lunes, 26 de noviembre de 2018

Crecer.

León Bendesky
¿Por qué no crece la economía en México? Esta es una pregunta muy vieja. Se hace desde hace tres décadas.
El tema está muy manoseado, en la discusión interna, la academia, la política pública y en los organismos internacionales que lo abordan.
Se trata finalmente de una cuestión más amplia que la definición e instrumentación de las políticas públicas.
Así, tiene sentido en cuanto a la complejidad de su entramado, y aunque parezca obvio hay que buscarlo no sólo entre todos los elementos y los factores que se incluyen, sino que, temo, entre los que de plano no se consideran o se hace de manera insuficiente.
Habrá que rearmar una formulación pragmática, política y técnica para establecer la interrelación de la actividad productiva y distribución de la riqueza y los ingresos.
En este terreno hay que incluir la actividad privada y la del gobierno, que sólo puede ejercerse con recursos extraídos de la sociedad. Si el crecimiento no se ha conseguido es difícil proponer que se hará con un cambio de políticas, ¿otro más? o con reformas adicionales de signo contrario. Algo falta en la concepción de este problema.
La economía mexicana crece, poco pero sí. Lo hace de manera insuficiente e ineficiente, pero muy rentable para muchas empresas y sectores de la producción y servicios. También para ciertos grupos sociales. No se oyen entre ellos muchas quejas de este escuálido crecimiento.
Ahora bien, poco crecimiento y muy concentrado en materia de apropiación de recursos y acceso al bienestar sí que es un problema. Más aún en un entorno de inseguridad como el que prevalece.
Habría que recuperar de modo explícito la noción de excedente: cómo se genera y cómo se apropia entre los grupos de la sociedad.
La expresión del excedente económico se manifiesta de modo claro en la etapa en que el capitalismo se ha ido financiarizando crecientemente. En esto hay que hacer referencia a la crisis de 2008 y sus secuelas. Esa historia está ampliamente tratada a estas alturas y no se ha agotado.
El tema de la desigualdad es hoy protagónico, y de él se ha derivado el de la inclusión y toda una avalancha de proyectos, programas y medidas surgidos para ampliarla.
El mercado continúa siendo glorificado como ente abstracto, que provoca arreglos en la asignación de los recursos, pero de manera simultánea grandes distorsiones en las tasas de interés, los tipos de cambio o los mercados de bonos y acciones; sobre todo lo hace en el mercado laboral.
Se trata de un problema de estructuras y procesos. Tiene que ver con el poder relativo en el mercado de ciertas empresas con alto grado de monopolio, con la ineficacia en la gestión de los recursos públicos y, de modo significativo, con la marginación y exclusión de grandes segmentos de la población de los circuitos económicos.
La algarabía en torno a la ampliación de la competencia en todo el mundo no esconde el enorme grado de concentración en las empresas más grandes en prácticamente todos los sectores y el correspondiente desplante a escala global. La estructura productiva en sus escalones más altos tiene un alto componente rentista.
A todo esto hay que añadir la naturaleza y las repercusiones de las políticas y reformas neoliberales.
Este es una aspecto esencial de las condiciones económicas y sociales, y no pueden ser ya amparadas por teorías y modelo de gestión pública fallidas y muy cuestionadas.
Es llamativa la propuesta de que “es fácil culpar al neoliberalismo de todos los problemas del país, pero ¿qué realmente provoca el bajo crecimiento productivo? No se puede, así, de un manotazo, eludir lo que está ocurriendo en México y en todas partes. Hay que confrontar lo que ocurre.
No sólo de estabilidad macroeconómica vive la sociedad, aunque sea eficaz en sus propios términos. No únicamente de libre comercio, aunque se considere un ámbito adecuado. Esto ha mantenido la inclusión a raya.
El problema del poco crecimiento no se restringe al ámbito de las repercusiones de leyes, instituciones, programas, planes o reformas, las que por distintos medios influyen en el comportamiento de empresarios, trabajadores y gobierno, y que dañan la productividad.
Esta visión del fenómeno social y político es parcial. No es meramente una cuestión de incluir, sino de cohesionar, en el sentido literal de reunir la materia de la que está hecha esta sociedad. Este proceso está roto hoy en el país y sus consecuencias se exhiben de modo muy claro para todos.

