Al-Dabi Olvera*
Repleto de turistas cada fin de semana, el viejo pueblo nahua de Tepoztlán se encuentra hoy bajo resguardo. A pocos días de la Semana Santa, en una asamblea convocada por las mayordomías tradicionales y los barrios, la población de Tepoz dio un vuelco radical y detuvo el continuo flujo de vacacionistas para evitar la entrada de un virus que ya cobraba víctimas en la capital, a sólo 45 minutos del pueblo.
Karina Vara, habitante de Tepoztlán, relata: decidimos no afrontar la pandemia con el miedo, sino rescatando nuestras formas de organización. Así, el pueblo nahua que cada ocho días se debate entre la gentrificación y la defensa de su territorio, entre la memoria del zapatismo y la colonización metropolitana, enfrenta la crisis con formas que nunca perdió: su gobierno, producción, cuidado y salud propios.
Cerrar el pueblo les acarreó críticas. Vara relata que hubo avecindados y empresarios turísticos que les acusaron, con aseveraciones racistas y clasistas, de impedir el libre tránsito y violar sus derechos. Pero la estructura barrial prevaleció en su derecho a la libre determinación. Hoy, hasta el municipio coopera para reforzar las barricadas sanitarias y su organización les permite vigilar las entradas todo el día mediante relevos.
Además, los acopios internos destinados para las brigadas que combaten los incendios son destinados a quienes viven al día. Así, Karina Vara opina que, paradójicamente, el virus los hace reconsiderar: nos sacude para ver que no le podemos apostar a la forma en que hemos adoptado los pasados 10 años.
Tepoztlán no es el único pueblo que echa mano de su organización comunitaria en tiempos de cataclismos. En el México de abajo, rural, pululan estrategias de autoprotección popular. Hoy, los pueblos nahuas de Hueyapan, Tetela del Volcán y Zacualpan, en Morelos, los pueblos wirrárikas, de Jalisco, los pueblos pertenecientes a la CRAC-Policía Comunitaria en Guerrero, decenas de localidades en la Sierra Juárez y la geografía mixe de Oaxaca, los Caracoles zapatistas y pueblos choles como Tila, en Chiapas, se resguardan. Los ampara el artículo segundo de la Constitución, el Convenio 169 de la OIT, la Declaración de la ONU sobre derechos de los pueblos indígenas y, sobre todo, su historia.
Otro ejemplo: en la meseta purépecha de Michoacán, el pueblo de Cherán K’eri activó en marzo la estructura de gobierno comunal al saber de los primeros casos en la entidad. Oliveros Macías, encargado de la Comisión de Salud Pública del gobierno por usos y costumbres, relata que informaron la situación a las fogatas, asambleas creadas a partir del movimiento en defensa de los bosques de abril de 2011. De ellas recibieron el aval para reforzar las barricadas, cuidadas por la Ronda Comunitaria, pero con filtros sanitarios asistidos por pasantes de medicina de la propia comunidad.
En Cherán y muchos pueblos del país a los residentes que llegan de afuera, especialmente de Estados Unidos, se les pide que guarden 15 días de aislamiento. Además, los mercados dan prioridad a artículos de primera necesidad y los gobiernos por usos y costumbres se organizan para conseguir víveres para grupos en riesgo.
Oaxaca es el estado con menos dispersión de coronavirus en el país. Jaime Luna, antropólogo zapoteco de Guelatao, dice que esto tiene relación con el impenetrable territorio oaxaqueño y su estructura de 418 municipios regidos por usos y costumbres. Fueron las autoridades comunales de la región las primeras en ser conscientes del peligro del virus. Hace un mes, pidieron al gobierno federal que la celebración del natalicio de Benito Juárez no fuera masiva con el fin de proteger a sus pueblos. Y si en la región, explica Luna, hay aún fiestas patronales y otros actos fundamentales para reforzar los lazos internos, es porque la vida y condiciones posibilitan el quedarse en casa y el sustento propio.
Sin embargo, la lingüista mixe Yásnaya Aguilar, cuyo pueblo Ayutla resiste al Covid-19 sin acceso al agua y con sequía, ha escrito en diversas columnas que los pueblos han sufrido terrible mortandad a causa de diversas epidemias. También recuerda que la colonización entró en el continente en el siglo XVI junto con enfermedades que aniquilaron a millones. La expansión de la lógica metropolitana, colonial y capitalista continúa hoy acechando a los pueblos. Además, persiste la deficiente estructura de salud del estado que aumenta su vulnerabilidad.
