El 6 de abril se dio a conocer que el propietario de Tesla y SpaceX se había convertido en el principal accionista de la empresa con sede en San Francisco, al ser titular de 9.2 por ciento de las acciones; el 14 pasado lanzó una oferta no solicitada para adquirir la compañía por 41 mil millones de dólares, y ayer se informó que la junta directiva acordó aceptar el ofrecimiento de Musk por 44 mil millones de dólares.
Según trascendió, se espera que el acuerdo pueda concretarse a finales de este año, cuando la firma pedirá a sus accionistas que lo aprueben.
Musk, asiduo usuario de Twitter, recurrió a su cuenta en la red para informar sobre la compra. En un tuit expresó que la libertad de expresión es la base de una democracia para funcionar, y Twitter es la plaza pública digital donde se debaten asuntos vitales para el futuro de la humanidad, por lo que trabajará a fin de que “sea mejor que nunca mejorando el producto con nuevas funciones, haciendo que los algoritmos sean de código abierto para aumentar la confianza, derrotando a los bots de spam y autenticando a todos los humanos”. El acuerdo de adquisición contempla que la empresa deje de cotizar en la bolsa de valores, por lo que el magnate no tendría que consultar con nadie sus decisiones sobre el futuro de la plataforma.
El desarrollo de los acontecimientos requiere dos series de consideraciones. Por una parte, es sabido que Twitter tiene problemas específicos, como su incapacidad para generar ganancias a pesar de a la importancia que ha cobrado en la vida política de buena parte del mundo, incluido nuestro país; o la elevada presencia de los bots a los que hizo alusión Musk, cuentas falsas empleadas por individuos y entidades para incrementar el impacto de sus publicaciones o atacar a adversarios.
A la vez, comparte con otras redes sociales un serio déficit en torno de la libertad de expresión, al imponer una censura unilateral, y en muchos casos arbitraria, sobre determinados contenidos y opiniones.
En este sentido, es imposible olvidar el silenciamiento del ex presidente estadunidense Donald Trump, cuya voz puede resultar deleznable y hasta indefendible, pero que a fin de cuentas tiene el mismo derecho a expresarse que cualquier ciudadano.
Por otro lado, no puede ignorarse que Musk es un personaje polémico y que ha demostrado en reiteradas ocasiones poner sus negocios por encima de la legalidad, de las vidas humanas y del bienestar de sus propios trabajadores.
Por citar sólo un par de ejemplos de sus actitudes, en julio de 2020, en el transcurso de una discusión en el propio Twitter, respondió a los cuestionamientos de un usuario en torno al golpe de Estado perpetrado en Bolivia meses antes que los estadunidenses derrocarremos a quien nos dé la gana para obtener el litio usado en los automóviles eléctricos que fabrica Tesla; y ese mismo año amenazó con llevarse a otro lado la planta de esa compañía ubicada en California si las autoridades no le permitían retomar actividades en un punto crítico de la pandemia de covid-19.
En suma, más que constituir un buen augurio para la libertad de expresión, que esta red social quede en manos del hombre más rico del mundo es una amenaza de que una herramienta imprescindible para el debate público sea manejada sin ningún escrúpulo, así como un signo de la creciente concentración del poder en manos privadas.
La nata
José Blanco
El desarrollo de la democracia mexicana fue siempre notoriamente incompleto. Sobre una base social capitalista, dependiente del exterior para su reproducción cotidiana, y cruzada por formas de relación de colonialismo interno, las instituciones de la democracia conforman una nata espesa flotando en la superficie, desentendidas de esa devastadora realidad. Más en particular, son ciegas a las necesidades sociales básicas, y tienen cancelado penetrar en la vida de los pueblos de México: es una rabona democracia para las élites políticas. Más aún, es una democracia política deliberadamente desconectada de las políticas públicas.
Así como la oposición de derecha prianredista votó contra el pueblo –en el caso de la reforma eléctrica–, y en favor de los intereses de las empresas extranjeras, también votará contra cualquier reforma que busque vincular la vida política con la vida real material de las mayorías o que proponga formas incluyentes de participación popular. Entre otros, el ampuloso diputado Creel Miranda, antes de conocer ninguna propuesta de reforma, sentenció: Cualquier iniciativa que tienda a cambiar la integración actual del INE, será votada en contra por el grupo parlamentario del PAN, y esto se hará extensivo a nuestra coalición Va por México. Sin dudas, no cambiarán una coma a las disposiciones legales actuales. Votarán como lo han hecho siempre: sin referencia alguna al pueblo de México. Esta democracia no es para la chusma, es para los partidos políticos, que la barajan y la reparten.
Como muchas otras, la democracia mexicana actual fue creada por los partidos políticos, para los partidos políticos. Se hizo bajo el supuesto heroico de que los partidos realmente existentes representan a los ciudadanos y son mediaciones indispensables entre la sociedad y el Estado. No importa qué sean esos partidos, y que a todos nos conste que no han jugado nunca ese rol de mediación. Juegan para sí mismos, y su asunto real y razón de ser es ejercer el poder político para sí mismos o, si están en la oposición, hacer todo para ganarlo. ¿Qué democracia es esa?
El ejercicio electoral de 2018 fue el primer intento, de alcance nacional, de los pueblos excluidos por salir de los sótanos de esta sociedad construida para dar permanencia a la más brutal desigualdad y al enloquecido privilegio de los de arriba. Lo hicieron mediante la simultánea conformación del obradorismo, de ese movimiento-partido que llamó a la regeneración nacional y de la invención de AMLO, su líder natural. Las reglas del juego y el descuido de Morena, impidieron que el gobierno de la 4T conservara una mayoría calificada para hacer una reforma político-electoral para cambiar tales reglas.
Hechas por los partidos, las normas entre otras cosas dicen cómo ha de ser el juego del reparto de las curules. Para que estén todos contentos, si no alcanzan una curul por el voto ciudadano, nosotros los partidos nos creamos unas reglas, para la representación de las minorías: así, 300 originados por el voto ciudadano y, nada menos, otros 200 que elegimos nosotros los partidos, con las reglas de nosotros los partidos. Y esos, dicen algunos intelectuales orgánicos de esta democracia, son mediación indispensable entre la sociedad y el Estado. Demasiada cachaza. Toda la ley está repleta de ficciones, como la igualdad jurídica, pero no les es suficiente, así que se sacan de la manga una representación social, inventando más mediaciones: los pluris, que vienen dizque de las minorías ciudadanas.
Además, dicen esos demiurgos políticos, si quieren que seamos honrados y honestos, ustedes los ciudadanos, a través de nosotros mismos los partidos, deben darnos montañas ingentes de dinero cada año, pero aumentado cuando haya elecciones. En este país de millones de hambreados. Es que la democracia es cara, suelen decir. ¿Pero ese pago sinvergüenza evita que haya dinero privado y dinero público robado en las elecciones? Preguntemos a Peña Nieto, Videgaray, Antonio Meade, Osorio Chong, Rosario Robles, Gerardo Ruiz Esparza, Murillo Karam, Enrique Ochoa, Emilio Lozoya o al consorcio Odebrecht, que ya cambió de nombre para esconderse, cuánto dinero entró a los partidos para la elección del primero, y cuánto recibieron los diputados para mediar entre la sociedad y el Estado, aprobando leyes para privatizar los bienes públicos y aumentar sin freno los privilegios.
Las reglas no escritas del sistema de privilegios han sido abatidas en el presente gobierno. Pero muchas de las sí escritas siguen vigentes, como las que organizan la vida política…, de las élites políticas, que sirven a las reglas del privilegio de los privados.
Ese fue el mundo de Peña, de Calderón, y de Fox, y de todo el etcétera que usted quiera sumar; hecho con las reglas de la política que los partidos de oposición defienden y defenderán. Es el mundo que defenderá el ampuloso Creel y la coalición Va por México.
Faltan muchas reformas para cambiar la vida de los de abajo.