martes, 5 de mayo de 2020

Ruinas.

José Blanco
Al final –un final que no será un punto en la escala del tiempo–, habrá ruinas por todo el mundo. De modo muy desigual, como siempre, pero ruinas. La irracionalidad extrema del capitalismo no pudo quedar más desnuda: entre más cuidados haya para los seres humanos y más personas sean salvadas y protegidas mediante el resguardo domiciliario –sin vacuna ni medicamentos–, peor para la sociedad capitalista, peores serán las ruinas. No hay una economía para los cuidados.
Con fiereza en el instinto, las clases dominantes de EU han elegido la economía frente a las personas: reabrir los negocios a rajatabla. Ya alzaron el trofeo de campeón del mundo en el número de muertes y de contagiados, pero para esas clases el costo de oportunidad va por delante: los muertos son un subproducto inevitable de la crisis económica y pandémica; demasiado se ha pagado con el frenazo económico. El sistema capitalista desfallece si no es alimentado sin pausa: ganancias, crecer, acumular. Los argumentos sobre la pérdida de las fuentes de empleo dejan ver su verdad efectiva: sin la fuerza de trabajo, no hay ganancias ni crecimiento ni acumulación. Ese es el apremio real, no la baja de la masa salarial.
La vuelta a la normalidad será un proceso donde reaparecerán, una a una, las tendencias en curso en el mundo anterior a la pandemia; entre las ruinas, esa normalidad será reconocible. No veremos a China convertido en el poder ordenador del mundo en remplazo de EU. China no será –ni en seis meses ni en muchos años– el EU de 1945. Pero China continuará fortaleciéndose y EU seguirá su andar menguante. Los nacionalismos, todo lo indica, serán fortalecidos, a contracorriente de una globalización cuya sólida realidad es evidente en la pandemia que cubrió al planeta en pocas semanas.
Si la cooperación internacional era exigua, la pandemia le ha dado un golpe matador. En la Unión Europea no hubo un acuerdo solidario, sino lo contrario. Los países cerraron las fronteras a sus vecinos, y la rebatiña por los bienes médicos necesarios para contender con la pandemia se volvió desastre. La unión probó que no era tal. Un arreglo financiero ventajoso para los países del norte (Alemania, Holanda, Austria, Finlandia, principalmente) y adverso para los del sur, se ha mostrado con crudeza en los primeros escarceos para la salida del crash económico. El egoísmo nacionalista ha dominado la escena, confirmando las tendencias centrífugas mostradas desde el Brexit. En tanto, EU reconfirma con sus actos su America first. La búsqueda de la recuperación poscrisis pandémica y económica, con su nacionalismo, meterá ineficacia a raudales al conjunto mundial.
El confinamiento de las personas es una metáfora de lo que será la realidad del mundo: prevalecerá el encierro nacional defensivo. La marcha de las cosas en EU no será muy distinta si gana Trump, o su endeble rival demócrata. El discurso de que EU estaba volviéndose en exceso dependiente de China para muchísimos bienes esenciales, era presa de su espionaje industrial y estaba sometido al robo intelectual por la potencia asiática, que produjo el fenómeno Trump, bien pueden converger en el Congreso en busca de la recuperación.
El fortalecimiento de los nacionalismos atentará también contra el comercio global, achicando el tamaño de la economía mundial. De otra parte, los avances del movimiento ecologista planetario sufrirán descalabros y retrocesos, posponiéndolo todo para un mejor momento, tanto en cada potencia como en los países satélites.
Es imposible, asimismo, no advertir en esos nacionalismos tendencias políticas autoritarias. Un estudio de la Fundación Bertelsmann indica deterioro de la democracia y una creciente polarización política provocada en países como EU, Hungría y Turquía, y no la búsqueda de consensos.
En el gran ábaco de las sociedades, también es claro, las cuentas ensartadas deslizadas no sólo serán las de las fuerzas políticas dominantes. Los de abajo también poseen cuentas en el ábaco y es probable que empiecen a deslizarlas, modificando el conjunto de las tendencias que he anotado. Se ha vuelto mucho más evidente la disfunción profunda del fundamentalismo del mercado para la vida humana. El liberalismo económico está mostrando su ruindad y serán necesarias reformas radicales. Los de abajo terminarán percibiendo el gigantesco significado de sin nosotros no hay ganancias ni crecimiento ni acumulación. Ha llegado la hora de que hagan sentir su enorme poder, aunque falta dotarlo de objetivos a ser alcanzados en plazos diferenciados. Uno de los primeros es la creación en todas partes de un sistema de salud pú­blico, robusto y suficiente. Para todos, los mismos derechos.
El descubrimiento, en el mundo, de la necesidad imperiosa de sacar del mercado la salud humana irá mostrando que ese nosotros es un sujeto que va mucho más allá de las fronteras nacionales.

