miércoles, 29 de mayo de 2019

Corrupción: arranca el esclarecimiento.

Por presuntas operaciones con recursos de procedencia ilícita y actos de corrupción, la Fiscalía General de la República (FGR) obtuvo ayer órdenes de aprehensión contra Emilio Lozoya Austin, ex director de Petróleos Mexicanos (Pemex), quien de inmediato tramitó un amparo, y del dueño de Altos Hornos de México (AHMSA), Alonso Ancira Elizondo, quien ayer mismo fue detenido por la Interpol en Palma de Mallorca, España. El día anterior la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) dio a conocer el congelamiento de las cuentas bancarias de la empresa acerera y las del ex funcionario, su esposa y varias personas de su círculo más cercano. Por su parte, la Secretaría de la Función Pública (SFP) inhabilitó por 10 años a Lozoya Austin.
Estas diligencias tienen lugar en el contexto de la pesquisa judicial sobre la venta a Pemex de la planta de fertilizantes Agronitrogenados, que era propiedad de AHMSA, a un precio desmesurado –275 millones de dólares– pese a que las instalaciones de esa fábrica habían estado paralizadas durante 14 años y 60 por ciento de su maquinaria era inservible. La compraventa se realizó en 2014, cuando Lozoya Austin encabezaba la petrolera. Se trata, pues, de una investigación no relacionada en principio con el caso Odebrecht, la empresa constructora brasileña de la que el político priísta habría recibido una suma millonaria en dólares a cambio de otorgarle contratos en instalaciones petroleras mexicanas.
Los hechos son relevantes porque pueden marcar el inicio del esclarecimiento legal de la enorme y masiva corrupción que, de acuerdo con todos los indicios disponibles, proliferó en las oficinas públicas en los sexenios anteriores, aclaración que ha sido una insistente demanda popular desde que el actual presidente Andrés Manuel López Obrador ganó la elección el 1º de julio pasado.
No debe soslayarse, al respecto, que Lozoya Austin es señalado como pieza central de esa corrupción y como uno de los vasos comunicantes entre la administración de bienes públicos, las campañas electorales de su partido, el Revolucionario Institucional, y las cuentas personales en paraísos fiscales. Por ello, su proceso legal podría arrojar mucha información para articular lo que hoy por hoy es sólo un conjunto de cabos sueltos y vincular a los monumentales desvíos de recursos públicos a cuando menos dos ex presidentes: Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto, en cuyas administraciones habrían tenido lugar los hechos de corrupción de Odebrecht en nuestro país que han sido documentados por las autoridades judiciales brasileñas y que el gobierno anterior se resistió a investigar.
Aunque resultan comprensibles la intensidad y la urgencia de las exigencias de justicia para los saqueos perpetrados en el pasado reciente, debe señalarse que si bien éstos son inocultables en conjunto, resultan difícilmente comprobables en sus detalles y movimientos concretos: debe tenerse en cuenta que quienes participaron en ellos tuvieron las condiciones necesarias para darles un barniz de legalidad o bien para destruir u ocultar la mayor parte de las pruebas. Por ello, esclarecer esa corrupción e integrar las averiguaciones en contra de personas específicas es necesariamente una tarea ardua y lenta que requiere de la colaboración entre diversas dependencias; en el caso referido, han debido intervenir la UIF, la FGR y la SFP.
La perspectiva de que las imputaciones contra Lozoya y Ancira permitan abrir la caja de pandora de la reciente corrupción depende, en gran medida, de la solidez de las imputaciones. Cabe esperar que el tránsito de la antigua procuraduría a la actual fiscalía marque la diferencia en la calidad del trabajo y que se logre por fin demostrar ante las autoridades jurisdiccionales la devastadora apropiación ilícita de recursos públicos que tuvo lugar en los sexenios anteriores y que es, sin duda, una causa central de los problemas que enfrenta el país.

