Martes 17 de noviembre de 2020, p. 28
Sao Paulo., El presidente brasileño, el ultraderechista Jair Bolsonaro, resultó derrotado en las elecciones regionales celebradas el domingo, luego de que de los 13 candidatos que apoyó para alcaldías, sólo dos resultaron electos y otros dos disputarán el segundo turno el 29 de noviembre. Su revés más notorio se produjo en Sao Paulo.
El ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva dijo que la gran derrotada fue la ultraderecha, mientras el mandatario intentó tomar distancia. La izquierda sufrió una histórica derrota en estas elecciones, en una clara señal de que la ola conservadora en 2018 llegó para mantenerse, tuiteó ayer Bolsonaro, y añadió: “Mi ayuda a unos pocos candidatos a alcalde se resumió a cuatro lives de un total de 3 horas”.
En Sao Paulo, la capital económica y financiera del país, su protegido Celso Russomano quedó en cuarto lugar (10.5 por ciento de los votos). La segunda vuelta se disputará entre el alcalde saliente Bruno Covas (32.8 por ciento), del centro-derechista PSDB, y el izquierdista Guilherme Boulos (20.2 por ciento), del Partido Socialismo y Libertad (PSOL). En Río de Janeiro, el alcalde saliente Marcelo Crivella (21.9 por ciento), un ex obispo evangélico apoyado por Bolsonaro, quedó en posición desfavorable para el segundo turno, frente a su predecesor Eduardo Paes (DEM, derecha, 37 por ciento).
Los políticos de centro y centro-derecha fueron los principales favorecidos en los comicios.
Bolsonaro, sin partido desde que rompió el año pasado con el Partido Social Liberal -–su novena filiación política–, participó de forma ligera en el comienzo de la campaña, pero en la recta final, y ante los sondeos desfavorables para sus aliados, inició transmisiones en vivo diarias en sus redes sociales que fueron cuestionadas por contravenir las reglas de hacer campaña.
De los 45 concejales que Bolsonaro apoyó nominalmente, sólo 9 fueron electos (20 por ciento).
El mandatario borró el domingo una publicación en Facebook en la que pedía apoyo a candidatos que en su mayoría fueron derrotados, según comprobó Afp.
Su hijo, el concejal de Río de Janeiro, Carlos Bolsonaro, fue relegido pero perdió el puesto de más votado ante Tarcísio Motta, del PSOL.
Esta elección muestra la fuerza que el centro volvió a tener en el proceso político, afirmó el politólogo de la Universidad Federal de Minas Gerais, Felipe Nunes.
En el campo de la izquierda, Nunes destacó que los partidos Comunista de Brasil y PSOL, que disputarán segundas vueltas en capitales estatales, surgen como posibles alternativas y minan la hegemonía del Partido de los Trabajadores, de Lula.
La extrema derecha de Bolsonaro fue la gran derrotada en estas elecciones; el fortalecimiento de la izquierda y de sus valores humanistas y de justicia social muestra que reconstruir otro Brasil, más fraterno y solidario, es posible, escribió Lula en redes sociales.
La derecha unida
José Blanco
La polvareda se levanta y el aire se clarifica. Hace lustros viene construyéndose una cínica forma de hacer política, cuyo mayor fruto podrido es el trumpismo. El mundo del todo se vale: es lo de hoy por todos los continentes. Decir patochadas sin ningún rubor. Mentir a diestra y siniestra con absoluta desvergüenza. Presumir de matón, sentirse Narciso a mucha honra.Valemadrismo sin fin, el sólo yo cuento ha gobernado la política. La bajeza interminable, los océanos de ignorancia y de egoísmo, sólo han sido, precisamente, la negación de la política. No hay ninguna duda: el neoliberalismo mató a la política, pero no para siempre; hoy está resucitando. Es mucho lo que será necesario reconstruir.
