El presidente de EU, Donald Trump durante la conmemoración del "Día de los Veteranos". Foto Ap
Nueva York. Donald Trump tiene a todos donde le gusta -con él al centro de la atención- mientras se multiplican las especulaciones sobre cómo llegará a fin este juego en donde casi todos, y supuestamente el propio mandatario, esperan que el 20 de enero Joe Biden y Kamala Harris tomarán posesión como presidente y vicepresidenta expulsando al magnate de la Casa Blanca.
La única pregunta, comentan veteranos observadores, no es si aceptará el resultado, sino cuánto daño provocará antes y después de irse. Pero otros siguen advirtiendo que aún no se puede descartar un autogolpe de Estado.
El proceso de transición se acelera sin la cooperación tradicional de la Casa Blanca con el presidente electo iniciando la selección de quienes integrarán su gabinete;su primera decisión hoy fue nombrar a Ron Klain como su jefe de gabinete. Klain, subrayó Biden, trabajó con él cuando era vicepresidente “cuando rescatamos la economía estadunidenses de uno de los peores desplomes en nuestra historia en 2009 y después superamos una seria emergencia de salud pública en 2014” (en referencia al asunto del ébola), con ello subrayando dos de los problemas de mayor urgencia para el próximo presidente.
Klain es un veterano operador demócrata y colaborador cercano del presidente electo desde los ochenta cuando estaba en el Senado; también fue asesor de varios candidatos presidenciales demócratas. Se espera que nombrará varios más antes de fin de mes.
Con casi todos los principales aliados de Estados Unidos han felicitado al presidente electo, y las cúpulas políticas y económicas del país preparandose ya para la presidencia demócrata, cunde la especulación sobre cuándo Trump y sus aliados se rendirán ante la realidad de que todo indica un fin de su mandato el 20 de enero.
Trump continúa calificando la elección como producto de un magno fraude y otras irregularidades a pesar de que él y sus abogados aún no ofrecen evidencia de tal cosa, y expertos están casi seguros que las quejas interpuestas ante tribunales continuarán siendo desechadas como ha sido el caso hasta el momento.
Las autoridades electorales de casi todos los estados -algunos republicanos otros demócratas- siguen afirmando que no hubo irregularidades serias y descartan las acusaciones de Trump y su campaña. Expertos electorales descartan que se descubrirá el suficiente nivel de irregularidades como para revertir los resultados en algún estado, incluyendo los que tienen un margen muy cerrado entre los dos candidatos.
El estado de Georgia, bajo presión de la Casa Blanca, aceptó ordenar un recuento manual. Pero eso tiene que ver en parte porque una segunda vuelta en la elección por dos curules del Senado federal ah,í determinarán cuál partido controlará la cámara alta -la batalla política más importante para ambos partidos después de la elección presidencial- que se realizará el 5 de enero.
Con el margen del voto popular para Biden incrementando hoy a 5 millones más que Trump, y la cada vez más remota posibilidad de alguna sorpresa en el conteo en estados claves y en algún recuento, cunden especulaciones sobre cómo llegará este juego de Trump a su fin.
Hoy Trump apareció en público por primera vez en una semana por 10 minutos para conmemorar el Día de los Veteranos en el Cementerio Nacional de Arlington -no hizo comentarios. Durante los últimos días se ha dedicado a tuitear sus furiosos mensajes sobre el supuesto fraude, contra los encuestadores, contra republicanos que se atreven a contradecirlo, y contra los medios. Hoy tuiteó: “con 72 millones de votos, recibimos más votos que cualquier presidente en funciones en la historia de Estados Unidos -vamos a ganar”.
Pero en privado, sus asesores están cada vez más seguros de que sus maniobras legales no cambiarán el resultado electoral y que algunas personas cercanas, incluyendo su hija Ivanka, ya han abordado el tema de cómo concluir su presidencia, reportó la agencia Ap citando a múltiples fuentes dentro de la Casa Blanca.
Diversas fuentes oficiales anónimas han comentado a los medios que Trump está contemplando varias opciones para el fin de su mandato, incluyendo el anunciar que hasta tiene intenciones de buscar la presidencia otra vez en las elecciones de 2024 -intentando con ello posicionarse como el líder de la “oposición”.
Por ahora, algunos especulan que esto acabará con Trump aceptando que nunca reconocerá que fue derrotado pero que en algún momento anunciará que dejará de batallar por los resultados. Eso le permitirá, junto con sus aliados, acusar que su sucesor es ilegítimo.
Críticos señalan que Trump probablemente buscará dañar lo más posible a los demócratas durante la transición. Incluso, algunos de sus ex colaboradores han denunciado su negativa a conceder la elección; su ex asesor de Seguridad Nacional John Bolton escribió hoy en el Washington Post que el mayor daño es “el que está causando a la confianza pública en el sistema constitucional estadunidense”. Todo esto no está causando sorpresa a nadie.
Algunos siguen advirtiendo que se tiene que mantener la cautela ya que Trump y sus aliados aún son capaces de intentar algo extra-legal para mantener el poder. “Lo que Donald Trump está intentando hacer tiene un nombre: golpe de Estado”, comentó Timothy Snyder, profesor de historia de la Universidad de Yale y reconocido experto sobre autoritarismo, en una serie de tuits.
