jueves, 25 de diciembre de 2025

Disonancia estratégica.

Luis Linares Zapata
El continuo golpeteo que, cotidianamente, aplica el presidente Donald Trump sobre México exige varias y variadas alertas y respuestas. En su segundo periodo al frente del Ejecutivo, Trump ha encontrado en los aranceles el arma adecuada para ejercer una presión continua sobre el gobierno mexicano. Y, en concreto, logra lo que se propone o algo cercano a ello. Ello obliga a repensar, de manera continua, las acciones que México debe plantear frente al que es su principal referente de relaciones externas. Esto es así porque valores y principios tan apreciados como la libertad, independencia, desarrollo o soberanía entran en una estira y afloja continuos. Todos entonan una disonancia estratégica en el trajín cotidiano.
Tres notables hechos se suman para acentuar el panorama vigente. Primero, la concentración militar en el Caribe. Derivado de ella, los ataques a lanchas y la incautación de buques petroleros. Se intenta forzar la caída de Nicolás Maduro y la promoción de gobiernos títeres sustitutos que cedan lo solicitado. Acompasando todo ello con el patrocinado giro sureño hacia la derecha. Segundo, la publicación de la política de seguridad estadunidense y el ya famoso Corolario Trump. Ahí se trasmite la cruda visión imperial que regirá las relaciones de Estados Unidos con el subcontinente. Por último, la política exterior mexicana y las sólidas posiciones de México frente a las pretensiones del vecino.
Para un mejor análisis de las consecuencias de esto que es, en verdad, la mayor de las preocupaciones de gobierno, es necesario partir de lo que piensa y hace la élite decisoria estadunidense. Hay la presunción de que lo que emana de ello no describe un panorama halagador o simplista. Por el contrario, se ve y se actúa desde la compleja perspectiva de los intereses que mueven al siempre insatisfecho vecino. Y este accionar poco tiene que ver con las aspiraciones nacionales nuestras. Por lo regular, las consecuencias hablan de posturas cargadas hacia acentuar la hegemonía de potencia mundial. En sucesivas ocasiones, las decisiones trabajan en función de los negocios y la conveniencia para agrandar el mando y control sobre el vecino. Catalogar a México de principal cliente poco garantiza su uso como palanca de negociación. Las armas que posee este país son relativamente menores y cortas para influir, con amplitud, en pos del beneficio propio. Lo cierto es que las visiones concretas de los estadunidenses apuntan a limitar el desenvolvimiento de las capacidades mexicanas. Llegan hasta verse como avarientos desplantes tratando de sacar provecho de cualquier trato. La generosidad, por regla general, queda excluida de los procesos de la interrelación. No se desea que México acceda a etapas superiores del desarrollo industrial o tecnológico. La modernidad no entra dentro de la interesada mirada del vecino. Y en esa dirección se pondrán las indispensables condicionantes en aras de someter y subordinar, nunca para liberar y prosperar.
Una vez redondeada la que puede ser catalogada de efectiva y cruda intensión del contrincante, se tienen que enumerar y situar los resortes de acción posibles. El uso que hasta estos días hace el gobierno mexicano se apalanca en principios constitucionales. Y es lo debido hacer como táctica defensiva. El discurso oficial, necesariamente, debe fundarse en ello. Es un mandato de aplicación indispensable. Pero, a continuación, y dentro de una interminable tarea negociadora, ir avanzando, aunque sea de tediosos, menores o dilatados logros precisos. No sería recomendable la estridencia y arriesgar la provocación ante la mayor fuerza y escasa prudencia del adversario. La postura que requiere tomar un negociador avezado, habla de palabra y obra consecuente. Sólo así se podrá convencer y detener, aunque sea en parte, las pretensiones de control y subordinación continuas.
Evaluar el grado de independencia a mostrar en las relaciones externas será sensible tarea a medir. Los tanteos diarios deben, siempre, mirar al pueblo. La soberanía es aspiración bien arraigada entre los mexicanos, pero tiene limitantes ciertas. La lucha por establecerla en el diario acontecer requiere de ampliar sus medidas concretas. No forzar el uso como sustento de todos y cualquiera de los debates que la afectan. De aquí brota una serie indeterminada de consecuencias que definirán, por acercamientos, la fortaleza del Estado y la nación. La búsqueda de redondear tanto la soberanía como la capacidad operativa del país será, sin duda, un continuo trabajo.
Ante los otros, por duros y ambiciosos que sean, no se puede caer en derrotismos que se basan en miedos, cautelas y consejas. Menos aún interponer mezquinos intereses.
La actuación liberadora requiere recurrir, constantemente, al apoyo popular. Uno que sea informado y mayoritario. Por lo que la atención prioritaria recae en la convivencia inseparable con los que deben sentirse empoderados actores.

El Maíz es la Raíz
María Elena Álvarez-Buylla Roces*
El Maíz es la Raíz es el nuevo plan impulsado por la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo para proteger y fomentar la siembra, producción y consumo de los maíces nativos de México. Una estrategia que busca garantizar que el valor que adquiere el grano al convertirse en alimento –tortillas, tamales, tlacoyos, pozole y otros– permanezca en las comunidades campesinas, asegurando así una producción sustentable a largo plazo.
