
David Brooks
▲ La madre del migrante guatemalteco Carlos Hernández Vásquez muestra en un celular la imagen de su hijo, quien falleció el pasado día 20 estando bajo custodia de la Patrulla Fronteriza, en Texas, y es el sexto menor que muere mientras estaba al cuidado de las autoridades estadunidenses, quienes aseguran que padecía influenza.Foto Afp
Es imposible no gritar, escribir con lágrimas de furia, gritar otro poco y cansar a la gente por tanto gritar, escribir y gritar: ¡los niños, carajo!
La crueldad es parte integral de la política violenta del régimen actual estadunidense, y sus consecuencias para los menores de edad es lo más inaguantable (si es que hay grados de aguante). Noticias recientes como ejemplo:
Las autoridades federales detectaron otros mil 700 casos de niños inmigrantes separados a la fuerza de sus padres, además de los casi 3 mil ya anteriormente identificados, y eso que se esperan aún más casos, mientras otros están perdidos en el sistema.
Por lo menos seis inmigrantes menores de edad han fallecido estando bajo custodia de las autoridades federales estadunidenses. El caso de una niña salvadoreña de 10 años, quien falleció en septiembre, apenas fue revelado la semana pasada; los otros cinco son guatemaltecos, el más reciente, un adolescente de 16, quien falleció de influenza en un centro de detención el lunes pasado.
El gobierno está considerando una nueva política antimigrante para familias con niños detenidos en la frontera: los padres tendrán que optar entre aceptar la separación de sus hijos de manera indefinida o acordar suspender los derechos de los niños para que sean encarcelados junto con ellos. Todo esto a pesar de que pediatras y sicólogos han declarado que la encarcelación de niños tiene consecuencias traumáticas para ellos.
Pero no sólo son los inmigrantes los que sufren estas políticas, y no sólo es este régimen que las impulsa (aunque se distingue para ser aún peor que los gobiernos pasados); la crueldad hacia los niños en este país es amplia, profunda y estructural: en el informe anual más reciente del Childrens Defense Fund, se calcula que 13 millones de menores –uno de cada cinco en el país– viven en la pobreza. Ningún niño debería tener que preocuparse sobre de dónde llegará su próxima comida o si tendrá donde pernoctar cada noche en el país más rico de la Tierra, señala el informe.
Por otro lado, la violencia por armas de fuego mata a niños tanto en casa como en el extranjero. En las por lo menos nueve guerras en que participa Estados Unidos ahora, los niños –como en toda guerra– siempre son los que más sufren. En casa, las balas fueron la segunda causa de fatalidades de jóvenes entre uno y 19 años de edad; este país es el líder del mundo en mortalidad de menores de edad por armas de fuego. En 2017, 2 mil 462 niños de edad escolar murieron por armas de fuego, más que el doble del total de muertes de militares estadunidenses desplegados en el mundo.
Y para acabar, los niños hoy viven bajo pronósticos del fin del mundo por una crisis ecológica de tal magnitud que los expertos y científicos advierten que sin cambios radicales, sobre todo en frenar la producción de hidrocarburos, dentro de los próximos 12 años, los efectos ambientales serán catastróficos e irreversibles para el planeta.
El antídoto
Ante todo esto, y con los adultos en el poder que, en los hechos, obviamente odian a los jóvenes, hay avisos de una rebelión de los niños en este y otros países. El pasado viernes, cientos de miles de niños abandonaron las clases para participar en una de las mayores movilizaciones a escala mundial para exigir acciones sobre el cambio climático; los estudiantes en este país ahora encabezan el movimiento para el control de las armas; veteranos de guerra jóvenes están entre los disidentes más feroces contra las políticas bélicas de este país; los dreamers y otros jóvenes migrantes están entre los líderes de la resistencia a la guerra contra sus comunidades; y ahora la mayoría de los jóvenes reprueban el capitalismo y favorecen un sistema económico y político más justo y sustentable (algunos se atreven a llamarlo socialismo).
Esa rebelión de los niños podría rescatarnos a todos.
PD: en relación con la columna de la semana pasada, una nueva encuesta de Gallup registró que más de cuatro de cada 10 estadunidenses hoy día creen que el socialismo sería bueno para su país.
Robótica contra empleos
Tras un encuentro realizado recientemente en Pekín, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés) concluyó que los sistemas educativos deben reinventarse para que los educandos puedan hacer frente a un mercado laboral en que al menos 30 por ciento de los empleos actuales estarán automatizados con instrumentos de inteligencia artificial (IA) y robótica, lo que desplazaría a unos 375 millones de trabajadores en el mundo. El organismo internacional alertó además sobre el peligro de que el empleo masivo de IA en los procesos académicos desemboque en una intensificación de las desigualdades –particularmente las de género– y en el mal uso de los datos personales de los alumnos.
Por su parte, el senador Napoleón Gómez Urrutia dijo ayer, en un encuentro de trabajadores industriales realizado en Bruselas, que el desarrollo de la llamada industria 4.0 –digitalización, robotización e inteligencia artificial– ha empezado ya a desplazar mano de obra en el mundo, a afectar prestaciones laborales y a generar una mayor desigualdad social y regional. El también líder del sindicato minero puso en perspectiva la disyuntiva de la transición a la industria 4.0 entre una lucha violenta por empleos o recursos tales como el agua, la energía y la tierra fértil o una transición justa y ordenada que respete y proteja a los trabajadores actuales mientras se crea nuevo trabajo decente en industrias sostenibles.
Ciertamente, el horizonte aquí descrito se ha previsto desde hace más de un siglo. Pensadores marxistas como August Bebel ( La sociedad futura) y Paul Lafargue ( El derecho a la pereza) especularon sobre los derroteros que habría de tomar la mecanización y la revolución industrial.
Ya en la primera mitad del siglo XX se reflexionaba sobre lo que ocurriría ante la incursión masiva de mecanismos automatizados en la industria y otros sectores, y de ello dan cuenta distopías como la película Metrópolis, de Fritz Lang; la novela Un mundo feliz, de Aldous Huxley, o la comedia de Chaplin Tiempos modernos. Pero si la mecanización y la automatización cambiaron radicalmente el mundo, esas transformaciones parecen mínimas ante la perspectiva inminente de los impactos que tendrá la conjunción de digitalización, robótica e inteligencia artificial.
La disyuntiva central ante este futuro próximo reside en poner la nueva revolución tecnológica al servicio de las utilidades o de las poblaciones. Lo primero llevaría, sin duda, a un escenario social de pesadilla, con una concentración sin precedente de la riqueza y una brutal expansión de la miseria, en tanto que lo segundo permitiría incidir positivamente en drásticas reducciones de la jornada de trabajo y en la generación de bienestar para toda la sociedad.
Por supuesto, esta tendencia mundial afectará, para bien o para mal, a nuestro país. El desafío básico consiste en diseñar políticas educativas y laborales que permitan la inclusión de estudiantes y trabajadores en la transformación que se viene y en armonizarlas con los requerimientos de una economía competitiva en el contexto de la globalidad. Y la reflexión, el debate y la construcción de soluciones deben empezar cuanto antes.