Nxivm y las sectas empresariales
Bernardo Barranco
El escándalo de Nxivm que involucra a Carlos Emiliano Salinas, hijo del ex presidente Carlos Salinas, ha alcanzado notoriedad porque toca a varios cachorros de la clase política mexicana. Sin embargo, se deja de lado el proceder de muchas empresas que con el fin de alcanzar máximas utilidades incurren en adoptar actitudes e identidades propias de cofradías religiosas. Es decir, una identidad empresarial cercana a la de una secta. El adjetivo secta me parece tóxico porque ha sido usado para descalificar expresiones religiosas diferentes a la mayoritaria, especialmente usada contra los movimientos evangélicos. Pese a ello, secta es un concepto de investigación académica acuñado por Max Weber para caracterizar el comportamiento de algunas minorías religiosas.
Nxivm (se pronuncia nexium) es una asociación empresarial que se convirtió en secta. Su sede está en el condado de Albany, estado de Nueva York. Originalmente se presentaba como empresa que ofrecía cursos y seminarios de desarrollo para la conducción empresarial y liderazgo, destinado a sectores acaudalados. El coaching se ofrecía desde formación en el ámbito personal y profesional. Keith Raniere es el fundador, guía e ideólogo de la asociación quien conceptualizó los llamados programas de éxito ejecutivo. En mayo del año pasado, Raniere fue detenido en Puerto Vallarta y deportado por acusaciones relacionadas con delitos sexuales, como trata, tortura y extorsión. Existen acusaciones y evidencias de que mujeres eran sometidas sexualmente y fueron marcadas con las iniciales de su nombre en sus cuerpos.
En México, Nxivm tiene una filial. Ope­ra desde 2000 a través de los Executive Success Programs, constituida y dirigida por Carlos Emiliano Salinas hasta la detención de Keith Raniere en 2018. Como ha circulado ampliamente en la prensa, aparecen los nombres de más de 100 mexicanos: Cristina Fox, hija de otro ex presidente, y Rosa Laura Junco, hija del propietario del diario Reforma, entre otros.
Bajo la globalización, el desarrollo de los mercados internacionales, las empresas adquirieron una determinante relevancia. Se constituían en las células de la mundialización. Se erigían como la base de las innovaciones tecnológicas y motor de la competitividad. Se constituyeron en el epicentro de la sociedad. A principios del siglo XXI, las naciones les rendían culto, la modernidad contemporánea interpretó a las empresas como la piedra angular del fin de la historia, vaticinada por Fukuyama. Así Bill Gates, Steve Jobs, Carlos Slim, Mark Zuckerberg se constituían en héroes con calidad de dioses olímpicos. Cuidar la imagen de la empresa se convirtió en tarea central. Hablamos no sólo de marketing, sino la imagen del compromiso social y la filantropía empresarial. Veremos la aparición de la responsabilidad social empresarial y la proliferación de fundaciones y causas apoyadas por empresas. El éxito japonés en los 90 se sustentaba no sólo en la conversión orientada al mercado, reingeniería, sino en la mística sintoísta de sus empleados. Muchas empresas adoptaron prácticas, códigos, lenguajes y conciencias propias. Identidades extáticas cuyo epicentro era la empresa. La empresa como un sello de orgullo y sentido de pertenencia. Para muchos pertenecer al corporativo Bimbo es un privilegio por el buen nombre de la compañía. Cada empresa desarrolla su propia cultura, valores y normas que definen el comportamiento de la organización y de los empleados. Del culto a la empresa al fundamentalismo corporativo existe un hilo muy delgado. ¡Max Weber tenía razón en 1904! Su tesis central, la religión es determinante para el desarrollo económico. Por ello, la ética protestante sobre el esfuerzo, el ahorro y el trabajo fueron rotundos para el nacimiento del capitalismo en Europa del norte. El éxito del esfuerzo es bendecido por Dios. Las culturas corporativas saludables pueden convertirse fácilmente en cultos corporativos insanos y sus directivos pueden y han caído en prácticas neuróticas y deshonestas. Algunas empresas en Estados Unidos y Japón llegan al punto de posicionar el lugar de trabajo como un remplazo para la familia y la comunidad, aislando a sus empleados de sus redes de vida social. Alientan a las personas a centrar sus vidas en sus trabajos, lo que les deja poco tiempo para el ocio o el entretenimiento.
The New York Times, en artículo sobre Nxivm, citó a Alexandra Stein, doctora en sociología de la religión. Ella coincide en que dicha empresa puede ser catalogada como una secta de culto corporativo, en cinco indicadores: 1) se presenta un líder carismático y autoritario; 2) la empresa tiene un formato jerárquico y autoritario; 3) apalea una ideología total y absoluta; 4) utiliza la persuasión coercitiva o el lavado de cerebro para aislar a los miembros de sus entornos y familia, y 5) explota a los seguidores y muestra potencialidad de violencia. Esto ha quedado demostrado en el trato humillante y devastador a las mujeres que rodeaban a Keith Raniere.
Más allá de la responsabilidad penal de los júniors de la clase política. El tema de fondo es el potencial integrismo empresarial. No sólo hay Iglesia y órdenes religiosas como los Legionarios que se manejan como empresas, sino empresas que adoptan rasgos religiosos y místicos para ser más competitivos en el mercado. Líderes y patrones de las empresas que se sienten dueños no sólo de la conducta de sus empleados, sino de sus conciencias. Éstas pueden llegar a presentar rasgos de sectas destructivas.