Jorge Eduardo Navarrete / II
En la primera parte de este artículo, el 16 de abril, afirmé que lo único novedoso de lo ocurrido en las conferencias virtuales OPEP/no-OPEP había sido la irrupción de Donald Trump, orientada, se dijo, a evitar que un disenso menor de México impidiese el acuerdo más ambicioso de reducción de la oferta mundial de crudo. Como se informó el jueves 9, los 23 productores convinieron retirar del mercado 10 millones de barriles diarios (mbd) en el bimestre mayo-junio. Arabia Saudita y Rusia absorberían una mitad y la otra se prorratearía entre los demás, con reducciones de 350 a 400 mbd para cada uno. La delegada por México argumentó que 100 mbd era el mayor recorte que podría aceptar, pues su nación está empeñada en revertir la declinación de largo plazo de su producción petrolera. En el pasado quinquenio, ésta se abatió de 2 mil 267 mbd en 2015 a un mínimo de mil 661 mbd en 2019, caída que sólo ahora comenzaba a corregirse (en enero y febrero de 2020 la cifra fue de mil 672 mbd). Trump irrumpió en la reunión para asegurar –según una de numerosas versiones– que Estados Unidos efectuaría cualquier reducción que México no pudiera absorber, recibiendo, en su momento, la compensación adecuada. Recuérdese que el acuerdo unánime se consiguió el lunes 13, con una reducción total de 9.7 mbd, alrededor de 10 por ciento de la producción corriente. Los recortes acordados en años pasados apenas se acercaban a un décima parte de este volumen.
Los presidentes de Estados Unidos, y ahora Trump en especial, habían presionado a la OPEP en diversos momentos, pero siempre en busca de precios más bajos del petróleo en los mercados mundiales. Ahora, en cambio, la presión se ejerció para asegurar un acuerdo orientado a estabilizar el mercado, sostener y, más adelante, elevar las cotizaciones. Como principal productor mundial de crudo, Estados Unidos encontró una coyuntura para colocarse al lado de productores y exportadores de otros países, pues resultó ya inocultable que la caída precipitada y cuantiosa de las cotizaciones –que nocionalmente colocaron en algún momento al West Texas Intermediate (WTI), el crudo marcador estadunidense, en terreno negativo– resultaba muy perjudicial para los productores de Estados Unidos, en especial para los de alto costo, los considerados productores de crudo no convencional.
Aunque quizá muestre haber sido momentáneo, el cambio de posición de Estados Unidos significó una sacudida de enorme magnitud para el mercado petrolero y la economía y el comercio mundiales. En una declaración formal, el secretario de Energía de Estados Unidos lo calificó como modificación fundamental para la política petrolera mundial ( FT, 14/4/20).
Según este funcionario, el presidente estadunidense jugó, en las semanas anteriores a los encuentros OPEP/no-OPEP, un papel crucial para convencer a Arabia Saudita y Rusia de suspender su guerra de precios y buscar nuevos y más ambiciosos entendimientos de control de oferta. Esta nueva actitud, según el secretario Brouillete, refleja la nueva posición de Estados Unidos en el mundo petrolero: cuando dependíamos por completo de nuestras importaciones de crudo, resultaba impensable que actuáramos para convencer a dos productores de esa importancia a sentarse a la mesa para resolver sus diferencias.
A un día de iniciarse el bimestre en que los productores OPEP/no-OPEP deben reducir su producción en casi 10 mbd y con precios todavía sumamente deprimidos, incluso por debajo de los 20 dólares por barril, parece más probable que otros productores, no participantes en los acuerdos, como Noruega, Canadá, Brasil y Estados Unidos mismo, se vean forzados a reducir sus niveles de producción, no por designio de política, sino por circunstancias del mercado que obliguen a cerrar válvulas a algunos de los productores de más alto costo. Las limitaciones de capacidad de almacenamiento –que afectan en especial a los campos en tierra, alejados de los litorales, sin alivio en buquetanques habilitados, y que parecen haber sido el principal factor detrás del movimiento sin precedente a terreno negativo de los precios del WTI a mediados de abril– pueden ser un factor adicional que fuerce reducciones de la oferta de crudo.
British Petroleum fue una de las primeras grandes corporaciones petroleras en divulgar sus resultados del primer trimestre. Muy malos, pero no tanto como algunos esperaban: pérdida por 4 mil 365 millones de dólares, frente a utilidades de 2 mil 934 millones en enero-marzo de 2019 y de sólo 19 millones de dólares en el pasado trimestre. Pesó en el resultado el menor valor de las existencias de petróleo de la empresa derivado de la caída de los precios. Decidió, sin embargo, pagar un dividendo de 0.105 dólares por acción.
El telón de fondo de los dramáticos acontecimientos en el mercado mundial de petróleo en el mes que termina fue, desde luego, la pandemia. Ésta significó, en palabras del CEO de British Petroleum, “un doble shock, de oferta y de demanda, de magnitud nunca antes vista”. El ambiente de volatilidad e incertidumbre persistirá mientras perdure la pandemia… y más allá.
