Néstor Martínez Cristo
En estos días que corren, el gobierno de México afronta fuertes presiones por parte de los poderes político y económico de varias naciones, principalmente de Estados Unidos, y de un sector importante de empresarios mexicanos, que buscan reabrir lo antes posible algunas de las industrias más afectadas por la emergencia sanitaria.
La prisa de los estadunidenses por reactivar su planta productiva, muy señaladamente la industria automotriz, se ha visto frenada por dos decretos expedidos por el gobierno mexicano, derivado de la situación sanitaria, y en los que ese sector no es considerado como una actividad esencial.
Hay uno o dos meses de retraso entre el diagnóstico del primer contagio de Covid-19 en México, con respecto a gigantes como China, Alemania y Estados Unidos, países con los que nuestra nación comparte la producción de manufacturas, entre ellas la automotriz.
La pausa en esas economías por la emergencia sanitaria concluirá en breve y al menos cuatro empresas con armadoras en México –Toyota, Volkswagen, Nissan y Honda– tienen previsto reiniciar operaciones ya, lo antes posible, al iniciar la próxima semana, justo cuando la emergencia sanitaria en nuestro país estará en lo más alto, en el pico de los contagios por coronavirus.
El problema de fondo para muchas de las industrias extranjeras que urgen a abrir es que el parón en México las hace inoperantes también a ellas. Sin la manufactura mexicana, la cadena de producción queda trunca y, por tanto, no hay manera de que el producto quede terminado, al menos en el corto y mediano plazos.
Las industrias mexicanas que forman parte de las cadenas de producción en diversos sectores están impedidas para reiniciar labores, debido a que los decretos gubernamentales que determinaron el cierre de empresas por la crisis del coronavirus, no las contempla como una actividad esencial. Los decretos consideran como esenciales, y por tanto con licencias para continuar laborando, únicamente a las actividades productivas vinculadas con los sectores de la salud, la medicina, la rama paramédica, la farmacéutica y los insumos de alimentos.
México juega un rol determinante en la producción de automóviles a escala mundial. Es el séptimo productor de autos, cuarto exportador y quinto fabricante de autopartes.
Es en este contexto, que las presiones han venido arreciando desde finales de abril. La NAM (Asociación Nacional de Manufactureros), de Estados Unidos, hizo llegar una carta al presidente Andrés Manuel López Obrador para que México equipare sus industrias esenciales con las de esa nación y se permita, de esta manera, dar continuidad a la cadena de producción en Norteamérica.
Las presiones, sin embargo, no provienen sólo del poderoso sector empresarial estadunidense. También del político; el 29 de abril, el secretario de Estado de aquella nación, Mike Pompeo, recibió una misiva firmada por 11 senadores –tanto republicanos como demócratas–, que lo apremian para plantear al gobierno mexicano la reapertura de la actividad industrial.
De acuerdo con versiones periodísticas, los legisladores emplean las vías diplomáticas para urgir la reapertura del sector automotriz, aunque no sólo éste. Buscan igualmente reiniciar actividades en las industrias alimentaria, médica, infraestructura, aeroespacial y sectores de defensa.
Se ha informado que el gobierno mexicano mantiene conversaciones con autoridades comerciales de Estados Unidos y Canadá para revisar los criterios que normen la eventual reactivación de las cadenas de suministros. Pero hasta el día de hoy no hay nada claro.
No es difícil adivinar que las cosas se irán tensando conforme avancen los días, si no se alcanzan pronto acuerdos concretos. Las pérdidas en sectores como el automotriz han sido multimillonarias en todo el mundo, incluido México.
El gobierno de la llamada Cuarta Transformación está ante una encrucijada. La gravedad del momento de la pandemia aconseja a la prudencia. El manejo sanitario de esta crisis deberá ser la prioridad para evitar que la propagación del virus se salga de control. El momento de México debe ser su momento. Ningún otro. Será preciso que la salud de los y las mexicanas sea preservada por encima de cualquier otra consideración.
La reapertura de nuestra nación, como la de todos los países que optaron por el confinamiento, tendrá que ser un proceso medido y gradual. Sin duda, la reactivación de las industrias mexicanas representará un paso fundamental y decisivo para paliar el desastre económico que desde ahora se vislumbra al final del túnel, pero éste tendrá que darse en concordancia con la situación sanitaria y de bienestar en nuestro país y no empujado ni orillado por las presiones externas. Nada fácil.