El nombre reconoce al maíz nativo como nuestra raíz cultural, base de nuestra alimentación y elemento clave para el futuro del país. Robustecer la soberanía alimentaria es indispensable para garantizar alimentos saludables, producidos sin destruir el ambiente y fortaleciendo a las comunidades campesinas, guardianas de la enorme diversidad de maíces y de las milpas de México. Sin ellas, también se pone en riesgo la seguridad alimentaria mundial.
Las reformas a los artículos 4 y 27 constitucionales, aprobadas este año, representan un avance significativo, al prohibir la siembra de maíces genéticamente modificados (GM) y reconocer al maíz como “alimento básico y elemento de identidad nacional”. Sin embargo, se excluyó la prohibición del maíz GM para consumo humano. Este maíz es dañino para la salud y el ambiente, además de ser nutricionalmente inferior a nuestros maíces nativos y de estar estrechamente vinculado al glifosato.
Esta exclusión seguramente estuvo relacionada con la presión ejercida por Estados Unidos mediante el panel de controversias promovido en el marco del T-MEC, que versó sobre las restricciones a la importación de maíz transgénico para consumo humano y, eventualmente, animal, aunque no incluyó al glifosato. El informe final ignoró la evidencia científica que sustentó la política del gobierno de México para evitar que la población consuma maíz dañino para la salud. Lamentablemente, la conclusión del panel –que consideró estas restricciones como violatorias del tratado– fue aceptada por el Ejecutivo federal, lo que derivó en la publicación de un decreto que dejó sin efectos los artículos relacionados con el maíz GM. No ocurrió lo mismo con lo relativo al glifosato.
Aun así, la Constitución establece que cualquier uso del maíz GM distinto a la siembra debe demostrar que es seguro para la salud humana, el ambiente y la biodiversidad. Por ello, ahora cumplir la Constitución exige leyes secundarias, reglamentos y mecanismos eficaces para evitar que el maíz GM llegue a nuestros campos y alimentos, pues la evidencia científica, libre de conflictos de interés, ha demostrado que los transgénicos y el glifosato asociado implican daños a la salud. Esta evidencia se refuerza con la reciente retractación de uno de los artículos “científicos” más utilizados por la industria para promover los transgénicos, pese a que durante más de 20 años existieron alertas documentadas sobre sus daños.
Que las industrias de transgénicos y agrotóxicos pretendan hacernos creer que sin glifosato no podemos producir alimentos forma parte de su necio y tóxico negocio. México fue excedentario en maíz en décadas pasadas sin transgénicos ni glifosato, y las prácticas agroecológicas que lo hicieron posible siguen vivas en nuestro país. Además, el Conahcyt, Sembrando Vida y Producción para el Bienestar dejaron desarrollos soberanos de bioinsumos y la capacidad de producirlos a escala suficiente, algunos ya aprobados por Senasica y otros en evaluación por Cofepris. Paradójicamente, el glifosato se introdujo con campañas mentirosas durante el periodo neoliberal preponderantemente en regiones empobrecidas.
Preocupa que la importación de maíz blanco transgénico con glifosato desde Estados Unidos vaya al alza (310 por ciento más en 2025) y que, estudios recientes, demuestran que este maíz sigue contaminando silos, harinas industriales, tortillas y otros alimentos.
Urge apoyar tanto a los campesinos maiceros como a productores de mayor escala que no utilizan transgénicos ni glifosato. Los tres órdenes de gobierno deben reforzar las instituciones y los mecanismos de monitoreo para impedir la entrada y distribución de estos “paquetes tecnológicos”.
Aunque México produce más de 20 millones de toneladas de este valioso grano (ciclo primavera-verano de 2024 a 2025), hay potencial para producir mucho más. El consumo humano de maíz en nuestro país es de 14.28 millones de toneladas del grano casi de manera directa (0.3 a un kilogramo diario). Los maíces nativos son nutricionalmente superiores a los híbridos, pues contienen mayores cantidades de proteínas, fibras y ácidos grasos de cadena intermedia, y no son diabetógenos.
Para Estados Unidos, el maíz transgénico es una mercancía nodal en su economía. Con grandes subsidios, inundan el mercado nacional y mundial con su maíz chatarra, causando daños masivos y ganancias multimillonarias para pocas corporaciones. Han generado “ciencia” falsaria para obtener mayores ganancias, a costa de un gran daño en salud y ambiente en todo el mundo. Ningún tratado comercial debe implicar daños imperiales a los pueblos.
Tenemos un gobierno guiado por los principios del Humanismo Mexicano, donde no debe tener lugar la reproducción de un modelo destructor de los bienes comunes. No existe restricción legal, moral ni técnica para recuperar plenamente la soberanía alimentaria. No hacerlo es hoy anticonstitucional.
Ojalá que los avances del sexenio anterior se profundicen con el Plan Nacional de Maíz Nativo: El Maíz es la Raíz, y se desarrolle un plan estratégico integral que incluya a medianos y grandes productores para garantizar, a largo plazo, la soberanía alimentaria nacional.
¡Sin maíz, no hay país!
* Investigadora titular de tiempo completo, Instituto de Ecología, UNAM.

Los Nacimientos y la identidad
Javier Aranda Luna
Dice Proust, en su obra capital donde la prosa es una forma de razonamiento, que los hechos no penetran en el mundo donde viven nuestras creencias y, como no les dieron vida, no las pueden matar. Pueden estar desmintiéndolas constantemente sin debilitarlas.
Tal vez por eso el antiguo voceador de periódicos metido a párroco de pueblo y a poeta Alfredo R. Placencia quiso “revelar lo negado a los ojos profanos, la hermosura oculta a los sabios y revelada a los humildes”. Hermosura que Carlos Monsiváis encontó en este villancico del siglo XIX cantado en fechas similares a esta: “Ya parió María / Ya parió José / Los ángeles todos / y el niño también”.
Placencia, echado de ladito por su sangre devota, fue, si hacemos caso a José Emilio Pacheco, el mejor poeta católico antes de Pellicer.
El poeta jalisciense y el tabasqueño compartían, además de la devoción por los altos arcanos, el amor por la poesía. Pero si Placencia increpó al Altísimo en su “Dios ciego”, Pellicer no sólo le dedicó versos, sino la construcción de Nacimientos, esas instalaciones que, a diferencia de las actuales, no requieren de numerosas cédulas para explicar los conceptos que a simple vista no se distinguen en los museos.
En Pellicer, ya lo notaron los creadores de Poesía en movimiento, los elementos se concilian: la tierra, el aire, el agua, el fuego le permiten mirar “en carne viva la belleza de Dios”. Su poesía es una “luminosa metáfora”, una “alabanza al mundo”. Pero su poesía también fueron sus Nacimientos, donde los elementos conviven. Por eso llegó a decir el poeta que esas festivas instalaciones navideñas eran lo único notable que había hecho en su vida. En sus Nacimientos se escuchaba su voz profunda grabada en acetato que decía, casi cantaba: Júbilos pastorales llenan de sal la noche. / La dulce paz agreste llena de amor se, da. / Una estrella que ha ido a prenderse en un árbol / iluminó el sendero enflorado de paz.
O también: Esta noche alojemos / en nuestro corazón / las palabras tan simples / desta clara canción. / No digan de nosotros: / “Fue el genio de la guerra”; / que de nosotros digan: / “Trajo la paz a la Tierra”.
Rescata el poeta Gabriel Zaid en la introducción de Cosillas para el Nacimiento estas palabras de Pellicer: “Desde siempre organizo el Nacimiento cada Navidad en mi casa. Estoy seguro de que es lo único notable que hago en mi vida. Es casi una obra maestra. He podido juntar la plástica, la música y el poema, así cada año”. Un verdadero happening donde participaba directamente el poeta.
Esos Nacimientos tan suyos y que le inculcara su madre, seguramente fueron permeados por los que conociera en sus viajes por el país.
De las muchas tradiciones que nos llegaron con la Conquista, ésta que se utilizó para evangelizar a los “indios” se convirtió en una gozosa apropiación.
Por eso hoy en los llamados pueblos originarios los hay con personajes rubios y vestidos de gaucho; regordetes y morenos, como ángeles de la iglesia de Tonantzintla; coloridos y llenos de flores, a pesar del invierno bíblico; alumbrados con soles y lunas de manera simultánea; estilizados y lánguidos, como santos de iglesias europeas; con vestidos de oro, a pesar de la pobreza referida en los evangelios, o montada en bicitaxi la sagrada familia con todo y reyes magos y ángel viajando de a mosquita; o de barro negro con una María con traje de tehuana y con un niño maíz, sustento de la vida, como podemos verlos en la espléndida exposición de Nacimientos, en el Ex Palacio de Iturbide.
Dice la cantante y senadora Susana Harp que los Nacimientos “creados por artesanas y artesanos que emplean técnicas tradicionales y materiales locales”, los convierte en “auténticas expresiones de identidad cultural y arte popular”.
Muerto Pellicer, ahora sólo podemos imaginar sus Nacimientos, instalados en su cochera, por la memoria de Gabriel Zaid: “Después de encontrar piedras y ramas en el campo, hacía trabajos de carpintería, de pintura, de electricidad, de sonido… Todo el espacio… estaba ocupado por una especie de escenario que, a través de una bóveda que representaba el cielo, cerraba al fondo con un horizonte curvo, espectacular. La inmensidad del espacio se acentuaba con diversos recursos de perspectiva: la alineación, el tamaño de las figuras, los colores, el tema de las ‘escenas’ próximas y remotas. No había un árbol típico de Navidad. El conjunto recordaba más bien un gran paisaje del valle de México pintado por Velasco”.