Néstor Martínez Cristo
Hace 15 días, cuando en Madrid apenas se iniciaban los trabajos de la COP25, en estas mismas páginas me publicaron un texto en que alertaba sobre la trascendencia de esa cumbre mundial, como el foro para que las naciones lograran compromisos firmes que llevaran a evitar catástrofes futuras –ya inminentes– por el calentamiento del planeta: Última oportunidad, se intituló.
Pues bien, la COP25 fracasó. Concluyó apenas el domingo pasado, dos días después de lo programado, sin acuerdos que permitan dar paso al optimismo sobre la salud de la Tierra. Se desoyó a la ciencia y predominó, como suele ocurrir, el interés económico de las grandes naciones emisoras de los gases de efecto invernadero a la atmósfera, entre ellos muy señaladamente China, Estados Unidos y Brasil.
Los delegados de casi 200 países que participaron en la cumbre no lograron sellar compromisos concretos para reducir la emisión de los gases de efecto invernadero y tampoco fueron capaces de alcanzar mínimos consensos para fijar reglas de funcionamiento de los futuros mercados de carbono entre países y empresas, un proceso que debe contar con sistemas de verificación y normas claras para evitar la doble contabilidad, es decir, que las reducciones de gases contaminantes se las anoten mañosamente el país que compra y el que le surte.
A lo largo de las más de dos semanas que duraron los trabajos fue evidente la distancia existente entre los países decididos a multiplicar esfuerzos y aquellos que no están dispuestos a asumir compromisos adicionales que afecten hoy, de algún modo, sus intereses económicos.
Resultó clara la conformación de tres bloques de países: aquellos encabezados por la Unión Europa, que empujaron con insistencia para que los gobiernos asumieran la necesidad de llevar a cabo una revisión al alza de sus contribuciones para evitar el calentamiento global, si en verdad existe la voluntad de que la temperatura del planeta no suba más de 1.5 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales, contra las potencias que mayores emisiones de gases producen y que fueron renuentes a sellar acuerdos de fondo. El tercer bloque, como siempre, integrado por los gobiernos de las naciones indiferentes, poco comprometidas o pobres.
En este sentido, el multilateralismo se resquebrajó. Las mismas presiones y enfrentamientos entre países que se viven en otros ámbitos, se filtran irremediablemente en las negociaciones climáticas.
Antonio Guterres, el secretario general de las Naciones Unidas, admitió su frustración: “Estoy decepcionado con los resultados. La comunidad internacional perdió una oportunidad importante para mostrar mayor ambición… pero no debemos rendirnos”.
A estas alturas del siglo XXI es un hecho que los estados tienen la obligación indeclinable de velar por la salud del planeta. Hoy pocos pueden tener dudas de que el costo de no hacer nada será muy superior en unos cuantos años al que supone alcanzar compromisos y actuar con tiempo.
Voltear la vista hacia otro lado y hacer caso omiso a la emergencia, sólo contribuye a agravar la crisis climática, la enfermedad que la humanidad está enfrentando. Son las medidas concretas y ya no más los discursos huecos, falsos, las que permitirían –en todo caso– modificar las voluntades políticas en el combate contra el calentamiento global.
Lograr la descarbonización de la economía global exige una verdadera reconversión industrial y tecnológica, muy complicada, a la que los países más pobres y los más desiguales del planeta no sólo no pueden aspirar, sino que ni siquiera alcanzan a ver ni a entender. Sus prioridades, en los días actuales, están muy lejos de prever el futuro. Viven el día y emplean sus recursos, en el mejor de los casos, en lo urgente y como van pudiendo.
Es un hecho que de esa reconversión depende, sin exagerar, la viabilidad futura del planeta. Ni más ni menos. Pero dadas las terribles asimetrías imperantes en el mundo, la transición debe ser adoptada por los más desarrollados, sin mezquindades, y llevada a cabo no sólo de manera equilibrada, sino además justa.
Según las notas periodísticas más confiables, al margen del escaso balance político de la cumbre, algo de lo más destacable fue la presión ejercida en paralelo por los movimientos ecologistas, los colectivos civiles y las generaciones más jóvenes, además de la sólida comunidad científica, los cuales tuvieron mayor intensidad y visibilidad que nunca antes.
Resultados prácticamente nulos como los vistos, luego de tantos esfuerzos por construir en Madrid, conducen a una conclusión poco esperanzadora: se agranda la desconexión existente entre los gobiernos y la ciencia, respecto de la crisis climática y a la urgente necesidad de actuar.
La indolencia y los intereses económicos han predominado, una vez más, sobre el conocimiento. Pero ya no hay tiempo. La ciencia debe insistir. Tiene la razón y no puede, no debe, seguir siendo desoída.
