La incertidumbre y el peligro de que Bolsonaro desconociera la voluntad popular y se aferrase al cargo mediante una suerte de golpe de Estado desde el poder han planeado sobre el gigante sudamericano desde que las encuestas mostraron a Lula como claro favorito. Se trata de un miedo justificado: el ex capitán del ejército no es y nunca ha sido demócrata, sino apologista y abierto admirador de la dictadura militar que depuso a João Goulart en 1964 para regir los destinos del país hasta 1985; además, pasó meses instalando la idea de que el sistema de votación electrónica no es confiable y que sería usado para favorecer a su rival. A esto se suma su desprecio consuetudinario a la legalidad y la falta de escrúpulos con que manipula los hechos para instalar versiones que le sean favorables.
Por el momento, el riesgo de un quiebre institucional o de una salida violenta parece conjurado en la medida en que los aliados de Bolsonaro en el Congreso y los gobiernos estatales se han desmarcado de cualquier impugnación de los resultados, aceptando la derrota y reconociendo al triunfador. De manera complementaria, contribuye a la calma la cascada de respaldos internacionales expresados a Lula no sólo por los mandatarios latinoamericanos de izquierda o cercanos a ella (empezando por Andrés Manuel López Obrador y el argentino Alberto Fernández –quien ya anunció su inminente visita a Brasil–, así como Miguel Díaz-Canel, Gustavo Petro, Nicolás Maduro o Luis Arce Catacora–, sino también por Occidente, con Joe Biden, Emmanuel Macron, Olaf Scholz y Fumio Kishida. A estos saludos se sumaron los de Vladimir Putin y Xi Jinping.
Como se ve, sin importar las orientaciones ideológicas, la comunidad internacional reconoce la limpieza del triunfo de Lula y la necesidad de un traspaso del poder sin sobresaltos. No podía ser de otra manera, puesto que incluso antes de llegar al Palacio de Planalto, el veleidoso mandatario saliente ya era un paria global por su manifiesto racismo, autoritarismo, misoginia, homofobia, ineptitud, nepotismo, su negacionismo científico, su determinación de destruir la selva amazónica, su culto armamentista y, en suma, por una incapacidad tan contundente como su vulgaridad.
Pero sería ingenuo descartar de manera definitiva las tentaciones autoritarias de Bolsonaro, quien se ha mostrado dispuesto a seguir el lamentable ejemplo de Donald Trump –quien intentó alentar una insurrección tras los resultados que le fueron adversos en la elección presidencial de 2020–, por lo que los brasileños deberán permanecer alertas ante cualquier intento de descarrilar el proceso sucesorio, y la comunidad internacional tendrá que acompañarlos con un firme apoyo a la institucionalidad de este país, trance en el que será fundamental el acompañamiento de los pueblos y de los gobiernos latinoamericanos.
Lula: tercera llamada, tercera
José Steinsleger
Uno. Luiz Inácio Lula da Silva ganó el balotaje (60.3 millones de votos), frente al impresentable Jair Bolsonaro, quien no admitió su derrota (58.2 millones). ¿Qué tal diferencia de apenas 1.8 por ciento (dos millones entre 118.5 de votos válidos), fue un triunfo ajustado en el país-continente habitado por 218 millones de almas?
Dos. A las encuestas hay que ponderarlas como lo que son: técnicas de “ marketing electoral”, programadas con dolosa cientificidad. Porque en sus mediciones, invariablemente, descartan lo inconmensurable: la conciencia de los pueblos.
Tres. Aclaración pertinente: si son honestas, bienvenidas las encuestas o la fatigosa teorización permanente. Bien que mal, ayudan a ensanchar el conocimiento. Pienso, por ejemplo, en obras como El antiedipo (1972) y Mil mesetas (1980), de Gilles Deleuze y Félix Guattari (reunidas en el volumen Capitalismo y esquizofrenia). En particular la segunda, que sirvió de base para el polémico ensayo Imperio, de Toni Negri y Michael Hardt (2000).