El 25 de noviembre y la violencia del estado patriarcal
R. Aída Hernández Castillo
El 25 de noviembre se conmemora desde 1999 el Día Internacional de la No Violencia hacia las Mujeres. Esta fecha ha sido institucionalizada por muchos Estados latinoamericanos, centrando las actividades oficiales en la lucha contra la violencia doméstica. La radicalidad del movimiento feminista que inició esta conmemoración tomando como fecha el día en que las hermanas Mirabal fueron asesinadas en 1960 por el gobierno dictatorial de Leónidas Trujillo, se ve silenciada por perspectivas que centran el problema de la violencia en los hombres machistas, sin nombrar la violencia patriarcal del Estado contra las mujeres.
Si bien es fundamental desestructurar las condiciones que posibilitan y reproducen la violencia doméstica, no podemos hacerlo a partir de alianzas que silencian las responsabilidades estatales en múltiples formas de violencia que viven las mujeres en México. Mis intereses académicos y políticos me han llevado a documentar y construir alianzas con mujeres que resisten diversas manifestaciones de la violencia patriarcal estatal, que son poco nombradas por los feminismos institucionales.
La violencia del Estado penal ha convertido a las cárceles en un negocio en donde se criminaliza la pobreza convirtiendo a las mujeres presas en mano de obra barata para las maquilas que se empiezan a instalar en las prisiones mexicanas. La violencia del aislamiento total que imponen algunas cárceles femeniles de alta seguridad como Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) número 16 de Michapa, en el estado de Morelos, a donde los proyectos educativos y culturales de la sociedad civil no han podido entrar. Las mujeres presas resisten por medio de la escritura, en proyectos como el de la Colectiva Editorial Hermanas en la Sombra, en el Cereso Femenil de Atlacholoaya, o mediante la pintura como el proyecto de Mujeres en Espiral, en Santa Martha Acatitla.
La desaparición forzada es una forma de violencia patriarcal de la que el Estado mexicano es responsable no sólo por omisión, sino por participación directa de sus fuerzas de seguridad. Tal es el caso de Nitza Paola y Rocío Irene Alvarado, quienes junto con su primo José Ángel fueron desaparecidas por efectivos del Ejército mexicano en diciembre de 2009 y cuyo caso está siendo analizado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Esta violencia está siendo denunciada mediante distintas estrategias por las madres de los y las desaparecidas, que con picos y palas le mostraron al mundo la geografía de la muerte que ha convertido al país en una gran fosa. En este momento histórico de violencias extremas urge que el movimiento feminista se pronuncie y construya alianzas con los familiares de los desaparecidos.
La violencia del despojo territorial por parte de megaproyectos ha sido denunciada por mujeres indígenas que se han convertido en las principales defensoras de la madre tierra. El Foro Internacional de Mujeres Indígenas ha señalado la importancia de incluir este tipo de agravios en la lucha en contra de la violencia hacia las mujeres argumentando que: actualmente, la invasión por parte de las corporaciones amenaza la supervivencia económica de las comunidades indígenas, la salud ecológica de estos territorios y los roles de las mujeres dentro de las comunidades. Cada uno de estos efectos conlleva formas de violencia contra las mujeres indígenas. La contaminación de ríos por parte de mineras, la tala de bosques, la destrucción de la naturaleza son formas de violencia contra las mujeres que el Estado mexicano ha permitido y muchas veces ejercido de manera directa. Las mujeres zapatistas han denunciado esta violencia planteando que la defensa de la naturaleza es parte de la defensa de la vida de las mujeres.
Recuperemos la radicalidad que dio origen a la conmemoración del 25 de noviembre y recordemos que las luchas contra el Estado penal, contra la desaparición forzada, en defensa de la naturaleza y contra el despojo, son luchas contra las múltiples y complejas violencias que afectan las vidas de las mujeres en México.