AMLO: mensaje desde La Habana.
Ángel Guerra Cabrera
Donald Trump proclama en un trino su apoyo a Jeanine Áñez, augusta sirvienta del imperialismo en Bolivia. La hasta hace poco desconocida senadora, hoy se sienta en el vetusto Palacio Quemado gracias a un golpe de Estado digitado desde Washington con el apoyo del jefe del ejército boliviano. Según Trump, la autoproclamada trabaja para asegurar una transición democrática y pacífica a través de elecciones libres. Y cierra su mensaje con la olímpica afirmación: ¡Estados Unidos está con los pueblos de la región por la paz y la democracia!
Sus palabras llevan el sello de Mauricio Claver-Carone, su asesor para América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional, el mismo imperial y prepotente sujeto que se retiró enfurecido de Argentina cuando tomó conciencia que a unos metros de él, ¡horror!, se encontraban Jorge Rodríguez, ministro de información de la chavista Venezuela y el ex presidente de Ecuador Rafael Correa, quienes también asistían a la toma de posesión del presidente Alberto Fernández.
Salido de las cloacas de la contrarrevolución de Miami, es seguro que a Claver-Carone le molestara aún más la presencia de Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba. Sólo que como comenta un compatriota y colega, haberse quejado de eso habría sido demasiado humillante para el enviado de Trump.
Me decía hace unos días un querido amigo, con muchos años de vida en Washington, que para él no es nada nuevo que el ocupante de la Casa Blanca y los funcionarios de la administración en turno digan mentiras. Pero añadía: nunca en mi larga estancia en esa ciudad escuché mentir tanto y tan seguido como desde que Trump llegó a la presidencia.
De qué democracia, qué paz y qué transición democrática en Bolivia habla Trump cuando reviven la Doctrina Monroe, el macartismo y los golpes de Estado. Con el de Evo Morales suman tres los gobiernos depuestos por golpes gestados o bendecidos por Washington en nuestra región en los últimos nueve años. Pero hay que añadir el intento de golpe permanente y enfurecida guerra económica contra el presidente Maduro desde el primer día de su mandato y el derrotado por Hugo Chávez y la unión cívico-militar en 2002, acciones imperialistas absolutamente violatorios del derecho internacional. Por no mencionar la injusta cárcel contra Lula da Silva sólo para impedir que ganara la elección presidencial pasada en Brasil, además de la guerra jurídica contra Cristina Fernández de Kirchner para tratar de frenar la espléndida victoria electoral que acaba de lograr en Argentina el Frente de Todos. Y qué decir del bloqueo económico, comercial y financiero más largo y despiadado de la historia contra Cuba, pese al reiterado voto en contra de la aplastante mayoría de los estados miembros de la Organización de Naciones Unidas. Un bloqueo por ser independiente, digna, soberana, por no haber podido derrotarla ni con ese recurso, que es un crimen de lesa humanidad, ni con invasiones, décadas de terrorismo y comprobadas acciones de guerra biológica contra su población. Esa es la democracia, la paz y la transición democrática de la que habla Trump.
En La Habana tuvo lugar apenas el pasado día 15 una cumbre extraordinaria de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América con motivo de su 15aniversario. Ahí, miles de estudiantes cubanos y de muchas otras nacionalidades, en el lugar donde Fidel Castro se hizo revolucionario y donde Hugo Chávez pronunció su primer discurso en Cuba, fue celebrado el acontecimiento.
En ese momento y sitio histórico, donde también se produjo la chispa de la entrañable amistad de Chávez con Fidel, que prendió 10 años después en la ALBA, el presidente Díaz-Canel disparó este párrafo muy actual mientras argumentaba sólidamente por qué Estados Unidos es quien amenaza e interfiere en nuestra América: El golpe de Estado al presidente constitucional Evo Morales Ayma confirmó que a Estados Unidos y las fuerzas reaccionarias no les importa aplastar por cualquier medio las libertades y los derechos humanos de los pueblos con el fin de revertir los procesos emancipatorios en la región. Como siempre, usaron a su fiel peón: la Organización de Estados Americanos (OEA).
Díaz-Canel reconoció la importancia de la llegada de dos líderes progresistas a las presidencias de México y Argentina. Sin duda son dos países muy influyentes que necesitan paz y estabilidad para reconstruirse tras el arrasamiento neoliberal. El neoliberalismo no tiene futuro más que conducir a la miseria y al quiebre de las libertades democráticas de millones de seres humanos.
Es muy estimulante que el venerable México juarista y cardenista asuma en este instante la presidencia pro témpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. La cumbre de la ALBA le ha asegurado todo su respaldo en esta importante responsabilidad.
Twitter: @aguerraguerra