Virus de Jano
Abraham Nuncio
Por una de sus caras, la pandemia del Covid-19, como el dios Jano, desvela lo que no veíamos; por la otra vela lo que algunos gobiernos y empresarios no quieren que veamos. Globalizada por los portadores del virus a partir de la ciudad china de Wuhan y los medios de comunicación (redes incluidas), su impacto corrió paralelo a la nota roja. Los gobiernos de todo el mundo erigido, salvo excepciones, sobre las bases del capitalismo salvaje (apodado neoliberalismo), pronto supieron dos cosas: una, que la salud de una gran parte de la población y su sistema sanitario habían sido vulnerados por este sistema y que si no tomaban las medidas de prevención y atención al contagio se verían desbordados por la velocidad del mismo en su propagación, y dos, que si ello llegara a ocurrir su capacidad de gobernar podría morder el polvo.
Los gobiernos que se rezagaron en tomar las medidas de prevención y atención a los contagiados (Italia, España, Estados Unidos y Brasil) están siendo sometidos a una recia crítica. Otros, más conscientes de la dimensión del contagio, de su significado sanitario y social, como Suecia y los países del norte de Europa, así como China, Cuba y Vietnam, de régimen socialista, más preparados para enfrentar catástrofes naturales y de otra índole, no han visto fracturada su economía en el grado que otros y tendrán más posibilidades de sortear la cauda de males que dejará tras de sí la pandemia en curso.
A estas alturas ya se puede evaluar mejor la dimensión del Covid-19 en sus diversos aspectos. En primer lugar se sabe que su tasa de mortalidad no es como para haber hecho de su presencia el enorme despliegue informativo y de interpretaciones responsables y falsas (una gran porción de la pandemia ha estado a cargo de una legión de apocalípticos interesados en ocultar otras realidades) que produjeron un golpe multánimo de pánico, ansiedad y desesperación.
Entre ese abanico interpretativo se hallan las razones del porqué en unas naciones se ha podido combatir mejor que en otras al coronavirus (la propia China, Corea del Sur y Alemania). Pero el énfasis está puesto en las medidas oportunas y sanitarias. No en la calidad de vida, grado de funcionamiento institucional, cultura social y condiciones del medio ambiente, que es el caso de Suecia y en general de los países noreuropeos, donde la corrupción, si la hay, no alcanza los picos conocidos por nosotros (baste señalar el grave desfalco al IMSS) ni negocios cuya operación dañe la salud; en suma, donde la responsabilidad gubernamental, la de las empresas y la de los ciudadanos, que pagan puntualmente sus impuestos, conforman un trébol virtuoso.
En esos países, los niveles de empleo, salario, dieta alimenticia, espacio de vivienda, acceso a la educación, la cultura y el deporte, rubros que hablan de una riqueza social mejor distribuida y de unas autoridades responsables, no los hay en otros. En esas naciones la salud humana está concebida como una continuidad de la salud de la naturaleza. Un dato: Suecia dispone en su territorio de 70 por ciento de áreas verdes.
Diversos estudios se han hecho sobre la conexión entre la salud y la calidad del aire. La presencia de desechos tóxicos provenientes de industrias, que evaden el control institucional mediante actos corruptos, y los de animales y humanos, sobre todo en amplias zonas urbanas que carecen de servicios públicos primarios, contaminan la atmósfera que respiramos. El tercer lugar de causas de muerte, según la Organización Mundial de la Salud, lo ocupan las enfermedades de las vías respiratorias inferiores: (gripe, bronquitis aguda, bronquiolitis, neumonía: 3.46 millones de muertes al año). Estas causas de fallecimiento son, a su vez, efecto de esos desechos sobre los cuales no sólo no hay control, sino que se los propicia desde el gobierno, a título de dejar hacer, dejar pasar, concediendo permisos de fabricación o construcción y haciendo caso omiso a la emisión de gases y detritus tóxicos a cambio de sobornos.
El hábitat de la humanidad ha llegado a un punto crítico insoslayable. “Hemos tenido otras pandemias en los años recientes y se han lanzado advertencias de que algo muy grave podría ocurrir... los desastres naturales –pandemias, incendios, huracanes, inundaciones– van a continuar”, dice el sociólogo estadunidense Jeremy Rifkin. Algunos gobiernos y gobernantes así lo han entendido. En su documento reciente Algunas lecciones de la pandemia Covid-19, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido bastante claro: el modelo neoliberal sólo se orienta a procurar lo material, el mero crecimiento económico, sin importar el bienestar de la gente ni el daño que este proceder puede ocasionar al medio ambiente y a la salud de las personas. Es hora de que las palabras contagien de su coherencia a los hechos.