José Blanco
El día uno transcurrió de la mañana a la noche rebosante de símbolos. Representaciones complejas y heterogéneas de alteración y cambio. A pesar de la diversidad, todas referían a una inusitada presencia del pueblo, de los pueblos de México. Desde las clases medias bajas y los excluidos, ambos urbanos, hasta la alegoría vigorosa de las comunidades sincréticas herederas de las originarias. La atmósfera estuvo poblada del poder de los pueblos.
Desde la mañana en su casa de Tlalpan, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) pudo sentir la comparecencia del pueblo raso con su potente ruido de voces plenas de júbilo y festejo. Estuvo también durante su recorrido hasta San Lázaro, donde grandes contingentes no pudieron sino sonar altisonantes a la llegada de Peña Nieto, y volver al regocijo con el arribo de Andrés Manuel.
El júbilo de estos días, para quienes lo viven, no es sólo alegría en dosis inmensas, también es esperanza nacida de ver aún lejos la justicia social, pero a la vista. No es más un inconmensurable mar con sólo líneas aparentes que lo separan del cielo en los cuatro puntos cardinales; las cosas parecen poder empezar a asirse en tiempos contemporáneos para los excluidos de la historia.
De un día para otro, el Presidente de México habla la economía con referencia a las personas, la gente, los pueblos, sus necesidades y la búsqueda de formas de bienestar, y ya no más, principalmente, con referencia a indicadores financieros, índices de esto y aquello, tasas de aumento o decrecimiento de tales o cuales cosas. En este espacio hemos escrito varias veces que si la economía no sirve a la gente, la economía no sirve. Pronto puede empezar a servir a los humanos de este espacio nacional; primero a los pobres.
En su discurso inaugural ante el Congreso, el Presidente ha visto por fin la corrupción en el neoliberalismo. Es que es así, ahí, en la creación neoliberal de un individualismo consumista y acumulador de bienes, con afán insaciable, está la raíz de la corrupción. La corrupción se convirtió en la principal función del poder político, dijo el Presidente. Su austeridad personal, su desinterés por los bienes materiales y por la parafernalia del poder, ayudará a atemperar apetencias neoliberales y aun a cultivar en su propio gabinete los valores juaristas de la justa medianía.
El enfoque económico del Presidente, es humano y es justo. Pero no puede descuidarse: sus acciones estarán inmersas en el entramado estructural del capitalismo financiarizado. Hoy la estabilidad macroeconómica es la razón de ser de la política económica, y ésta cuelga de los endebles hilos que penden de los dictados de las calificadoras: el saldo comercial externo, el balance fiscal, los índices de precios, el tipo de cambio, las tasas de interés. El gran reto económico de la Cuarta Transformación es vigilar con disciplina los rangos en que deben moverse esas variables, al tiempo que la economía desplaza una parte suficiente de su desenvolvimiento a satisfacer las necesidades de las personas, en primer lugar las de los excluidos.
Políticas económicas y sociales podrán apuntar a la creación de satisfactores en alimentos, vestido, educación, salud, vivienda, comunicación, si el gran poder con que el nuevo gobierno inicia su gestión, permanece; para permanecer, a ese poder no le basta con la producción de tales satisfactores. Es aún más necesario ese paso que pidió a los representantes de las 68 comunidades que acudieron a concelebrar con AMLO y a entregarle su bastón de mando, y a las alrededor de 160 mil almas de pueblo urbano que colmaron el Zócalo: “no me dejen solo… Sin ustedes no valgo nada o casi nada”, expresó con humildad y con absoluto realismo el Presidente.
Ese paso es formidable desafío. Morena tiene que exigir el cumplimiento de su programa a los poderes Ejecutivo y Legislativo; no sólo el gobierno, también Morena debe enfrentar a los poderes fácticos; a Morena le es preciso tener un contacto estrecho con los movimientos sociales y aun con los que fueran sus votantes el pasado primero de julio; Morena debiera cumplir un ambicioso programa de formación de cuadros. Debe, además, constituirse en partido/movimiento, a efecto de mantener movilizado al pueblo, con el propósito no sólo de hacer posible el enorme programa social del gobierno, sino más allá del sexenio, dar continuidad a ese programa.
Pero Morena está vacío. Porque sus cuadros se fueron al gobierno. El presidente López Obrador puede hacer mucho por cuanto es un dirigente hiperactivo. No obstante, Morena está obligado a reinventarse porque su gobierno está apenas iniciando y, además, debe ver más lejos que el propio Presidente; de no ser así, la posibilidad de retrogradar crecerá.
Ha costado muchísimo a generaciones de luchadores, especialmente al propio AMLO, llegar al punto clímax de un camino durísimo, que es al mismo tiempo punto de partida para un gobierno para las mayorías. Aprendamos de las experiencias de América del Sur; no topemos con un muro inexpugnable en 2024.