José Blanco
El 1º de julio de 2018 produjo un gran estupor en el conjunto de la sociedad mexicana. Todos fuimos impactados, aunque por razones muy distintas; los ánimos y las expectativas, así, tomaron rumbos diferentes. Ya instalado el gobierno de la 4T, las mayorías sociales han ido recibiendo los beneficios iniciales derivados de los programas propuestos durante la campaña y, en esa medida, van afianzando su confianza en la 4T. La profundización y la permanencia de los programas sociales no sólo provocarán cambios sociales relevantes, necesarios a la sociedad mexicana como conjunto, sino acrecentarán la legitimidad de la idea de Morena: por el bien de todos, primeros los pobres. No obstante, la legitimidad de esa idea no la tiene Morena en cuanto partido. Los morenistas –incluyendo al Presidente– tienen esa deuda con las mayorías: lograr la plena identificación de la idea de Morena con el partido.
En el espacio social de las mayorías la atmósfera es en general distendida. Hay apremios, desde luego, pero están cargados de esperanza positiva. No ocurre lo mismo en el segmento social derrotado en las urnas. Aquí reina la negatividad. Los sectores sociales, económicos y políticos vencidos con los votos de los electores, continúan atrapados en la negación de la derrota; lo ocurrido no pudo haber sucedido. Así lo expresan: lo realizado por el gobierno de la 4T está mal hecho, por definición. Para esos sectores está mal hecho por un doble motivo: porque creen que sólo existe una sola forma correcta de hacer las cosas (el discurso único del dogma neoliberal), y porque el espacio para hacerse de abrumadores privilegios, creado por el modelo anterior, la 4T está cerrándolo con celeridad.
En esa circunstancia de negación antidemocrática, el segmento con poder de los sectores sociales aludidos, mandan andanadas continuas de descalificación a las realizaciones del gobierno. Aparecen cotidianamente en los diarios en la forma de fake news y posverdades, o artículos de opinión pretendidamente experta; aparecen también, todos los días, en los medios electrónicos de comunicación en entrevistas a especialistas interesados o en paneles de consultores, con mucha frecuencia consejeros financistas y economistas neoclásicos.
Para quienes interesa el futuro de México y la idea de Morena, el problema a la vista es la indiferencia o la minimización que el gobierno de la 4T y el Presidente en particular hacen de la negación, pública y continua, proveniente de los vencidos. El Presidente con frecuencia expresa que los dicterios contra la 4T, proferidos por el poder mediático, son posibles porque hay democracia y libertad de expresión, y que quienes los emiten tienen derecho a hacerlo. Hasta ahí, todo bien, pero esa respuesta no desactiva el poder potencial de destrucción contra la 4T, no sólo del neoliberalismo, también del posible surgimiento de un discurso populista de derecha (en otros lares ha demostrado un enorme poder de realización) que se apropie de los malestares sociales que vayan acumulándose por insuficiencias de los programas o por la lentitud con que sus beneficios lleguen al mar de pobres que puebla el territorio, o por el efecto adverso derivado de una probable crisis financiera y comercial internacional. Trump ha probado ser un maestro en esas artes, pero también ahí están, en el poder o en ascenso, Matteo Salvini (Italia), Viktor Orbán (Hungría), Jussi Halla-aho y Laura Huhtasaari (Finlandia), Alice Weidel y Alexander Gauland (Alemania), Marine Le Pen (Francia) o Jair Bolsonaro (Brasil)...
El gobierno de la 4T está en la obligación de dar cumplimiento a los programas enunciados tanto en la campaña como desde el propio gobierno ya instalado. Pero hay una obligación aún mayor para el presidente AMLO y los morenistas: dar vías de viabilización efectiva a la Cuarta Transformación. Más allá de 2024, la idea de Morena, primero los pobres, debe continuar sin fatiga. Al mismo tiempo, ahora y después de 2024, la creación institucional y los cambios en la correlación de fuerzas deben desembocar en una transformación del Estado; una línea política de creación institucional para demoler las instituciones que dieron cuerpo y forma al Estado neoliberal. Dar oportunidad a esa línea es una garantía que el presente gobierno debe dar y hacer posible.
La garantía de continuidad no será posible sin un ensamble productivo entre las tareas del gobierno y la acción de Morena como partido-movimiento. Por ahora la sociedad mexicana no está organizada para presionar al gobierno y su partido a efecto de provocar ese ensamble. Debe ser responsabilidad del presidente López Obrador y de los morenistas desde su partido. Ocurre, sin embargo, como todo mundo sabe, que los morenistas se hallan lejos de estar organizados y en acuerdo interno para cumplir su parte. No está claro si los morenistas podrán por sí solos alcanzar la unidad de propósito que las mayorías reclaman. Aún están en tiempo. Deben apresurarse.