La reactivación pos-Covid-19 será ecológica o no será
Víctor M. Toledo* /I
Una nota periodística ha recorrido el mundo los últimos días. Angela Merkel llama a una reconstrucción verde tras la crisis del coronavirus. Esta declaración la hizo la ministra alemana en los Diálogos de Petersberg, un encuentro que desde 2010 se efectúa cada año sobre la crisis del clima y reúne a los ministros del Ambiente de 30 países, así como a líderes diplomáticos, empresariales y de organizaciones civiles. Merkel reiteró el compromiso de Alemania con el Acuerdo de París y aplaudió el plan verde de la Comisión Eu­ropea para que ese bloque neutralice las emisiones contaminantes de la atmósfera hacia la mitad del siglo. Durante el acto, Kristalina Georgieva, directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), declaró: “ Si queremos que esta recuperación sea sostenible, si nuestro mundo debe transformarse para ser más resiliente, tenemos que hacer todo lo que podamos para promover una recuperación verde”. ¿Por qué estas declaraciones? Porque los poderes saben que esta pandemia (y las que siguen) provienen de los desequilibrios ecológicos y biológicos de la civilización industrial. Sin embargo, no es el verde que te quiero verde que surge desde los gobiernos neoliberales y los poderosos organismos internacionales, como el FMI, los que marcarán una normalidad alternativa. Tras el Covid-19 urgen cambios radicales que rebasen la visión neoliberal del mundo, y cada vez más ciudadanos toman conciencia de ello.
Es en este contexto que un gobierno antineoliberal, como el de México, tiene la magnífica oportunidad de diseñar y poner en acción una recuperación económica y social diferente, fundada en la transición ecológica, pues como hemos mostrado la salud humana depende de la salud del planeta. La reactivación posneoliberal del país debe contemplar al menos seis transiciones ligadas con los alimentos, el agua, la energía, la conservación, las industrias y ciudades y la educación.
Las pandemias son llamadas de alarma sobre los desequilibrios causados por la expansión de los sistemas industriales de producción de alimentos basados en monocultivos y agroquímicos y en las granjas (de cerdos, reses y pollos) que utilizan antibióticos, hormonas y otros estimulantes químicos. Todo agrotóxico es un químico de guerra que tarde o temprano regresa en forma de enfermedades. Por ello urge la inmediata supresión de decenas de plaguicidas, comenzando por el glifosato, el veneno más peligroso del mundo, una ley que declare al país libre de cultivos transgénicos, no sólo el maíz, sino la soya y el algodón, la creación de mercados cortos, orgánicos y solidarios de alimentos que fomenten la autosuficiencia local, municipal y regional (ya hay en el país más de 100 tianguis ecológicos) y el estímulo a cooperativas que hagan llegar alimentos sanos a los consumidores urbanos, además de un etiquetado riguroso. Los problemas de obesidad, cáncer, cardiopatías y diabetes proceden de una industria alimentaria que domina toda la cadena productiva e incluye a los mayores consorcios productores de harinas de maíz y trigo (Gruma, Bimbo, Kellog’s), de carne, pollo y huevo (Sukarne, Granjas Carroll, Kekén, Bachoco y Pilgrim’s), y de semillas, agroquímicos, pesticidas y transgénicos (Bayer, Syngenta y Corteva, la fusión de Dow, Dupont y Pioneer). ¡Ya es hora de que el Estado tome en sus manos la alimentación de los mexicanos!
Un segundo tema es la transición de energías fósiles a energías renovables. Una cosa es transitarla bajo el modelo privado/estatal basado en empresas del Estado y corporaciones privadas, lo cual refuerza el control centralizado y vertical, y otra es la vía estatal/societaria donde el “ switch energético” va quedando en manos de la sociedad y sus redes: manejo de energía so­lar, eólica e hidraúlica a pequeña escala y con dispositivos accesibles y baratos para hogares, manzanas, edificios, barrios, comunidades, municipios. Eso se llama democracia energética. Obnubilados con el petróleo, aun cuando éste se agotará en seis años, no hay a la fecha ningún proceso activo de transición hacia energías renovables en México. Lo anterior hará que el país no cumpla con sus compromisos con el Acuerdo de París sobre cambio climático. Durante la transición, Pemex se deberá convertir en Solmex y las gasolineras en estaciones eléctricas. Tendrá que crearse una empresa estatal o público-privada de automotores eléctricos, aprovechando la abundancia de litio, el cual se debe considerar estratégico. Igualmente se deben formar miles de cooperativas rurales productoras de energía renovable, creando igual número de empleos verdes. Así, se integrará una red de energía descentralizada de prosumidores, es decir, de consumidores que producen su propia energía.
*Secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales