Bernardo Barranco V.
A 30 días de iniciadas las campañas por la Presidencia de la República, la sensación que me dejan es que estamos ante dos elecciones. Una formal, marcada por los cuartos de guerra de los partidos y los medios tradicionales de comunicación. Y la otra subterránea, aquella que se está gestando desde las oscuridades pestilentes de la práctica política.
Mientras estamos muy atraídos por el duelo de personalidades en los debates, por las mediciones de preferencias que desarrollan las cuestionadas casas encuestadoras, en los tejidos sociales y a ras del piso, operadores políticos preparan estrategias de compra del voto. Los medios y comentaristas se engolosinan con las notas que venden. Sin embargo, pocos se percatan de que en los distritos y municipios ya se alquilan bodegas con despensas, materiales de construcción para comprar votos. Mientras los medios nos intrigan sobre la serie de populismo de National Geographic, en los sectores de mayor pobreza en el país los programas sociales son utilizados como instrumentos facciosos de compra y coacción del sufragio. Mientras, se especula sobre el voto útil contra AMLO, los spots cada vez más apuestan por la elección del miedo y el desarrollo de campañas de odio toleradas por el INE como si no existiera la reforma de 2007. Así, podemos seguir con las querellas sobre el aeropuerto, el tigre suelto, la amnistía, entre otras, mientras los órganos electorales están batallando por convencer a los ciudadanos insaculados a participar como funcionarios de casillas y capacitarse. Los ciudadanos de a pie no quieren y resisten porque tienen miedo a la inseguridad, a una posible violencia electoral y también ya no tienen la confianza en las instituciones electorales. El escándalo del tribunal electoral aprobando al Bronco como su candidato ha venido a erosionar más el descrédito.
Hay gran dosis de dualismo electoral en el entramado del proceso 2018. Durante siglos hemos arrastrado las dualidades del cuerpo y el espíritu, el alma y la carne, el bien y el mal, el hombre y la mujer. En el ámbito electoral actual, hay también un dualismo entre el discurso jurídico político de los principales protagonistas y una práctica política torcida, ejercida por los actores políticos. Priman las prácticas desleales que transgreden la ley, usando los resquicios de las propias leyes electorales como fundamentación. Es la operación política de la alevosía como la inducción del voto a personas en extrema pobreza en las áreas rurales y urbanas más deprimidas. No sólo se viola la Constitución, sino que se explota electoralmente la condición de vulnerabilidad del pobre, es decir, se convierte en una acción de deshonra ética. Es una práctica viciada utilizada no sólo por el PRI, sino por todos los partidos en el gobierno.
El dualismo político electoral es una despiadada realidad que los operadores políticos practican, cuyo objetivo es pragmático: obtener y mantener el poder a toda costa; no importa cómo, cuánto y tampoco con qué. El dualismo es donde, de manera subterránea, se recrea la tentación del poder a perpetuarse. Se crean códigos furtivos, se construyen naturalezas diferentes que coexisten de manera antagónica y brutal.
Dichos métodos de la dualidad ahora son dilatados bajo la era de la Internet y de las redes sociales. Ellas permiten una amplia cobertura, opinión y hasta humor que rebasan a los medios tradicionales, pero también son usadas para propagar falsas noticias y denostar de manera despiadada a los contrincantes.
En el libro El infierno electoral, que coordiné, los ex consejeros denunciamos la coexistencia de las viejas prácticas de corrupción electoral con nuevas formas más rebuscadas del fraude electoral. Uso indiscriminado de recursos tanto gubernamentales como el de dinero sucio. El aprovechamiento de los candidatos independientes para minar a los oponentes punteros. La subordinación y sumisión de las instituciones electorales tanto las estatales (Oples) como la federal (INE). En un capítulo del libro, un consejero en funciones en 2017 del Instituto Electoral del Estado de México expuso la manipulación de los resultados electorales por los propios funcionarios desde el conteo rápido, indebidas maniobras de encuadre del PREP y cerrazón para abrir paquetes electorales en la jornada del cómputo distrital. Jorge Alberto López Gallardo, en su texto Basta de fraudes electorales 1988-2018, denuncia desde la ciencia matemática el uso de algoritmos que pueden modificar o desviar resultados en una especie de ciberfraude.
En El infierno electoral también se imputa el uso faccioso de instituciones del Estado, como la PGR que se dedicó en la elección de 2017 a denostar a Josefina Vázquez Mota por lavado de dinero, como lo ha venido haciendo con Anaya. Sin embargo, el factor más dramático que se está produciendo desde la elección mexiquense, es el uso de métodos y actores del crimen organizado en el proceso electoral. Terrorismo electoral, le llamamos. Es un conjunto de iniciativas intimidatorias tendientes a inhibir el ejercicio del voto en aquellas regiones donde la oposición es fuerte. Uso de cabezas de cerdo en casillas y casas de campaña, levantones, falsos citatorios, telefonemas atemorizantes en la madrugada, entre muchas otras. Hace unos días la consultora Etellekt publicó un informe que detalla las 173 agresiones directas a políticos y al menos cerca de 80 asesinatos con móviles político-electorales. Son las cruentas cifras que no se habían registrado en ningún otro proceso electoral, pero durante los últimos siete meses y en especial durante la contienda electoral en México los asesinatos y agresiones políticas se han incrementado de manera alarmante. ¿Qué lectura debemos hacer? ¿Son plazas en disputa o acuerdos electorales entre políticos con el crimen organizado?
Al iniciarse las contiendas locales, los conflictos, las tentaciones se van a multiplicar. Desde la precampaña, José Antonio Meade apela al triunfo mexiquense, el más sucio de la historia de la entidad, como fuente de inspiración. Ante Antorcha Campesina, en Ixtapaluca, el 11 de abril, el brazo más violento de las organizaciones corporativizadas por el PRI, el candidato Meade pidió de manera enfática: Frenemos a Andrés Manuel, en medio de los aplausos de más de 25 mil antorchistas enardecidos. Malos augurios que ensombrecen la calidad de nuestra democracia.
Por ello ahora empiezo a comprender por qué, ante el dualismo de la filosofía religiosa de la antigüedad, el cristianismo católico pugnó por la Santísima Trinidad. Existen dos elecciones, ante los intereses desenfrenados de los actores políticos y la debilidad sospechosa de la justicia electoral, necesitamos un tercero en discordia. Este no puede ser otra que una ciudadanía votante y presente de manera masiva en las urnas.