Pandemia y miseria
Francisco López Bárcenas
Además de los efectos desbastadores propios de su naturaleza, las crisis también desatan las más bajas pasiones humanas. La pandemia de coronavirus que en estos tiempos padece el mundo no es la excepción. El avance científico no ha servido para potenciar los sentimientos de convivencia entre hermanos, sino para desatar la avaricia a costa incluso de la vida humana. Cual modernos piratas, los países poderosos se apropian los implementos destinados a otros con menos poder que ellos, dejándolos desprotegidos y a su suerte. En el ámbito nacional los empresarios exigen programas económicos para salvar sus empresas, sin siquiera lanzar un gesto humanitario para salvar vidas en peligro. Los políticos regionales y locales no se quedan atrás, los apoyos que ofrecen a los potenciales votantes, los realizan como dádivas de personas de buena voluntad, imprimiendo su imagen o su nombre en los productos que reparten, para que los beneficiarios los recuerden cuando llegue el momento de cobrar el apoyo. Hay excepciones, pero sólo sirven para confirmar la normalidad tan anormal.
Vistos desde el mirador de los pueblos indígenas, los gobiernos quedan muy mal parados. La información que puntualmente se ofrece a la población ha resultado inútil para ellos, pues nadie se ha preocupado por traducirla a sus lenguas; los locutores de las radios indigenistas han hecho un esfuerzo, pero su cobertura no es nacional y no abarcan todas las lenguas indígenas; las necesidades de alimentación, trabajo y salud nadie las atiende, no hay un programa de incentivación a la economía doméstica similar al que se implementa para la pequeña y mediana industria; nadie se ocupa de los migrantes que regresan a estar con sus familias después de que fueron echados de sus trabajos, ignorando su aporte a la economía con las remesas que hacen de Estados Unidos. En materia de salud, cuando acuden a un hospital es por mera intuición de que pueden estar infectados porque no existe personal especializado en sus comunidades, y si los médicos que los atienden coinciden con las sospechas, los envían a otros hospitales donde los atienden sin informarles de su situación.
Hay otros problemas relacionados directamente con la pandemia. En el hospital de Juxtlahuaca, municipio mixteco ubicado en el estado de Oaxaca, una señora murió de hipertensión, pero el personal médico informó que fue por coronavirus y ordenó a sus familiares que su cuerpo fuera enterrado inmediatamente, bajo pena de multa. Nadie explicó el por qué de esa determinación y los vecinos sospechan que lo hicieron para infundir temor entre la población; por esa determinación la difunta quedó sin el ritual de despedida del alma, y por tanto no irá al ñuu ndii –pueblo de los muertos– y andará vagando, mientras ellos cargan con el estigma de no haber cumplido y estar, posiblemente, contaminados. En Pichátaro y Quinceo, comunidades purépechas, se han presentado casos, que han sido trasladados a los hospitales del estado, pero los responsables de esas instituciones no dan información sobre su situación, haciendo desesperar a los familiares. Y así por el estilo.
Aprovechando la situación creada por la pandemia, el gobierno federal y los gobiernos de las entidades federativas involucradas usan la inmovilidad ciudadana para impulsar las obras del Tren Maya y del Corredor Transístmico, sabiendo que la oposición a ellas será menor a la que ha venido enfrentando por quienes consideran que violan sus derechos. Lo insólito de esta determinación es que los tribunales competentes de Campeche y Yucatán se han negado a recibir las solicitudes de amparo presentadas por los agraviados, bajo el argumento de que no son asuntos de urgencia. Esta situación configura una suspensión de derechos y sus garantías, la cual, para que sea válida legalmente, requiere que se haga por el Presidente de la República, con la aprobación del Congreso de la Unión o de la Comisión Permanente en su caso, cosa que hasta ahora no ha sucedido. La suspensión de los términos en los procesos judiciales no es suficiente para suspender en ejercicio de sus derechos y garantías.
Frente a tanta miseria la grandeza de los pueblos comienza a florecer. Ellos se han organizado para enfrentar el problema y lo hacen con sus propios recursos. La gran mayoría se han encapsulado, ordenando a sus guardias que vigilen la entrada y salida de personas, la alimentación de sus miembros la resuelven entre familiares y si es necesario recurren a la solidaridad comunal, como en las comunidades purépechas de Ihuatzio y Cucuchucho, donde los jóvenes han organizado colectas de despensas que reparten entre quienes las necesitan; en la salud tienen más problemas porque aunque algunos cuentan con médicos, éstos carecen del instrumental para detectar la presencia de letal virus. Lo que les preocupa es lo que viene. Cómo van a ser sus relaciones con un Estado que los excluye de facto, cómo van a resolver la falta de trabajo y alimentos. En fin, cómo van a hacer para construir un mejor futuro. Ese es su reto mayor. Que la miseria humana no le gane a la solidaridad humana.