Tiene Occidente con la Amazonia un fetiche, es una mezcla de una oscura atracción casi enfermiza que detona unos lazos tóxicos, destructivos. Cada tanto tiene salvadores; la quieren salvar del diablo y le mandan misiones católicas, la quieren salvar del aislamiento y le envían carreteras, de la falta de gente civilizada y le mandan funcionarios públicos, de la falta de ley y le envían operaciones militares, de la ausencia del Estado y le mandan el Plan Colombia.
Ahora la quieren salvar del campesino deforestador y quieren enviar contratos de bonos de carbono. Esta vez, más puntualmente, la atención la quiero poner en el hechizo en el que caemos al creer cuando aplaudimos acríticamente que tenemos –Occidente– que salvarla y para esto les quiero revelar algunos actos de prestidigitación.
Un primer ejemplo de magia: para 2004, las únicas expresiones de explotación o exploración de petróleo estaban en el Putumayo, en la frontera con Ecuador. Un Plan Colombia después, las rondas petroleras habían dividido todos los departamentos de la Amazonia colombiana –excepto Amazonas– y en 2022, todo el corredor de la frontera con Ecuador hasta La Macarena, a 500 kilómetros de distancia, está repartida en áreas exploradas, en evaluación técnica, en producción y disponibles para ser aprovechadas por el extractivismo petrolero. Desde 2004 hasta 2021, el periodo del Plan Colombia-Patriota y Consolidación, el total histórico de bloques para la explotación de hidrocarburos pasó de 255 hasta su pico máximo de 892 en 2017 –siendo presidente Juan Manuel Santos. El mago nos señaló la narcoguerrilla y se está llevando el petróleo.
Un segundo ejemplo es el de las promesas. Durante el gobierno de Iván Duque se hicieron varias promesas en términos de ambiente: se comprometió primero a reducir 20 por ciento las emisiones y después aumentó la expectativa dependiente de apoyo internacional y en un tercer momento prometió reducir 51 por ciento de emisiones para 2030 y tener carbono neutralidad a mediados del siglo sin ninguna condición. Creó el Sistema Nacional de Cambio Climático, el Programa Nacional de Cupos transables de gases de efecto invernadero y el impuesto nacional al carbono. Paradójicamente, el sector ambiental contó con las menores asignaciones dentro del presupuesto de la nación como lo fue siempre, por ejemplo Colombia destinó entre 1991 y 2008 menos del promedio de los estados latinoamericanos a temas ambientales.
Al final, esta tarea se apalanca con los recursos de cooperación internacional que han tenido cambios importantes; en 2016 pasaron de poco más de 50 mil millones de pesos a un pico de 450 mil millones en 2018. Los principales financiadores son Estados Unidos, Alemania y el Fondo Verde para el Clima. La estrategia principal en Colombia para la Amazonia asignó presupuestos que pasaron de 14 mil millones en 2016 a 100 mil millones de pesos en 2020 y es la misma que Usaid le pone en Perú, Brasil, Guyana, o Ecuador: Visión Amazonía. El mago nos dice salvemos el planeta, pero en presupuestos, el tema se enreda.
El tercer acto de magia es el del fantasma campesino deforestador. Los prestidigitadores del conflicto en Colombia nos convencieron de que era necesario salvar los Parques Nacionales Naturales asperjándolos con glifosato. Fácil, como sacar un conejo de un sombrero. Así, idearon el Plan Consolidación –tercera etapa del Plan Colombia– que, ¡oh sorpresa!, terminó con el asesinato de un líder de las FARC-EP y dejaron a la región de La Macarena, igual de violenta y excluida. El funcionario público, ideólogo de esa estrategia junto con el NSA de Estados Unidos, brincó de su cargo en el Ministerio de Defensa a ser parte del equipo negociador de los acuerdos de paz en La Habana y en 2018 se convirtió en embajador de Colombia en Bélgica. La historia no estaría completa si no menciono que en 2013, el gobierno de Juan Manuel Santos firmó el Acuerdo entre la República de Colombia y la Organización del Tratado del Atlántico Norte sobre Cooperación y Seguridad de Información, hecho ley en 2017. Tampoco lo estaría si no recalco que el embajador en Bélgica tiene entre sus funciones encargarse de las relaciones de Colombia con la OTAN. Perseguir a los campesinos deforestadores significó un tránsito que llevó a este funcionario en un camino muy particular en el conflicto armado y la historia de la Amazonia. Mágico. La fórmula sigue siendo usada hasta hoy.
