lunes, 18 de marzo de 2019

American curios.

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Reporte desde el manicomio
David Brooks
▲ El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, asistió ayer a misa en la iglesia Episcopal de San Juan, en Washington, acompañado de su esposa, Melania.Foto Afp
Los corresponsales y muchos periodistas en Estados Unidos asignados a cubrir al régimen de Trump tenemos la tarea de reportar las noticias desde dentro de un manicomio, con internos que hablan y operan como si todo fuera normal, y la respuesta de casi todos los gobiernos y cúpulas alrededor del mundo también pretenden que no hay nada raro aquí (aunque se sabe que en privado dicen lo obvio). Para muchos de nosotros, como periodistas, el dilema es si reportar todo como lo hacíamos antes de la llegada del bufón peligroso, y con ello otorgar credibilidad y normalidad al rey del manicomio y sus cómplices, sólo porque representan el poder político de esta última superpotencia, o si ya nombrar las cosas como son.
Me escapé un ratito del siquiátrico para ofrecer sólo algunos ejemplos de lo que sucede aquí adentro:
Este fin de semana Trump atacó, una vez mas, a Saturday Night Live, el añejo programa de comedia y sátira, y pareció amenazar con una acción federal en su contra, indicando que las agencias electorales y de comunicaciones debería de investigar el show. Peor aún, el episodio era una repetición del originalmente transmitido en vivo en diciembre.
youtu.be/AdQl7SxOHek. No es la primera vez que este presidente decide que los comediantes son sus enemigos.
Trump, en una entrevista con el sitio ultraderechista Breitbart News, pareció advertir de represión violenta contra opositores al comentar que tiene el apoyo de la policía, los militares y los Bikers for Trump (los clubes de motociclistas) y que podría ser muy malo si tienen que entrar en acción.
Tambien decidió renovar ataques contra el venerado senador republicano John McCain, quien falleció en agosto del año pasado, por entregar a la FBI materiales relacionados a la influencia rusa en las elecciones, y acusando que “él tenía ‘manchas’ mucho más graves” en su historial y que era último en calificaciones de su generación en la Academia Naval.
El mes pasado, Robert Kraft, dueño de los Patriotas de Nueva Inglaterra, campeones del Supertazón –amigo del presidente–, fue arrestado junto con varios ejecutivos en una investigación federal de prostitución y tráfico de mujeres, después de que fue captado usando los servicios de un spa en Florida. La fundadora de la cadena de estos lugares es la empresaria china Cindy Yang. Aunque aparentemente ya no era la dueña y no ha sido acusada en este asunto, se reveló una serie de otros negocios que posee en los que ofrecía acceso al mundo de Trump. De hecho, circula una foto de ella con el presidente viendo el Supertazón.
El régimen de Trump anunció el pasado viernes que prohibirá la entrada a Estados Unidos al personal la Corte Penal Internacional si intentan investigar a Estados Unidos por abusos de derechos humanos en las guerras de Afganistán y otras. La Unión Estadunidense de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) denunció este intento sin precedente de evitar la rendición de cuentas por crímenes de guerra y que apesta a las prácticas totalitarias que caracterizan a los peores abusadores de derechos humanos.
Cuando Trump fue a Alabama hace una semana para visitar a las comunidades devastadas por torbellinos, asistió a una iglesia donde se le ocurrió firmar Biblias, como si fuera el autor.
Uno de cada cuatro votantes creen que Dios quiso que Trump ganara la elección en 2016, según una reciente encuesta de Fox News.
Estas son sólo algunas de noticias desde el manicomio; no hay desabasto. La simple tarea de navegar entre las mentiras y engaños es agotadora. En 773 días en la Casa Blanca, Trump ha hecho 9 mil 14 afirmaciones falsas o engañosas, reporta el Washington Post.
Es como esa broma: dos internos están en un manicomio y uno le dice al otro yo soy el rey, y el otro pregunta ¿Quién dijo? El otro responde: Dios. Desde otro cuarto se escucha otra voz: Nunca dije eso.
Bueno, ya están cerrando las rejas del manicomio y dicen que me tengo que regresar o que me quedaré afuera. ¿Cuál es la decisión correcta para los que nos toca reportar todo esto?

Macron, en el límite
Ante la incapacidad de la presidencia de Emmanuel Macron para reorientar la política económica al bienestar de las mayorías, el vasto descontento social que recorre Francia experimentó el pasado fin de semana una escalada: en la jornada 18 de protestas sabatinas, el conflicto se tradujo en confrontaciones con la policía, barricadas en llamas, tiendas destruidas, más de un centenar de detenidos y una decena de heridos, mientras el jefe de Estado vacacionaba en los Pirineos. Lógicamente, el domingo llovieron las críticas contra Macron, quien parece haber agotado su margen político para encauzar el descontento por medio de modificaciones de fondo a la política económica.
Cabe recordar que la más articulada respuesta gubernamental a los chalecos amarillos –movimiento de nueva generación originalmente surgido en octubre del año pasado para protestar por los incrementos a los combustibles, el deterioro salarial y la inequidad en los impuestos, y que se ha extendido desde entonces a Bélgica, Holanda, Alemania, Gran Bretaña, España, Italia y Grecia– fue la realización de un debate nacional que se concretó en más de 10 mil reuniones locales en todo el país y un millón 400 mil ponencias registradas.
La presidencia se otorgó un mes para procesar toda esa información y transformarla en acciones de gobierno, sin acusar recibo de la urgencia de cambios sustantivos en el manejo económico y la diferencia de los ritmos oficial y social ha terminado por polarizar las posiciones. Las expresiones del ministro del Interior, Christophe Castaner, quien en su cuenta de Twitter llamó asesinos a los manifestantes, no han hecho más que echar gasolina al fuego de las protestas, en las que ya el sábado se escuchaba la consigna: ¡Revolución!
La insensibilidad gubernamental ante los reclamos de los manifestantes puede explicarse porque tanto Castaner como el ministro de Economía, Bruno Le Maire, están más ocupados en disipar los temores de los inversionistas ante los destrozos ocurridos en París que en imaginar fórmulas que permitan satisfacer las demandas populares.
Debe considerarse, por otra parte, que el empantanamiento político de Macron, quien es llamado presidente de los ricos por los sectores populares de su país, es, a fin de cuentas, expresión del agotamiento de la política económica neoliberal mantenida contra viento y marea por las tres últimas presidencias, independientemente de su signo partidista: de Nicolas Sarkozy, pasando por el socialista François Hollande, hasta el propio mandatario actual, Francia ha sido colocada en un camino de devastación social sin precedente.
Así, las autoridades se enfrentan a una disyuntiva peligrosa: o renuncian a fungir de meros benefactores de los capitales y orientan su gestión a un modelo de bienestar social –en la medida en que puedan hacerlo dentro de los estrechos límites impuestos por las regulaciones supranacionales, particularmente las de la Unión Europea– o se aventuran por el camino de la represión generalizada. Cabe esperar que la sensatez y una mínima sensibilidad social las lleve a decidirse por la primera de esas vías.