miércoles, 5 de diciembre de 2018

Bajo la lupa

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Revuelta de chalecos amarillos derrumban el anacrónico neoliberalismo de Macron
▲ Chalecos amarillos atacaron una barricada, en Montabon, Francia, en un acceso a un depósito de petróleo.Foto Afp
Alfredo Jalife-Rahme
Los gasolinazos son inflamables en las democracias occidentales, más en La era de los pueblos, libro del fogoso político francés Jean Luc Mélenchon, que hoy se expresa con la insurrección de los chalecos amarillos.
En caso de problemas en las carreteras, la ley francesa obliga a portar los ya célebres chalecos amarillos que se han vuelto el estandarte corporal de la Francia rural y sus suburbios (https://nyti.ms/2Sv0gH4).
El único que no vio venir la insurrección fue Macron. Inclusive, durante su altisonante querella con el presidente de EU, Trump en forma insolente le hizo notar su muy baja aceptación, de solamente 21 por ciento, en medio del desempleo y la inseguridad (http://bit.ly/2EejWeX).
Una mujer, Priscillia Ludosky, al sudeste de los suburbios de París, lanzó en mayo una petición por Internet exhortando a la disminución del precio de la gasolina: ya estaba incubada la semilla de la revuelta y cinco meses más tarde Éric Drouet, conductor de camiones, circuló la petición con sus amigos en Facebook.
La petición pasó súbitamente de 700 a 200 mil y siete meses más tarde 1.15 millones de firmantes cuentan con el apoyo, según las encuestas más recientes, de 72 por ciento de la opinión publica francesa (http://bit.ly/2SsF7xe).
No faltan quienes exigen la renuncia de Macron.
Los contestatarios aducen que Macron, quien padece xantofobia (fobia al color amarillo), gobierna para la bancocracia a la que beneficia con sus reformas neoliberales, mientras perjudica al francés promedio con elevados impuestos.
Le Monde enuncia que el ejecutivo recula para intentar salir de la crisis. El primer ministro Édouard Philippe anunció el congelamiento (sic) de las medidas impopulares (https://lemde.fr/2EhCFqa), mientras Macron esconde su cabeza como avestruz.
La oposición ha sido feroz: exige la disolución de la Asamblea y nuevas elecciones.
Le Figaro comenta que la oposición multicolor fustiga las medidas del gobierno de Macron: es muy poco o es muy tarde (http://bit.ly/2Ee8Tmf).
Patrice-Hans Perrier, del portal DeDefensa.org asevera que los chalecos amarillos han puesto a Macron en peligro” cuando la Francia que se levanta temprano (léase:la clase trabajadora y los campesinos) apoya en forma masiva un movimiento de insurrección que traduce la miseria de la gente. Cabe señalar que la insurrección amarilla ya alcanzó Bruselas.
Patrice-Hans Perrier afirma que el presidente Macron, sordo y ciego frente al gruñido popular, se refugió en un mutismo de circunstancia, mientras los chalecos amarillos piden la cabeza del rey de la banca.
Macron –anterior funcionario de la banca Rothschild y zelote del neoliberalismo agónico por doquier– pontifica al mundo en cómo conducirse, mediante su absurda semiótica entre nacionalismo versus patriotismo, con tal de favorecer a su decadente globalismo.
El promotor del Brexit, Nigel Farage, opera un diagnóstico demoledor de la delicuescencia de Occidente: Existe una inmensa división en todo el mundo occidental. En los últimos 20 años la brecha entre ricos y pobres se profundizó conforme las élites globales ignoraron preocupaciones genuinas. Brexit, Trump, Italia y ahora estas revueltas en Francia sucedieron debido a que la gente común desea sentir que tiene algo de poder sobre su propio futuro (http://bit.ly/2EeJKrx). Le faltó agregar Occupy Wall Street.
Nigel Farage fustiga a Macron de estar desconectado con sus propios ciudadanos y comenta que no se veía en Francia una violencia de tal magnitud desde la revuelta estudiantil de 1968: Macron, el gran globalista, el anterior banquero de inversiones que raramente abandona París, pontificando al mundo sobre el calentamiento global o sobre el libre movimiento de las personas, mientras está ocupado con la política global, y desconectado completamente de la gente común. Macron es el presidente de los ricos y no de los pobres. Necesita pensar también en los pobres.
La crítica del británico Nigel Farage es significativa porque refleja el choque universal entre globalistas y nacionalistas (http://bit.ly/2EezuQe).
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