jueves, 10 de mayo de 2018

Marx frente a nuestro tiempo.

En el bicentenario del nacimiento de Marx numerosos comentaristas, políticos e intelectuales señalan que su pensamiento ha influido significativamente, de modo negativo o positivo, a lo largo de los siglos XIX, XX y XXI. Quienes muestran una clara y variada animadversión hacia su persona, por primera vez en la historia se han visto obligados a reconocerle cierta capacidad teórica para leer la realidad capitalista (su previsión de la globalización, la crisis, la superpoblación, la pobreza creciente, etcétera), al margen de que no estén de acuerdo con sus recomendaciones para afrontar la violencia creciente del capitalismo. Por otra parte, quienes se reclaman seguidores de Marx en este aniversario también señalan de variadas formas múltiples aciertos críticos.
Nosotros consideramos indispensable subrayar la trascendencia de los estudios crítico materialistas de Marx (ni empiristas, ni racionalistas, ni idealistas) sobre el doble carácter que adquiere el trabajo en la sociedad mercantil (concreto y abstracto), sobre la degradación estructural que el mercado hace de los tejidos comunitarios por el aislamiento creciente con que encapsula a los individuos privatizados, por el caos competitivo que dispara entre ellos, por la cosificación de las relaciones sociales y de los procesos de desarrollo, así como por el fetichismo que caracteriza a sus diversos equivalentes generales e instituciones como son el dinero, las máquinas, los salarios, el Estado, las armas, los saberes, lo masculino, los científicos, etcétera. Marx es indispensable para denunciar y resistir a la masificación de los despojos, a la explotación, la superexplotación despiadada e incluso a la absurda reedición durante el neoliberalismo de la esclavitud literal de los trabajadores. Así como por el modo en que investiga cómo la dictadura del capital domina no sólo los procesos de producción, sino también los de reproducción y desarrollo.
Contra la ideología que convierte al capitalismo en la culminación insuperable de la civilización humana, Marx explica no sólo las razones de fondo de una automatización técnica creciente e imparable o la emergencia de la llamada economía del conocimiento. También explica cómo estos desarrollos, en vez de liberar del trabajo inmediato a los seres humanos transfigura sus progresos en sobrepoblación y sobretrabajo, ocasionando el crecimiento esquizofrénico de una riqueza y una miseria que nunca paran de crecer, polarizar a la sociedad y arrinconarla en situaciones catastróficas: pues el sacrificio creciente de la superpoblación no deja de predominar, mientras se escala sin fin alguno la medida de los capitales y su concentración monopólica que barre a cientos de millones de pequeños y medianos empresarios o a miles de millones de pequeños propietarios.
En medio de una prolongada depresión económica, los pensadores que abiertamente sirven a la dictadura del capital y su poder político, de mala manera le reconocen a Marx el haber formulado una teoría de las crisis cíclicas, la tendencia descendente de la tasa de ganancia, las grandes depresiones recurrentes, aunque casi nunca admiten la predominancia del capital industrial o el modo en que una sobreacumulación recurrente requiere de procesos de autodestrucción de capitales y de riqueza social, y con ello de todo tipo de guerras; así como la primacía de los complejos militares industriales, el despilfarro y la deliberada obsolescencia programada de la riqueza, no se diga de los chanchuyos de la super financiarización de la economía. Ni la manera en que estas malas artes definen e intensifican los modos imperiales y coloniales de la llamada globalización del mercado mundial. Pues tales hechos se los prefiere ver como accidentes o como eventos casuales y aislados.
Esto plantea un problema: ¿cómo una crítica que fue pensada en el siglo XIX, sin saber lo que el capital y su modernidad decadente deparaban al mundo, continua vigente en medio de tantos cambios sorprendentes? Una posible respuesta se esboza si tenemos en cuenta la intensa contradictoriedad experimentada en dicho siglo, no sólo por la extrema barbarie que aplicó el capital, sino también por la inusitada y sostenida lucha económica, política y cultural que masivamente ofrecieron los trabajadores europeos y americanos del periodo, lo que ofrece unas condiciones de visibilidad histórica excepcionales que resultan muy superiores a los siglos precedentes o a los que se imponen posteriormente. Ciertamente, es asombroso que las críticas rigurosas de aquel periodo –las leyes generales y unitarias del desarrollo histórico o las leyes generales del desarrollo capitalista, como la ley general del valor, la ley del desarrollo de la subsunción formal y real del proceso de trabajo bajo el capital, la ley general de la acumulación del capital o la ley bifacética de la caída tendencial de la tasa de ganancia y el aumento de la masa de ganancia– mantengan hasta nuestros días un filo inusitado para calar hasta la esencia de nuestro tiempo. Pues tales instrumentos todavía permiten explicar articuladamente el modo catastrófico y suicida con que el capitalismo de hoy en día avanza. Si bien resulta innegable que nuestro tiempo y nuestras luchas de resistencia exigen a gritos el desarrollo de la crítica mediante nuevas ideas que descifren la especificidad de las bizarras configuraciones presentes y el modo en que tales formas interactúan, complejizan, median, contrarrestan y exacerban dinámicas que ya han puesto a toda la humanidad al filo del abismo.