En Estados Unidos Trump perdió: perdió el cinismo más extremo. Hay asombro, ansiedad, porque ahora se ven dos países en una nación. Menos mal que ahora son dos; antes sólo había uno: el país de los cínicos. A partir de esa división, queda a las izquierdas la reconstrucción a largo plazo. Trump continúa en su misma línea, ahora con el probable propósito de deslegitimar su derrota e intentar volver en 2024 (si la justicia no lo alcanza antes). El país de los cínicos no se irá; es necesario derrotarlo a fondo, con esmero, plenamente. No será de la noche a la mañana. Y eso no se logrará llamando a la consabida unidad nacional a la que ya está llamando Biden.
Hay una versión de lo mismo en muchas naciones. México dio un paso de superación de esa maldición con la victoria aplastante de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en julio de 2018. El todo se vale, el robo feroz como en despoblado, la indiferencia y hasta el desprecio inaudito hacia los excluidos, la creencia ultrajante de que los incluidos se merecen lo que se apropiaban, construía dos países, que no estaban a la vista (de la inmensa mayoría de los medios); toda esa desgracia entró en una suerte de receso, pero está muy lejos de ser acabada. Acusar a AMLO de dividir es pura insolencia: el país ha estado divido entre los privilegiados y los hambrientos por décadas interminables. Es evidente: no existe posibilidad de unidad nacional tomando como base la desigualdad extrema, ¿La unidad entre el pedestal y quienes han vivido arriba triunfantes, parados sobre ese cimiento?
El mundo cambiará y la globalización neoliberal como la conocemos está terminando. Habrá desglobalización y requerimos como nunca claridad estratégica. Ciertamente nunca hubo condiciones más adversas para ver el largo plazo: la pandemia nos ha puesto a vivir al día a todos. Pero todos incluye al planeta. Tenemos que ver el largo plazo, a pesar del Tratado entre Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC) y sus tremendas ataduras. No hay que ir muy lejos para especificar nuestro objetivo fundamental: acabar con la pobreza insultante y la desigualdad injuriosa. Todo el trabajo del gobierno, todo el tiempo, debiera estar apuntado a ese objetivo.
AMLO construyó un relato político no artificial ni falso: identificó a los enemigos de los de abajo: el puñado de privilegiados corruptos y la franja social a la que le tocó parte del botín. Al pueblo, a las masas, les llevó años caer colectivamente en la cuenta y decidirse de una vez por todas a sacudirse la dominación prianista, pero finalmente lo hizo en julio de 2018. Los neoliberales de todas partes han construido relatos mendaces con imposturas y farsas; inventar mentiras convincentes y saber venderlas es su vocación dogmática.
Es una buena noticia que los inefables (PRI, PAN, y PRD) hagan frente común con Sí por México. Ya no es necesario decir nada sobre su identidad: están identificados por el pueblo de México y ello ocurrió en el proceso de la campaña política de Morena y se expresó como nueva realidad política el 1º de julio de 2018. La polvareda se levanta y el aire se clarifica. Toda la derecha finalmente está en su lugar, ahora muy segura de que la derecha unida jamás será vencida. Es extraordinariamente difícil creer que unas mentiras convincentes o verosímiles enmascaren a ese bloque de los beneficiarios del neoliberalismo rapaz. Están a la vista y ya sabemos que quieren echar la historia atrás, volver a la condición de privilegiados, protegidos y enriquecidos en connivencia con los gobernantes.
Lo peor que podría hacer Morena, no obstante, es confiar en que identificados están y no es necesario hacer mucho más. Ese bloque de la derecha querrá poner en juego, como siempre, los millones de pesos, usar todos los medios posibles con sus cómplices permanentes, para medrar con la pobreza profunda existente. La tarea corresponde al ala izquierda de Morena, que su ala derecha estará por la unidad nacional.
Morena puede y debe hacer acuerdos con las fuerzas políticas legalmente reconocidas, siempre sin perder su objetivo social fundamental sobre la pobreza y la desigualdad; eso no significa unidad nacional, ni pactos por México. No es un proyecto conjunto para México lo que debe ser acordado, sólo programas específicos. Y esa vía exige a Morena ganar y ampliar la base de sus electores.