Advirtió: “aunque podría verse como mal organizado, no está destinado a fracasar. Tiene que ser llevado al fracaso. Los golpes son derrotados rápidamente o no lo son. Cuando se realizan quieren que estemos viendo hacia otra cosa, como muchos lo estamos haciendo, Cuando se concretan, quedamos impotentes”.
Concluyo que es un error pensar que un gobierno de Biden es inevitable y que “en una situación autoritaria, la elección es sólo el primer round. Uno no gana al ganar solo el primer round… Le corresponde a la sociedad civil, ciudadanos organizados, defender el voto y pacíficamente defender la democracia”.
La derrota de Trump
Ángel Guerra Cabrera
La derrota del presidente Donald Trump en las elecciones del 3 de noviembre es un hecho irreversible. Fue lograda por la alianza tácita de fuerzas sociales diversas y hasta antagónicas, que hacía imposible la relección del magnate. Hasta ahora Trump no ha mostrado prueba del supuesto fraude y todos los pleitos presentados por sus abogados han sido desestimados, excepto uno, pero no modifica los resultados. La victoria de la fórmula Biden-Harris no es aplastante pero sí muy clara, como argumenté en este espacio el día posterior a los comicios ¿Adiós Trump? Entonces ya se podían apreciar la victoria segura del dúo demócrata en varios estados fundamentales, o las tendencias favorables en otros, que podían proporcionarle el predominio en el colegio electoral.
La proclamación del triunfo de Biden por los medios de difusión hegemónicos, incluida la ultraderechista Fox, responde a una antigua tradición en un país donde no hay árbitro electoral nacional. De esa misma manera, como observó David Brooks, fue cantada la victoria de Trump en 2016, quien inmediatamente recibió encantado los reconocimientos. La tradición se interrumpe cuando el magnate se niega a aceptar el resultado publicado como sí lo han hecho todos sus antecesores. No sorprende esta actitud del neoyorquino, que varios habíamos pronosticado. Durante meses, él mismo desacreditó el voto por correo como fraudulento y aseguró que sólo podía perder la elección si los demócratas le hacían fraude. Era sabido que su narcisismo, alimentado por lunáticos como Pompeo, le impediría aceptar un resultado adverso y lo llevaría a atrincherarse en la Casa Blanca.
La eventual victoria de la candidatura presidencial de Trump no le convenía a un amplio abanico de fuerzas, distintas y en algunos casos muy opuestas entre sí. No le convenía a los financieristas globalistas por la imprevisible y conflictiva relación de Trump con los aliados tradicionales de Estados Unidos –en particular la Unión Europea–, por su apoyo y simpatía hacia ultraderechistas salvajes como Bolsonaro o sus homólogos europeos, o por su negativa a aceptar –aunque sea formalmente– las reglas del multilateralismo, que lo llevaron a abandonar el Acuerdo de París sobre el cambio climático, el tratado nuclear 6+1 con Irán, la Organización Mundial de la Salud y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Tampoco las fuerzas de izquierda y progresistas de Estados Unidos aceptan, desde posiciones auténticamente democráticas, el unilateralismo de Trump, su desprecio por la democracia y los derechos humanos, su versión ultrasalvaje del neoliberalismo continental, sus posturas racistas, xenófobas, su reforzamiento cruel en medio de la pandemia de los bloqueos a Cuba y Venezuela, y su negación a la existencia del pueblo palestino, entre otros muchos atropellos que conforman una política cada vez más cercana al neofascismo. Varias de estas razones hacen también que los liberales, así como una mayoría de jóvenes, mujeres, negros y asiáticos, hayan votado por Biden. Los latinos, en su mayoría mexicanos, no como se esperaba; sólo 63 por ciento sufragó por el demócrata, pero ese partido no se ha ocupado de los iberoamericanos.
Es evidente que los millones de Wall Street y la maquinaria electoral demócrata no alcanzaban para derrotar a Trump. Fue decisivo el llamado a votar por Biden de Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez y otros referentes progresistas del Partido Demócrata, sumados al impulso de Black Lives Matter y otras fuerzas sociales democráticas. Trump es un truhan, una persona ajena a la decencia. Pero es también un extraordinario demagogo, un gran comunicador, un conocedor de la sicología del estadunidense medio, que lo hacen un formidable candidato en un sistema en crisis terminal, con importantes sectores invadidos por la desesperanza, el miedo, las más hirientes desigualdades y, con frecuencia, una gran ignorancia. De alguna manera, el bribón saldrá, o será sacado a la fuerza, de la Casa Blanca antes del mediodía del 20 de enero de 2020. Pero si no termina encarcelado por uno o varios de los muchos procesos judiciales que tiene pendientes, seguirá en la política con el gran capital de sus seguidores, que no lo son de los políticos republicanos, los cuales dependen de él. En todo caso, el hombre se las ha arreglado para reunir el mayor movimiento de ultraderecha con tintes fascistoides en la historia estadunidense, un grave peligro que otros demagogos pueden utilizar.
Un gobierno de Biden puede parecerse al de Obama recargado y es el momento de armar una gran coalición, que una a todas las fuerzas democráticas y progresistas para exigir a Biden-Harris salud y educación gratuitas, drásticas medidas contra el racismo y la violencia policial, redistribución de la riqueza hacia abajo, un gran pacto verde, política internacional de paz y fin de los bloqueos a Cuba, Venezuela y otros países. Paradójicamente, es lo que acaso podría dar un poco más de vida política al capitalismo estadunidense.
Twitter: @aguerraguerra