanos, que está marcada a fuego por el nivel socioeconómico de la gente, más que por franjas etarias. Una encuesta reciente en Argentina, por ejemplo, registró que cinco de cada 10 jóvenes de clase alta utiliza tecnología casi todo el tiempo en su trabajo, mientras en los sectores más desfavorecidos lo hace sólo uno de cada 10. La marcada brecha entre los millennials, tanto en el acceso como en conocimiento informático según nivel socioeconómico, permite predecir que las asimetrías antes descritas no van a cambiar ni a corto ni a mediano plazo si perviven las condiciones actuales.
Pero hay más en el Digital Report 2019. Las acusaciones de violación de la privacidad, las multas millonarias y la caída del valor en bolsa de Facebook no han provocado una estampida de los usuarios en compañía fundada por Mark Zuckerberg. Todo lo contrario, aumentaron casi un 10 por ciento el año pasado.
La Universidad de Columbia, en un estudio titulado What is the future of data sharing?, aporta otra evidencia significativa: en una variedad de países, comenzando por los latinoamericanos y caribeños, la gente está dispuesta a ceder datos a cambio de los potenciales beneficios que recibe por participar en las redes sociales.
Gran parte de los servicios de estas plataformas se basa en el acceso y la transmisión de información de terceros, la mayoría de los cuales ocurren detrás del escenario y sin el conocimiento o consentimiento de los usuarios, alienados en esta gran sociedad moderna que predica el individualismo, pero –otra paradoja– instituye la despersonalización del ser humano, su sutil mudanza en robot. En tiempos de hipersegmentación de audiencias, lo que Marx llamó fetiches –la publicidad, por ejemplo– pretende transformar a la ciudadanía digital de nuestros países en comunidades abstractas, desagregadas de su unidad, rehenes de lo que, en el siglo XVI, el humanista francés Étienne de la Boétie denominó la servidumbre voluntaria.
Pero ojo, una estructura de dominación donde el poder de la araña depende de la capacidad de la red para encadenar a los dominados, también puede animarlos a desatar su resistencia. Lo hemos visto antes.
* Periodista cubana