Cuatro. Tomado de la botánica, Deleuze y Guattari desarrollan el concepto de rizoma, entendido como unidad heterogénea arbórea que carece de centro, y cuyos brotes en las plantas pueden ramificarse en cualquier punto, raíz, tallo o rama. Según ellos, el rizoma permitiría develar, entre otras disciplinas, la distribución de poder y autoridad en el cuerpo social.
Cinco. Textos que por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, no entendí bien. Quizá porque me formé como técnico mecánico y tornero especializado en diseño de matrices para motores de combustión interna. Aunque algo del rizoma apareció cuando en la fábrica donde trabajaba, un dirigente sindical preguntó quien podía redactar un pliego de peticiones, sin faltas de ortografía. Alcé la mano, y así me hice periodista.
Seis. Sentí orgullo, entonces, cuando José Saramago me dedicó uno de sus libros, apuntando: Al otro tornero mecánico. El Nobel lo era, y… ¡Lula también! Pero con los años, el legendario líder metalúrgico de Sao Paulo (a quien los espertise en asuntos revolucionarios califican de reformista o progresista), fue democráticamente elegido en dos ocasiones, y partió en dos la historia de Brasil.
Siete. Así están las cosas en América Latina: izquierdas y derechas pagadas de sí mismas, y subestimando la conciencia de los pueblos. Las unas, perdidas en los bucles de la teorización permanente. Y las otras, representadas por la diputada bolsonarista que en víspera de la votación, en un barrio exclusivo de Sao Paulo, persiguió a un simpatizante de Lula con una pistola automática.
Ocho. Lula se paseó por el mundo explicando a los genios el funcionamiento de la economía, en un país explotado hasta la médula, y cautivo de los intrincados rizomas de su identidad nacional. El factor hambre, entre los principales.
Nueve. En sus gobiernos (2003-10) y el menos progresista de Dilma Rousseff (2011-16), más de 33 millones dejaron de sentir hambre. Pero con el capitalismo esquizofrénico de Bolsonaro, el hambre volvió a tocar las puertas en un país que figura entre los mayores productores agropecuarios del mundo.
Ni hablar del negacionismo del covid-19, que demoró la compra de vacunas (700 mil muertos).
Diez. Como bien recuerda la periodista Mercedes López San Miguel, Bolsonaro llamó a tomar cloroquina y a no usar el tapaboca… defendiendo el Estado mínimo y el desprecio por la vida ( Página/12, 31/10/22).
Once. La inobjetable victoria de Lula ha dado lugar a miles de comentarios y análisis. No obstante, pocos advirtieron qué la señora Michelle Bolsonaro concurrió a las urnas con una camiseta estampada con la bandera de Tel Aviv.
Doce. El profesor Michel Gherman, de la Universidad Federal de Río de Janeiro e investigador del Centro de Estudios del Antisemitismo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, manifestó que el episodio fue una subida de tono.
Trece. A su juicio, el país que se representó en la camiseta de la saliente primera dama no es real, sino una nación imaginada: la defensa de una franja de la sociedad israelí con perspectivas tribales, y marcada como un espacio exclusivo de la blanquitud, la violencia, la liberación de las armas, la exaltación del ultracapitalismo y el cristianismo.
Catorce. “Intentaron enterrarme vivo…”, dijo Lula. En efecto: con cancha inclinada, referí en contra, corporaciones mediáticas y redes antisociales vomitando mierda, y varios líderes y seguidores asesinados por los que odian la democracia… los votos de Lula valen por cinco, en comparación con los del pirómano de la Amazonia.
Quince. En fin… cuando los pueblos se enojan, hacen tronar el escarmiento. Palabras de un líder de América Latina que no voy a nombrar, porque ahorita la fiesta es del estadista probo y probado de 77 años, que en Brasil doblegó a los sicarios del oscurantismo y la sinrazón.