lunes, 3 de mayo de 2021

American curios.

100 días
David Brooks
▲ La llegada a la Casa Blanca de Joe Biden tiene detrás luchas de promotores de políticas de izquierda, como la del senador Bernie Sanders, presidente del Comité de Presupuesto del Senado. En la imagen, Sanders atiende preguntas de reporteros sobre los primeros 100 días del gobierno demócrata, el pasado 29 de abril.Foto Ap
Los cambios anunciados y logrados durante los primeros 100 días de Joe Biden en la Casa Blanca son, en gran medida, resultado de miles de días de lucha social contra el proyecto neoliberal de los pasados 40 años y la desigualdad económica, contra el racismo sistémico, contra la cultura de violencia armada dentro y fuera del país, por los derechos civiles de afroestadunidenses, latinos, asiáticos, indígenas y los inmigrantes, y por el futuro del planeta ante el cambio climático.
O sea, ni la elección de Biden ni la agenda política que está impulsando se entienden sin tomar en cuenta el masivo trabajo cotidiano del amplio mosaico de luchas sociales, incluyendo el de las vidas negras en el movimiento de protesta más grande de la historia con la participación de más de 26 millones, que mucho antes de Biden ya estaban cambiando la dinámica política del país y obligando a dar un giro hacia lo que se puede llamar, en términos generales, la izquierda.
Vale reiterar que la reciente elección presidencial no fue definida por el voto a favor de Biden, sino por el sufragio para derrotar el proyecto neofascista de Donald Trump, y ese triunfo fue impulsado por el mosaico de fuerzas progresistas de Estados Unidos –esas son las contrapartes y aliados naturales de los que aman la justicia y sus países también (parafraseando a Albert Camus) en cualquier parte del mundo.
Biden siempre había sido un político centrista que apoyó el consenso neoliberal de las cúpulas como las políticas bélicas imperiales, pero la dinámica política estadunidense ha cambiado y, por lo tanto, él ha sido obligado a cambiar; primero, para lograr ser electo y ahora para gobernar un país en crisis donde diversos movimientos exigen reformas económicas, políticas, sociales y ambientales a fondo.
Los cambios anunciados por Biden hasta ahora –algunos aún limitados o parciales; otros, promesas por cumplirse– no aparecen porque él de repente se volvió radical socialista (como acusa la derecha), sino porque han tenido que responder al abanico de movimientos y expresiones organizadas progresistas que han surgido en esta nación durante los años recientes, algunos novedosos y otros resucitando los grandes movimientos históricos sobre derechos laborales, de inmigrantes, derechos civiles y antiguerra. Tan es así que Biden ahora está impulsando una masiva reforma antineoliberal, sin precedente en décadas, al responder a las demandas de las fuerzas políticas encabezadas por Bernie Sanders y sus aliados así como los movimientos del altermundismo hasta Ocupa Wall Street, que fueron sus antecedentes durante las pasadas tres décadas.
Hemos resistido el neofascismo y el terror de la supremacía blanca del trumpismo. La elección fue sólo una puerta, no es el fin, comentó sobre los primeros 100 días del nuevo gobierno Maurice Mitchell, líder del Working Families Party, parte clave del gran mosaico progresista. Se trata de construir un movimiento los próximos cuatro años y transformar la sociedad al rescatar a nuestro planeta del cambio climático y a la gente, del racismo y la desigualdad económica, resumió el consenso de una amplia gama de estas fuerzas progresistas. Nse Ufot, del New Georgia Project, comentó que estamos celebrando la llegada del Estados Unidos del futuro: multirracial, multiétnico y solidario; ahora, el reto es construir un democracia participativa más representativa para todos.
Ese futuro depende de la recuperación de la memoria, de la historia, de abajo. Los inmigrantes han regalado a este país la recuperación del 1º de mayo (el cual no es día festivo oficial) que nació aquí, conmemorando el movimiento por la jornada de ocho horas que culminó con 300 mil trabajadores, muchos inmigrantes, estallando en huelga lo largo del país a favor de un vida digna y los mártires de Chicago, ocho anarquistas, que fueron condenados a muerte por atreverse a promover el cambio social y económico del país. Esa memoria colectiva está presente llena de la música, ira, lágrimas, nobleza y festejo de miles de días de lucha, incluyendo durante los recientes 100.
Pete Seeger. Solidarity forever. https://www.youtube.com/watch? v=Ly5ZKjjxMNM&t=162s
Ani DiFranco. Which side are you on? https://open.spotify.com/track/15pEgmsCoyHwwO1Hlgaqb9? si=to-P-irVRRuS29Rc-BCDuQ

¿Bernie en la Casa Blanca?
Arturo Balderas Rodríguez
De entrada, el simbolismo. Por primera ocasión en la historia de Estados Unidos dos mujeres presiden el Congreso cuando el primer mandatario de esa nación informó sobre sus primeros 100 días al frente del gobierno.
En la parte sustantiva, después de informar sobre los logros del gobierno –no pocos, por cierto–, Joseph Biden desplegó lo que pareciera ser una redición de lo que otros de sus antecesores demócratas, Roosevelt y Johnson, en especial hicieron en beneficio de quienes históricamente han necesitado del apoyo del gobierno para su bienestar y subsistencia. La propuesta de Biden no parece estar enmarcada en el dilema entre un desarrollo conservador o liberal. Es algo que va más allá y que se aproxima más a las propuestas del sector más progresista del partido demócrata que encabezan Bernie Sanders, Elisabeth Warren, Alejandra Ocasio Cortéz y Pramila Jayapal, entre otros distinguidos representantes de la izquierda demócrata.
En su propuesta sobre el gasto en infraestructura, Biden se alejó de su concepto tradicional e incluyó a la educación, al sistema de salud, la economía familiar, la protección a la niñez y la del medio ambiente. Para rematar, incluyó un aumento de 15 dólares por hora al salario de quienes trabajan en el estado y en las compañías que prestan servicios al gobierno. También, como era obligado en el tema, se refirió a la rehabilitación de puentes y carreteras, aeropuertos, ferrocarriles, del sistema de agua y la red eléctrica, incluida la comunicación por Internet. Habló de crecimiento económico y le puso apellidos: crecimiento en beneficio de mujeres, hombres y niños a los que ese desarrollo les ha caído por goteo. No más niños debatiéndose en la pobreza o madres y padres que trabajan 40 horas o más sin ganar lo suficiente para sobrevivir. Pero lo más destacado es que su propuesta se enmarca en una idea diferente de desarrollo; es necesario invertir en el bienestar de todos y hacerlo de una forma sostenida en un horizonte que no se trunque en cinco o 10 años, crecer sí, pero en beneficio de todos, no de una élite.
A la crítica de sus antípodas republicanos sobre el costo del proyecto y el déficit fiscal que causaría, respondió que el costo de los programas de infraestructura, de beneficio social del combate a la pandemia, se pagarán con un aumento de 7 por ciento en el impuesto a las corporaciones y al uno por ciento que se benefició con la reducción de impuestos de su antecesor, y de quienes aumentaron su riqueza en un trillón de dólares en el mismo periodo que 20 millones de personas perdieron su empleo. Al paradigma reganiano de el gobierno no es la solución, es el problema, respondió que el gobierno intervendrá para solucionar los problemas de desarrollo tanto como sea necesario.
No fue muy diferente a otros mandatarios cuando habló de la singularidad y grandeza de su país y la necesidad de que los americanos compren lo hecho en América para que los empleos permanezcan en Estados Unidos. Un eslogan cuya inviabilidad estriba en la inescapable globalización, a la que no pueden sustraerse el vecino país del norte. También para el consumo doméstico fue su advertencia a China, a fin de que evite sus prácticas desleales de intercambio, por el peligro que representa para la buena relación entre ambas naciones. Lo que evitó decir es que son las propias corporaciones estadunidenses las que por conveniencia han propiciado esa competencia desleal. Haciendo a un lado esas imprescindibles concesiones discursivas, parece que Biden intentará alejarse de los cánones tradicionales del liberalismo que ha caracterizado a Estados Unidos en más de medio siglo.
Como era de esperarse, los adjetivos llovieron: socialista, irresponsable, autócrata y populista, fue lo menos que en los medios y cubículos más conservadores se espetó contra el presidente. Cabe especular sobre una respuesta de por lo menos 70 por ciento de los estadunidenses, si eso es el socialismo o el populismo, bienvenidos.