Nuestra preocupación actual es caer en el siguiente acto de magia. Biden y el Comando Sur insisten en establecer una estrategia de defensa de la Amazonia hace años, la cual Gustavo Petro suscribe y vende. Jeff Bezos crea un fondo de defensa del Chiribiquete a través del Bezos Earth Fund. En la COP27 aplauden –y nos dicen que la salida son los mercados de bonos de carbono y su cambio por deuda– sin ni siquiera dudar de la legitimidad de esa deuda. La pregunta a Lula en Brasil no es sólo si va a salvar la Amazonia –como el dedo del mago nos apunta–, sino si va a detener la avanzada de Estados Unidos en esta región, que si bien lleva un siglo, en estas dos últimas décadas ha podido acelerar con su modelo de explotación. Mi abuelita decía: nos vendan los ojos, mamita.
* Doctora en sociología, investigadora del Centro de Pensamiento desde la Amazonia colombiana A la Orilla del Río. Su libro más reciente: Levantados de la selva.
Calentamiento global y burocracia
Antonio Gershenson
En la década de los 60 el reclamo por el alto grado de contaminación ambiental se convirtió en una de las actividades más importantes de la población mundial. Diversos estudios han demostrado que, por sí sola, la atmósfera tiene componentes y actividades que contaminan. Pero también se ha llegado a la obvia conclusión de que la industrialización excesiva ha puesto en peligro el equilibrio biológico.
Resalta el hecho de que las guerras y sus secuelas han sido el motivo para que millones de personas en el planeta exijan el alto al fuego de todos los conflictos armados, sin importar la ideología que los generó.
Por supuesto que en los años 60 no comenzaron los movimientos en defensa de la Tierra. Éstos han pasado con el correr del tiempo de lo espontáneo a la proliferación de grupos organizados.
A partir de los trabajos de investigación de la bióloga marina estadunidense Rachel Louise Carson, se detectó que los insecticidas en los cultivos son causantes de diversas enfermedades. Se podría decir que, con este hallazgo de Carson, comienza la etapa del ambientalismo de la era atómica.
La política energética que defienden los gobiernos neoliberales les ha traído más problemas económicos y sociales de los que imaginaron. Como ejemplo, Europa, o por lo menos los países de la Unión Europea (27), están enfrentando escasez de energéticos, de alimentos y medicamentos, más otros insumos vitales para la vida humana. Situación cercana a la que sufrieron esas mismas naciones después de las dos guerras mundiales. Se olvidaron de la historia y esas son las consecuencias.
El pronóstico es desalentador, no sabemos si los países que forman Europa (50) estén bajo el mismo problema, con todas las consecuencias propias de una situación de tal dimensión. Los conflictos armados que Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte echaron a andar, sin considerar a la población, tienen que dar marcha atrás, antes de que se dé un colapso social y no sólo en naciones europeas.
Por su parte, la comunidad empresarial mundial no ha puesto lo suficiente para detener el aumento del dióxido de carbono (CO2). Se ha ignorado la estrategia diseñada por los científicos para reducir la presencia de elementos altamente contaminantes de la atmósfera, el agua y el suelo. El sector privado tampoco entiende que la urgencia de cumplir con el dictamen científico para reducir los niveles del calentamiento global es tarea universal y no ocurrencias de las organizaciones ambientalistas.
Ya es tiempo de que los gobiernos de todo el planeta, los propios defensores del medio ambiente y de los derechos humanos, los partidos políticos y hasta las instituciones religiosas, dejen de culparse unas a otras y avancen en colaboración al mejoramiento ambiental. Todos consumimos, luego entonces, todos contaminamos.
El baluarte en ese ámbito, desde su comienzo, ha sido la Organización de Naciones Unidas (ONU). Con la dirección de las políticas públicas ambientalistas, ha enfrentado las innumerables alertas de riesgo por contaminación. Cuenta con un equipo especializado que trabaja desde las áreas del derecho ambiental, hasta el diseño de programas a favor del saneamiento climático. Sin embargo, los órganos de la institución no están a salvo de la burocratización y corrupción de su personal.
Desde el pasado lunes 8, se lleva a cabo la reunión COP27 de la ONU, espacio donde se evalúan los resultados de programas por país. Se exigió por parte de estadistas, directivos de diversas organizaciones y personalidades ambientalistas, la presentación de resultados concretos.
Asimismo, Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, fue portavoz de las naciones participantes, quienes exigen no anteponer la guerra de Ucrania contra Rusia como obstáculo para continuar con lo estipulado en el Acuerdo de París: disminuir el nivel de calor del planeta por debajo de grado y medio respecto de los niveles preindustriales. Se exige, además, que se negocie con conciencia y flexibilidad. Estamos en urgencia climática.
“La 27ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático (COP27) ha comenzado con la llamada cumbre de la implementación, por la que han pasado ya decenas de mandatarios –entre ellos, los presidentes de España, Reino Unido, Francia, Italia y Colombia– y el martes acogerá al resto de los líderes mundiales.”
@AntonioGershens antonio.gershenson@gmail.com