Pero los pueblos no sólo se autoprotegen. También comparten su pensamiento, conscientes de que, para detener las catástrofes (la amenaza del virus, el calentamiento global o la extinción masiva), hace falta un cambio radical. Si bien las fogatas del aniversario de la lucha cheranense no fueron encendidas, la memoria de su lucha no fue silenciada. Mediante conversatorios transmitidos en línea, mujeres, mayores y jóvenes de Cherán compartieron experiencias.
Manuales de salud colectiva, comparticiones de uso de medicina propia, guías de cuidados; los pueblos circulan por todo el orbe formas de vida que ejemplifican el llamado del zapatismo maya para cambiar temporalmente las formas para sabernos durante la crisis. Quizás esta invitación a cambiar las formas pueda ser permanente, más memoriosa que predictiva, y quizás exija reconsiderar, en la práctica, el vivir, el producir y hasta la dignidad en el morir.
Hoy, que los principios de ayuda mutua, la vecindad solidaria, las guardias propias, el partir del saber situado parecen más fuertes que la futurología filosófica, la práctica barrial ante la epidemia, en Cherán, en Tepoztlán u otras ciudades, son la materialización, ya no de un mundo por venir, sino de otro mundo que sucede a diario.
*Cronista
La violencia de género, con y sin pandemia.
En plena epidemia, cuando la vida cotidiana de millones de personas se ve prácticamente circunscrita sólo al ámbito familiar, la violencia en contra de las mujeres, lejos de disminuir, se ha intensificado en los días que van de confinamiento por el coronavirus. Bien mirado el dato, no resulta tan sorprendente si se toma en cuenta que una de las manifestaciones más comunes de la violencia de género tiene lugar precisamente dentro de la familia. En ese núcleo se juntan los factores sicológicos, siquiátricos, sociales y culturales que detonan el comportamiento agresivo que deriva en lesiones de todo tipo, y en casos extremos culmina con la muerte de las víctimas. Extremos, pero no por ello inusuales: el hecho de que en los tres primeros meses del año, incluido el periodo de emergencia sanitaria, se hayan registrado en el país casi mil asesinatos de mujeres (la cifra más alta desde 2015, cuando se empezaron a elaborar estadísticas sobre el tema) indica que la curva de esta forma de violencia mantiene su alarmante tendencia a crecer.
Desde hace al menos un decenio casi no hay día en que los medios no informen de abusos y agresiones cometidas contra mujeres, ya sea en sus entornos familiares o en otros escenarios. En este periodo, algunos expertos en ciencias del comportamiento han llegado a conclusiones tales como que la violencia de género en el hogar no se puede atribuir a desórdenes síquicos ni patologías individuales de los agresores, ni tampoco a factores derivados del medio externo o de la estructura socioeconómica, dado que –dicen– las agresiones se producen en todos los estratos sociales.
Acerca de este punto, sin embargo, no hay coincidencias. Algunos funcionarios han declarado recientemente que el confinamiento obligado por el Covid-19 favorece, con sus tensiones, la violencia intrafamiliar, basándose en que desde que inició la cuarentena los porcentajes de denuncias por agresión y maltrato se han incrementado, alcanzando otro indeseable récord desde que se contabilizan dichas denuncias. Además, ni siquiera se dispone de datos confiables sobre el número real de mujeres agredidas: una agencia de investigaciones y estadísticas sostiene que la cantidad de denunciantes de hechos violentos sólo representan 11 por ciento del universo de afectadas.
Estos números fortalecerían la hipótesis de que el aumento de la violencia de género se debe, por lo menos en parte, a la situación de estrés e incertidumbre que provoca el aislamiento familiar debido a la emergencia sanitaria. Pero tampoco sobre esto hay opiniones coincidentes. Hay diferencia entre las llamadas por violencia y las denuncias ante el Ministerio Público, y como estas últimas no se han incrementado de manera tan dramática como aquéllas no es fácil tener un dato numéricamente confiable de cuántas son las mujeres víctimas de violencia.
Como sea, la información disponible indica que el número de víctimas es inadmisible, incluso cuando una sola constituiría una tragedia. Si se suman la figura de los homicidios dolosos y la de feminicidio, y se le agrega la enorme cantidad de casos en que las mujeres agredidas no pierden la vida, pero sufren distintos grados de lesiones, en su casa o fuera de ella, con o sin confinamiento, continúa siendo acuciante la necesidad de combatir con mayor eficacia el terrible problema que parece haber echado sus malas raíces en nuestra sociedad.